"Candilejas" es quizás una de las películas más desconocidas del creador de personaje de Charlot (el cual no aparece en la misma, pero se le intuye), pero, según algunos, la mejor de todas. Y tiene mucho de especial por distintos aspectos.
Para empezar, es difícil no pensar que tiene mucho de autobiográfica. Chaplin (actor y director, como en casi todas sus películas) interpreta a Clavero, un viejo actor al que el mundo ha olvidado y que malvive recordando sus viejos momentos de gloria. Chaplin, como todos los actores que vivieron la época del cine mudo (aunque Gloria Swanson fue la que quizás mejor lo reflejó en "El crepúsculo de los dioses"), se sentía descolocado con la innovación técnica del sonido, y aunque no fue el peor tratado, sí que quizás notaba en parte que su tiempo había pasado. Por esto esta película rinde un sentido homenaje a esos viejos cómicos, y quizá por ello sea la única en la que podemos ver a los dos más grandes del cine mudo, Charles Chaplin y Buster Keaton, compartiendo plano y escena, como en este fotograma:
Se da la circunstancia, además, de que Buster Keaton atravesaba por esta época un momento difícil, con lo cual su inclusión en la película tenía un doble sentido del compromiso. Esto contribuye a que las escenas en las que ambos colaboran sean (sobre todo si se conoce el contexto) particularmente emotivas.
Pero quizás el hecho que más marcó la película fue un dramático suceso en la vida de Chaplin. Cuando fueron a rodar algunas escenas en Londres, el director solicitó el visado para la re-entrada en Estados Unidos. El visado le fue denegado, por la sospecha de que el actor tenía simpatías comunistas. Yo siempre me lo he imaginado como una especie de llamada telefónica: "¿Qué tal?¿Te va bien por Europa? Ah, todo estupendo por aquí. Por cierto, ya que estamos, que no hace falta que vuelvas". Se cerraba de un plumazo todo un capítulo de la vida de este hombre. Le habían desterrado, y sabía (de manera muy lúcida y certera) que le sería prácticamente imposible regresar.
Chaplin se adaptó. Residió en Europa. No pasó una mala vida. Era feliz, como probablemente fue feliz siempre, a pesar de una vida marcada de contratiempos. No fue de esos autores que acaban aborreciendo al personaje que han creado sino que, en la Suiza en la que se retiró, era habitual que, bajo solicitud de algún fan, le dedicara unos pasos al mejor estilo Charlot. Era un hombre que amaba lo que hacía. Igual que amaba a la humanidad, como demostró en una de sus películas más personales, "El gran dictador", y en su vibrante discurso
final. ¿Simpatizante comunista? Los investigadores del gobierno norteamericano lo estudiaron, como podemos averiguar en este
reportaje. En su profunda inspección, en la que llegaron a confirmar que no existía su partida de nacimiento (el origen de Chaplin es un enigma: por lo visto guardaba unos papeles que decían que era hijo de unos zíngaros nómadas, y aunque nadie sabe confirmar la veracidad de este punto, su hijo opina que el hecho de Chaplin guardara los papeles demuestra que él al menos les daba cierta importancia), determinaron que no podían constatar que se tratara de un simpatizante comunista -menos, por supuesto, que trabajara para los soviéticos-, y que con la información que tenían podría tratarse simplemente de un progresista o un radical (aclaremos: estamos hablando de la época del McCarthismo, en la que los partidarios del senador llamaban bolcheviques a demócratas que repartían fragmentos de la Constitución americana). En todo caso, Chaplin no retornó a Estados Unidos aquel año, y tampoco lo hizo su película; el hecho de que hubiera sido señalado con el dedo por las autoridades norteamericanas hizo que muchos cines no quisieran exhibirla. Una vez más, como tantas, no sólo se acalló la voz de un autor molesto, sino también su espíritu.
Pero todo pasa, incluso una ideología tan autoritaria, tan extremista, tan invasiva y coartante de la libertad y de la humanidad como el McCarthismo. Y en 1972, la película se volvió a proyectar en los cines. Y, quizás por la deuda moral que tenía la Academia con Chaplin, la película recibió el Óscar a la Mejor Banda Sonora, en lo que consituyó todo un homenaje a Chaplin, el cual, con 83 años, recibió el único Óscar no honorífico de su carrera. El cómico, una vez más y a pesar de los años pasados, volvía a reír.
En cuanto a los valores cinematográficos de la película, contiene escenas tiernas, curiosas, sorprendentes, que nos causarán una sonrisa, pero también es verdad que a veces (y esta opinión es por supuesto subjetiva) adolece de algunos defectos: un cierto exceso de sentimentalismo; un ritmo ligeramente monótono; una historia que en determinados momentos sabe a repetida -si bien es verdad, como todos sabemos, que a veces el peligro de ver películas clásicas es que ya hemos visto antes la misma historia contada por sus imitadores y olvidamos el valor de lo original-; un tono deprimente que puede desincentivar el visionado, y alguna escena que es difícil de comprender bajo el punto de vista de los parámetros sociales actuales. Aún así, y por todo el significado que trae consigo, por toda la historia que subyace y que acabamos de mencionar, la película adquiere un valor incalculable, ya que son dos historias las que nos van a contar: la que refleja la película, la que vería cualquiera, y la historia real relacionada con el sufrimiento de los personajes, que es también el de los actores que se encuentran detrás. Como suele decirse, la procesión va por dentro, debajo de los ojos de los protagonistas. Por otra parte, contemplar las magníficas escenas en que Chaplin recrea al propio Charlot, los momentos con Buster Keaton, o a Chaplin bajo una perspectiva diferente, pero siempre carismático, amable, cándido, humano, en uno de esos personajes tan cálidos que nos ha legado, es un espectáculo impagable por el que merece la pena arriesgar.
En cuanto a los valores cinematográficos de la película, contiene escenas tiernas, curiosas, sorprendentes, que nos causarán una sonrisa, pero también es verdad que a veces (y esta opinión es por supuesto subjetiva) adolece de algunos defectos: un cierto exceso de sentimentalismo; un ritmo ligeramente monótono; una historia que en determinados momentos sabe a repetida -si bien es verdad, como todos sabemos, que a veces el peligro de ver películas clásicas es que ya hemos visto antes la misma historia contada por sus imitadores y olvidamos el valor de lo original-; un tono deprimente que puede desincentivar el visionado, y alguna escena que es difícil de comprender bajo el punto de vista de los parámetros sociales actuales. Aún así, y por todo el significado que trae consigo, por toda la historia que subyace y que acabamos de mencionar, la película adquiere un valor incalculable, ya que son dos historias las que nos van a contar: la que refleja la película, la que vería cualquiera, y la historia real relacionada con el sufrimiento de los personajes, que es también el de los actores que se encuentran detrás. Como suele decirse, la procesión va por dentro, debajo de los ojos de los protagonistas. Por otra parte, contemplar las magníficas escenas en que Chaplin recrea al propio Charlot, los momentos con Buster Keaton, o a Chaplin bajo una perspectiva diferente, pero siempre carismático, amable, cándido, humano, en uno de esos personajes tan cálidos que nos ha legado, es un espectáculo impagable por el que merece la pena arriesgar.
Recordando el silencio al que se vio sometido con su exilio Chaplin (y no precisamente por dedicarse al cine mudo), ¿a cuántos Chaplin se acalla cada día en el mundo?¿Quiénes ven alrededor de su boca una mordaza, de qué manera y con qué amenaza se les obliga a callar?
Chaplin, sin embargo, sobrevivió para dejar su mensaje. Hoy sus películas nos muestran todo aquello de lo que "el pequeño vagabundo", sin decir nada en muchas de ellas, quería hablar.
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