lunes, 22 de abril de 2024

El relato de abril: "Una gesta épica"

Una gesta épica

                Los soldados de la parte frontal del comando creaban camino a base de machetazos, despejando el intrincado paraje de frondosa selva tropical que, más que abrirse, parecía que se cerraba estrechamente alrededor de los militares, amenazando con aislarles en cualquier momento del resto del mundo. Caía una llovizna ligera; el capitán, atento a todas las perspectivas, como si en cualquier momento fueran a tenderles una emboscada (“¡porque quizás vayan a tendérnosla!”, meditaba encabritado), sudaba con profusión como no lo había hecho en la vida. El día que se presentó voluntario para esa misión no las tenía todas consigo: mosquitos, fieras salvajes, una terra incognita, ¿cuántas cosas podían salir mal? Sin embargo, una conversación con el cartógrafo de guardia en la base militar le convenció:

                -La región del Suroeste tiene vastas regiones de tierras cultivables. Y oro. Mucho oro. El que regrese tras conquistarlas volverá en un manto de victoria y fortuna.

                Aunque nunca se lo hubiera confesado a sus compañeros, le encantaba el ambiente (especialmente el olor) de la habitación donde trabajaba el hacedor de mapas. Ese aroma a papel y a tinta, el delicado brillo del compás abierto sobre un mapa secreto, la tenue luz ambarina procedente de la sección superior de las velas, le sumían -no sabía expresar muy bien por qué- en una atmósfera de tranquilidad.

                -Pero nadie realmente ha visitado el Suroeste en muchos años, ¿no es así?-inquirió el capitán, buscando convencer a una parte de sí mismo.

                -No, eso es cierto; pero numerosos exploradores volvieron con informes muy prometedores de allí: Losada, Henríquez, Íñigo Montoya… ¿o era Mendoza? En fin, da lo mismo. Los reportes son coherentes, con lo cual tenemos una idea bastante exacta de lo que te vas a encontrar allí. Eso no significa, claro, que no tengas que ir preparado.

                Y por eso, allá atrás, en la cola de la expedición, los porteadores no sólo cargaban con víveres y armas, con enseres y futuros regalos para tribus indígenas, así como objetos útiles para toda clase de eventualidades; sino también con pesadas cargas de libros, en los cuales debían revisar las anotaciones de los conquistadores que les habían precedido, en el caso de que algún imprevisto les obligara a alterar el plan inicial.

                Pero la retaguardia de la expedición, al capitán, ahora mismo, se la traía al pairo. Lo único que le importaba era avanzar hasta llegar al lugar que el mapa marcaba como punto de inicio del territorio objetivo y, después, desplegar todos los planes que tenía bullendo en su mente y que deseaba haber ordenado desde ayer. Y así hoy, y ayer, y el día anterior… Tan enfocado se hallaba frente a la misión que le había encomendado el destino. Tanto, que casi ni se dio cuenta de que había dejado de llover.

                No obstante, había un hombre más adelantado que él: una avanzadilla de un solo hombre que circulaba unos quinientos metros por delante, sin tener que cargar con el resto de la expedición, y con libertad para moverse a su aire, y también la libertad de ser el primero a quien liquidasen si se tropezaba con un ejército rival. Los últimos doscientos kilómetros habían sido muy duros y, a pesar del machete, tenía la cara sembrada de arañazos por la vegetación que le había acariciado la cara. Sin embargo, los últimos cien metros le habían dado un respiro, y se había abierto una pequeña fracción de terreno despejado. De hecho, divisó un pequeño lago a una distancia no muy lejana. No se había dado cuenta de la sed que tenía, y lo vacía que estaba su cantimplora.

                Se arrodilló sobre la superficie del agua, y bebió sin rubor con el cuenco de las manos. Las aguas del lago eran tan límpidas que podía ver su reflejo cristalizado sobre el agua. La cosa hubiera resultado hasta poética de no percatarse que, en lugar de un solo reflejo sobre el agua, había tres. La cara del otro soldado se movió de manera simétrica a la de él conforme la confusión se expandió en su rostro, para a continuación dar paso al terror. De hecho, cuando ambos intentaron retroceder, para evitar una roca situada en el margen del lago, casi se chocaron nariz contra nariz, pero al final el explorador se dio la vuelta y corrió a toda velocidad hasta estar a punto de estamparse (en este caso, mentón contra mentón) contra sus propios compañeros.

                -¡Mi capitán, mi capitán!¡Un enemigo al frente!

                -¡Maldita sea, soldado!¿Estás seguro?¡No será una ardilla otra vez!¿O has vuelto a empinar el codo?

                -Mi capitán, le prometo que…

                Sin embargo, no tuvo tiempo de justificarse, porque sonó un estruendo en la distancia, y todo el pelotón echó el pie a tierra. El entrenamiento militar hizo que no hubiera un intervalo demasiado largo para la reacción: inmediatamente, empezó la ensalada de tiros.

                -¡Malditos volgobianos!¡Ya sabía yo que los muy mamones no se estarían quietos!¡Me cago en Dios!-blasfemó el capitán.

                -¡Cágate en tu Dios, hijo de puta!-se escuchó desde el otro lado-. ¡No te cagues en el mío!

                -¡Cállate, tarado! Cómo me fastidia lo capillitas que son los volgobianos -gruñó el capitán junto a su sargento, que seguía disparando a discreción-. Parece como si hubieran parido ellos al niño Jesús.

                -¡Te estoy oyendo, hijo de mil hienas!¡Y que sepas que es ilegal que estés aquí!¡Este lugar es nuestro según lo que firmasteis en el tratado de Cienfuegos!

                -¡Mentira, mentira y cuatro mil veces mentira, especie de concha de sapo gordo!¡Ese tratado lo invalidasteis vosotros el mismo día que atacasteis Maldagadia!¡Este territorio es nuestro, y así lo avalan numerosas resoluciones internaciona…!

                -¡Vete a cagar, engendro de rábano!¡Además, incluso aunque fuera verdad esa estúpida tesis que afirmas, ningún acuerdo os autoriza a acercaros a menos de 200 metros de la orilla este del lago!

                -¿De la orilla este?¡Pero qué dices, anormal?¿Cómo vamos a estar a 200 metros de…?¿Y por qué se te oye tan alto?¿Dónde estás? -dijo el capitán, incorporándose, como si se hubiera vuelto inmune a las balas.

                -¿Dónde estás tú?-contestó su adversario, quien hizo idéntico gesto. Los soldados detuvieron el enfrenamiento, indecisos sobre lo que hacer.

                El capitán se acercó al lago. Ahora que lo veía, se le antojaba excesivamente pequeño. De hecho, era más un charquito que otra cosa.

                -¡Un mapa!¡Quiero un mapa!¿Dónde cojones está el mapa?

                Un subordinado le acercó un plano. El capitán empezó a escudriñarlo. Rápidamente, el capitán enemigo se acercó también a observarlo. Al poco tiempo, varios soldados formaron un círculo a su alrededor. Alguno trajo un par de los pesados volúmenes que habían acarreado con el resto de los bártulos de la partida.

                -Mira, esta es la referencia que plantó Losada en 1882…

                -¿Ese bosque? Pues desde aquí me parece un puto árbol.

                -¿Y dónde supone que está la cordillera Almeda?

                -¿Te refieres a ese grupo de rocas de ahí?

                -¿Y la isla en medio del lago?

                -Bueno… allí hay una tortuga…

                Poco a poco, al ver la cara de desolación que habían adquirido sus respectivos líderes, los soldados se fueron prudentemente alejando… Las caras largas de ambos capitanes, sentados sobre un par de rocas oportunamente colocadas por ahí en medio, lo querían decir todo.

                -¿Cómo han podido confundirse tanto los mapas? Vaya mierda de cartógrafos.

                El jefe del grupo enemigo movió las cejas, expresando incertidumbre.

                -A lo mejor… puede que el primer conquistador se equivocara…

                El capitán se giró hacia su némesis:

                -¿Cómo, equivocarse?

                -A mí me pasó algo parecido. Volví de una misión… Les conté lo que había visto… pero bueno, ya sabes... Exageras un poco…

                -¿Un poco?¿Has visto esa mierda de cordillera? -el capitán cruzó tanto los brazos como las piernas, como si se cerrara a la evidencia-. ¿Y cómo explicas lo de los otros exploradores?

                -Bueno… tú eres conscientes de cómo va esto… Te acercas, te cuesta… Te comen las arañas, las serpientes, los tábanos… Te dan ganas de darte la vuelta. En un momento determinado, a lo mejor te has perdido. O no encuentras el lugar que has venido a buscar… Pero si retornas sin nada, haces el ridículo… Entonces, dices que has visto lo que ha visto todo el mundo antes que tú… Si acaso, lo adornas un poquito…

                -Sí, te entiendo… Porque como no digas nada nuevo, olvídate de la financiación para el siguiente viaje. Como mínimo, has de bautizar con el nombre del rey una montaña. E inventarte alguna especie animal nueva.

                -Claro, por supuesto, qué me vas a contar…

                Los dos se callaron un tiempo, oteando el paisaje. Los pájaros piaban como si todos aquellos trazados y fronteras les dieran igual.

                -O sea, que al final, el territorio por el que nuestras dos naciones han estado a punto de ir a la guerra, y que iba a costar varios millares de muertos, resulta que apenas da para un jardincito mal puesto.

                -Si al menos tuviera oro… Porque se suponía que tenía oro, ¿no?

                -Yo me he encontrado flores amarillas… y algo de pirita por allí. De oro… quizá podamos hallar unos gramos…

                -¿Ni siquiera hay especias?¿Plantas medicinales?

                El capitán se pasó la mano por el mentón.

                -Creo que no… Pero si cogemos la corteza de aquel árbol, podemos decir que es canela a la que le falta llegar a su momento óptimo de maduración.

                El otro se rascó la cabeza.

                -¿Tú crees que colará?

                -No sé. A Colón le funcionó un tiempo, ¿no?

                Los dos se levantaron y empezaron a inspeccionar sus nuevos dominios, sopesando qué contarían de aquel lugar a su regreso, y qué indecentes maravillas añadirían a su descripción.

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