María
Me llaman de muchas formas, la mayor parte de las cuales son extrañas a mí.
Me llamo simplemente María.
Es duro ser la otra. Sobre todo, cuando ella es el resto del mundo. Es duro amar a un hombre, que sin embargo, tiene cosas mucho más importantes a las que atender, la humanidad entera.
Es duro ser la enamorada de Dios.
Ahora se dedican a decir que es el hijo de Dios. Muchas veces me preguntan qué se siente al caminar junto a un ser divino, y la verdad, no sé muy bien qué responder. Yo no sabía todo esto cuando estaba junto a él, ni tampoco lo sabían los apóstoles. Todavía dudo si creérmelo del todo. ¿Era, realmente, el hijo de Dios? No sé, ¿en qué se ve eso?, en los ojos, en las manos… Para mí era solo un hombre. Y para mí, todo el mérito que tenía, era precisamente porque se trataba de hombre… Si es hijo de Dios o no, no lo sé, la verdad, tampoco me importa demasiado, como no me importan todas las vueltas que le quieran dar acerca de su vida, o si eran auténticos los milagros… A mí eso me da igual… Me trató bien… Y eso era lo único importante.
Ahora dicen que era descendiente del rey David. Que vinieron tres reyes magos a verle en su nacimiento. Que estaba elevado a las más altas esferas, y que come con ángeles y gloriosos antepasados. Pero en aquella época, los que estábamos con él éramos lo peor de entre cada casa, los pecadores, los pobres, los más míseros de entre los míseros… Pero ahora no, su figura está envuelta en un aura de luz, un reflejo brillante que no admite que la manchemos las que trabajamos de puta… Incluso tratan de desmarcarse de Judas, ahora parece que era el apestado del grupo, cuando en realidad era el más cañero, era el que se los llevaba siempre de farra… Ahora es cuando me pregunto si Salomón, en el fondo, no fue sino un hombre normal, y la famosa reina de Saba, era la pescadera del pueblo… Es lo que tienen las leyendas, que cuando establecen un cierto listón, se hacen estrictas para permitir entrar a determinadas personas que en el fondo, fueron las que las crearon…
Pero a mí eso me da igual. A mí lo único que me importa es que él ya no está. Todos celebran el milagro de su vida y su resurrección, pero a mí lo único que me importa es que está muerto, y que ya no le puedo tocar… No sé qué hacen todos repitiendo todo el rato su muerte, consagrándole con su pan y con su vino, parecen como si estuvieran contentos, como si, en el caso de haber seguido vivo, les estuviera molestando por no haberles permitido montar el chiringuito que ahora mismo andan por organizar… Ha muerto, y poco más me importa… No sé si está en el cielo o en el infierno, lo único que me importa es que el único hombre que no me trató como una puta, ya no está aquí…
Y el crucifijo… Qué coño hacen adorando ese crucifijo, y enseñándoselo a los niños… Por Dios, allí mataron a un hombre, allí torturaron a la muerte a uno de vuestros amigos, ¿qué diablos hacéis presentándolo como si se tratara de una reliquia sagrada?¿Dónde estábais vosotros, escondidos mientras otras le llorábamos, allí, al lado de su madre enfrente de esa nefasta cruz, mientras consolábamos a la otra María y tratábamos de taparle la cara para que ella no viera a su hijo ensartado en un palo?¿Dónde estábais vosotros cuando yo era la única que podía enjugar las lágrimas de su madre y ni tan siquiera podía explicar quién era yo ni qué relación tenía con su hijo, y trataba de taparme la cara de vergüenza para que nadie me reconociera ni pudiera decirle quién era yo? Ahora, cada vez que veo un crucifijo, me entran los siete males. Es un instrumento de muerte y tortura y la estáis convirtiendo en símbolo de vuestra nueva fe. ¿Qué clase de fe es esa?, me preguntó yo. Y cuando me presentan como el alma arrepentida, yo me río. Sabréis vosotros, lo que llevar una vida repleta a manos llenas de pecado, de qué cosas no me arrepiento, y que otras en cambio, lamento muchísimo…
Paseo por las calles, por los escenarios donde estuvo él… Ahora empieza a ser escenario de peregrinación, parecen turistas, pero a mí la verdad me la pela, éstos fueron los lugares, sin más, donde yo hablé con él, donde me relajó con palabras serenas, era un rasgo propio suyo, no te decía nada, pero su propio tono de hablar, tan tranquilizador, servían de sobra para ahuyentar todos los problemas. Nunca quiso tocarme, al principio lo dudé, pensé que me rechazaba, que no quería ligarse conmigo de ninguna manera, luego aprendí que él era distinto, diferente, que siempre le gustaba hacer las cosas, a su manera… No me importó. En contraste con los tocacoños habituales, me pareció especial… Lo haremos a tu modo, medité para sus adentros, realmente nunca llegué a saber si estábamos juntos, pero lo que sí sabíamos, era que cuando nos mirábamos, sentíamos un alma tan atormentada como la nuestra al otro lado donde apoyarnos, y así nos sentíamos bien…
¿Era realmente el hijo de Dios? Yo no lo sé, para mí era simplemente Jesús, un muchachito idealista, con los sueños demasiado justos, y unos principios que interferían con los planes del Sanedrín. Un chico ingenuo, en un mundo demasiado obsceno, demasiado cruel para ruiseñores como él, es lo que tienen los pájaros hermosos, viven poco pero intensamente, no tienen capacidad para resistir todos los ataques de un mundo que se les viene encima… Ahora él ha muerto, quizás esté en un lugar como él soñaba, donde los esclavos campan libres a sus anchas y la gente como yo tienen un marido al que no paran de amar… Quizás ahora, sea más feliz…
Ahora ando demacrada, con ojeras, la cara violácea, descuido mi aspecto, camino como un fantasma por ahí, ahora, sin embargo, que me he convertido en un personaje popular, en una pequeña atracción de feria… Los niños murmuran al verme pasar, les oigo, Mira, ésa fue a la que Jesús perdonó que le lanzaran las piedras, y se ríen muy crueles, algunos, incluso, me tiran piedras al pasar, yo nunca me vuelvo… Quién te ha visto y quién te ve, me comentan mis antiguos clientes, es lo que tiene envejecer, les respondo yo a ellos, yo creí que eras más joven, me dicen algunos, de la misma edad que Jesús, Para las putas, según que edad, y según la vida, eso ya es empezar a ser vieja…
No me viene a ver mucha gente. Parece como si todos quisieran desmarcarse de mí. De vez en cuando viene Judas Tadeo, parece que, por la similitud del nombre, quisiera borrar con sus actos los pecados que cometió su homólogo. Es un chico muy amable, siempre me tuvo simpatía, me cuida, me limpia las llagas, yo le ofrezco alguna monedita, pero él se disculpa, nunca quiere cobrar. Y el otro día fue a verme Juan. Fue una entrevista tensa, se lo vi en la forma en que se le crispaban las manos.
-Así que sigues trabajando de puta –afirmó.
Asentí con la cabeza.
-De algo hay que comer, ¿no?
El otro negó reprobador con la cabeza.
-A la comunidad no le gusta que alguien que fue tan cercana a Él siga caminando por las sendas del pecado..
Que manera con hablar de Jesús como si se tratara de un becerro de oro.
-Pero a él no le importaba –dije yo, acentuando mucho las minúsculas.
Juan hizo caso omiso de mi comentario. En su fiera mirada, y en su cerrada barba, se reflejaban su incomodidad por estar allí conmigo.
-Veo que tu casa sigue estando como siempre.
-No han cambiado mucho por aquí las cosas. ¿Qué tal vosotros por Roma?
Así le llamamos nosotros, al general, al resto del pueblo romano, a los impíos, todavía, a pesar de la conquista, nos consideramos parte de él.
-Malvivimos. Nos metemos en catacumbas. Celebramos misa con las ratas. Pero merece la pena. Él lo hubiera querido así.
Quién eres tú para hablar, como si supieras lo que él querría. Lo que desea un hombre no lo sabe nadie, salvo él mismo.
-¿A qué has venido de verdad?-pregunté yo-. Porque si es para arreglar mi vida, Pedro ya te habrá informado, le dije que mi decisión era firme, vosotros por un lado, yo por el mío, yo no interfiero con vuestros asuntos, si vosotros no os entrometéis en mi vida. Ya sabes que no me vas a convencer: ¿a qué has venido entonces?
Y entonces Juan me miró con un esbozo de rabia y de ira.
-Por qué…-susurró él-… Por qué entre todos, él te prefería a ti… Por qué quería a una ramera, a una furcia, por qué, qué le dabas tú que no le proporcionáramos nosotros…
Me quedé muy callada, me atrasé un paso.
-¿Por qué, qué le dabas tú, maldita zorra?¿Qué le dabas por las noches?
Y se acercó a mí, y comenzó a arrancarme la ropa, yo grité, sollozaba, pero él hacía caso omiso, simplemente me desgarró el vestido, las prendas íntimas, comenzó a subirse la túnica, mientras gritaba encolerizado:
-¡Yo era el discípulo amado!¡Yo era el discípulo amado!
Y yo seguía gritando, mientras las lágrimas se generaban a borbotones de mis ojos, y mi garganta emitía un gemido sordo, doliente, herido… Las mujeres entraron entonces, a duras penas consiguieron apartar a Juan de mí… Éste, sorprendido en su acción, me echó una última mirada fiera, todavía con el sexo parcialmente descubierto… Luego, se colocó las ropas, y a grandes y violentas zancadas, se alejó… Yo me quedé allí tumbada, todavía medio desnuda, llorando…
La vida pasa sin más. Yo procuro vivir tranquila, cada vez tengo menos clientes, cada vez queda menos de la María que fui, y de la Magdalena que a partir de ahora seré… De vez en cuando, me siento en el patio, y me pongo a coser, lo olvido todo, quiero pensar que no soy la decimotercera apóstol, que simplemente soy una mujer normal, que nunca conocí al fundador del cristianismo… Pero de lo que nunca me podré olvidar, a pesar de todo, será de esos ojitos claros, y de ese tono de voz tranquilo, que hacía que las plantas mustias volvieran a reverdecer… Eso sí que es un milagro…
Me gano la vida cada vez más cosiendo. Cuando los clientes entran en casa, preguntan por la Magdalena.
Yo les corrijo la frase.
Llamadme simplemente María.
felicidades..
ResponderEliminarMe he dado cuenta de que he colocado una versión del relato no muy corregida, lo cual por un lado tiene su punto bueno (puede aproximarse más a lo que hubiera escrito la Magdalena, que es lo que se pretendía), pero quizás en un futuro publicaré una versión un poquito más trabajada en el estilo.
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