lunes, 17 de mayo de 2021

La historia real de mayo. Almerienses ilustres: Yuder Pachá, conquistador de Tombuctú.

No conocemos mucho del inicio de la vida de Yuder Pachá. Por no saber, no tenemos claro ni su nombre, que se escribe de diversas maneras (incluyendo "Joder" Pachá; por lo visto, "joder" era una expresión castellana frecuente entonces, y Pachá se refiere a uno de los títulos que recibió). Suponemos que su familia fue desterrada tras el levantamiento de los moriscos a mediados del siglo XVI en las Alpujarras, y fue así como acabaron en el pueblo de Cuevas del Almanzora. Durante una incursión turca en aquella zona fue capturado junto con otros trescientos muchachos. Desde allí, lo trasladaron a la corte del sultán Abd al-Malik de Marruecos. Allí fue castrado para convertirle en eunuco, los cuales eran muy apreciados porque se creía que su fidelidad no se veía obstaculizada por la lealtad hacia la familia. Poco a poco, el prisionero fue subiendo puestos en el escalafón, participando en varios episodios militares, incluyendo la Batalla de los Tres Reyes (ésa en la que murieron tres soberanos, incluyendo el rey Sebastián de Portugal, al cual, según la leyenda, nuestros vecinos lusos aún están esperando). Yuder Pachá sobresalió tanto en sus actividades que le acabaron nombrando caíd de Marrakech. Fue entonces cuando el nuevo sultán de Marrakech, al-Mansur (el anterior había muerto en la Batalla de los Tres Reyes), decidió volver su vista hacia el sur, hacia el África Occidental, para lo cual decidió contar con nuesto hombre.

En la zona a la que estaba dirigiendo sus ojos el flamante recién instaurado soberano se hallaba el denominado imperio songhay. Fue uno de los pocos grandes imperios africanos nativos, y también de los mayores imperios islámicos. El pueblo songhay había formado un estado que, de un modo otro, se mantuvo vivo durante 1000 años, aunque sólo a partir del siglo XV empezaron a adquirir independencia de Malí y conformar su reino propio, cuyo padre fundador fue Sonni Ali Berber. Aunque fue su sucesor, el califa Mohammed I, quien lo llevó a su máximo esplendor, tanto desde el punto de vista cultural (patrocinio de las artes, promoción de instituciones de sabiduría alojadas en edificios públicos creadas para ellas ex profeso) como del comercio. En ambos aspectos, iba a jugar un aspecto fundamental la ciudad de Tombuctú.

Decir Tombuctú es decir leyenda, apelar a un inextricable milagro. Quizás la fascinación y la evocación que provoca en nosotros su nombre sólo pueda expresarse con escenas como ésta que mencioné a propósito del libro "Océano mar", de Alessandro Baricco:

Uno de ellos es un oficial militar que registra todas las informaciones que le llegan de variados lugares del globo, conformando un catálogo del planeta que se mueve a medio camino entre la realidad y la ficción, entre lo verdaderamente vivido y lo solamente imaginado por una panda de borrachos, solitarios, locos y a menudo sabios que como término genérico vienen a denominarse con el nombre colectivo de "marineros". Entre ellos, uno que parece haber perdido completamente la razón, pero es capaz de revelarle a nuestro oficial que, en Tombuctú, las mujeres llevan sólo un ojo tapado porque de verles los dos, los hombres que las contemplasen (ante su inmensa belleza) se volverían completamente locos. Hasta que llega un momento en que el capitán le pregunta, intrigado, "¿Y cómo sabe usted eso?", y el marinero le responde, hechizado y hechizante:

-Porque yo los he visto.

Hasta el nombre de la ciudad se pierde en la leyenda. Según algunos, se debe a una mujer de honestidad a prueba de bombas que se llamaba Buctú, en cuya casa los viajeros solían almacenar su equipaje antes de transitar por tierras ignotas. Cada vez que les preguntaban donde habían dejado sus cosas, ellos respondían: "Donde Buctú", y de ahí el apelativo. Otros dicen que el tal Buctú era un esclavo, y hay muchas versiones mucho más prosaicas. Pero, en Tombuctú, está más que justificado darle siempre más veracidad a la leyenda.

Desde su fundación, Tombuctú fue un cruce de caminos de caravanas que traían toda clase de productos para comerciar. Del sur, de las minas del País de los Negros (como así se denominaba por las tribus que lo poblaban) procedían el oro, la fruta y el pescado del mar de Golfo de Guinea. Del norte, del Sáhara, llegaba la sal del mar Mediterráneo a través de las caravanas de tuareg. ¿Y en Tombuctú? Pues confluía todo. Tanto que, años más tarde, cuando se había perdido el origen de algunas de las mercancías, se acuñó el proverbio:

El oro viene del sur, la sal del norte y el dinero del país del hombre blanco; pero los cuentos maravillosos y la palabra de Dios solo se encuentran en Tombuctú.

Lo de la palabra de Dios es importante porque, con el dinero que se obtenía del comercio, los gobernantes fundaron mezquitas, madrasas y la universidad de Sankore, según se dice la más antigua del mundo, y que llegó a tener 25000 alumnos en su apogeo. La ciudad se convirtió en un centro de enseñanza y difusión del islam, y eso llevó aparejado muchos libros. Había una alta profusión de bibliotecas; tanto que, aunque en un inicio con motivaciones religiosas, Tombuctú acabó convirtiéndose en un refugio para la palabra escrita de cualquier tipo.

La universidad de Sankore posee una estampa representativa de la arquitectora por la que Tombuctú se ha hecho famosa en el mundo.

El imperio maliense y luego el songhay (también conocidos como askai, a partir del título que adoptó su gobernante supremo) fundamentaron su riqueza a partir del reforzamiento de Tombuctú como centro irradiador del comercio de la zona, lo que acabó por convertirla en un crisol de culturas (bereberes, árabes, mauritanos, bambas, tuareg). Sin embargo, para la época que nos ocupa, el reino se desangraba por culpa de sus problemas internos. En ese contexto, parte Yuder Pachá de Marrackech con unos 5000 guerreros y unos 8000 dromedarios, los cuales cargan, entre otras cosas, con cuatro cañones andalusíes. Uno de los problemas del imperio songhay (que había visto cómo tropas procedentes de Marruecos se habían estrellado anteriormente en sus repetidos conflictos con su vecino del sur) fue el exceso de confianza, ya que no creyeron que Pachá fuera capaz de cruzar el desierto. Pero nuestro amigo almeriense logró lo que otras expediciones no pudieron, gracias entre otras cosas a que controlaba los pozos de agua. Para cuando llegaron a las inmediaciones de la zona donde se asentaban sus rivales, en la región de Tondibi, Yuder Pachá tenía muchos condicionantes en contra: los songhay les plantaron un ejército de más del doble de efectivos; las tropas marroquíes -o saadíes, por la dinastía que los gobernaba- estaban cansadas y, para colmo, se lo jugaban todo en ese enfrentamiento, pues si el sultán de Marrakech les había mandado allí era porque su nación se encontraba al borde de la ruina y necesitaba las riquezas de Tombuctú para prosperar. Aun así, la batalla se saldó con una impresionante victoria para Yuder Pachá debido a la superioridad marroquí en armas de fuego. De hecho, los askai habían enviado miles de cabezas de ganado contra los saadíes para compensar este factor y, ante el rugido de los cañones, éstas entraron en estampida, causando buena parte de las bajas del ejército derrotado. Tan significativa fue la contienda, que durante mucho tiempo en la zona se conoció a los invasores con el mismo nombre que las armas con las que les habían avasallado: literalmente, el pueblo "arma", que deriva probablemente del castellano (las tropas marroquíes llevaban a muchos andalusíes y renegados procedentes de Europa) o del vocablo árabe ar-rumah, el cual significa "fusilero".

Yuder Pachá estableció entonces un gobierno títere que manejó el territorio correspondiente al pretérito imperio songhay. Sin embargo, quedó muy decepcionado: Tombuctú no era lo que esperaba que fuera. Sin duda el saqueo que llevaron a cabo sus tropas contribuyó a ello, pero seguramente también la falsa concepción que tenían los invasores de la legendaria ciudad; ellos creían que era un lugar cargado de oro y, como hemos mencionado antes, en lo que consistía era un centro de comercio. Allí se quedaba el dinero, el cual se invertía en bibliotecas y cultura. Al final, en efecto, Tombuctú era el lugar de los libros y de la palabra de Dios. Y, con seguridad también, de las mujeres hermosas.

¿Qué pasó entonces con los distintos protagonistas del conflicto? Los marroquíes imperaron durante un tiempo sobre el territorio, pero como nunca llegaron a controlar del todo la mina del oro, al final les salía económicamente poco rentable y abandonaron a los suyos a su suerte. El imperio se fragmentó en varios pequeños reinos, y cayó en una lenta pero irreversible espiral de declive. Durante mucho tiempo, la ciudad de Tombuctú se mantuvo vedada a no musulmanes. Ello incrementó todavía más los mitos alrededor de la urbe. Varios europeos que exploraban el recorrido del río Níger llegaron a epentrar en ella, pero sólo René Caillié volvió vivo a su país para contarlo (aquel entorno era y sigue siendo peligroso) y escribir un libro al respecto. La fama de Tombuctú se hizo mundial, y desde entonces ha acudido gente de todo el mundo a visitarla. Sin embargo, la ciudad tiene problemas. A las inundaciones periódicas del río Níger que dejan en ocasiones aislados a sus habitantes, y las tormentas de arena procedentes del Sáhara (que, si los vaticinios de los expertos se cumplen, sepultarán la urbe en el año 2100), se une el problema de los grupos terroristas que han ocupado en el pasado reciente la ciudad, y aún mantienen en jaque el moderno país de Mali. Esta situación ha por supuesto disminuido la llegada de turistas -sobre todo de aquellos que no se dan cuenta (como le pasó a Yuder Pachá) de que la riqueza de Tombuctú no está en sus casi inexistentes palacios, sino en su papel como guardián de la sabiduría- y ha puesto en peligro su papel como depositario de la cultura, aunque hemos podido escuchar historias heroicas de hombres valientes que se han dedicado a salvar miles de libros de los fundamentalistas. Los amantes de la literatura tenemos depositada nuestra esperanza en gente así.

Mientras tanto, los "arma", o aquellos descendientes andalusíes de las tropas que acompañaban a Yuder Pachá, perdido el papel de gobernantes en la llamada curva del Níger, siguieron ejerciendo el poder como caciques locales hasta que, finalmente arrebatado, se convirtieron en una etnia más, aunque muy entremezclada con los songhay, con los que generaron una descendencia mestiza. Sin embargo, siguen conservando su cultura, la herencia de la figura de Yuder Pachá, y también emplean ciertas palabras que derivan del castellano y del árabe, reivindicando el inesperado legado que un esclavo almeriense dejó allí.

¿Y qué ocurrió con nuestro héroe? El título de Pachá lo adquirió a partir del dominio de aquella región del mundo. El sultán de Marrakech desconfió de sus mensajes -acompañados de un poco de oro y algunos esclavos- acerca de que no había encontrado grandes riquezas en Tombuctú, pero posteriores incursiones militares en la zona le convencieron de que no había mucho que rascar en el nuevo territorio saadí. A pesar de todo, algo debía de desconfiar, pues el caso es que cambió varias veces de persona a cargo del título de pachá por aquellas tierras, aunque el almeriense por lo visto manipuló a todos ellos desde arriba, y hasta mandó asesinar algunos. Finalmente, muchos años más tarde, Yuder Pachá regresó a Marruecos cargado de riquezas. El problema fue que el sultán al-Mansur murió y, tras una serie de luchas intestinas entre sus herederos, el sucesor del sultán no estaba seguro de la lealtad de Yuder Pachá y finalmente le cortó la cabeza. Así fue como terminó la vida del hombre al que nunca le ha sido reconocido lo suficiente su gesta, la conquista de Tombuctú, aunque ello por desgracia instigara su decadencia.

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