En 1914, el nacionalista serbio Gavrilo
Princip, miembro de la organización Joven Bosnia –que formaba parte a su
vez del grupo terrorista Mano Negra- asesinó al archiduque Francisco
Fernando, heredero de la corona austro-húngara. Aquel incidente desencadenó una
declaración de guerra de Austria-Hungría a Serbia y dio origen, merced a un
sistema de alianzas entre las naciones europeas, a la Primera Guerra Mundial.
Pero, ¿y si las cosas hubieran sido distintas?
Ésta es solo una posibilidad…
A primera hora
de la mañana, existe una especie de competición no declarada entre los policías
de esta comisaría central de Viena. Lo habitual es que cada uno de los que
entran mire a ambos lados para comprobar quién ha llegado antes que él y,
mientras observan a quién les ha derrotado, sentado sobre su asiento, visualizan
como este último les lanza una miradita de soslayo -como si no quisiera decir
nada- a la vez que se atusa el bigote, miradita la cual lo más normal es que el
recién incorporado la evite, para que no dé la sensación de que se da por
aludido. Pero este día, ninguno de los policías parece andar para juegos. A la
hora en la que es habitual que entre por la puerta el primero, ya se encuentran
tres policías preparados y activos en sus puestos, mientras por la puerta
aparece un cuarto, que deja claro los motivos por los que se ha retrasado:
deposita sobre la mesa un grueso fajo de periódicos, que todos contemplan con
atención.
-¿Algo nuevo?-pregunta uno de los
hombres que se encontraban sentados, sin ninguna clase de saludo.
El recién llegado se sienta mientras
emite un bufido.
-Pues sí. Y ésta sí que es buena, la
última. Nuestro gobierno le ha exigido al serbio una serie de condiciones si
quiere evitar la guerra. Entre otras, una que os interesará: le han ordenado
que permita la entrada de agentes austrohúngaros en su territorio para que
investiguen desde dentro de Serbia a los componentes de la Mano Negra.
-¿Y qué han respondido los
serbios?-preguntó un joven bisoño, con un bien cuidado bigote.
El que había traído los periódicos le
respondió con una mirada escéptica.
-Dirán que no, obviamente –respondió este último, después de un rato-. Dicen
que a Mano Negra le apoyan de manera extraoficial las autoridades serbias, y
que incluso altos dirigentes de su red de espionaje pueden estar implicados en
el complot del asesinato. Las autoridades militares serbias nunca nos
permitirán entrar dentro de su territorio, y mucho menos para investigar a sus
propios componentes. La guerra es sólo una cuestión de tiempo.
-Claro –intervino un hombre de aspecto
más maduro, también con bigote, pero que le proporcionaba mucho mayor aplomo-,
porque la mejor solución para resolver quiénes son los autores de un asesinato
es, por supuesto, empezar a dispararle a todo el mundo. ¿Para qué vas a llamar
a la policía, pudiendo llamar al ejército?
-¿Y qué sugieres que hagamos, querido
Wolfgang?-preguntó el de los periódicos-. ¿Acaso, quedarnos parados?
-Lo malo de todo esto –quiso
interrumpir el cuatro policía allí presente, que no había entrado en la
conversación-, es que si Austria y Serbia entran en guerra, Alemania y Rusia lo
harán también. Y si la cosa empieza así, no quiero ni imaginarme cómo puede
acabar. Esto puede desencadenar un conflicto de proporciones mayúsculas.
-Y todo por culpa de ese maldito
Princip –remató con una mano sobre la mesa el de los periódicos-. Habría que
darle un escarmiento para dar ejemplo al resto del mundo.
-Ese Gavrilo tiene pinta de ser un
pobre diablo –apuntó el hombre de aspecto maduro-. Desde luego, no es ningún
angelito, pero ha organizado un follón de mucho más cuajo del que tiene sin
duda capacidad para manejar. No tiene ni idea del berenjenal en que se ha
metido. En que nos ha metido a todos. Pero no es el causante de toda la
historia. Hay fuerzas mucho más poderosas, que son las que realmente tienen
capacidad para actuar.
-¿Y cuáles son esas fuerzas?-preguntó
el último hombre que había intervenido en la charla.
-Pues entre otras, nosotros mismos,
los austríacos –respondió el hombre llamado Wolfgang-. Y cómo hagamos ahora las
cosas.
De repente, dos hombres entraron. Se
notaba en sus uniformes que eran de mucho mayor graduación que los primeros.
Todos se levantaron a su paso para hacer el riguroso saludo marcial. Pero
mientras uno de los recién llegados –que evidentemente era el jefe- entraba en
su despacho, el segundo se volvió hacia el joven de aspecto bisoño y el hombre
que más recientemente había hablado, y les señaló a ambos.
-Wolfgang, Fritz, entren en el
despacho. Vamos, rápido.
Los dos policías compartieron una
mirada que estaba diciendo mil cosas, antes de levantarse y encaminarse hacia
su destino. Cuando entraron en el despacho de su superior, permanecieron
enfrente de la inmensa mesa de caoba detrás de la cual se sentaba el
superintendente, e hicieron el saludo policial y juntaron los talones en un
sonoro acto de respeto. Sin embargo, su jefe, de un grueso mostacho de tonos blancos
y plateados, les indicó sin muchos aspavientos que se sentaran y se dejaran de
deferencias.
-Wolfgang, Fritz, son ustedes agentes
con experiencia y, al mismo tiempo, con un futuro prometedor dentro de esta
comisaría, y que ya han demostrado su valía en otras ocasiones anteriores. No
hablaré con subterfugios: les tengo que encargar una importante y delicada
misión. Viajarán a Belgrado a investigar las conexiones que puedan existir los componentes
de la Joven Bosnia e individuos particulares o asociaciones residentes en la
propia Serbia. En principio, deberán investigar si existen responsables del
asesinato del archiduque implicados dentro del grupo conocido como Mano Negra…
y después, ya veremos adónde la investigación les conduce.
Fritz no pudo evitar reaccionar con
todo un respingo.
-¿Significa, señor –dijo refiriéndose
a las noticias del periódico- que los serbios nos han autorizado a que
investiguemos en su territorio?
El superintendente asintió, de manera
algo pesarosa.
-Sí, Fritz, efectivamente, está en lo
cierto. No es algo que ninguno de nosotros esperásemos, pero así ha ocurrido.
-Pero señor, ¿cómo ha sido eso
posible? –preguntó también extrañado, y también con aire de preocupación, un
severo Wolfgang.
El superintendente se encogió de
hombros.
-No puedo adivinar sus razones. Sin
embargo, quiero pensar que por una vez las autoridades serbias han actuado con
cabeza, y han pensado en la locura que puede suponer meterse en una guerra.
Digo por una vez, lo que ya indica que me parece algo excepcional.
El comentario del superintendente
sonaba derrotista, lo cual no cuadraba con las recientes declaraciones en las
que -a través de diarios y otras plataformas públicas- importantes altos mandos
y personalidades del Imperio, en soflamas encendidas cargadas de ardor y
vibrante pasión encendida, se mostraban entusiasmados con la posibilidad de una
conflagración abierta con Serbia, y con el convencimiento de que, virtud a los
avances militares y el poderío del Imperio, ésta sería corta, sencilla y sin
apenas heridas. Wolfgang, sin embargo, a pesar de todo lo que el
superintendente les había concendido con sus palabras, avanzó hasta dar otro
paso:
-Sin embago, señor, noto en usted un
aire ligeramente escéptico.
El superintendente se podría haber
encabritado y fácilmente haberles mandado a organizar el tráfico o a limpiar
letrinas. Sin embargo, quizás porque no había podido confesar a nadie las dudas
que le corroían en los últimos tiempos, con resignación se sinceró:
-Porque, mi querido Wolfgang, no estoy
nada convencido de que nada de todo esto pueda evitar la guerra. Si ustedes no
son capaces de encontrar ninguna conclusión significativa de este embrollo,
será la excusa perfecta para acusar a los serbios de falta de colaboración y
atacar. Eso, incluso si realmente pretenden colaborar, cosa que dudo. Y si
finalmente encuentran algo… bueno, puede que lo que descubran hagan que el
conflicto se vuelva inevitable.
Les miró a ambos muy fijamente:
-A decir
verdad, no les estoy confiando una misión muy gloriosa. Más bien, es una trampa
mortal. Estarán en territorio hostil y no podrán confiar en nadie, incluso en
la posibilidad de que en cualquier momento les acusen de espionaje y les
detengan. Durante unos días, sin embargo, quizás la propia existencia de esta
investigación sea la única razón que pueda evitar la guerra. La pregunta es,
¿cuánto más lo podrá prolongar?
Fritz y
Wolfgang se contemplaron como dos condenados a los que les acababan de imponer
el mismo suplicio. Quizás precisamente por ello, el regio superintendente
pretendió despejar del ambiente toda aquella nube de sentimientos flotantes -tan
poco propios del rango imperial de su cargo- con un puñetazo encima de la mesa
que casi hace caer tintero, papeles y plumas.
-¡Venga!, ¿a
qué están esperando?¿A quién creían que iban a encargar una investigación de
asesinato, al ejército o a la policía?¡Pónganse en marcha inmediatamente! En la
administración le proporcionarán los medios de transporte y los detalles.
Y cuando ambos
agentes estaban a punto de marcharse, les espetó:
-Fritz,
Wolfgang, estamos en sus manos.
Guardó un
segundo de silencio.
-Hagan lo
imposible por no joderla –añadió.
Los dos
policías salieron por la puerta. Sus compañeros les contemplaban con atención
pétrea como el hielo.
-¿Qué os han
dicho?-preguntaron.
Pero ellos se
marcharon con inmediatez y prestancia, sin mirarse a los ojos, y también sin
atreverse a contestar.
(¿CONTINUARÁ?)
El pasado lunes día 21 de septiembre fue el Día Internacional de la Paz. Este año se conmemora el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial.
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