El día que el Dios cristiano, judío y musulmán expulsó a Adán y Eva del paraíso, les forzó a "ganar el pan con el sudor de su frente". Eso les obligaba a arar la tierra, una forma de modificación de la naturaleza. Sin embargo, el ser humano, siempre buscando el camino más fácil y el más efectivo, fue construyendo máquinas con el que ahorrarse el trabajo, y a partir de allí se le ocurrió que con esas poderosas máquinas podía obtener transformaciones mucho más potentes y más beneficiosas. Edificios, carreteras, derivaciones de los cursos de los ríos, presas, ciudades, el ser humano ha poblado la superficie y el interior de la Tierra (y hasta su atmósfera) con sus cambios, hasta tal punto que se ha propuesto nombrar nuestra era como el Antropoceno, debido a la influencia del ser humano sobre la misma. Pero, ¿cuán lejos ha podido llegar?¿Y hasta cuánto ha pretendido?
Quizás el mejor ejemplo que se suele exponer de ese ansia constructora (o destructiva) del ser humano ha sido, en concreto, la desecación del mar de Aral, un vasto lago interior (el cuarto más largo del mundo) cuyo contenido la Unión Soviética pretendió aprovechar para implementar la agricultura de la región, y que como consecuencia de la acción del hombre se ha visto reducido a sólo un 10% de su tamaño original. Este gran desastre medioambiental se une a otros provocados por el ser humano tales como la gran isla de basura del Pacífico, la deforestación de la selva amazónica y de la isla de Pascua, o (según argumentan algunas teorías) un cierto papel del hombre en la desertización del Sáhara.
Sin embargo, aparte de esas acciones involuntarias (por irresponsabilidad, ambición o mala cabeza), ha habido ocasiones en que el ser humano se ha planteado a propósito grandes transformaciones de la superficie de la Tierra a escala continental, o incluso celestial. La inmensa mayoría de esos proyectos no se ha llevado a cabo, bien porque alguien tuvo la suficiente cabeza para reconocer que aquello sonaba a mala idea, bien por razones logísticas, financieras o de geopolítica mundial. He aquí algunas de las más titánicas y descabelladas ideas para modificar la faz de nuestro planeta:
La valla publicitaria espacial. En 1993, la empresa Space Marketing INC. propuso construir una valla publicitaria de 1 kilómetro cuadrado que se colocaría en órbita respecto a la Tierra, a baja altura, de tal manera que tuviera, desde la superficie de nuestro planeta, el mismo y brillo y tamaño con el que contemplamos la Luna. El proyecto adolecía de dos defectos: costaba mucho encontrar inversores, y se calculaba que la basura espacial impactaría contra ella con demasiada frecuencia. Pero no faltó demasiado para encontrar un "Beba Coca-Cola" haciendo competencia con la Luna en el otrora despejado cielo nocturno.
El mar del Sáhara. Ha habido diversos proyectos, ideados por algunos de los países circundantes, para convertir parte del Sáhara en un mar interior. Las ventajas serían crear una serie de territorios agrícolas que proporcionarían recursos a la población, aparte de disminuir las habitualmente inclementes temperaturas presentes en el desierto. Sin embargo, la palma se la lleva el profesor vasco-francés Edmund Etchegoyen, que en 1910 propuso que todo el Sáhara (una buena parte del cual se haya por debajo del nivel del mar) se inundara de agua gracias a un canal procedente del Mediterráneo, transformándolo por completo en un inmenso mar interior. Aparte de los problemas de financiación (lógicos para un proyecto de esta clase), la idea nunca ha terminado de convencer a los científicos, quienes creen que un pequeño lago generado en el desierto no modificará las temperaturas locales y se convertirá en un pantano infestado de mosquitos, mientras que si es todo el Sáhara el que se convierte en un mar, transformará el clima de Europa para convertirla en una zona polar. Aparte, existen altas probabilidades de que el desplazamiento de tal masa de agua desplazara la órbita terrestre (por otra parte, la pérdida de una enorme masa de agua en el Mediterráneo podría afectar a las estructuras geológicas subyacentes, provocando terremotos y reactivación de volcanes apagados). Como suele decirse, hay quien nunca está contento con nada. Como detalle anecdótico, Julio Verne teorizó sobre la posibilidad de crear un mar interior en el Sáhara (idea que conoció gracias a los proyectos presentados por sus compatriotas) en una de sus últimas novelas.
Atlantropa. Así se iba a llamar la gigantesca reorganización continental ideada por el alemán Herman Sörgel, quien tenía el sueño de construir gigantescas presas en varios estrechos del Mediterráneo (la clave sería el del Gibraltar, pero también tenía proyectadas presas en los estrechos de Messina y Dardanelos, y en la zona de separación entre Sicilia y Túnez) con el objetivo de desecar parcialmente el Mediterráneo, que retrocedería a nivel de todas las costas, y el cual quedaría dividido dos mares más pequeños, uno al este y otro al oeste. Estas presas generarían una inmensa cantidad de electricidad disponible para la humanidad (como en el plan del mar del Sáhara, desierto el cual, en la fantasía de Atlantropa, sería regado por agua procedente de Chad), además generar nuevas tierras de cultivo. Como contrapartida, entre otras, este proyecto acabaría con la mayor parte de los puertos del Mediterráneo (aún así, Sörgel tenía planes especiales para salvar algunos enclaves míticos, como el puerto de Venecia). El plan, además, tenía una segunda parte, que pasaba por establecer otras grandes presas en varios de los grandes lagos de África, generando una energía que llegaría a Europa a través de tres ciclópeos cables de electricidad que surcarían longitudinalmente (en dirección sur-norte, uno en la zona central, uno al este y otro al oeste) el nuevo continente que se habría creado, Atlantropa, producto de una fusión de África y Europa a partir de un Mediterráneo que habría quedado reducido a un par de charquitos, con gigantescas vías férreas que unirían la zona sur con la norte. Aparte de las consecuencias climáticas y físicas que tendría este desaguisado -muchas de ellas comunes a la también "maravillosa" idea del mar del Sáhara-, la cuestión geopolítica también sería peliaguda. La idea de Sörgel era que tan fantástico suministro de electricidad podría servir para sellar una paz mundial, pues aquellos países que amenazaran el nuevo orden mundial podrían ser privados de tan fantásticos recursos energéticos. Pero por muy sinceros que fueran los esfuerzos pacifistas del alemán, esto, en los inicios del siglo XX, con la distancia entre África y Europa súbitamente reducida, suena demasiado a colonialismo europeo y mayores posibilidades de los países del norte para controlar las indefensas economías del sur. De hecho, Sörgel estuvo durante varios años a vueltas con su plan, dando conferencias por todo el mundo, tratando de vender su idea a quien quiera que quisiera comprársela -obviamente, tenía graves problemas de financiación-, e incluso llegó a ofrecérsela al régimen nazi, la cual la declinó amablemente pues decía que sus planes de expansión se situaban más hacia el este, no hacia el sur. Al final, el sueño de Atlantropa murió junto con Sörgel, aunque, al menos en la ficción, Philip K. Dick lo llevó a cabo en cierta medida en su ucronía El hombre del castillo.
El derretimiento de los polos. Lo que hoy es uno de los temores más fundados por culpa del cambio climático fue (en aquellos ingenuos tiempos del siglo XX en que se creía que toda la naturaleza era un inmenso instrumento dispuesto únicamente en beneficio del hombre, idea que algunos mostrencos aún consideran válida) un plan que llegó a considerarse factible. El objetivo: facilitar la navegación marítima, no sólo por los grandes espacios marinos que se abrirían, sino también para combatir el peligro de los icebergs. El plan fue sugerido periódicamente y descartado periódicamente también, porque las consecuencias climáticas para todo el globo serían desastrosas. Un proyecto, sin embargo, que a pesar de haberse abandonado, estamos provocando nosotros mismos por nuestra codicia, nuestra desidia y nuestra insensatez. En cuyo caso, quizás, si lo logramos, será el último plan descabellado que llevemos a cabo.
Uno de los requisitos indispensables de cada uno de estos proyectos era el de grandes planes de ingeniería que requerían desplazar desproporcionadas cantidades de tierra, empleando para ello una enorme cantidad de energía. Y como, para ideas faraónicas, métodos alocados, también hubo quien tuvo la disparatada idea de emplear, para llevarlos a cabo, bombas atómicas. Pero de eso hablaremos en una próxima entrada.
El derretimiento de los polos. Lo que hoy es uno de los temores más fundados por culpa del cambio climático fue (en aquellos ingenuos tiempos del siglo XX en que se creía que toda la naturaleza era un inmenso instrumento dispuesto únicamente en beneficio del hombre, idea que algunos mostrencos aún consideran válida) un plan que llegó a considerarse factible. El objetivo: facilitar la navegación marítima, no sólo por los grandes espacios marinos que se abrirían, sino también para combatir el peligro de los icebergs. El plan fue sugerido periódicamente y descartado periódicamente también, porque las consecuencias climáticas para todo el globo serían desastrosas. Un proyecto, sin embargo, que a pesar de haberse abandonado, estamos provocando nosotros mismos por nuestra codicia, nuestra desidia y nuestra insensatez. En cuyo caso, quizás, si lo logramos, será el último plan descabellado que llevemos a cabo.
Uno de los requisitos indispensables de cada uno de estos proyectos era el de grandes planes de ingeniería que requerían desplazar desproporcionadas cantidades de tierra, empleando para ello una enorme cantidad de energía. Y como, para ideas faraónicas, métodos alocados, también hubo quien tuvo la disparatada idea de emplear, para llevarlos a cabo, bombas atómicas. Pero de eso hablaremos en una próxima entrada.
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