Qué haríamos sin las señoras...
Una mujer le hizo la promesa a Cristo de que, si atendía a sus ruegos respecto a su salud, se vestiría de nazareno toda la vida: y así lo hizo. Túnica púrpura, cuerdecita tomatera amarilla (hasta con borla). Es como si Cristo estuviera barriendo su casa (¿Y lleva también caperuza?, le quiero hacer concretar a mi novia. No, me responde: Dios le salvó la vida, pero debe de ser que le dejó de residuo un dolor de espalda).
*
Una señora que se va a acostar para dormir la siesta, a las
cuatro de la tarde. Entonces, dos niños se colocan debajo de su ventana y
empiezan a cuchichear. Claro, hablan en un tono tan secreto, tan intrigante, que a la
mujer le entra la curiosidad: aguza muy bien la oreja para escucharles, y por supuesto, no puede
dormir. Así que, al ver que no se está enterando de nada, y que tampoco se
duerme, sale al balcón, y le grita a los niños, con toda la fuerza de sus
pulmones:
-¡No habléis tan bajo, que no me
dejáis dormir!
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