La verdad sobre los volcanes
Los
volcanes, en realidad, son la manifestación exterior de un cónclave de
demonios. De hecho, el color del penacho de humo que se expulsa por la cumbre
del volcán indica cómo transcurre la elección del nuevo Príncipe de las
Tinieblas. Pasa como con el Papa: fumata negra, aún no se ha llegado a nada;
fumata blanca, hemos alcanzado un consenso. El problema es que, en las
profundidades infernales, es muy habitual que haya golpes de estado, a veces
simultáneos con el proceso democrático. Con lo cual, el aquelarre demoníaco
puede volverse una reunión sin fin, y de ahí la persistencia de los volcanes.
El
resto de las consecuencias de los fenómenos asociados al vulcanismo derivan
también de allí. El magma que se libera es cerveza muy caliente que se cae de
los labios de los demonios cuando beben, en los descansos –y sí, los demonios
salen a fumar muy a menudo; la cerveza está caliente y, los aperitivos, rancios.
Se parece bastante al Este de Londres-. La verdad es que las cosas no son
sencillas para una criatura del averno. Cuando mueres, si has sido de verdad un
gran villano, puede incluso que te asignen un cargo directivo: no es que goces,
pero al menos puede asemejarse un poco a la existencia que disfrutaste en vida.
En ese sentido, el infierno es muy mal lugar para distribuir los castigos de
manera proporcional a las culpas. Los que peor lo pasan son aquellos que, en
vida, han sido un poco mezquinos, algo turbios, pero no lo suficiente para
imponerse a sus semejantes: para ellos, tanto su paso sobre la faz de la Tierra
como la eternidad son como una prisión continua, donde siempre hay un matón más
agresivo que se aprovecha de ti. Se cumple ese axioma de que quedarse a medias
no es nunca beneficioso, ni para lo bueno ni para lo malo.
Como
os podéis figurar, los terremotos reflejan una congregación de demonios
peleando. Así están determinados sitios: debajo del Etna se acumula una
cantidad enorme de diablillos bajo su particular Capilla Sixtina, donde las
figuras que se hallan dibujadas están todas vestidas, y además son feísimas.
Porque en el infierno están los mejores pintores, escritores, intelectuales:
pero tienen un inconveniente, y es que todo lo que hacen les parece mal. A ese
castigo están condenados para siempre los que nunca alcanzaron el cielo y se
consideran artistas. Que son, dicho sea de paso, la inmensa mayoría.
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