lunes, 21 de julio de 2025

El relato de julio: "Cita a ciegas"

 Inspirado en una idea original de Helena Tejera

 

                El lugar no tenía nada de particular. Nada hacía pensar que era uno de los restaurantes más de moda de la ciudad. Al menos en aquella salita de espera anodina, que lo único que alojaba era a varios futuros comensales aguardando, expectantes, por lo que prometía iba a ser la experiencia gastronómica de sus vidas. Al menos, hasta la siguiente temporada.

                -Me llama mucho la atención esto del “restaurante a ciegas” –conversaba Oliver con una mujer que tenía al lado, a la que no conocía de nada, pero que, como él, iba a ser uno de los afortunados aquella noche-. Cuando Adrián me invitó, me puse a pensar en posibilidades, y me volví loco. Yo es que soy muy aficionado a las novelas de Agatha Christie, ¿sabe?, y me imaginaba una reunión, todos a la oscuridad, sentados a la mesa, y que hubiera un asesinato… O, qué sé yo, que consiguiera juntar a todos mis herederos, en el futuro, en una cena como ésta, y les dijera “el que haya sobrevivido cuando encienda la luz, heredará toda mi fortuna”. ¿No le parece hilarante?

                -Eh… sí, claro –gruñó la mujer, no muy convencida de aquellos argumentos. La pareja de Oliver, Adrián, intervino con prestancia:

                -No le haga caso. Le gusta mucho el humor negro.

                -Uy, es verdad, creo que me he pasado –se disculpó Olivier-. Es que no todo el mundo entiende mis chistes. Menos mal que tengo a Adrián para advertirme de vez en cuando con un “cariño, te estás pasando”… Pero bueno, como yo digo, al final se me acaba queriendo, o al menos él, ¿verdad, Adrián? –dijo complacido mientras acariciaba a su compañero de vida por la zona de la mandíbula, donde su media barba rascaba de modo agradable-. No sé qué haría yo sin él. Tres años llevamos juntos. Y ahí estamos, tan felices como el primer día.

                Ahí la mujer desconocida parecía más cómoda, y de hecho dio la impresión de que iba a decir algo, pero entonces llegó una de las camareras del restaurante, quien interrumpió su conversación.

                -Buenos días, bueno, ya buenas tardes… Bienvenidas, damas y caballeros, a su velada en “Cena a ciegas”, donde tendrán la ocasión de degustar platos exquisitos, como bien saben, en la más absoluta oscuridad. Nuestros camareros invidentes les conducirán uno por uno a su sitio, de tal manera que, aunque estarán todos juntos en la misma sala, cada pareja o grupo de comensales tendrá su propio rincón donde disfrutar de su cena con intimidad. Después, les iremos trayendo los platos, que están preparados para que los puedan degustar con total facilidad con el tenedor y la cuchara que tendrán a los lados. La ventaja de hallarse privados del sentido de la vista es que podrán gozar con total intensidad del sabor de los alimentos, y el hecho de no saber que están comiendo no condicionará sus percepciones. Empezamos pues: ahora iremos nombrando a cada uno de ustedes y, por orden, uno de nuestros camareros les colocará en su asiento.

                A Oliver le tocó su turno cuando ya habían pasado la mitad de los invitados, incluyendo Adrián. Se sintió un poco nervioso conforme el camarero le desplazó delicadamente a través de las sucesivas puertas generadas a base de cortinas de terciopelo, las cuales les iban conduciendo, conforme las apartaban, a zonas de de mayor penumbra, hasta desembocar en la oscuridad más absoluta. Cuando se sentó, Oliver se agitó inquieto:

                -¿Adrián, estás ahí? Dime que estás, por el amor de Dios…

                -Sí, estoy –respondió lacónico Adrián. El tono cansado ya le debió de dar pistas a Oliver, pero este último se hallaba demasiado embargado por la emoción como para percatarse.

                -Ay, qué chulo, Adrián, esto es estupendo. Muchas gracias por el regalo. Todo me parece tan maravilloso…

                -Oye, hay una cosa que quería decirte…

                -Ya verás cuando se lo cuente a todas nuestras amigas. Les va a encantar…

                -No te he traído sólo para disfrutar de la comida…

                -¡Ay, alguien me ha tocado!¿Qué ha pasado?

                -Perdone, señor, soy su camarero. He venido a traerle los aperitivos.

                -Ay, gracias, ya pensé que me querían meter mano. Oyoyoy, qué bien huele todo.

                -Gracias, señor. Mi compañera y yo les dejamos estos entrantes y nos marchamos.

                -Muchas gracias… ¿cómo te llamas?

                -Andrés.

                -Muchas gracias, Andrés, te vemos luego… Uy, en serio, qué bien huele esto. ¿Y qué será? Voy a tocarlo con el tenedor a ver qué textura tiene. Oye, Adrián, ¿y qué me querías decir? Cuéntame, cariño.

                -Que te dejo.

                El cubierto se le cayó de las manos a Oliver encima de plato, y ante la ausencia de luz, resonó más de lo habitual, y provocó que las otras personas que se hallaban en la misma habitación, pero en otras mesas, volvieran la cabeza, a pesar de la inutilidad del gesto, porque no podían ver nada. Sin embargo, a Oliver no le importaba el resto del mundo: ahora sólo tenía ojos –es un decir- para su reciente ex pareja.

                -¿Pero… por qué?

                -Mira, te podría dar unas cuantas razones, pero no creo que importen mucho. El caso es que ya no me gustas y que no quiero seguir contigo. Llevo tiempo queriéndotelo decir, pero cada vez que hago la más mínima insinuación, me pones esa carita de corderito degollado con la que, de verdad, no puedo, no puedo. Así que he decidido cortar aquí. No era mi primera opción, pero me has obligado a hacerlo de esta manera.

                Durante unos segundos se hizo el silencio, que Adrián vio necesario rellenar:

                -Al menos, así podremos tener un último buen recuerdo. Una comida, agradable, en un buen restaurante… Es una buena despedida, ¿no? Creo que he sido muy considerado.

                Sólo a mitad de frase se dio cuenta de que Oliver estaba llorando. No de manera discreta, no, aunque así parecía al principio: porque unos segundos más tarde, cuando subió el volumen, era evidente que sollozaba como una magdalena, sin freno y ninguna clase de control. Tanto, que empezaron a escucharse bisbiseos desde las otras mesas. Adrián se rebulló incómodo en su asiento: estaba claro que no se había pensado mucho lo que, en un primer momento, aparentaba ser una buena idea.

                -Oliver, no me parece apropiado…

                -¿Y qué más da lo que te parezca, si ya no estamos juntos?¿También me vas a decir cuándo llorar?-se escuchó cómo Oliver se sonaba los mocos estruendosamente; a causa de la oscuridad, bien podía ser con una servilleta.

                -Oliver, esto es muy violento…

                -¿Violento?¿Y qué esperabas que dijera: <<uy, qué cosas, me dejas, bueno, qué le vamos a hacer, mira, qué rico está el salmón>>? El salmón o la mierda que sea esto, porque a mí no me sabe a nada. Necesito ver algo, maldita sea –el tenedor resonó varias veces, clavándose en el plato como si estuvieran acuchillando una escultura de mármol.

                -Oliver, deberíamos tomarnos esto como personas civilizadas que somos…

                -¡Te voy a dar yo a ti civilización!-se escuchó el ruido de un cuerpo desplazándose hacia adelante sobre la mesa, y seguramente se hubiera oído cómo el tenedor se ensartaba sobre la carne, de no ser porque un aullido de dolor reverberó por toda la sala.

                -¡Ay!-gritó Oliver, retirando el tenedor y taponándose la herida de una mano con la otra, menos dolido en los músculos dañados por el afilado metal que en el orgullo-. ¡Por favor, necesito ayuda!

                -Hola, señor, soy Andrés –sintió Oliver una mano sobre su codo-. Voy a llevarle a un lugar donde haya luz para poder tratar su herida. Por favor, déjese llevar por mí.

                -Ay, gracias, Andrés. Qué dolor, qué dolor.

                Oliver permitió que el camarero le desplazara a lo largo de sucesivas salas hasta llegar a una donde había un botiquín y un par de asientos. Andrés le sentó sobre uno de ellos y, tras abrir el botiquín y tantear su contenido, empezó a manipular el instrumental médico como si conociera de manera perfecta donde se hallaba cada medicamento. Tanto, que Andrés se preguntó si los nombres de las drogas estaban escritos en Braille en los botes.

                -Por favor, indíqueme dónde tiene la herida –le rogó Andrés, mientras se sentaba, con el objeto de aplicarle un algodón empapado en alcohol sobre la zona lesionada.

                -Aquí –obedeció dócil Oliver, llevando la mano del camarero hacia la sección de piel de donde aún manaba la sangre-. Oye, Andrés, ¿te ha tocado hacer muchas veces cosas de éstas?

                -Se sorprendería –apuntó el camarero-. De todas maneras, ya le he dicho a mi compañera de servicio que me parece que lo que ha hecho su pareja está feísimo. De hecho, ella me ha respondido que no tenía interés en volver a esa mesa en lo que queda de noche.

                -Gracias, amore –le colocó la mano en el pecho Oliver-. Uy, cuánto músculo, ¿no irás al gimnasio?

                -Lo dicho, señor, yo nunca le hubiera planteado una encerrona como ésa. No les conozco a ninguno de los dos, pero ésas no me parecen formas… A mí me han dejado de todas las maneras posible: por mensajes de texto, por carta… Un novio me dijo una vez que le esperara a la puerta de un Primark porque tenía que hacer unas compras… y todavía le estoy esperando. Incluso alguien me deslizó un fragmento de papel debajo de la puerta y se largó a toda velocidad, antes de que pudiera confrontarle.

                -Ah, pues sí que hay bastante variedad. ¿Y, de todas esas experiencias, cuál ha sido la peor?-preguntó, vivamente interesado Oliver.

                -Bueno, señor, soy de la minoritaria opinión de que al final lo de menos es cómo te dejen, sino lo importante que ha sido esa relación para ti y, por tanto, cuánto significa esa ruptura. Claro que prefiero verlo de una manera optimista, y encontrarle el lado bueno.

                -¿Y ése cuál es? Porque ahora mismo, Andrés, lo necesito mucho.

                -Pues que ahora tienes una nueva oportunidad para que alguien te pueda enamorar.

                En cuanto dijo esto, concentrado como se hallaba en curar la herida en la mano, Oliver apoyó su dedo sobre el mentón de Andrés, lo levantó, y le plantó un suave beso en los labios. Lo que ocurrió a continuación lo omitimos, para dejar espacio a la intimidad. Lo único que vamos a decidir que las luces permanecieron encendidas, y los ojos de Oliver, abiertos.

                Mientras tanto, en la sala oscura, Adrián, que ya había terminado los entrantes y tenía hambre, susurraba entre tinieblas:

                -¿Camarero?¿Oliver…?

                Sólo escuchaba el silencio.

                -¿Alguien…?


lunes, 7 de julio de 2025

El libro y las historias reales de julio: "Atlas novelado de los volcanes de Islandia"


Los volcanes son un fenómeno fascinante. En Islandia, forman parte no sólo del paisaje, sino también de la historia que ha ido modelando a la isla y a sus habitantes. No extraño entonces que, cuando Leonardo Piccione escribió este libro, decidido a dedicarle unas cuantas páginas a cada volcán mínimamente importante del país, haya condensado en ella buena parte de la evolución de la isla y de los acontecimientos más relevantes que ha vivido. Entre algunos de los extraordinarios hechos que el libro narra (relacionados de una manera más o menos tangencial con cada uno de los accidentes geográficos que menciona) se encuentran, por ejemplo:

-Los curiosos nombres de los volcanes, y los intrépidos intentos por escalarlos. Como resumen: la muerte en Islandia acecha a cada instante. También se habla de otras formas sorprendentes de morir o casi fallecer: desde gente que desaparece sin dejar rastro hasta un avión atrapado en el hielo. Eso sí, parece que eso no quita que muchos islandeses y extranjeros quieran acercarse a los volcanes más de lo conveniente.

-Los tsunamis de hielo, que ocurren cuando el magma de un volcán deshiela un glaciar y no sólo se producen inundaciones, sino que grandes icebergs pueden desprenderse para invadir carreteras y caminos.

-El día que les vendieron las auroras boreales a los suizos.

-El director de cine que le paró un penalti a Leo Messi.

-La creencia de los islandeses en los elfos, a pesar de que los volcanes fueron claves para pasar del paganismo a la religión cristiana. Además de leyendas sobre guerreros, criaturas mitológicas y brujas.

-El acto por el que los rorcuales se ponen en contra de las orcas para defender a los animales más débiles contra las que estas última se enfrentan. El porqué de este comportamiento aparentemente altruista no lo conocemos, y sólo existen atrevidas especulaciones. El libro también habla de otro tipo de ballenas, de caballos y de osos polares, y (por qué no) de microbios.

-La curiosa relación de los volcanes islandeses con los pintores prerrafaelitas, con Bobby Fischer, con Disney, con Hemingway y con Julio Verne; un italiano, incluso, llega más allá y cree que la Divina Comedia de Dante es parte de un mensaje secreto a través de los siglos que señala en dirección Islandia. Hay que decir que Islandia es tierra de escritores y, de los autores locales -y sus historias-, se habla también en el libro.

-Por supuesto, las llamativas sagas islandesas -e incluso hechos históricos confirmados, dignos de una saga-, que hablan de mitos ambientados en un entorno geográfico todavía reconocible, pues en él no han cambiado tantas cosas desde hace 12 siglos (Islandia fue la última parte del mundo en ser colonizada por el hombre, si descontamos la Antártida). Por supuesto, no faltan relatos de vikingos.

-La huelga de los trabajadores que se quejaban de que sólo comían salmón.

-El cura que rezó porque la lava no llegara a su iglesia... y la lava se paró. Por cierto, fue durante la erupción del Laki en 1783, que puso en peligro a la totalidad de la población islandesa, afectó a las cosechas de Europa y, según muchos, fue uno de los detonantes de la Revolución Francesa. Otras erupciones volcánicas tuvieron imprevisibles consecuencias en el resto del mundo (entre otras la creación del mito de Frankenstein o la invención de la bicicleta).

-Las alcas y su triste extinción.

-Qué ocurre cuando nace una isla nueva.

-La historia de la Pompeya del norte (que ya contamos aquí) y, muy cerca de la isla donde aconteció, la de un hombre que resistió al agua helada durante horas. Un milagro de la naturaleza, como también la importancia de las algas y cierto tipo de vegetación en el país.

-La historia de Alfred Wegener, un hombre de vida apasionante que no tuvo nada que ver con Islandia, aunque le hubiera venido bien.

-La historia de "el hombre que se robó a sí mismo": el primer islandés negro.

-La relación de Islandia con la exploración del espacio.

-Por supuesto, consecuencias de erupciones volcánicas, y la forma en que los islandeses se enfrentan a ellas. El libro parece muy bien documentado en la cuestión vulcanológica y en varias áreas científicas, aunque algún error he encontrado (por ejemplo, el de sacar a colación el famoso bulo de "la memoria del agua").

-Cómo el cambio climático puede influir en que la actividad volcánica se incremente en los próximos años (por culpa de la desaparición de los glaciares que los mantienen hasta cierto punto controlados).

El libro remata con un epílogo donde explica (también de manera bastante evocadora, y mezclando presente y pasado, como caracteriza el estilo de este texto y otros similares) lo que sabemos del vulcanismo desde las primeras divagaciones de los filósofos hasta nuestros días.

Como colofón, un apartado final no sólo señala bibliografía, sino que proporciona información adicional bastante jugosa, aunque dificulta un poco la lectura, pues obliga a retomar conceptos descritos bastantes páginas antes. Puede ser una buena excusa para hacer repaso del libro. Que, como véis, aporta bastante información, y da para releerlo un par de veces. Espero que os guste.

martes, 1 de julio de 2025

La historia corta de julio: "Cuando la Parca venga a buscarme"

                Cuando la Parca venga a buscarme, no la insultéis, ni le indiquéis mal el camino: a una señora mayor hay que invitarla a un sillón cómodo y ofrecerle un té, para que se sienta cómoda.

                Cuando la Parca me lleve, no quiero llantos ni miedos. Montad en cambio una fiesta: poned música, proyectad cine, traed libros. Comed como si fuera el último día, porque puede serlo; recomendaos series para los próximos seis meses, porque hay que aprovechar el tiempo.

                Gastaos poco dinero en mi funeral: invertidlo mejor en viajes. Si es posible, que mi ataúd sea biodegradable: no quiero robarle nada a la Tierra, ahora que vuelvo a ella. En la fiesta, poned contenedores para reciclaje: porque este planeta nos tiene que durar mucho, también para los que no estamos.

                Y esa noche, cuando gocéis del tiempo con vuestras parejas, o con un individuo desconocido que os guste, follad, follad muchísimo, y hacedlo a mi salud. Vuestra alegría es el mejor homenaje que podéis darme.

                Cuando la Parca venga a buscarme, recordad: la muerte no es un mal final, siempre que hayas vivido.