miércoles, 1 de mayo de 2024

El relato de mayo: "Vivimos en sociedad"

Vivimos en sociedad

 

                Rodríguez no las tenía todas consigo cuando aterrizó en el aeropuerto aquella mañana. No sabía muy bien por qué. Quizá era la incomodidad en la vestimenta: no solía llevar traje, y sentía como si portara una incómoda armadura que le picaba por todas partes, le sentaba demasiado apretada por algunos sitios, y en cambio excesivamente grande por otros. También se debía a la circunstancia: volver a tu país después de años, para afrontar una entrevista de trabajo que determinará si podrás volver allí o no, es sin duda alguna un reto. Sin embargo, estaba claro que había algo más: una tétrica sensación flotando en el ambiente, que no sabía identificar en ningún aspecto concreto que contemplaba, aunque no era sólo plenamente consciente de que estaba allí, sino qué motivo subyacía debajo. Aun así, quedó bastante impactado cuando, al subir al taxi e indicar la dirección, le saludó con un asentimiento, a través del espejo retrovisor, el rostro demacrado de un zombi. El coche arrancó.

                Rodríguez no paraba de mirar (¡pero no ahora, disimula!) de reojo al conductor de su vehículo, sin estar muy seguro de si no estaba cometiendo una imprudencia mortal. Sin embargo, allí afuera, todo el mundo parecía complacido con aquella realidad. Las calles de Madrid estaban pobladas de zombis: los camareros en las cafeterías, los conductores de autobús, los aparcacoches, algunos dependientes de las tiendas… Mientras tanto, las personas (¿normales?¿humanas?¿personas, sin más?) circulaban alegremente, comprando, tomando el aperitivo, o liderando a esos colgajos de carne podrida y gris, los cuales, en apariencia, con un par de sencillas órdenes, se daban por bien mandados, y atendían prestos sus quehaceres. <<Dios mío>>, susurró Rodríguez para sí mismo: cuánto había cambiado el país en su ausencia.

                Mientras el entrevistador -o su futuro jefe; no le había quedado claro- le guiaba por los pasillos de su (quizá, a partir de la próxima semana) futura oficina, los ecos de sus palabras resonaban en su cabeza, al tiempo que Rodríguez no paraba de pensar en la expresión macilenta del zombi recepcionista que le había permitido acceder al edificio:

                -Notará esto muy diferente. Claro, si se marchó de aquí hace tanto… ¿Sabe usted exactamente cómo surgió esta historia de los zombis?

                -Lo cierto es que… -sí, iba a comentar Rodríguez; se hartó de devorarlo en las noticias. Había seguido la evolución de los acontecimientos con una mezcla de incredulidad y horror cósmico. Todavía le resultaba difícil de creer, a pesar de divisarlo con sus propios ojos (y olerlo -porque olían bastante- a través de sus fosas nasales). Pero su anfitrión no le permitió continuar.

                -La tecnología empezó a desarrollarse en Haiti, basándose en los viejos rituales de vudú. Sin embargo, por lo visto un día, en lugar de dar como resultado solamente pollos decapitados y cabras ahogadas en su propia sangre, funcionaba hasta cierto punto. Inmediatamente, se metieron los americanos, aplicaron ciencia, y aquello produjo unos resultados asombrosos. Por supuesto, se exportó rápidamente: primero a Yankilandia, especialmente a los estados republicanos. Luego, por las conexiones con Haití, claro, al poco tiempo a Francia. En ese sentido, este país ha sido un privilegiado, porque ha cruzado hasta aquí casi en seguida, a través de los Pirineos. ¿A que hemos tenido suerte?

                -S… sí -balbuceó Rodríguez, quien seguía sin asimilar que muchos de los trabajadores que daban vueltas a su alrededor transmitieran la impresión de estar a punto de perder en cualquier momento un ojo.

                -¡Son fantásticos!-se vanagloriaba el hombre-. No protestan, no piden condiciones laborales abusivas… ¿Sabe lo difícil que era encontrar un buen camarero en esta ciudad? Ahora, en cambio, por poco más que unos cuantos sesos de cerdo, les tienes prácticamente comiendo de tu mano… Bueno, no lo digo en sentido literal… aunque podría.

                -¿Y… y… no tienen miedo de que se les rebelen?

                -No, qué va… Son muy pacíficos… Sabe, en los tiempos originales del vudú, muchos esclavos temían que les resucitaran después de muertos para que siguieran trabajando. Una especie de miedo a perder la jubilación, según lo mires -Rodríguez meditó acerca de si la muerte, para algunos, no aportaba siquiera el confort del descanso-. Dicen que eso se ha heredado en parte. Pero yo creo que es al contrario: ellos saben que están hechos para ocupar los oficios menos agradecidos, y por eso se comportan de un modo tan diligente. Al final, son pobres diablos. Les damos lo justo, y con eso se conforman. De esa manera queda más para el resto, ¿no es cierto? Así, los demás cobramos sueldos más altos…

                -¿Pero de verdad que no tienen conciencia de lo que les pasa?¿Ni ganas de modificar su situación?

                -Pues… un científico me lo estuvo explicando, y me habló de que les faltan niveles de neurotransmisores suficientes y no sé qué mierdas… En fin, que no entendí casi nada. Por lo visto, lo mejor es ponerles un partido de fútbol de vez en cuando: se desahogan, se arrancan unas cuantas extremidades entre ellos, y con eso van tirando un par de meses. De verdad, Rodríguez -enunció su apellido como si ya llevara allí años-, puede usted estar tranquilo. Son tan inofensivos como un sumiso ratón de campo. Ahora venga: le enseñaré lo que será su despacho.

                El candidato a la vacante libre hubiera quedado encantado (al entrar a esta habitación) si no fuera porque, en lugar de estudiar las maderas nobles, la amplia mesa, o el ordenador último modelo, tan sólo pensaba la obligación de cruzarse, un día sí y otro también, con engendros de esa clase. Aquel pensamiento repentino fue superior a sus fuerzas:

                -¿Puedo ir al baño? -se excusó. Debió de sonar con una pizca de exceso de premura, pues el entrevistador le miró consternado. Cuando Rodríguez salió del despacho, se dio cuenta de que incluso el acto de caminar la pequeña distancia que le separaba de los aseos, solo, sin nadie que le acompañara durante aquel tránsito en el noveno círculo del infierno, le resultaba un esfuerzo sobrehumano. Caminó con la espalda pegada a la pared todo el rato, y se escabulló en los servicios, donde se introdujo con vertiginosa velocidad dentro de uno de los cubículos que albergaban los inodoros.

                -A ver, ¿quieres calmarte de una p… vez? -no vio otra opción más que hablarse a sí mismo en voz alta. Le entraron hasta ganas de pegarse una bofetada. ¿No llevaba años diciendo que tenía ganas de retornar a España, pero la falta de trabajo y perspectivas económicas se lo impedían? Y ahora, iba a dejar que las circunstancias externas condicionaran su regreso. “Pero es que esto está lleno de zombis…”, suspiraba, angustiada, su vocecilla interior. ¿Y qué más le daba?, volvió a zaherir a su alter ego mental, con extrema rudeza. El resto del país estaba a gusto: parecía que podían convivir con ello. Las noticias no hacían más que repetir que la cuestión de los zombis había salvado la crisis de la natalidad, y liberado a los empresarios de la carga de los costes laborales. ¿Quién era él para decir que aquello estaba mal, y renunciar por tanto a encontrarse de nuevo con su familia y amigos, y al lujo de recuperar sus rutinas de siempre?. Por eso, cuando salió del baño -casi sin mirar a los lados, para evitar arrepentimientos- asió con fuerza el pomo del despacho donde había dejado a su entrevistador, abrió la puerta y, con voz muy convencida, zanjó rotundo:

                -Señor, creo que voy a…

                Pero no llegó a terminar la frase. Delante de él, el hombre que le había guiado aquella mañana se encontraba sobre la silla del despacho, con la tapa de los sesos abierta, mientras un zombi, de pie, blandía una cuchara sobre la cual una masa rosada y gelatinosa coincidía sospechosamente con un hueco en el cerebro del ser humano. El zombi, al principio ajeno a la presencia de Rodríguez, se llevó la cuchara a la boca, pero cuando la sacó, tras un ruidito de entusiasmo, se dio cuenta de que alguien estaba mirando, así que, con los ojos muy abiertos, y la voz queda, simplemente soltó un furtivo y agudo:

                -Ups…

 

¿CONTINUARÁ?


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