Todo empieza de la manera usual: la típica pareja que se va al Ikea en verano por el aire acondicionado y acaba quedándose porque afuera hace demasiado calor.
Con el tiempo hacen vida normal y tanto empleados como compradores se adaptan a tenerlos allí. De hecho, beneficia a las ventas: los clientes ven que las camas y los utensilios de cocina están preparados para que los use la gente porque, en efecto, los usa la gente. Eso sí, procuran no comprar precisamente lo que está usando la pareja en esos momentos, ya que no está bien quitarle a las personas aquellos instrumentos que se han acostumbrado a usar.
Hasta las peleas domésticas hacen que todo se torne más vívido: observas qué rodillo va mejor para atizar a tu marido, o qué objetos de goma son los ideales para arrojar y molestar sin hacer daño de verdad. Te da una verdadera sensación de hogar. Algunos, de hecho, decidieron quedarse también allí porque les daba una sensación más acogedora que en su propia vivienda.
Luego todo se complica con los niños, con que quieran que ese territorio sea suyo para siempre, o, peor, con que no deseen salir de allí para la escuela, ni siquiera para emanciparse y tener hijos (es más fácil que se muden las nuevas parejas allí). Y así es como asistimos al nacimiento de Mueblópolis, la ciudad en la que habitamos. ¿El mundo exterior? Hay quien cuenta que es un mito, que nunca existió, que está plagado de monstruos, o peor, que hay una gran bola de fuego que desea matarte. No te aconsejo salir, no hay ninguna motivación, nada que puedas ambicionar. Es mejor que vayas a la sección de "Piscina y Jardín" para hacerte una idea de lo que fue -o pudo haber sido- una vida de verdad.
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