La
venganza y la daga
Agarré el mango de marfil de la
espada, con todas mis fuerzas. Luego, comencé a repartir mandobles a diestro y
siniestro.
Los enemigos caían a mi alrededor,
como moscas, a un lado y a otro. Mis cuchillas no tenían piedad ante unos
enemigos que lanzaban su postrer estertor en un último alarido, sorprendidos,
además, porque les hubiera derrotado una mujer.
Yo mismo lo pensaba, en ese momento,
mientras me abalanzaba y posteriormente saltaba por encima de ellos, mientras
les hería de muerte con mi sable: no hay muchas mujeres piratas: los corsarios
no suelen tomarnos en serio... Pero en mi caso era distinto. Era mi caso me
respetaban, y era porque había dado pruebas de lo que era capaz de hacer. Y en
estos momentos, me disponía a llegar al culmen de mi carrera. Iba por fin a
acabar con Lord Swift, el asesino de mi padre... Mi venganza, por fin, quedaría
consumada...
Me batí con lucha y arrojo; degollé
enemigos hasta que la sangre cubrió con una pegajosa capa toda la cubierta del
barco. Había en el horizonte una aplastante superioridad en número de mis
hombres; no cabía duda, estábamos ganando. Me deshice -dejando como
consecuencia a un par de paralíticos tras un agudo tajo en la columna vertebral-,
de dos rufianes que trataban de impedirme el acceso al camarote del almirante.
Abrí la puerta de una patada.
Allí estaba: era Lord Swift. Pero
lejos de estar acobardado, o de pretender defenderse con su pistola, se reía. Se
reía en una mueca infame, que yo llevaba demasiado tiempo contemplando.
-Es tu hora...-le dije yo.
Y el muy cabrón siguió sonriendo.
-No es mi hora, capitana Solsa. No
lo vas a lograr.
Blandí mi espada aún con más fuerza.
-¿Ah, no? No te veo sable, ni armas
de fuego, ni nada con lo que defenderte. ¿Cómo vas a librarte de esto,
maldito?-le imprequé, agitando mi arma de un lado a otro.
Y entonces Lord Swift, con una
mezcla de cinismo y de conmiseración en su mirada, me respondió:
-Capitana Solsa... Sé que eres una
mujer letrada. Sé que tu padre te enseñó a los grandes filósofos. Supongo que
habrás oído hablar de Platón.
Yo no entendía nada. De fondo,
seguía resonando el rugido de los cañones, el restallar de los sables
imponiendo la única ley con la que yo sabía vencer. Y este tipo me venía con
gaitas filosóficas.
-¡Te voy a matar!-bramé a Swift,
intentando que se defendiera por fin como un hombre.
-Platón –prosiguió a él-, como
seguramente recuerdas, defendió la existencia de dos mundos. Uno real, auténtico,
lleno de vida, y uno falso, creado por nuestras erróneas percepciones y sombras
engañosas.
Swift se acercó a mí. Por algún
extraño motivo, y aunque durante años había sido mi primera prioridad hacerlo,
no fui capaz de ensartarle la espada.
-Pues te voy a decir algo, capitana
Solsa. Te voy a revelar el sentido de la vida, nuestra vida... Nosotros somos
el mundo falso.
Y sonrió levemente.
Me puse furiosa de golpe.
-¡Deja de decir tonterías!
-No me matas porque sabes que es
verdad, capitana Solsa... En el fondo eres consciente de que tú y yo no somos
nada más que una ilusión. Una fantasía que nos imagina alguien que quiere
disfrutar de nosotros. Solsa, nosotros no tenemos vida, más allá de las que nos
quieran crear... No malgastes estos últimos minutos enfrentándote a mí, cuando
no te va a servir de nada.
Negué con la cabeza.
-¡No, eso es falso!¡Todo lo que
dices es mentira!
-Lo sabes, Solsa, pero te niegas a
creer... Quieres aferrarte a tu mundo, a tu pequeño mundo, considerar que todo
esto es verdad, que la venganza por la muerte de tu padre tiene algún
sentido... cuando en realidad esta venganza se repite, una y otra vez, constantemente,
incluso aunque me mates, simplemente con que alguien decida apagar o encender un
botón...
Y yo deseé en esos momentos, más que
nada en este mundo, coserle la boca a balazos a Swift para que se callara. Pero
me di cuenta, desgraciadamente, de que no podía hacerlo. De que me encontraba
inmovilizada. Comencé a llorar abiertamente. Comencé, por primera vez en mi
carrera como criminal, a derrumbarme...
-Solsa, por favor... ¿Quieres que te
enseñe quién eres tú, quien soy yo en realidad?
Y yo asentí, asentí llorosa con la
cabeza. Y entonces Swift volvió el espejo, que hasta entonces había situado
contra la pared, un espejo de cuerpo entero. Y contemplé mi auténtico rostro.
Un chaval, de tan sólo trece años,
con gafas, algo gordito, con una camiseta negra, sentado delante de la
televisión, jugando con su videoconsola, y que me contemplaba a mí, con
indiferencia, mientras yo lloraba, y ambos entrecruzábamos nuestras miradas...
Y entonces tiré la espada, y tiré la
daga, y desaparecimos yo, Swift, y todo rastro de nuestros barcos...
Sollocé apesadumbrada hasta que cogí
de nuevo mi espada, para, una vez más, vengar a mi padre...>>.
-¿Qué te parece?
Le pregunté yo al editor. Y el me
respondió:
-No está mal. Muy interesante. Me
gusta ese giro final. Creo que te lo publicaremos en la revista.
Me regocijé para mis adentros. Aquel
dinero me vendría muy bien para las próximas semanas. Mientras el editor
firmaba el cheque, me comentó:
-¿Sabes?, a propósito de este final,
he escuchado hace poco una teoría. La ha propuesto un físico: los físicos son
gente muy rara, ¿sabes?, yo nunca me fío de ellos, digo que hay que tener
cuidado, porque son los únicos que saben de qué está hecho el universo... En
todo caso, cuando se meten en campos que no son el suyo, suelen revolucionar al
personal, y este tipo lo ha hecho. Ha propuesto una teoría sobre los viajes en
el tiempo. Dice que, en el futuro, quizás la gente quiera viajar hacia el
pasado, pero no los científicos o individuos seleccionados, sino la gente
normal, la de la calle, y que cada uno de ellos creará simulaciones en las
cuales ellos mismos serán los protagonistas, mientras que el resto del mundo
constituirá una inmensa simulación. Imagínate, viajar a la Roma de Trajano, a
la Grecia de Pericles, batallar o habitar en la corte en la Edad Media... Pero
dice también que incluso, podrían hacerlo viajando al tiempo actual. Y que de
ser así, a lo mejor buena parte de nosotros no somos nosotros, sino que somos
gente venida de otro tiempo que están aquí, pasando el rato. Simulaciones. Y
puestos a preguntarnos, podemos incluso inquirirnos si en realidad hay una
mayoría de seres reales circulando por el mundo, o si lo más abundante son las
simulaciones... Una posibilidad estremecedora, ¿no crees, John?
Como toda respuesta, me encogí de
hombros. Yo tenía mi cheque, y eso era lo que me importaba. Me despedí brevemente
de mi editor, y salí a la calle.
Y conforme caminaba, y pasaba por la
marabunta que es la gran ciudad, con toda esa inmensa cantidad de gente caminando
arriba y abajo, que parece que no saben donde van -asemejando una tremenda
marea sin dirección ni sentido-, pero donde cada uno conoce sobradamente su
propósito, me sentí bien, allí, yo, la única persona real, entre todo un mundo
de ficciones, entre todo un conjunto de simulaciones, lo pensé así, como
posibilidad teórica, sólo yo era real, el resto no era nada más que un espejismo
a mi alrededor, una serie de personajes edificados para interaccionar con mi
vida, imaginando que el panadero no tenía existencia, sino que su única
existencia era inmiscuirse en la mía... Y me sentí feliz, así, caminando entre
las sombras, sintiendo que nada existía, nadie más excepto yo...
Y entonces el editor de la revista
abrió la ventana, me contempló, sacó el mando, sonrió sarcásticamente, y apagó
mi programa. Desaparecí de la calle, sin que nada ni nadie se diera cuenta de
lo que había ocurrido...
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