Caminante no hay
camino, se hace camino al andar, escribió una vez un sabio. Pero cada vez
son menos los caminos inexistentes, pues los millones de años de evolución
dejan cada vez menos hueco a la novedad, a lo ignoto, a los terrenos vírgenes.
Un libro que te suena conocido, una canción que tarareas aun recién publicada,
una cara que te recuerda a otra, una vieja lata de sardinas que desvirgó un
bosque que creías puro, un discurso que te suena a otro, modas que vuelven una
y otra vez. Y sin embargo sigues creyendo en la originalidad, en la primicia,
en la novedad.
Quizá por eso te marchaste, inmigrante voluntario en un
mundo de emigrados con lágrimas y maletas llenas de recuerdos. Quizá esa
búsqueda incansable es lo que te lleva a lugares cada vez más remotos. Papúa,
Siberia, Mongolia, China, Alaska, Brasil y sus paisajes adornan una pared de mi
habitación siguiendo tus pasos y aún sorprendida de que no hayas cortado la
madeja que te une a esta Ariadna, en una historia ya pasada y presente. Quizá
eso sea lo que te ata, que otra persona habría dejado que cayera lentamente en
el olvido.
Te imagino solo, en silencio, olvidando al resto de la
humanidad e intentando saber cómo fue antes de que existiésemos. Te dejo
hacerlo, en parte porque no me queda otro remedio, y en parte, porque me llena
de esperanza ver que aún quedan soñadores que no se dejan apagar por la
realidad científica, social, económica…Que piensan que el futuro está para
escribirlo paso a paso, prestando atención a cada crujido, a cada silencio, a cada
pisada.
Te respeto por ello, y aunque a veces sienta que te
traiciono cuando sigo mi rutina, en mi coche, en mi trabajo en el que a veces
no sé si tratamos de salvar o de destruir el mundo, en el fondo sé que quiero
ser otra persona. Que quiero ser libre como tú eres. O atada a un destino que
elija sin ningún condicionante más que los sentimientos egoístas propios,
internos.
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