Fue un
experimento sorprendente.
En una escuela de verano para niños,
la monitora quiso enseñarles a los chavales cómo son las relaciones entre los
países del mundo. Así que repartió la Tierra entre ellos.
Cada niño representaba a un país
concreto. A cada uno le eran asignados unos materiales, según el país que le
había sido asignado. Los países ricos tenían compases, reglas, escuadras,
cartabones... pero pocas materias primas; a la niña de Estados Unidos, por
ejemplo, le correspondieron escasamente dos folios. Y los países pobres no
tenían ninguno de esos instrumentos, pero sí muchas materias primas, por
ejemplo, diez folios cada uno. El objetivo del juego era hacer, con los materiales
de los que disponían (o con los que pudieran conseguir por intercambio) figuras
de papel con distintas estructuras geométricas, que serían las equivalentes a
billetes. Y comenzó el juego.
Los resultados fueron inesperados
La niña de Estados Unidos, que era
la típica niña egoísta que lo quería todo para ella, trató de venderles a los
países pobres un compás roto. Entonces, los países pobres decidieron hacerle un
boicot, y se asociaron entre sí, consiguiendo realizar entre todos muchísimas
figuritas, mientras que la niña de Estados Unidos se quedó sola, encerrada en
su esquina, sin poder construir ninguna figura en absoluto.
A veces uno se pregunta qué pasaría
si les diéramos a los niños el control del mundo...
He oído hablar de un experimento así en un curso de Esperanto para niños (la cabra tira al monte). El resultado fue el mismo, exactamente.
ResponderEliminarDa que pensar.
Lo cual viene a confirmar una teoria no escrita de que los niños son iguales, sea en el idioma que sea: luego nos vamos separando en clanes, lenguas, pero en el fondo, estamos hecha de la misma pasta (como decia Shakespeare, de la que se tejen los sueños... y de la que se construyen las pesadillas). Gracias por la interesante aportacion.
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