domingo, 8 de marzo de 2015

La historia real de marzo: La mujer de Lot (Una pequeña lista de las mujeres más famosas sin nombre)

La mujer de Lot
(Una pequeña lista de las mujeres más famosas sin nombre)

            Una vez encontré, en un artículo de la revista “Muy interesante”, dentro de un especial sobre mitología, una curiosa frase: se refería a la mujer de Lot, ésa que giraba la cabeza para contemplar por última vez Sodoma y Gomorra y a la que (al haberle prohibido Dios este acto) el vengativo Yavhé la convertía en piedra. El texto versaba, precisamente, sobre el apelativo que nos ha llegado refiriéndose a ella: la mujer de Lot. ¿Dónde está su nombre de pila? No lo tenemos. Sólo es, como suele destacarse despectivamente, “la mujer de”. ¿Por qué? Quizás, Dios, en su furia vengativa contra la fémina que desobedeció sus órdenes, la condenó no sólo a ser estatua de sal, sino a que su nombre fuera olvidado de la historia. O quizás, por otro lado, se deba a la clásica discriminación y al olvido que han sufrido reinas, damas y emperatrices a lo largo de la historia, de la misma manera que otras mujeres, anónimas, insignificantes, pero que protagonizaron momentos decisivos en los instantes claves de la humanidad, han pasado a ser reseñadas normalmente como una nota aparte, sin que de ninguna de ellas conozcamos los sustantivos por los que las conocían sus contemporáneos, en contraste con sus homólogos masculinos. Tal vez, y por una ocasión, sea el momento de hablar sobre ellas en su conjunto, al igual que otras veces se ha tratado acerca de las mismas por separado.

            El papel de la mujer en la historia ha sido frecuentemente infravalorado y menospreciado frente al ejercido por los hombres. Ha habido pocas excepciones a lo largo del tiempo: una de las más destacadas fue la del pueblo alemán de Rostock, en el cual las mujeres rebautizaron las calles que exhibían denominaciones basadas en objetos inanimados o comerciantes desconocidos, y les pusieron el nombre -que escribieron a mano mediante tiza- de féminas que habían dejado una impronta en la historia de la ciudad. Entre ellos, la Casa de las Mujeres lleva el nombre de “Beguinas”, una congregación religiosa la cual fue perseguida por el Papado y el kaiser (resurgiendo repetidamente de debacles periódicas) hasta disolverse al fin sin que de ninguna de esas Beguinas -a pesar de su constante y abnegada labor social- nos haya quedado un solo nombre para la Historia. En gran parte, esta situación de discriminación, también en la disciplina historiográfica, se debe a la propia estructura que ha sostenido a la mayoría de las sociedades, considerando el dominio masculino como norma habitual de la vida desde el ámbito primero del núcleo familiar hasta la posición superior del trono real. No obstante, también en parte se debe a la propia concepción que de la Historia tenían sus narradores: la mayoría de las gestas escritas se refieren a una larga sucesión de reyes altivos y de batallas cruentas, en los cuales poco o nada de espacio hay para la labor de la mujer cotidiana, del día a día, salvo que no se tratase de alguna reina que, merced a conspiraciones e intrigas palaciegas (e incluso, algunas veces, en el campo de batalla), acabase por introducir algún elemento de distorsión en esta historia monocorde. Y es que hasta hace relativamente poco, el papel de la intrahistoria -como la definió la generación del 98-, del relato cotidiano de los días y las noches de los pequeños protagonistas anónimos que constituyen la masa crítica que hace avanzar a los pueblos, repetimos, esa intrahistoria, ha pasado desapercibida para los historiadores clásicos, y con ello, la posibilidad de que las mujeres, en sus labores continuas de amasado del pan, de coser a mano y de criar a los hijos (pero también de sanadoras, recopiladoras de la narración oral o de autoras) hayan tenido ninguna relevancia en el relato de los acontecimientos. No obstante, y con el tiempo, los historiadores contemporáneos han querido volver la cabeza hacia esas mujeres anónimas que, en momentos puntuales, fueron responsables del destino de los pueblos, y en algunas ocasiones, las más dignas representantes de los mismos. Y poco a poco, han ido apareciendo, rezagadas, algunas historias que con el tiempo habían quedado enterradas, como en una tumba que va ganando estratos encima mes a mes, año a año. Una situación quizás compatible con las mujeres que fallecen, también hoy en día, también sin nombre, lapidadas por regímenes intransigentes, contribuyendo a construir países que no se lo agradecen, asesinadas y marginadas por la discriminación de su género, consiguiendo, con sus logros (como dijo Virginia Wolff), tan sólo engrandecer la imagen del hombre, hasta que ésta parezca el doble de lo que realmente es.

Quizás sea éste el momento de recuperar estos relatos. Quizás sea el instante, de conocer a aquellas mujeres sin nombre, que también hicieron historia, en homenaje a aquellas que, diariamente, sin grandes alardes, la están continuamente elaborando.

La mujer de Asdrúbal (Cartago, ¿-143 a.C.)

            Asdrúbal fue el general cartaginés al que se le asignó la defensa de la ciudad de Cartago durante la parte final de la Tercera Guerra Púnica frente al asedio de los romanos. El relato que hace el historiador Apiano, basándose en los textos de Polibio -cronista oficial de la historia desde el lado romano-, da una imagen bastante descalificadora de Asdrúbal, mostrándolo como un hombre intrigante, capaz de traicionar a un compatriota del mismo nombre con tal de alzarse con el poder militar absoluto en Cartago, y responsable de las terribles ejecuciones y torturas que tuvieron lugar con los prisioneros romanos en uno de los episodios más deleznables de la guerra, con el objetivo de impedir toda posibilidad de llegar a un pacto con el enemigo. Sin embargo, cuando los romanos penetran finalmente en la ciudad, y tan sólo los desertores romanos y la familia de Asdrúbal se mantienen sin rendirse en el templo de Eshmún, el general sale de su escondite con una rama de suplicante, solicitando una rendición pacífica bajo el poder del triunfante general romano Escipión Emiliano. Ante este gesto de cobardía, la mujer de Asdrúbal se presenta, según nos cuenta Apiano, con ropas de fiesta en la parte superior del templo, acompañada de sus dos hijos, y portando un cuchillo. La mujer de Asdrúbal se dirige entonces hacia Escipión, el vencedor de Cartago, y le espeta: “No existe contra ti motivo de venganza por parte de los dioses, romano, puesto que existe derecho de guerra; pero sobre ese Hasdrúbal, que se ha convertido en traidor de su patria, de sus templos, de mí y de mis hijos, ojalá que los dioses se tomen la venganza... y tú, romano, junto con ellos...”. A continuación, se vuelve hacia su marido, y le reprende, “¡Oh, tú, el más miserable, traidor y afeminado de entre los hombres, a mí y a mis hijos nos sepultará este fuego, pero tú, el caudillo de la gran Cartago, ¿a qué triunfo servirás de ornato?!¿Qué castigo no recibirás, de aquél a cuyos pies te has arrodillado?”. A continuación, degolló con el cuchillo a sus dos hijos, y se arrojó, junto con ellos, hacia las llamas de una pira funeraria que habían levantado los desertores para inmolarse, hecho que consumaron finalmente. El acto de la mujer de Asdrúbal no sólo es importante porque simboliza el último canto de cisne de Cartago, sino porque además rememora aquella pira funeraria en la que se sacrificó Dido, la fundadora de Cartago, para evitar ser desposada con un rey extranjero, hecho que hubiera supuesto la pérdida de libertad de los habitantes de la ciudad púnica. No obstante, su sacrificio, junto con la leyenda de Cartago, desapareció prácticamente de la Historia: los romanos se encargaron de borrar buena parte de toda mención de la existencia de Cartago, de tal forma que aparte del  manido relato de la Segunda Guerra Púnica y la figura de Aníbal Barca cruzando los Alpes en elefante, el público general apenas conoce nada de esta urbe de origen fenicio, excluyendo tan sólo de esta afirmación a unos cuantos aficionados y los profesionales de la Historia Antigua. Cabe decir, además, que mientras que el cartaginés era un pueblo en el cual las mujeres tenían una importancia relativamente destacada, participando activamente en la vida pública, y llegando algunas de ellas a cargos de gran relevancia, entre los romanos –y más en aquella época concreta- aquella libertad no lo era tanta. De modo que, en ese sentido, la ofensa se volvió doble.

La madre de Quin Shih Huang (Reino de Quin –China-, ¿-228 a.C.)
La historia oficial de China (o de lo que luego se convertiría en ella, pues en esta época estaba constituida por un conjunto de reinos que guerreaban constantemente entre sí) no incluyó un registro sistemático de la historia de las emperatrices hasta mucho después de la muerte del primer emperador y unificador de China, impulsor, entre otras obras, de la Gran Muralla, y de su propia y grandiosa tumba, más conocida de cara al público como los guerreros de Xi´an (a pesar de que éstos, en realidad, sólo constituyen una muy pequeña parte de la misma). Hasta entonces, la única manera en que una mujer podía entrar en la historia china era a través de sus devaneos amorosos, o sus correrías sentimentales -la mayor parte, por supuesto, para desprestigio de la dama en cuestión. La madre del futuro emperador de China pertenecía a una familia aristocrática, y se convirtió en la concubina de Lü Buwei, un rico comerciante que favoreció el ascenso, al trono del reino de Quin (situado al oeste de China, y uno más de los por aquel entonces siete Reinos Combatientes), de Yiren, el padre de Quin Shih Huang. Yiren, sin embargo, se quedó prendado de esta hermosa mujer, y se la pidió a su protector en matrimonio, a lo cual Lü Buwei, aunque receloso, accedió como un sacrificio más en su plan para convertir a este joven príncipe en rey, y verse más adelante favorecido por este esfuerzo. La pareja se casa en el 260 a.C., naciendo su hijo (entonces llamado Zheng) al año siguiente. La polémica surge desde este mismo momento, pues tras la muerte de Yiren, aún muy joven, se dice que Lü Buwei siguió manteniendo relaciones con su antigua amante, con lo cual los historiadores posteriores han llegado a dejar caer -de forma bastante sutil-, que el comerciante pudo ser el auténtico padre de Zheng, aunque sí que es verdad que el periodo de generación de esta leyenda corresponde a una época en que la figura de Quin Shih Huang, bajo la dinastía de los Han, tendía a ser denostada y vilipendiada por parte de las más altas autoridades. De todas maneras, los encuentros entre Lü Buwei y la reina madre no duran mucho, ya que este último no quiere arriesgarse a perder el poder por un asunto de faldas, y desvía la atención de la reina hacia Lao Ai, un rudo cortesano cuya mayor virtud es -todo hay que decirlo-, la longitud que presenta su pene. Esta tórrida relación (hijos ilegítimos incluidos) se produce durante la minoría de edad de Zheng, y será muy probablemente uno de los hechos que marque la personalidad posterior del que sería el primer emperador. El poder de Lao Ai es cada vez mayor, se atreve incluso a presentarse como padre adoptivo del joven rey, y de ahí que el joven Zheng no dude, nada más alcanza la mayoría de edad, en acusar a Lao Ai de adulterio y traición a la corona (en aquellos tiempos se rumoreaba que el amante real planeaba, en el caso de la muerte de Zheng, postular a sus hijos como herederos del trono de Quin). Lao Ai se levantó en armas, y después de un sangriento enfrentamiento, el rebelde es capturado, decapitado, y su cabeza clavada en una pica. A la reina madre, en el ajuste de cuentas que está llevando a cabo Zheng en estos primeros tiempos de mandato, se la condena al destierro; no obstante, no parece que dejase del todo de apreciarla, ya que algunos gestos del joven rey se dirigen a vengar los malos ratos que pasaron él y su madre hasta la edad de ocho años, cuando tuvieron que sobrevivir en el hostil reino de Zhao y tan sólo gracias a la ayuda de la aristocrática familia de su madre pudieron salvarse. La reina madre fallece en el 228 a.C., quedando únicamente para la historia sus relaciones ilícitas, como si no hubiera hecho nada más en su vida.

Otra mujer sin nombre es importante en el camino hacia la unificación de China que está recorriendo el rey Zheng, sometiendo, mientras avanza, a los sucesivos reinos que encuentra a su paso. Durante la conquista del reino de Wei, una nodriza protege al príncipe real de este reino, un tierno bebé en sus brazos, de las flechas de los soldados de Quin, muriendo cuidadora y niño bajo los dardos. El rey de Quin, sin embargo -y a pesar de haber opuesto una ardua resistencia frente a sus soldados-, decide destacar el valor de la nodriza y ponerla como ejemplo para generaciones posteriores, otorgando a la mujer a título póstumo (y por tanto, a sus herederos) títulos de nobleza. Probablemente a la nodriza le hubiera gustado más que los soldados no hubieran acabado con su vida ni con la del niño, pero como dice José Ángel Martos, con esta medida, recompensando a súbditos de los reinos enemigos, y sometiéndolos bajo una ley común -sea buena o sea mala, pero igualitaria para todos-, Quin Shih Huang fue poniendo las bases para la posterior consolidación de un imperio y de un país, el de China, que todavía no existía, y sobre el que el emperador, después de la conquista, tendría que ejercer la labor más difícil: la de identificación cultural y social, entre habitantes de lugares tan diferentes, en un solo estado, el nuevo, que en estos momentos se formaba.

La madre biológica de Aisin Gioro Xianju, espía chino-japonesa (¿-1921?)
En este caso, la persona que posee realmente relevancia histórica no es la mujer sin nombre, sino su hija, conocida también como Chuandao Fangzi en China y como Kawashima Yoshiko en Japón. Rodeada de multitud de leyendas que varían según el país de procedencia de quien te las esté contando, esta mujer era hija de un aristócrata chino (emparentado con la familia imperial) quien a principios del siglo XX la entregó a las autoridades japonesas como una especie de mediación frente a una potencia que ya se intuía que iba a tener mucha importancia en el futuro devenir histórico de la nación china. Xianju fue educada bajo una rigurosa disciplina militar que la hizo convertirse en una experta en la lucha de guerrillas, jugando sus acciones militares un papel clave en la conquista de Manchuria por parte de los japoneses, quienes arrebataron esta región a la antigua patria de Xianju. Una vez hecho esto, las buenas relaciones personales de Xianju con el último emperador chino (el cual la consideraba un miembro más de la familia) hicieron que éste accediera a convertirse en soberano oficial del estado-títere de Manchuria, manejado en realidad por los nipones. Xianju, sin embargo, no jugó un papel pasivo: las historias dicen que siguió gobernando a sus milicias de manera independiente y manteniéndose muy crítica frente a ciertas actitudes japonesas en China. Xianju fue capturada por los chinos, se escapó, volvió a Japón, retornó a China bajo la tapadera de un restaurante, y fue finalmente detenida y ejecutada por las autoridades chinas en el año 1948, aunque ciertas leyendas esgrimen que en realidad siguió viviendo bajo la imagen adorable y en apariencia inocente de una anciana señora denominada cándidamente “la abuela Fang”. Desde luego, el personaje da mucho juego, porque entre su afición a vestirse con ropas masculinas, la sospecha de unas más que turbulentas relaciones de cama –violación por parte del padre de su tutor incluida-, o la tremenda popularidad que llegó a alcanzar en su país de origen gracias a sus críticas a Japón desde su posición de poder en Manchuria –lo que le llevó a incluso a grabar un disco de canciones con su propia voz: aquello, desde luego, puso en un brete su papel como espía discreta-, no es extraño que para la posteridad haya sido apodada como la “Mata Hari del Este”. En esta ocasión, como decimos, la madre de Xianju no juega ningún papel relevante en la Historia, pero como la madre del emperador Qin, sufre el tradicional olvido que se aplica a las consortes reales chinas. Cuando el padre de Xianju -el Príncipe Shanqi- fallece, su concubina y posiblemente la madre biológica de Xianju se ve obligada a suicidarse por el método tradicional. Fin de la historia, y así, ella no pudo contemplar con sus propios ojos cómo su hija se acababa convirtiendo en lo más parecido que en aquella época podía asemejarse a un héroe.

La reina de Saba (alrededor del siglo X a.C.)
A muchos le sonará la leyenda de la reina de Saba, aquella exótica monarca procedente de una nación situada en las actuales Yemen y Etiopía, la cual, admiradora de la fama del rey Salomón, acudió a visitarle, y tan maravillada quedó ante la sabiduría del gobernante de los israelitas que se acabó convirtiendo al monoteísmo. Por lo visto, todo el mundo quedó contento con aquel viaje, porque la reina dejó en Israel varias toneladas de oro, mientras que ella se llevó en su vientre al hijo de ambos, el futuro Menelik I, quien daría origen a una estirpe de reyes de Etiopía que según el mito termina en el depuesto monarca del siglo XX Haile Selassie. Menelik, por lo visto, se llevaría a su país el Arca de la Alianza en un viaje que hizo a Israel para conocer a su afamado padre, a quien (aunque fuera hebreo) engañó como a un chino para llevarse el Arca a su patria. Pues bien, de la reina africana que causó mayor furor en Occidente antes de Cleopatra no conocemos el nombre, pues la Biblia no lo menciona explícitamente, y según quién la mente puedes encontrarla denominada como Makeda, Bilqis, Balkis, Nikaule o Nikaula (incluso su origen se hallaría en duda, ya que alguno le atribuye a la reina una procedencia búlgara). Así pues, la mujer a la que Salomón le dedicó una sección del Cantar de los cantares, y por culpa de la cual -de acuerdo a la tradición- el monarca judío se dedicó a instalar espejos por toda la superficie de una habitación de palacio con el único objetivo de contemplar (la leyenda dice) sus peluditas piernas, no nos ha legado a la posteridad su nombre. Nos preguntamos si hubiera ocurrido lo mismo si la reina hubiera sido israelita y un seductor rey –mago o no- de nacionalidad etíope hubiera acudido para conquistarla. Quizás de él sí que hubiéramos obtenido sus secretos.

Éstas son las mujeres anónimas que hemos localizado. ¿Y vosotros?¿Conocéis alguna que merezca cierto reconocimiento y cuyo nombre no haya sido difundido?¿Tenéis otras propuestas? Esperamos vuestras futuras aportaciones.

Bibliografía:
            -Historias, Apiano.
            -El primer emperador, José Ángel Martos.
-www.artefinal.com/mujeres_siglo_veintiuno/s_moro.htm: La invisibilidad de la mujer en la historia, Sonia Moro.
-http://historiasdechina.com/2014/01/29/yoshiko-kawashima-espia-china-japon/: Tras la pista de la misteriosa “Mata Hari del Este”, Javier Telletxea Gago.
-La Biblia.
-Wikipedia.

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