Cuando Bulsu dijo que se marchaba del pueblo a ganarse la vida en el extranjero, el alcalde le llevó al gran almacén a las afueras de la villa, abrió el local con la llave que portaba siempre al cuello, entró, y sacó un enorme acordeón que entregó a Bulsu:
-Toma, compañero, con esto podrás intentar ganarte la vida allá afuera… igual que tu primo Konya y tu hermano Radomir.
Bulsu recogió aquel objeto sin saber cómo agarrarlo.
-Pero, alcalde
-contestó el futuro emigrante, sujetando el instrumento con la misma precaución que si se tratara de un tejón-, si yo no sé nada de cómo tocar este engendro
del demonio. Como no me den dinero por pena…
El alcalde miró con
sonrisa ladeada, como observando a un espectador invisible.
-Bueno, tu primo y
tu hermano tampoco sabían… Ahí está la gracia.
Y rio de manera sardónica y cruel…
El chico y la chica seguían comiendo pipas en el parque, mientras se escuchaba de fondo el sonido del acordeón que alguien tocaba.
-¿Y tú crees de
verdad que ése es el motivo?
-Es una venganza,
seguro. Algo le hemos hecho a ese país. De no ser así, no sé cómo se explica
tanta crueldad.
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