Una conocida suele decirme: me encantan las historias que la gente cuenta en el metro o en
los autobuses.
Como aquella vez en que una viejecita,
a la que le cedí el asiento en el autobús, recorriendo el trayecto de la línea,
recorría su vida; retornaba a los lugares donde un día habitó su juventud. La
primera parada era su infancia. Luego, la adolescencia, la madurez, la
senectud. Le señaló a la anciana que iba a su lado: mira, ése era el colegio
donde estudiaba. Bueno, más bien era donde estaba matriculada, porque, ¿ves?,
allí enfrente está el parque donde hacía novillos.
Tenemos mucho que aprender de los mayores, que son unos auténticos maestros. Y para que podamos hacerlo, te animo a colaborar en proyectos como éste.
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