La marca
En ocasiones me asaltan retazos de recuerdos a la mente... No los
percibo bien, me cuesta encajarlos en la cabeza, no sé de dónde vienen ni qué
hacer con ellos... Tampoco entiendo muy bien a qué se refieren...
Los ungulados, consisten por definición en cualquier mamífero cuyas extremidades terminen en pezuñas. Constituyen en un amplio grupo, que contiene animales muy diferentes en apariencia, los cuales tienen como característica común los dedos agrupados en la estructura anteriormente mencionada. Se dividen en cuatro órdenes...
Son recuerdos en algún momento
tuve, y que de momento parecen olvidados. Sin embargo, antes de empezar a
entrar en profundidad en el tema sobre el que tú y yo que tenemos que hablar,
he de comentarte un par de cosas.
En primer lugar, soy un asesino.
He matado a dos personas.
Y no ha sido por accidente, ni
por descuido, ni se puede achacar a factores externos a mí. Yo he sido quien he
acabado con esas dos vidas. Eso habrás de tenerlo en cuenta.
También habrás de ser consciente,
de que toda tu forma de ver la vida (y de definirte a ti mismo), pueden cambiar
a partir de este instante.
Y ante todo, y sobre todo,
recuerda en todo momento una cosa:
Según uno de los principios fundacionales de la mecánica cuántica,
dos partículas que entran en contacto, nunca llegarán del todo a separarse.
Cuando los recuerdos se agrupan más en mi cabeza, soy capaz de
contemplarme, como si me encontrara fuera de mí mismo. Me veo. Me veo a mí
mismo en una habitación, acompañado de dos personas. Son un hombre, y una mujer
jóvenes. Por su apariencia física, deduzco que son hermanos. Sin embargo, no se
asemejan demasiado: lo que me hace sospechar el parentesco, es la mirada de los
dos, esa mirada sombría, es para ambos la misma, penetrante y oscura sobre una
pálida faz, el pelo rubio el de él, negro como la noche el de ella. Ambos me
contemplan con una especie de suspicacia y ansiedad, que se combina, al mismo
tiempo, con el alivio de tenerme aquí. No deduzco de qué nacionalidad son, ni
tampoco para qué quieren verme, por qué me han traído hasta aquí. Pero no me
gusta. Y suelo reaccionar muy mal ante las cosas que no me gustan...
Recuerdo que desde el lugar donde me
encontraba se veía un sequoya. Uno de esos árboles, gigantescos, ostentosos,
los cuales parece que, de un momento a otro, van a empezar a mover sus ramas, y
derribarte de un golpe, o incluso echarse de pronto a andar... Me hubiera
gustado mucho contemplarlo en todo su esplendor, abrir la ventana, admirarlo en
cada uno de sus formas, pero las rodillas flexionadas, fijas e inmóviles, me
impedían levantarme y hacer realidad mis sueños... Así que me quedé así, sin
más, contemplando el sequoya, así hasta que alguien o algo, quizás en forma de
batallón de uniforme gris, viniera a buscarme...
Entre
los dos hermanos había una relación muy especial... Los dos tenían muy claro el
propósito de sus acciones, sabían que lo que más les convenía era estar juntos,
y actuar en consecuencia... Pero al mismo tiempo, los celos les abrumaban,
sospechaban el uno del otro, temían que en cualquier momento Caín o Abel
recordaran cómo se selló el primer acto entre hermanos... Yo sabía que esto era
así, y sabía que podía emplearlo en mi beneficio propio. Pero para ello, debía
elaborar un plan... Dediqué las noches y los días a meditar sobre ello...
En el lugar de mi encierro, había
libros. Muchísimos libros. Acumulados en las estanterías, algunos agrupando
polvo, de un lado para otro, el conocimiento universal hecho páginas y tinta.
Para mí, la presencia de esos libros, hacían de mi encierro una estancia mucho
más valiosa que cualquiera de las libertades que tanto afanan al resto de los
hombres. A través de estos libros, a través de sus páginas, sabía que estaba
perpetuando algo mucho más importante que mí mismo, sabía que lo que mis manos
hacían acabaría pasando a la historia, que sería recordado por llevar a la luz
el genio de prohombres mucho más grandes que yo... Y eso hacía que esos años, a
pesar de todo, pasaran livianos, ligeros, casi, casi como si fueran, como si
fueran tan sólo unos días...
La
chica me miraba. Me miraba cada vez más a menudo. Me contemplaba, con ojos
inquietos, se acercaba de vez en cuando hacia mí... Y mientras lo hacía,
mientras me escrutaba con ojos de deseo, yo le hablaba. Le decía cosas. Le
susurraba de vez en cuando sutiles mensajes. Le decía, de forma críptica, y, al
mismo tiempo, clara y diáfana:
-Alfonso VI, fue rey de León y de
Castilla. Hijo
de Fernando I, recibió de su padre el trono de León, y las parias del reino
moro de Toledo, mientras su hermano Sancho recibía el reino de Castilla y las
parias de Zaragoza. Tratando de hacerse con el poder absoluto, ambos hermanos
se enfrentaron; Alfonso fue derrotado en Llantada y Golpejera. La muerte de
Sancho en el cerco de Zamora reinstauró a Alfonso en el trono de León. Para ser
reconocido como rey de Castilla tuvo que jurar no haber intervenido en la
muerte de su hermano. Esto último le fue exigido por los caballeros castellanos
presididos por el Cid...
Y me
miraba con ojos fieros, a través de su cara pálida y sus ojos grises...
Entre esos libros, había
interesantes tratados, fascinantes páginas... Había un curioso pasaje, etéreo,
casi filosófico, acerca de la química del carbono. El carbono, forma parte de
tantas cosas, desde el diamante más brillante, hasta el grafito puro y gris,
que sin embargo, no es más que un diamante desordenado. De lo que interesa que
en la ciencia, como en la vida, no sólo lo que las cosas son en sí mismas, sino
como se presentan, determinan cuál será su existencia, su sentido, y sobre
todo, la posible aplicación que a ella pretendamos darle los hombres...
Al
mismo tiempo, su hermano daba vueltas, observándome, asimilándome, tanteando
cada uno de mis rincones... Yo también tenía palabras para él, palabras que
debían ser útiles para mi propósito, palabras que tendían a avivar las llamas
de las frías sospechas que albergaba su corazón, y que le hacían soñar con
zonas del planeta más cálidas, alejadas de este frío gélido del invierno que
rodeaba la casa, lejos también de su hermana. Y yo alimentaba este deseo, y esta
ilusión, con estas palabras:
Brasil... Paradisíacas playas de fina arena...
Una economía, que se nutre en buena parte del turismo... La población se
compone tanto de blancos, como de mestizos, incluyendo mulatos [mulatas],
caboclos y cafuzos...
El
chico me miró con suspicacia.
Pero no sabía muy bien qué replicar.
Yo, mientras tanto, me encontraba
encadenado. Atenazado por el cuello por un inmenso cerrojo de hierro -del cual,
por más que me resistía, era incapaz de zafarme-, con la superficie de mi
cuerpo expuesta directamente al frío que penetraba a través de una ventana.
Aullando de dolor y de rabia -sobre todo de odio, de desprecio por aquel que me
había encerrado y que no se merecía la suerte que había tenido-, no podía hacer
otra cosa, en mi desesperación, más que tratar de romper con mis dientes las cadenas
que me separaban de la libertad... Pero por supuesto, los colmillos nada pueden
hacer contra el metal, y tan sólo acabé con aún más dolor, y más frustración en
mi cuerpo...
Los
dos hermanos comeienzan a recelar, cada vez más, el uno del otro. Se acechan de
manera extraña, dan vueltas en círculo alrededor de la habitación, perdiendo el
sentido de hacia dónde se dirigían, de cuál era su propósito inicial al llegar
hasta aquí... Y ambos me contemplan, encima de la mesa, allí, con las páginas
abiertas de par en par, esta vez con una frase distinta... La primera
definición que aparece en mis hojas, es la de la palabra hacha...
Siento cómo la información
trasciende a través de mí... Cómo el movimiento continuo, el flujo, de palabras
y de datos recorre cada componente de mi superficie... Lo percibo, lo capto
todo, así, muy dentro, pequeños destellos eléctricos parecen saltar de un
extremo a otro, y mientras tanto, yo me conmuevo, como en un pequeño orgasmo...
Pero de repente, algo falla. En un instante, todo se viene abajo. En ese
momento, yo me colapso, soy incapaz de aguantar, y al hacerlo, todo lo que yo
llevo detrás se cae conmigo. Mi caída, mi desgracia, le ha costado la vida a
miles de personas, la pérdida de sus casas a muchos más, la miseria más absoluta,
a muchos millones... Y el problema, el mayor de los problemas, es que la
ruptura no se ha producido por casualidad...
Ahora, corre, corre la sangre, recorre lo
largo de toda la casa... Los cuerpos de los dos hermanos, yacen a mi lado, el
fluido vital de los ambos recubre mis páginas... Aquí estamos, los tres, como
siempre quisimos estar... Ellos me querían a mí, querían mi conocimiento,
ansiaban mis tapas doradas, deseaban, por encima de todo, el valor que podía
alcanzar en el mercado, un valor que rozaría el escándalo, debido a mi
antigüedad, y a la mano por la cual fui escrito... Pero ahora, ambos yacen, a ambos lados de la mesa donde me encuentro
enclavado, apoyado en el atril, con las páginas aún medio rotas, y la violencia
sostenida sobre mí todavía presente en mis lomos, y la fecha de 2005, aún
grabada en mi primera página, sirviendo como constancia de una existencia de ya
más de trescientos años... Pero una vez más, sigo estando vivo, vivo e
independiente, como estuve siempre, en todas las demás ocasiones en que me
enfrenté a la muerte.
Pero claro, para mí, ¿qué es estar
vivo? La vida sólo es una cuestión de opiniones. ¿Está viva una célula?¿Está
vivo un virus?¿Está vivo, un átomo de carbono? Al fin y al cabo, un átomo de
carbono es capaz de formar estructuras complejas, de acumularse alrededor de un
núcleo inicial para formar un diamante, puede, incluso, dar lugar a moléculas
que sean capaces de replicarse a sí mismas, y de esa manera, originar el
principio fundamental que es la vida, y que no es sino la capacidad de seguir
adelante. Pero hay un hecho esencial en los átomos de carbonos, y es que, salvo
condiciones extremas, y circunstancias excepcionales, sus componentes, los
protones y neutrones que conforman su núcleo (no esos electrones, qué
promiscuos, siempre yendo a la caza de todos), son los mismos, y por tanto,
permanecen incólumes, sea cual sea aquello de lo que formen parte, ya sea una
de las primeras partículas del Big Bang, la lava fundida de un volcán de la
Tierra primigenia, o la aleta de un pez tropical que existirá dentro de miles
de millones de años... Y a su vez, un grupo de átomos de carbono, que formen
parte de una misma estructura, y que luego se separen, pueden acabar en tantos
sitios, en tantos lugares distintos, repartidos cada uno en un lado del globo,
formando parte de materia viva o de seres inertes, persistiendo así, durante
miles de millones de años, durante un tiempo que nadie conoce porque todavía se
está testando, tal vez, incluso, un lapso infinito... Por eso, hoy puedo
sonreír, sabiendo que ni el fuego ni la lluvia me destruirían, y afirmar que
sigo vivo...
Sigo vivo, tan vivo como estuve
cuando fui una talla de un crucificado de una iglesia puritana, en mitad de la
guerra de Secesión...
Sigo vivo, tan vivo como estuve
cuando fui una Sequoya, plantada delante de una iglesia, que pasaba sus días
contemplando a un Cristo que no le quitaba los ojos de encima...
Sigo vivo, tan vivo como estuve
cuando fui un sacerdote medieval que transcribía los textos de los paganos, de
los griegos y romanos, de los enemigos de Dios...
Sigo vivo, tan vivo como estuve
cuando fui esos mismos libros, esa tinta y ese papel, que asimismo estudiaban,
cual bachilleres, a ese humilde sacerdote...
Sigo vivo, tan vivo como estuve cuando
fui un afamado científico, el cual, ocupado en sus quehaceres, hizo todo lo que
pudo por causarle el mayor mal posible a sus semejantes, a lo que era su propio
pueblo, al que él denominaba despectivamente, “judíos”...
Sigo vivo, tan vivo como estuve cuando
fui cuando fui un perro rabioso, atado a una cadena, a punto de ser
sacrificado, aguardando la hora de su muerte...
Sigo vivo, tan vivo como estuve,
cuando fui el mismo virus de la rabia que atacó a ese perro, y que al morder al
campesino, acabó convirtiéndose en muchos miles de virus más...
Sigo vivo, tan vivo como estuve
cuando fui fibra de carbono, fibra óptica que arrastré miles de toneladas de
información que hubieran ocupado la biblioteca del sabio medieval que un día
existió, y que se evaporaron en un instante, como si nunca hubieran existido,
causando con ello la ruina de millones de seres humanos, que padecieron la peor
de las desdichas gracias a mí...
Y sigo vivo, tan vivo como estuve
cuando fui todas las cosas que he sido, todas las cosas que seré, todas las que
seguiré siendo, cuando más tarde o más temprano me pudra, y mis páginas se
conviertan en humus que haga fértil a la tierra, y provoque que nazcan nuevas
plantas, seres vivos, para que surja todo lo que tiene que ser, aquí, en esta
hora, en este día, y mucho tiempo después... Sigo existiendo, como existí desde
el principio de los tiempos, cuando fui la primera masa de materia que provocó
una asimetría en la explosión uniforme del Big Bang, generando el desequilibrio
y la ruptura, provocando con ello, en anticipación, la destrucción de millones
de estrellas, y como fui cuando constituí parte del brazo de Caín, el día que
decidió alzar una piedra contra su hermano...
Así pues, como ves, te he mentido.
Aunque no del todo. La mejor manera de disfrazar una gran mentira, es entregar
una pequeña verdad a cambio. No he matado a dos personas: he destruido a miles,
a millones, a cientos de millones de ellas... Y no sólo eso: yo soy el
principio de todo, de todas las muertes, de la guerra, de todas las desgracias
que oigas hablar, de todas las catástrofes terribles que han acontecido en el
mundo, del siempre fatídico azar... Yo soy el padre del caos... Me disculpo, es
verdad, te he engañado...
Y ahora, como ves, soy unos cuantos
papeles, y una tinta, que ahora sostienes en tu mano. Pero soy mucho más que
esas cosas. Como te he mencionado antes, mis componentes forman parte de
millones y millones de moléculas, a lo largo de todo el mundo, constituyendo
parte de múltiples objetos y organismos... Podría ser cualquiera, cualquier
parte, podría formar parte de tu coche, podría ser un libro de poesía, podría
hallarme en la nariz de tu madre, o en la lengua de tu novio, cuando le besas
cada tarde... Incluso podría formar parte de ti... Pero quizás no... Quizás
seas puro, e inmaculado, puede que ninguna de mis moléculas te haya invadido...
Tanto más interesante entonces...
Seguro que ahora me estás
contemplando con una mezcla de temor y repugnancia. Seguro que ahora estás
deseando arrojarme al fuego, pero no, ahora te lo piensas, es verdad, que yo
mismo te he mencionado que soy inmune al fuego y al derrumbe de los
edificios... ¿Entonces, qué haces?, te preguntas... Y lo único que se te
ocurre, seguramente, es dejar de leerme, alejarte, escaparte de mí lo antes que
sea posible. Pero recuerda que al principio, cuando empezaste a leer, te dije
que debías recordar siempre una cosa. Te dije, recuerda:
Según uno de los principios fundacionales de la mecánica cuántica,
dos partículas que entran en contacto, nunca llegarán del todo a separarse.
Fue una teoría curiosa, desde luego.
La propuso Albert Einstein, sin quererlo, como forma de desprestigiar a la
mecánica cuántica, a la que él despreciaba, a pesar de que sus creadores le
consideraban una especie de padre inspirador de la misma. La idea de Albercito,
a quien tuve ocasión de tratar una vez –o seis o siete, bajo apariencias
distintas-, era que si la teoría de la mecánica cuántica era cierta, entonces,
si dos partículas entran en contacto, en realidad, a pesar de que se alejen al
otro extremo del universo, siempre estarán, de alguna manera, influyéndose,
modificando el comportamiento de la otra, como dos amantes que nunca han dejado
de importarse mutuamente. Einstein, alzando los brazos, proclamó que esta posibilidad
era una claramente un absurdo, lo cual determinaría que la teoría de la
mecánica cuántica se derribara un castillo de naipes. Pero luego resultó, que
al final tenía razón. Y esto significa que dos partículas que se toquen, nunca
llegarán del todo a dejar de estar relacionadas.
Y por tanto, eso quiere decir, que si has tocado esas páginas, que
si has pasado la mano por esta tinta, que siquiera has rozado el papel,
entonces, ya te he influido. Para bien o para mal, mi propia existencia forma
parte de ti. Puedes arrojarme a la papelera, o abandonarme en un contenedor de
basura, pero yo no me fiaría... A lo mejor, lo que me pase a mí, influye en que
te echen del trabajo, o que te dé un ataque al corazón aquí mismo. Puede ser,
incluso, que mi sola presencia te haga perder la consciencia, y que te
despiertes una mañana empuñando un cuchillo empapado de una sangre que tú no
conoces... Así que ahora, ten cuidado. Reflexiona. ¿Me vas a dejar encima de la
mesa?¿Has apoyado en algún momento mis páginas en el suelo, el cual bien podría
partirse en el siguiente segundo en mil pedazos?... No se te habrá ocurrido
dejarle este cuento a tu hermana...
Y mucho menos, por lo que más quieras, habrás tenido el valor de
mandarlo a un concurso...
Es curioso, además, esto de la mutua relación y la influencia.
¿Cuánto llegará a durar?¿Por qué espacio de tiempo permaneceremos unidos? En
teoría, un período infinito. Eso quiere decir más allá que el momento en que te
mueras, y tus cenizas den lugar a un campo de trigo, al dióxido de carbono de
la atmósfera, o al vaso de cristal en el que bebe el líder de Rusia. Eso quiere
decir, que tal vez yo le influya a la simiente que va a darle vida a tu hijo.
Eso quiere decir, incluso, que el día en que el universo deje de expandirse, y
comience, por primera vez, poco a poco, a encogerse, el momento en el que todo
aquello de lo que somos conscientes (y de lo que no), todas las partículas del
universo, todo lo que hemos conocido y lo que seremos, lo que habremos de ser y
lo que será, los Beatles, los Rolling, Pinochet, el perro de tu vecino, la
lluvia radiactiva, el amor, la filosofía, la otra cara de la luna, todo eso que
el hombre ha soñado alguna vez poseer, tocar o inventar, estará allí,
concentrado en un único punto, preparándose, poco a poco, en tan sólo unas
milésimas de segundos, para una nueva expansión, que volverá a originar un
nuevo universo, pues en ese instante, en ese momento, nuestras partículas, las
tuyas y las mías, las de todo lo que yo he sido y las de todo lo que serás tú,
volverán a estar allí... Quizás, atrapada tu cabeza entre una mesa de billar y
una parte del continente africano, lo que en su día fue tus manos me estarán,
tan siquiera, rozando levemente con los dedos...
Pero a pesar de todo, no te
preocupes. Sé feliz, y disfruta. Sigue caminando, contemplándome a cada paso, a
cada instante, aunque no sepas quién soy, ni de qué formo parte. Dale la mano a
tu jefe, que quizás me lleve en sus venas cuando le pega a su mujer, o lee
alguna de las novelas de Stendhal... Formo parte de muchas de ellas.
Constituyo parte de este mundo, tu
mundo. He llegado aquí mucho antes que tú ni siquiera nacieras, y seguiré
existiendo mucho tiempo más. Trátame bien. Soy muy susceptible... Al más mínimo
gesto de desprecio, me puedo enfadar...
Mira a ver dónde colocas este
cuento...
A partir de ahora, tú bien puedes
presumir, de saber en qué consiste, de albergar en tu misma biblioteca, la
llamada marca de Caín...
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