En los próximos días se celebra la Semana Negra de Gijón, donde numerosos autores y lectores de novela negra intercambiarán libros e impresiones. Se dice que la novela negra es uno de los géneros literarios que más se aproximan a la vida real, pues relatan en muchas ocasiones la problemática social que subyace bajo un crimen, o describen esos aspectos de la vida cotidiana de un país que no aparecen habitualmente en las guías de viajes y en los periódicos. Si a ello le sumamos que los escritores también son personas (y en ocasiones, no del todo muy equilibradas, pues ya sabemos la delicada línea que se extiende entre creatividad y locura), resulta fácil intuir que las vidas personales de los escritores han debido, en algunas ocasiones, de resultar tan dramáticas y retorcidas como un buen argumento de una novela de crímenes. Si nos pusiéramos a recabar de manera sistemática, la lista sería interminable (de hecho, hay en Internet varios posts dedicados a escritores asesinos), pero yo os quiero relatar tres historias concretas que nos servirán para repasar un par de conceptos más. En este caso, nos centramos dos asesinos y una víctma. Atención, spoiler: no apto para mentes sensibles.
Anne Perry: Bajo este seudónimo, se encuentra el nombre original de Juliet Hume, y también una dura historia de la que muchos habréis oído hablar, ya que se relataba en la película de Peter Jackson Criaturas celestiales. En la película se narra cómo la adolescente Juliet (interpretada por Kate Winslet) vive en Nueva Zelanda con su amiga Pauline, con la que desarrolla una amistad tan fuerte que se hacen inseparables. El problema aparece cuando los padres de Pauline planean divorciarse y enviar a su hija con unos familiares que viven en Sudáfrica. Las niñas, las cuales han prometido pasar toda la vida juntas, y que se ven a sí mismas en un futuro lleno de ensoñaciones infantiles (entre otras, formar parte de las películas de Hollywood), no pueden aceptar esta situación y deciden matar a la madre de Pauline para que las dos puedan marcharse a Inglaterra con el padre de esta última. El plan en principio era sencillo y se basaba en asesinar a la madre de Pauline de una pedrada, pero fueron necesarios más de cuarenta golpes, con una brutalidad que conmovió a la sociedad de la época. Las dos adolescentes fueron juzgadas, declaradas culpables, y ante su juventud, no se les aplicó la condena a muerte que hubiera sido ejecutada en un adulto, sino que se las retuvo legalmente durante 5 años y luego se las liberó, bajo la condición de que jamás volvieran a verse. Que se sepa, la condición se cumplió, a pesar de que las dos acabaron viviendo en el Reino Unido. Juliet trabajó como asistente de vuelo, vivió en Estados Unidos (donde se unió a una congregación religiosa) y se estableció en Escocia. Comenzó a publicar novelas de misterio y se convirtió en una afamada autora de éxito. En una ocasión apareció en un programa de televisión hablando del asesinato. Anne Perry vivirá sin duda durante el resto de su vida con ambos aspectos (el de escritora y el de asesina adolescente) como los más destacados de su biografía aunque, si lo queremos mirar por el lado positivo, podemos utilizarlo como ejemplo de que, al contrario de lo que suele ocurrir en los libros de misterio, un asesino tiene la oportunidad de cambiar su vida y redimirse.
El caso opuesto lo encontramos en Norman Mailer. En este caso, no se trata tanto de hablar del famoso escritor norteamericano (a pesar de que le produjo una herida leve a su segunda mujer con un cortaplumas durante una fiesta) sino de Jack Abbot, un escritor al que él apoyó y contribuyó al que saliera de la cárcel. Todo empieza cuando Mailer empieza a escribir una novela basada en un individuo real condenado a muerte, Gary Gilmore. Al enterarse, Jack Abbot, condenado por asesinato y robo de bancos entre otros delitos, decide escribirle una carta al escritor, diciéndole que Gilmore está embelleciendo sus experiencias en prisión, y que Mailer no puede escribir sobre la cárcel sin haber estado en ella. A Mailer le gusta el estilo de la carta y se inicia una relación por correspondencia en la que Abbot le habla de manera cruda, realista y descarnada de su estancia en la cárcel. Al escritor le encandilan tanto estas narraciones que recopila mil de esas cartas y consigue en un editor las publique en forma del libro, que se denominará "En el viente de la bestia". El libro es un éxito de crítica y público y ello es utilizado por Mailer para promover la liberación de Abbot (los abogados pagados con los derechos de autor del libro también ayudaron). Existe una tendencia entre los escritores y en el mundo editorial de las últimas décadas a promover aquellos autores y tendencias que rompen con los moldes establecidos y desvelen los aspectos más desagradables e incómodos de la realidad (el estilo del "realismo sucio" es uno de los mejores ejemplos), y hasta ahí, todo bien, porque para eso existe la variedad de formas en la literatura. También, como individuos, tendemos a idealizar a un personaje concreto a causa de un talento determinado en alguna actividad, y obviar la multiplicidad de aspectos que presenta nuestra personalidad, algunos más ejemplares que otros. El problema es cuando ambas cosas se juntan y quizás, buscando la provocación y la innovación (y a veces cierto sensacionalismo) antes que el sentido común, contribuyen a dar lugar a monstruos como éste. Algunos argüían que Abbot no estaba ni mucho menos preparado para volver a la sociedad, pero aún así, el recluso salió de la cárcel, convirtiéndose de la noche a la mañana en un personaje famoso, admirado, e invitado a programas de televisión y círculos de intelectuales. Una noche, acudió a un restaurante con dos admiradoras y el camarero se negó a dejarle usar el baño porque era sólo para empleados: Abbot le clavó un cuchillo en el pecho y escapó, pero fue detenido un mes más tarde. Abbot volvió a ser condenado, escribió un nuevo libro (del cual le impidieron cobrar los derechos de autor, salvo para indemnizar a la familia de la víctima). Norman Mailer fue severamente criticado por su papel en todo el asunto. Lo cierto es que el escritor asumió sus errores, declaró que tendría que vivir para siempre con la culpa y no dudó en afimar sobre este caso de que se tratata de "otro episodio en mi vida en el que no pude encontrar nada agradable ni nada de lo que sentirme orgulloso". En 2001, con 57 años (casi 44 de ellos transcurridos en prisión) Jack Abbot pidió su liberación, pero fue denegada. Un año después, apareció ahorcado en su celda, y aunque el dictamen fue de suicidio, era normal que surgieran las dudas. Mailer declaró que era una doble tragedia pues, bajo su punto de vista, la vida de Abbot fue la peor de las que conoció, y llevó al traste muchas de las posibilidades que el escritor y criminal contenía en su interior.
Anne Perry: Bajo este seudónimo, se encuentra el nombre original de Juliet Hume, y también una dura historia de la que muchos habréis oído hablar, ya que se relataba en la película de Peter Jackson Criaturas celestiales. En la película se narra cómo la adolescente Juliet (interpretada por Kate Winslet) vive en Nueva Zelanda con su amiga Pauline, con la que desarrolla una amistad tan fuerte que se hacen inseparables. El problema aparece cuando los padres de Pauline planean divorciarse y enviar a su hija con unos familiares que viven en Sudáfrica. Las niñas, las cuales han prometido pasar toda la vida juntas, y que se ven a sí mismas en un futuro lleno de ensoñaciones infantiles (entre otras, formar parte de las películas de Hollywood), no pueden aceptar esta situación y deciden matar a la madre de Pauline para que las dos puedan marcharse a Inglaterra con el padre de esta última. El plan en principio era sencillo y se basaba en asesinar a la madre de Pauline de una pedrada, pero fueron necesarios más de cuarenta golpes, con una brutalidad que conmovió a la sociedad de la época. Las dos adolescentes fueron juzgadas, declaradas culpables, y ante su juventud, no se les aplicó la condena a muerte que hubiera sido ejecutada en un adulto, sino que se las retuvo legalmente durante 5 años y luego se las liberó, bajo la condición de que jamás volvieran a verse. Que se sepa, la condición se cumplió, a pesar de que las dos acabaron viviendo en el Reino Unido. Juliet trabajó como asistente de vuelo, vivió en Estados Unidos (donde se unió a una congregación religiosa) y se estableció en Escocia. Comenzó a publicar novelas de misterio y se convirtió en una afamada autora de éxito. En una ocasión apareció en un programa de televisión hablando del asesinato. Anne Perry vivirá sin duda durante el resto de su vida con ambos aspectos (el de escritora y el de asesina adolescente) como los más destacados de su biografía aunque, si lo queremos mirar por el lado positivo, podemos utilizarlo como ejemplo de que, al contrario de lo que suele ocurrir en los libros de misterio, un asesino tiene la oportunidad de cambiar su vida y redimirse.
El caso opuesto lo encontramos en Norman Mailer. En este caso, no se trata tanto de hablar del famoso escritor norteamericano (a pesar de que le produjo una herida leve a su segunda mujer con un cortaplumas durante una fiesta) sino de Jack Abbot, un escritor al que él apoyó y contribuyó al que saliera de la cárcel. Todo empieza cuando Mailer empieza a escribir una novela basada en un individuo real condenado a muerte, Gary Gilmore. Al enterarse, Jack Abbot, condenado por asesinato y robo de bancos entre otros delitos, decide escribirle una carta al escritor, diciéndole que Gilmore está embelleciendo sus experiencias en prisión, y que Mailer no puede escribir sobre la cárcel sin haber estado en ella. A Mailer le gusta el estilo de la carta y se inicia una relación por correspondencia en la que Abbot le habla de manera cruda, realista y descarnada de su estancia en la cárcel. Al escritor le encandilan tanto estas narraciones que recopila mil de esas cartas y consigue en un editor las publique en forma del libro, que se denominará "En el viente de la bestia". El libro es un éxito de crítica y público y ello es utilizado por Mailer para promover la liberación de Abbot (los abogados pagados con los derechos de autor del libro también ayudaron). Existe una tendencia entre los escritores y en el mundo editorial de las últimas décadas a promover aquellos autores y tendencias que rompen con los moldes establecidos y desvelen los aspectos más desagradables e incómodos de la realidad (el estilo del "realismo sucio" es uno de los mejores ejemplos), y hasta ahí, todo bien, porque para eso existe la variedad de formas en la literatura. También, como individuos, tendemos a idealizar a un personaje concreto a causa de un talento determinado en alguna actividad, y obviar la multiplicidad de aspectos que presenta nuestra personalidad, algunos más ejemplares que otros. El problema es cuando ambas cosas se juntan y quizás, buscando la provocación y la innovación (y a veces cierto sensacionalismo) antes que el sentido común, contribuyen a dar lugar a monstruos como éste. Algunos argüían que Abbot no estaba ni mucho menos preparado para volver a la sociedad, pero aún así, el recluso salió de la cárcel, convirtiéndose de la noche a la mañana en un personaje famoso, admirado, e invitado a programas de televisión y círculos de intelectuales. Una noche, acudió a un restaurante con dos admiradoras y el camarero se negó a dejarle usar el baño porque era sólo para empleados: Abbot le clavó un cuchillo en el pecho y escapó, pero fue detenido un mes más tarde. Abbot volvió a ser condenado, escribió un nuevo libro (del cual le impidieron cobrar los derechos de autor, salvo para indemnizar a la familia de la víctima). Norman Mailer fue severamente criticado por su papel en todo el asunto. Lo cierto es que el escritor asumió sus errores, declaró que tendría que vivir para siempre con la culpa y no dudó en afimar sobre este caso de que se tratata de "otro episodio en mi vida en el que no pude encontrar nada agradable ni nada de lo que sentirme orgulloso". En 2001, con 57 años (casi 44 de ellos transcurridos en prisión) Jack Abbot pidió su liberación, pero fue denegada. Un año después, apareció ahorcado en su celda, y aunque el dictamen fue de suicidio, era normal que surgieran las dudas. Mailer declaró que era una doble tragedia pues, bajo su punto de vista, la vida de Abbot fue la peor de las que conoció, y llevó al traste muchas de las posibilidades que el escritor y criminal contenía en su interior.
De gángsters y novela negra. Los años 30 y 40 fueron particularmente florecientes para el cine y la novela negra. En una época muy parecida a la nuestra, después de la euforia de los años 20 llegaba la Gran Depresión y, en el contexto de una sociedad conmocionada, nadie confiaba en el sistema, los valores morales se habían trastocado, y los gángsters aprovechaban para hacer y deshacer a su antojo (en algunos casos, como el de los atracadores de bancos del estilo John Dillinger, fueron aclamados como héroes por aquellos que habían perdido todo a causa de los banqueros). Las películas de gángsters eran un fiel reflejo de la realidad, y además entretenían. No era raro entonces que dentro Hollywood (siempre abierto al realismo cuando queda bien en la pantalla) se colara algún individuo que se parecía tanto a los mafiosos que interpretaba que había serias dudas sobre si lo era: se sospechaba que George Raft había pertenecido al crimen organizado, tenía amigos en círculos relacionados, y aunque a Raft le molestaban estas insinuaciones y trató de salir del encasillamiento realizando otro tipo de papeles, la verdad es que las dudas siempre persistieron. Un episodio curioso tuvo lugar después del rodaje de Scarface, de Howard Hawks, la cual básicamente relata la vida del mafioso real Al Capone: un coche se paró al lado de Raft, un par de individuos le obligaron a meterse en él y, después de un rato conduciendo, le llevaron a presencia de Capone. Éste le dijo: "He escuchado que habéis hecho una película sobre mí", dijo el gángster italino-americano. George, nervioso, asintió. "Te voy a decir una cosa", añadió Capone muy serio. "Me han dicho que en la película, uno de mis hombres juega con una moneda de unos pocos centavos. Que sepáis que cuando mis hombres juegan con moneda, lo hacen con dólares de plata". Percibiendo el cambio de tono, George se atrevió a preguntar: "Entonces, ¿te ha gustado la película, Al?". "Sí, George", constestó el gángster, "me ha gustado mucho". La película debe tener su gafe, pues el caso es que la nueva versión dirigida por Brian de Palma en 1983 fue protagonizada por Al Pacino, de quien se ha dicho muchas veces que, si no se hubiera metido en el cine, hubiera acabado convertido en un delincuente.
Pero el caso más impactante de relación entre novela negra y realidad la protagoniza un escritor, James Ellroy, pero no como asesino, sino como hijo de la víctima. Su madre fue asesinada cuando él tenía 6 años, y el homicida nunca fue capturado. Hasta qué punto influyó en su personalidad será siempre motivo de debate, pero que se convirtiera en un hombre obsesionado con el fenómeno de los asesinatos y devorara novelas de crímenes parece proporcionar alguna pista. Durante su juventud, coqueteó con el alcohol, las drogas, el crimen, la perversión sexual, el nazismo y el racismo, y llevó una vida errática, hasta que a los 29 años ingresó en Alcohólicos Anónimos y terminó de encauzar la tendencia que ya tenía de convertir sus fantasías (siempre relacionadas con crímenes) en relatos y novelas. A los 30 años escribió su primera novela, que era prácticamente autobiográfica, pero siete años después encontró la mejor inspiración en el asesinato real de Elizabeth Short, una joven que fue brutalmente mutilada en 1947 y cuyo fallecimiento fue titulado por los periódicos como "el caso de la Dalia negra". James Ellroy combinó sus experiencias respecto al asesinato de su madre junto con la historia de Elizabeth Short y creó la novela que le aupó a la fama. Más adelante, Ellroy revisaría sus propios recuerdos sobre la muerte de su madre y revelaría en un libro sus impresiones y la investigación que él realizó por su cuenta en 1994. Ellroy decía que la obsesión es buena, si acabas sobreviviendo a ella. Freud argumentaba también que la mejor manera de sobrevivir a una frustración es la sublimacion, es decir, enfocarlo a un logro profesional o artístico. Quizás sea la mejor lección que podamos extraer cuando nos ocurra algo tan dramático. Aunque ésta, me temo, es de aquel tipo de lecciones que uno prefiere no tener nunca que aplicar...
Pero el caso más impactante de relación entre novela negra y realidad la protagoniza un escritor, James Ellroy, pero no como asesino, sino como hijo de la víctima. Su madre fue asesinada cuando él tenía 6 años, y el homicida nunca fue capturado. Hasta qué punto influyó en su personalidad será siempre motivo de debate, pero que se convirtiera en un hombre obsesionado con el fenómeno de los asesinatos y devorara novelas de crímenes parece proporcionar alguna pista. Durante su juventud, coqueteó con el alcohol, las drogas, el crimen, la perversión sexual, el nazismo y el racismo, y llevó una vida errática, hasta que a los 29 años ingresó en Alcohólicos Anónimos y terminó de encauzar la tendencia que ya tenía de convertir sus fantasías (siempre relacionadas con crímenes) en relatos y novelas. A los 30 años escribió su primera novela, que era prácticamente autobiográfica, pero siete años después encontró la mejor inspiración en el asesinato real de Elizabeth Short, una joven que fue brutalmente mutilada en 1947 y cuyo fallecimiento fue titulado por los periódicos como "el caso de la Dalia negra". James Ellroy combinó sus experiencias respecto al asesinato de su madre junto con la historia de Elizabeth Short y creó la novela que le aupó a la fama. Más adelante, Ellroy revisaría sus propios recuerdos sobre la muerte de su madre y revelaría en un libro sus impresiones y la investigación que él realizó por su cuenta en 1994. Ellroy decía que la obsesión es buena, si acabas sobreviviendo a ella. Freud argumentaba también que la mejor manera de sobrevivir a una frustración es la sublimacion, es decir, enfocarlo a un logro profesional o artístico. Quizás sea la mejor lección que podamos extraer cuando nos ocurra algo tan dramático. Aunque ésta, me temo, es de aquel tipo de lecciones que uno prefiere no tener nunca que aplicar...
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