lunes, 27 de diciembre de 2021

La historia corta de diciembre: La verdad sobre los volcanes

 La verdad sobre los volcanes

 

        Los volcanes, en realidad, son la manifestación exterior de un cónclave de demonios. De hecho, el color del penacho de humo que se expulsa por la cumbre del volcán indica cómo transcurre la elección del nuevo Príncipe de las Tinieblas. Pasa como con el Papa: fumata negra, aún no se ha llegado a nada; fumata blanca, hemos alcanzado un consenso. El problema es que, en las profundidades infernales, es muy habitual que haya golpes de estado, a veces simultáneos con el proceso democrático. Con lo cual, el aquelarre demoníaco puede volverse una reunión sin fin, y de ahí la persistencia de los volcanes.

        El resto de las consecuencias de los fenómenos asociados al vulcanismo derivan también de allí. El magma que se libera es cerveza muy caliente que se cae de los labios de los demonios cuando beben, en los descansos –y sí, los demonios salen a fumar muy a menudo; la cerveza está caliente y, los aperitivos, rancios. Se parece bastante al Este de Londres-. La verdad es que las cosas no son sencillas para una criatura del averno. Cuando mueres, si has sido de verdad un gran villano, puede incluso que te asignen un cargo directivo: no es que goces, pero al menos puede asemejarse un poco a la existencia que disfrutaste en vida. En ese sentido, el infierno es muy mal lugar para distribuir los castigos de manera proporcional a las culpas. Los que peor lo pasan son aquellos que, en vida, han sido un poco mezquinos, algo turbios, pero no lo suficiente para imponerse a sus semejantes: para ellos, tanto su paso sobre la faz de la Tierra como la eternidad son como una prisión continua, donde siempre hay un matón más agresivo que se aprovecha de ti. Se cumple ese axioma de que quedarse a medias no es nunca beneficioso, ni para lo bueno ni para lo malo.

        Como os podéis figurar, los terremotos reflejan una congregación de demonios peleando. Así están determinados sitios: debajo del Etna se acumula una cantidad enorme de diablillos bajo su particular Capilla Sixtina, donde las figuras que se hallan dibujadas están todas vestidas, y además son feísimas. Porque en el infierno están los mejores pintores, escritores, intelectuales: pero tienen un inconveniente, y es que todo lo que hacen les parece mal. A ese castigo están condenados para siempre los que nunca alcanzaron el cielo y se consideran artistas. Que son, dicho sea de paso, la inmensa mayoría.

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