El otro día tuve la oportunidad de ver El estrangulador de Boston, una película estupenda de 2023 alrededor de la serie de asesinatos que sacudió a Boston en los años 60, muy distinta -y, en mi opinión, mejor- que la primera versión del tema protagonizada por Tony Curtis (por cierto, si no queréis saber nada de estas películas, mejor no sigáis, que vienen spoilers). Y se me ocurrieron un par de reflexiones -nada originales, sin duda, y que no abarcan la totalidad del tema- que a lo mejor pueden interesar a algún lector.
Vamos a acotar primero los términos. Como muchos ya sabéis, aunque el cine (muy imbricado en estos temas) ha puesto en la mente de todos la imagen de un hombre que mata a un determinado perfil de víctimas por un impulso retorcido de su mente, el término "asesino en serie" no es un término clínico, sino policial. Se refiere a aquel individuo que asesina a varias personas (tres es el número mínimo aceptado) en un límite relativamente corto tiempo, pero no siempre se debe a un problema mental. Por ejemplo, hubo un caso (descrito en el libro Mind Hunter, que inspiró la serie de televisión, y que trata a fondo estos temas) de un hombre que entró en una residencia para señoritas para agredir sexualmente a una de ellas y, por culpa de que iba encontrándose con testigos incómodos, tuvo que matar a varias mujeres de golpe. Ese individuo, aunque técnicamente es un asesino en serie, en realidad sólo lo es porque le obligan las circunstancias. Pero no; nosotros vamos a referirnos al caso tan cinematográfico que han publicitado Mindhunter, Mentes criminales o la saga de Hannibal Lecter: una persona que mata a una víctima, y luego otra, y luego otra, sin motivo personal aparente, y que, sin no lo detinenen, volverá a matar.
El tipo humano lo conocemos todos: suele ser un hombre, con frecuencia blanco y de un país anglosajón, al que un trauma del pasado o una personalidad con tendencia a la violencia lleva a matar, en ocasiones de maneras muy específicas, elaboradas e imaginativas, y casi siempre a un rango muy concreto de víctimas. El concepto empieza a popularizarse después de la Segunda Guerra Mundial, y a raíz de ciertos especialistas en la elaboración de perfiles en Estados Unidos (por ejemplo, los agentes del FBI que escribieron el libro Mind Hunter). No obstante, con los años, la definición se ha ampliado mucho: ahora abarca a mujeres y gente de otras razas y países (con, además, muchas variantes en cuanto a su comportamiento criminal), aunque el esquema original sigue siendo el más popular, tanto en el imaginario colectivo como en la ficción.
Clínicamente, a estos individuos se les incluye dentro del trastorno antisocial de la personalidad: es decir, gente que no acata las normas y que no sienten excesiva compasión por el sufrimiento humano. Dentro de él, algunos especialistas distinguen ciertos perfiles (por ejemplo, bajo el término "psicópata"). Sin embargo, hay una cosa que debe quedar clara: no todos los "psicópatas" ni la gente con trastorno antisocial de la personalidad son asesinos. De hecho, la mayoría viven perfectamente integrados entre nosotros: quizá muchos no sean las personas más simpáticas del mundo (aunque, con frecuencia, son capaces de pasar por muy buenos vecinos), y unos cuantos suelen tener problemas con la ley o con otros congéneres, pero eso no significa que todos vayan por ahí matando gente. Es muy importante erradicar esos tópicos, porque, no lo olvidemos, la mayor parte de los criminales no tienen trastornos mentales, y la mayor parte de los enfermos mentales tampoco son criminales.
Pero ahora, vamos a entrar en el tema. En El estrangulador de Boston, una película muy bien dirigida, y estupendamente protagonizada por Keira Knightley, se realiza una afirmación muy interesante: dice que, en efecto, es probable que hubiera una persona que estrangulaba en Boston con unos métodos muy concretos. Lo hacía a mujeres que vivían solas, ancianas, a las que estrangulaba y les dejaba colocada en el cuello una media, a modo de lazo. Sin embargo, algunas de las teóricas 13 víctimas que dejó el estrangulador de Boston no encajan en ese perfil. Lo que insinúa esa película es que es posible que otros individuos aprovecharan el escándalo del estrangulador de Boston para cometer sus propios delitos y que le echaran la culpa al asesino. Algunos habrían matado a esas mujeres por motivos personales (una secretaria embarazada del sospechoso, casado y con hijos, lo cual le suponía una incomodidad), y otros serían diferentes agresores sexuales que, simplemente, habrían aprovechado los modus operandi del asesino para que los auténticos autores pasaran desapercibidos. La película elabora una teoría que, como todas las que implican a este tipo de asuntos, nunca podremos demostrar si es verdad. De hecho, seguramente lo más inquietante del film es que menciona que uno de los sospechosos de haber matado a alguna de las víctimas del estrangulador de Boston salió libre, y nunca volvió a saberse de él. Su nombre nunca se hizo público, y quién sabe lo que hizo después de que la policía y los periodistas le perdieran el rastro.
Pero me llama la atención la idea de gente que aprovecha un asesinato para tapar otro. Algo parecido se ha hablado acerca de los crímenes de Ciudad Juárez. Como sabéis, en esa zona ha habido una cantidad inmensa y terrorífica de feminicidos (más de seiscientos desde finales del siglo XX). Las causas seguramente son complejas: Ciudad Juárez es una ciudad fronteriza, pegada a su equivalente en Estados Unidos, El Paso. En ese sentido, la frontera con México se ha convertido en una distorsión: mientras que El Paso se mantiene bucólica y sin crímenes, todo el que quiere hacer algo turbio traspasa la línea de delimitación entre ambos países, y por eso Ciudad Juárez se ha convertido en uno de los lugares más peligrosos del mundo. Además, como siempre, el capitalismo tiene mucho que ver: hay un montón de dinero implicado en el hecho de que ciertas fábricas se instalen en Ciudad Juárez (donde los costes laborales son más baratos) para luego vender sus productos en EEUU. Estas empresas contratan normalmente a mujeres jóvenes y vulnerables -las llamadas "maquiladoras"-, a las que les ofrecen salarios de miseria. Con frecuencia estas mujeres tienen que volver a casa solas, después de turnos interminables, de noche, en un lugar donde existen toda clase de personajes peligrosos, entre otras cosas porque (cómo no) Ciudad Juárez también es uno de los lugares de paso de las principales rutas de comercio de droga del mundo, pues desde la zona de la producción (Hispanoamérica) pasan al lugar de consumo (Norteamérica).
Cuando empezaron a revelarse estos feminicidios -con números que dan miedo y acongojan- muchos los atribuyeron al tráfico de drogas, a peleas entre cárteles, a esa complicada situación social, aunque también hubo teorías mucho más conspiradoras y "peliculeras" (hay una cinta, por cierto, Ciudad de silencio, que toca el tema, exponiendo con cierto acierto sus diferentes aristas). Sin embargo, poco a poco se fue haciendo evidente que las muertes de mujeres no se deben a un asesino en serie individual. Sino que, al final, aquel lugar se ha convertido en un pozo negro: todo aquel que tiene una cuenta personal que ajustar, o que pretende dar rienda suelta a su misoginia, aprovecha la fama de los feminicidios de Ciudad Juárez para que su crimen se convierta en uno más de la lista, en un nombre más en la multitud. En las muertes de Ciudad Juárez se entremezclan, pues, asuntos mafiosos, crímenes individuales, probablemente más de un violador y asesino en serie, y, sobre todo, muchísimo odio a las mujeres. Como dicen en la versión moderna de El estrangulador de Bostón (traduzco del original en inglés), <<(...) creasteis un mito, y necesitaba ser detenido. La gente quería creer que era Al [Albert de Salvo, el hombre acusado por la policía de los crímenes de "el estrangulador de Boston"], pero necesitaba creer que era Albert. La alternativa era demasiado perturbadora (..) Que hay demasiados Albert De Salvos ahí fuera. Y que nuestro pequeño mundo seguro es una ilusión. Los hombres matan a las mujeres. No empezó con Albert, y es seguro como el infierno que no terminará con él tampoco>>.
En ese sentido, me he acordado también de la reflexión final que aporta Alan Moore en el epílogo de su obra From Hell, acerca de los crímenes de Jack el Destripador. El lúcido Moore indica que, normalmente, lo que nos gusta (a los que nos sentimos atraídos por los casos de asesinos en serie) es la resolución del misterio, como si fuera un complicado puzzle cuyo dibujo, una vez encuentras la pieza adecuada, queda expuesto en su totalidad. Pero, en realidad, la vida real no suele ser así: los hechos reales son fragmentarios, inconexos, muchas veces carentes de sentido, donde nadie tiene la perspectiva global del alambicado caleidoscopio de la verdad. Nunca tendremos una visión clara e inequívoca de quién fue Jack el Destripador hasta los últimos detalles, nunca viviremos esa revelación mágica ("fue el médico de la reina", "el pintor", "el misterioso hombre americano") que queda tan bien en las películas. Ésa es sólo nuestra ambición, la de personas que deseamos encontrar orden en un mundo de caos, y que también anhelamos que, una vez atrapes al asesino, se acabe el peligro. Pero si salimos del juego policial del gato y el ratón, o de los detectives aficionados de las novelas, las cosas no son tan sencillas. Y, por supuesto también, nunca son fáciles de solucionar.
Quizá, de una parte de todo esto, tengamos culpa los propios escritores, sobre todo los que (no puedo negarlo) sentimos una cierta fascinación por este tipo de historias. Como dice Antonio Muñoz Molina, tendemos a endiosar como seres astutos y sofisticados a criminales normalmente mediocres y egoístas, y parece que la proliferación del género del true crime hoy día sigue esa misma tendencia. Sin embargo, creo importante hacer una distinción: como siempre, hay una gran distancia entre la ficción (donde encuentras a villanos muy atractivos, como el propio Hannibal Lecter), y la realidad, en la que los malvados suelen ser bastante más aburridos, insoportables, predecibles y, sobre todo, cercanos a nuestros vecinos de lo que nos gustaría. Hay cosas que toleramos en la literatura o el cine (o en el pasado lejano, donde casi se han convertido en ficción), y que no podemos juzgar igual para nuestra vida cotidiana. Es importante trazar esa línea, para no dar más importancia a los asesinos que a las víctimas y, sobre todo, para hacer justicia a estas últimas. De no ser así, puede que cometamos errores que lleven a más dolor y sufrimiento. Y, en este cúmulo complejo de factores que forman parte de un crimen, conviene que no aportemos un granito más de mal.
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