Un alcalde de un pueblo pequeño negociaba con el consorcio de un aeropuerto el dinero que le iban a pagar al pueblo en concepto de molestias por los ruidos de los aviones.
-Exijo que me paguéis una cantidad
por cada avión que pase por encima del pueblo.
Los del consorcio accedieron; total,
¿cómo iba a saber él el número de aviones que pasaban cada día? Entonces, el
alcalde se acercó a la plaza del pueblo, y se dirigió a los típicos abuelos que
se hallan todo el día sentados en un banco de la plaza.
-Por cada avión que contéis, os dois
cinco céntimos.
El alcalde tuvo durante todo un día
a los abuelos escrutando el cielo, contando aviones.
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