-¡Déjame quitarte la
espinilla!
-¡No!-protestó el marido-.
¡Esa espinilla no!¡Esta vez va en serio!¡Te lo aseguro!¡Si me la arrancas, me
sucederá algo terrible!
-¡Quita, quita!¡Exagerado!
La mujer depositó las uñas
alrededor de la pústula infecta y tiró. Entonces, para su sorpresa, comenzó a
salir agua. Salió tanta y con tanta profusión, que se le inundó el salón. Pero
lo más extraordinario del todo sucedió con su marido: se empezó a deshinchar
como un odre, arrugándose y volviéndose más pequeño cada vez. Al final la mujer
se quedó con la piel en la mano, como una especie de toalla de mano gastada y,
lo peor de todo, sin saber qué hacer con ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario