Sueños
de oficina
En aquel severo y
circunspecto despacho de abogados, la rutina evolucionaba con normalidad. Cada
hombre o mujer de leyes trabajaba en su cubículo, ajeno a lo que acontecía a su
alrededor. Todos vestían pulcra, elegantemente, con vestidos de alta gama,
igual que de alta gama eran sus relojes, sus coches, y también cada aspecto de
su vida, como por fuerza debía ser. De fondo, en un volumen suficientemente
alto para que todos los oyeran, resonaba la apacible y armoniosa música clásica
procedente del despacho de Don Rodrigo, relajante, tranquila, desplazándose
entre los silenciosos módulos con la misma sutileza que un cervatillo entre los
robledales…
Así transcurría el día
hasta que, de uno de los ordenadores, se soltaron sin querer unos cascos
musicales, y el sonido procedente del ordenador comenzó a escucharse:
-¡SI SEÑOR! La revolución, ¡SI
SEÑOR!,¡SI SEÑOR!, somos la revolución, tu enemigo es el
patrón…
Todos
volvieron la vista hacia el mismo lado, donde la joven y discreta abogada a quien
se le había soltado el cable bajaba con rapidez la música al mínimo, y sonreía
con las mejillas algo enrojecidas.
Los
abogados volvieron al trabajo, como si nada de esto acabara de pasar…
No hay comentarios:
Publicar un comentario