Todo comenzó cuando leí este
artículo. Se trata de una traducción de una conferencia impartida por
Philip K. Dick en la ciudad de Metz en 1977, titulada “Si
crees que este mundo es malo deberías ver algunos de los otros”. Aunque el
propio Dick aseveró: “Un
artículo de periódico sobre este discurso bien podría ser titulado «Autor
afirma haber visto a Dios pero no puede explicar lo que vio»”.
Lo que voy a
describir es esa conferencia, después de una breve introducción. Es decir, que
podéis leer directamente la traducción: eso sí, el discurso debió de durar unas
tres horas; es denso, errático, y en muchos sentidos rayano en la locura. Yo,
en cambio, intentaré resumirlo -y “traducirlo”- lo más posible.
Muchos sabéis
que Philip K. Dick tenía (o, al menos, eso se considera, en el mundo racional
que le tocó vivir) problemas mentales, probablemente debido a una esquizofrenia
que se agudizó por el consumo de drogas. Decía hablar con Dios y con su gemela
muerta (fallecida en la temprana infancia), y que en esta comunicación mediaban
satélites artificiales. Creía -aunque hay controversia acerca de esto- que un amigo
escritor era en realidad una personalidad falsa, creada por la KGB, con el
objetivo de secuestrarle. Hay una leyenda urbana que cuenta que adivinó una
enfermedad rara de su hijo que él no tenía manera alguna de conocer: quiero
pensar que, como casi todos los relatos de este tipo, son fruto de una mala
interpretación, una información que permanece oculta a sus biógrafos o,
simplemente, una aguda perspicacia entremezclada con dosis de casualidad
afortunada. Sus obras, influidas por el consumo de sustancias químicas, son a
menudo lisérgicas (las que no escribió bajo la acción de las drogas no las
recuerda casi nadie), al igual que este discurso, que debió de ser doblemente
complicado de entender al contar con un traductor al francés.
En este
discurso, Dick se lanza a revelar una verdad que hasta ahora no se había
atrevido a confesar: algunos de sus libros no son ciencia ficción, sino que se
basan en una creencia verdadera. Él cree que hay un Programador-Hacedor que
controla nuestro universo. De hecho, lo va mejorando día a día. Crea nuevas
realidades, pero las cambia de tal modo que, para nosotros, es como si la
verdad siempre hubiera así (como insinúa el propio Dick: ¿por qué iba Dios a
anunciar su Segunda Venida, cuando podría hacer que su Segunda Venida hubiera
ocurrido hace milenios?). Por eso, no nos damos cuenta de estas alteraciones
sino a través de sueños, déjà vus, alucinaciones inducidas por
anestésicos -él empezó a conocer estos hechos a raíz de una visita al dentista-.
Dick no cree haber sido el primero en llegar a conocer esta serie de fenómenos
que, como afirma, no pueden ser demostrados, pero en los que confía plenamente:
sin embargo, se plantea que quizá sí es el primero que ha decidido verbalizarlo
en voz alta, allí, delante de una audiencia que, como yo, esperaba
disertaciones más o menos especulativas sobre el futuro de la ciencia ficción.
La cosmogonía
que expone Dick se parece muchísimo al cristianismo y otras religiones del
Libro (él mismo habla de “religiones reveladas”), sobre todo porque contrapone
un Adversario, el cual se opondría al plan del Hacedor y generaría el caos y la
imposibilidad de moverse entre esos mundos recién creados, pero que cuenta con
la desventaja de ser ciego, lo cual siempre le da ventaja al Hacedor. El propio
Dick recuerda que Cristo mencionó que “mi Reino no es de este mundo”, y con
ello anunció que su Reino en puridad son una serie de realidades superpuestas
de las que podemos ser conscientes, y viajar entre ellas, aunque el secreto de
cómo hacerlo se perdió tras la crucifixión de Jesús por parte de los romanos
(supuestamente, es lo que trataba de comunicarle a los apóstoles: no sé qué
opinarán, sobre esta conversión de la religión del terreno moral al cuántico,
los cristianos más fervientes), y quedamos pues privados de ese conocimiento.
Así pues, hay
una serie de realidades “laterales” (ortogonales, cabría decirse; mundos
paralelos, pero que en realidad se entrecruzan) por las que vamos pasando,
siempre hacia una mejor, porque el Hacedor siempre perfecciona las cosas, como
el mecánico que en cada repaso repara un poco más el coche, o el autor que
matiza su novela, aunque nunca alcance la versión perfecta y definitiva. Dick
ha atisbado alguna vez esos pasados, y los ha descrito en sus libros: quizá por
ello haya esa frecuencia (en su obra, o en la de los escritores de ciencia
ficción en general) a imaginar distopías. Habla de un mundo en el que Richard
Nixon nunca fue depuesto, menciona épocas oscuras en las que todos fuimos
esclavos. Dick cuenta durante la charla que ha plasmado esa versión del mundo
en una de sus historias, que muchos de personajes han sufrido esta “transición
entre universos” en sus novelas, y también que, como ocurría en El hombre en
el castillo, él predijo que un día una mujer vendría a terminar de
confirmarle sus impresiones, y que así había ocurrido, recientemente: una mujer
que había acudido con la excusa de que era una lectora que estaba deseando
conocerle.
No puedo
imaginarme mejor novela que ésa que Dick narraba en esta conferencia: un hombre
que es capaz de moverse entre universos, con la misma facilidad con la que un
espectador que se ha colado en el backstage de un teatro puede cambiar
de escenario a través de la simple magia de cruzar una cortina. Un individuo
que conoce el secreto más recóndito y mejor guardado del universo (dice que en
una ocasión tuvo la oportunidad de contemplar en directo al
Programador-Hacedor), mientras el resto de la humanidad habita en la
ignorancia. En el fondo, además, demuestra una concepción optimista de la vida:
el mundo siempre va a mejorar, porque el Hacedor se asegurará de que siempre
haya sido mejor. Cualquier mal que te aflija, no te preocupes: seguramente
se modificará en el siguiente cambio, así que no hay nada sobre lo que te
tengas que preocupar demasiado.
Obviamente,
mi mente racional dice que todo esto sin duda eran desvaríos de un cerebro
trastornado. Literariamente, sin embargo, me encantaría que una realidad tan
impresionante fuera cierta. Me parece la concepción del mundo más original
desde Emanuel
Swedenborg. En buena medida, desearía que fuera verdad.
Con Philip K.
Dick, y sus alambicadas historias, siempre tienes la tentación de pensar: “es
posible que tuviera razón”.
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