lunes, 2 de junio de 2014

El relato de junio: "El diputado":

El diputado

            La idea le sobrevino de improviso, como suele ocurrir con casi todas las grandes ideas. Pero también, como es habitual, le sorprendió en un momento en que su mente bullía en un magma de burbujeantes datos, cifras, comparaciones y contextos como consecuencia de haber estado hablando de ello en los días anteriores. Por eso, en el instante en que le vino a la cabeza, no se le ocurrió nada mejor que gritar:
            -¡Ey! Ya tengo la solución a todos nuestros problemas.
            Y, como en casi todos los casos, sus amigos sonrieron. “Sí, claro”.”Por supuesto”, le contestaron. “Si eso fuera tan fácil, ¿no crees que ya lo hubiera hecho otro?”, añadían. “Tú y tus ingenuos intentos de arreglar siempre el mundo”. Pero esos argumentos no le disuadieron. Toda su lógica le decía que tenía razón: sólo era cuestión de convencer a un número de gente determinado.
            Lo proclamó en foros y en redes sociales, trató de convencer a amigos y a miembros de la familia: muchos le daban la razón, otros le apoyaban entusiastas, alguno le criticaba, y en la mayoría de los casos le decían, “Perfecto. Pero ahora, ¿quién lo lleva a cabo?”. Y siempre se encontraba el mismo dilema que no sabía solventar.
            En un momento determinado, convocó una manifestación: acudieron cuatro gatos. Gente que había leído la convocatoria en Internet, amigos, y alguno que simplemente pasaba por allí. Se puso a llover. Entre unos cuantos paraguas consiguieron cubrir a todos. El hombre de la idea volvió a su casa con una sensación decepcionante: parecía que su plan nunca podría ver la luz. Esto era todo lo lejos que había llegado.
            Sin embargo, una extraña llamada telefónica le llegó en los siguientes días. Se trataba de un profesor universitario que decía haber leído acerca de su idea en Internet, y que quería que diera una charla sobre la misma en su facultad. El hombre se preparó la charla a conciencia, y llegó allí el día señalado. Para su sorpresa, había convocados algunos de los principales medios de comunicación: con gran nerviosismo, el hombre dio su charla y los periodistas le escucharon muy atentamente. Al día siguiente, la charla apareció en la mayor parte de los diarios del país como una pequeña nota de prensa. De repente, algunos editoriales y columnistas le empezaron a prestar atención. Rápidamente, en una semana, aquello corría en boca de todos y era el tema de conversación de moda en todas las tertulias, programas de televisión, y también en los bares. Tanto que, diez días después de la charla, el hombre de la idea recibió una llamada del presidente del gobierno.
            Nadie supo quién era el profesor universitario que había convocado la charla. No constaba su nombre en los registros,  y de hecho quien reservó el aula con un apelativo desconocido para todos no figuraba que hubiera sido nunca profesor. La única explicación al respecto la aportó un bedel de la universidad, que habló de una figura anciana vestida de traje oscuro que se situó al final del aula mientras tuvo lugar la ponencia, y que parecía encontrarse al cargo de todo. Dijo que esa persona contempló el discurso de la idea genial que ahora revolucionaba a todo el mundo acompañado de otro anciano que, en contraste, vestía con prendas absolutamente blancas, purísimas, el cual sostenía con el otro una amigable conversación. Sobre el contenido de estas deliberaciones, poco se supo: el bedel había escuchado algo de “imposible”, “experimento sociológico”, y luego una referencia suelta a la Biblia. El bedel no estaba seguro, pero creía que habían dicho algo de Job.

*                                  *                                  *

            Cuando el hombre de la idea acudió al palacio del presidente, se encontraba tremendamente asustado. Sabía que su propuesta era buena, confiaba en ella, pero también sabía que (como toda aquel concepto que busca mejorar la vida de la gente), habría también hombres poderosos que saldrían perjudicados, y le constaba que difícilmente la iban a apoyar. Pero esta vez, superada las decepciones iniciales, y con el reciente y reconfortante impulso del fervor popular, se veía francamente cerca de lograrlo.
            El presidente del gobierno le acogió con afabilidad. Era un hombre joven, dinámico, que exploraba todo de manera escrutadora con los ojos (indicando que no se le escapaba nada), y parecía crear a tu alrededor un clima de confianza que te decía que nada podía salir mal.
            -Encantado de conocerle –le indicó, entusiasmado, mientras se libraban de todo el protocolo y los fotógrafos y conseguían sentarse en el sofá del salón de reuniones a solas-. No quiero entretenerle mucho: he de decirle que he estudiado a fondo su propuesta y me encanta. Estamos deseando llevarla a cabo.
            -¡Oh! Eso es estupendo, fantástico… -a duras penas pudo balbucear el hombre-. No pensaba que iba a ser… tan sencillo.
            -Oh, claro que sí –le respondió el presidente-. Nosotros somos un partido que apoya el progreso, con una gran conciencia social, que busca lo más beneficioso para la gente, y su idea encaja de lleno con nuestros objetivos…
            -No sabe cuánto me alegra escuchar todo eso.
            -… y, claro, hemos creído que la persona más adecuada para llevar a cabo este proyecto debe ser usted, que es, al fin y al cabo, quien la ha originado. Y creemos que la mejor manera de hacerlo es desde un puesto de responsabilidad: por tanto, hemos decidido pedirle que se presente usted como diputado de nuestra formación en las próximas elecciones.
            -¿Yo? Pero… si nunca me he planteado entrar en política.
            -Ya me lo figuro: pero es desde aquí desde donde pueden cambiarse las cosas. Así podrá hacer usted frente con más facilidad a los obstáculos que le van a poner (que, ya se figurará, encontrará muchos). Pero con nuestro apoyo y su empuje, no dudo que esta idea podrá triunfar…
            -Pero aún quedan seis meses para las elecciones…
            -Más motivo todavía para ponerse rápidamente en marcha. No debemos perder ni un instante en este sentido.
            -Bueno, yo quisiera antes hablar con usted sobre cómo vamos a llevar a cabo este plan…
            -Sin duda que es lo primero. Pero ya sabe que para estas cosas hay unos plazos, y debemos ser muy conscientes de ellos. Mire, lo primero de todo hable con mi secretaria: ella le dará toda la información, los pormenores, los detalles acerca de las fechas… Son cuestiones burocráticas, bagatelas, pero asuntos imprescindibles antes de ponernos a trabajar. Ya sabe cómo son estas cosas. A mí me pasa como a usted, querría empezar cuanto antes, pero… hay que aprender a ser paciente. Además, con una idea tan buena que hemos estado sin ver tantos años, ¿en qué puede afectar un día o dos?
            El futuro candidato a diputado asintió. La verdad es que aquello tenía sentido.
            -De acuerdo es –dijo el presidente-. No se hable más. Vaya usted a donde le he dicho, y yo estaré en permanente contacto con usted para seguir todos los progresos.
            -Perfecto –dijo el aún ciudadano de a pie, que todavía creía que estaba flotando en el cielo.
            -Y mi enhorabuena otra vez –le felicitó el presidente dándole la mano a modo de despedida-. Vamos a llevar a cabo un proyecto que ayudará a mucha gente. Y es gracias a usted por lo que se puede iniciar.
                                   
*                                  *                                  *
           
            Las siguientes semanas fueron frenéticas: órdenes, documentos, procesos, gestiones. De repente, el hombre descubrió que un diputado no lo es sin más, sino que lleva aparejada una cohorte de asesores, contables, administradores y hasta peluqueros.
            -Creo que éste le queda muy bien…
            -¡Pero si yo nunca he llevado traje!
            -Claro, pero hay que llevarlo para los mitines…
            -¡No me van a votar por cómo voy vestido, sino por lo que digo!
            -No es para que te voten, nadie dice eso; pero hay cierta gente que le da más importancia a la forma en que vas vestido, y no te van a escuchar a no ser que lo hagas de una manera que les parezca correcta. Una vez ocurra esto, te prestarán atención: ya te has ganado a los que están con tu causa, ahora te toca ganarte a los que aún no se han suscrito. Y para eso, lo primero es no asustarles.
            Durante todo este tiempo, el presidente del gobierno acudía de vez en cuando a visitarle, incluso a su casa, informándose de los progresos y de si se encontraba con la moral alta. En una de estas vistas, el candidato le propuso:
            -Quizás ahora, que la cosa ya va más rodada, podríamos ponernos con lo del proyecto…
            -Tranquilo, tranquilo, tranquilo –le instó el presidente del gobierno-. No andemos con tanta prisa. Ahora empieza lo más duro. Hasta ahora sólo has estado con los de nuestro lado, y ellos te han tratado bien. Pero cuando salgas a la luz pública, los del bando contrario te van a atacar a muerte como nadie lo ha hecho nunca. Descubrirás cómo gente que no conoces te odia como si hubieras matado a sus padres. Cuídate, que lo complicado se aproxima en estos días. Hoy no toca, no toca –se reafirmó el presidente-; no queremos que, por precipitarnos, no salgas elegido y no puedas llevar a cabo el proyecto, ¿verdad?
            El hombre hubo de reconocer que la prudencia del presidente tenía su base. Aceptó porque sabía que no había más remedio y siguió todas las instrucciones que le daban sus asesores.
            Por la noche, mientras tanto, soñaba con su proyecto. Y en lo bien que iba a acabar…

*                                  *                                  *

            El presidente del gobierno tenía razón en que la cosa se iba a poner más frenética todavía. En cuanto comenzó la campaña, todo pareció deslizarse a una velocidad vertiginosa. Comunicados, autobuses, declaraciones públicas. Pero lo más atronador de todo eran los mitines. La estilista le cubrió de tanto polvo de maquillaje con la brocha que se sintió atrapado en medio del desierto, en una tormenta de arena.
            -¡Deprisa, deprisa, que llegamos tarde!
            Y las luces, y los focos, y los flashes, y la gente… Y cuando entró, esa ovación atronadora, de cientos de personas coreando su nombre… ¡Coreándole a él!
            -Gracias, gracias –dijo aún emocionado y con el sonido reverberante en los oídos provocado por los aplausos-. Hoy, os quiero hablar…
            Tragó saliva.
            -Os quiero decir…
            -Os trato de anunciar…
            Nada: las mismas caras de palo delante suya. Y conforme el discurso avanzaba, no parecían mejorar. El candidato se daba cuenta de que le estaba bombardeando a la audiencia con demasiadas cuestiones técnicas, y que se estaban comenzando a perder.
            Dejó los papeles que había durante tiempo ensayado hacia un lado.
            -Vale –les miró por primera vez directamente a la cara-. Os voy a explicar lo que quiero.
            Y los allí presentes relataron más adelante que lo que habían escuchado en aquella noche era una sinfonía: una explicación brillante y precisa, armónica como un concierto, que les infundió esperanza y alegría, y una inenarrable sensación de que era posible creer en un lugar donde son posibles los sueños.
            Y al final de su discurso, colocó los brazos en jarras y preguntó:
            -¿Y qué?¿Queréis que llevemos a cabo esto?
            Y la multitud prorrumpió en una nube inacabable de aplausos.
            El fervor era máximo. Una nube de excitación dominaba al candidato de la cabeza a los pies, experimentando un torrente de sensaciones similar a respirar un gas del amor el cual le hubiera completamente dominado. Pero la emoción casi orgiástica pegó un subidón aún mayor todavía cuando se descubrió que allí, el miting, en el backstage, se encontraba el presidente del gobierno… que salió al escenario y se fundió en un calidísimo abrazo con él.
            -Has estado estupendo… estupendo… -le susurró al oído-. Hasta estado fantástico.
            -Fíjate en toda esta gente –corroboró el candidato embargado por las lágrimas-. Éste puede ser un buen momento, ¿no? –le dijo-. Esto saldrá en los periódicos, todas esta masa de gente extasiada, sería el tiempo ideal para empezar a ponerlo en mar…
            -No nos demos demasiada prisa –dijo el presidente mientras, junto con el candidato, y de cara a la multitud aplaudía-. Nada de pasos en falso. No es bueno hacer las cosas en caliente, y mientras tenemos otros diez mil asuntos alrededor. Esperemos.
            Un cierto desasosiego invadía al candidato. Pero en el fragor del momento hacía que no pudiera pensar con claridad.

*                                  *                                  *

            El debate fue incluso más intenso, más dramático. En un cruce de idas y venidas, el hombre defendió su idea con argumentos, datos, pero sobre todo con fe. Empleó palabras suaves, pero no por ello fue menos enérgico, o menos encarnizada la lucha. Pero al final, la cara del oponente le dejó satisfecho: sabía que incluso a él le había convencido, y eso significaba que a sus partidarios, aunque no quisieran admitirlo, lo habría hecho también.
            En el estudio estaba el presidente para felicitarlo:
            -¿Y ahora? En plena televisión nacional, con todos hablando de ello…
            -Precisamente: déjales debatirlo, comentarlo, creérselo, asimilarlo… Déjales que se entuasiasmen y que sepan lo que se juegan si no estás allí para llevarlo a cabo. Y una vez lo hagan, les tendrás contigo para cuando toque la hora de actuar de verdad.
            El candidato se moría de impaciencia. Ya no podía resistirlo. Pero se decía que ya quedaba poco para que no tuviera que esperar nada más.

*                                  *                                  *

            El día de la jornada de reflexión estaba que se moría de los nervios. En un momento determinado se le ocurrió llamar al presidente.
            -Oye, ¿y si ahora que no tenemos nada más que hacer…?
            -Jaja, ¡pero qué ímpetu! Descansa un poco hombre, te lo has ganado. ¡Mañana, mañana!
            Pero el candidato no cesaba de pensar.

*                                  *                                  *

            El día siguiente llegó. Las encuestas lo apuntaron. Pero no fue hasta la noche cuando se supo el resultado. El candidato sonrió: habían ganado. Y tenían una mayoría suficiente para poder llevar a cabo su proyecto.
            Y era diputado. No lo había podido esperar.
            Cuando llegó a la sede del partido, todo eran vítores, aplausos, euforia. Algunos empezaban a sacar las copas de champán y se oía el ruidito de burbujitas. Muchos le abrazaron y le felicitaron. Él preguntaba por todos lados por dónde podía encontrar al presidente.
            Cuando se lo encontró, él le quería abordar, pero él prácticamente le empujó hacia otro sitio:
            -Ven aquí –le dijo-. Te vas a enterar.
            Y entonces se abrió la puerta y se encontró en la azotea del tejado, delante de miles de personas. Gente que portaban banderitas de colores, gente que gritaba, saltaba, jaleaba, daba gritos, mucho más incluso que los que se producían adentro. El diputado se sentía flotando por encima del tiempo, contemplando a toda esa gente que le sonreían, de la más sincera forma, que le animaban, que le señalaban indicándole quién era a sus hijos… que se sentían orgullosos de él.
            -¡Ahora sí!-le decía al presidente, que también se encontraba absolutamente ufano-. ¡Ahora sí que, a partir de mañana, lo vamos a lograr!
            El presidente siguió sonriendo. Le realizó un gesto a un par de colaboradores, y le indicó con la mano que viniera con él. Se despidieron de la multitud y salieron de la azotea. De repente todos los sonidos se apantallaron de golpe, como si la celebración tuviera lugar a miles de kilómetros de distnaica.
            -¡Enhorabuena, presidente!-le decían afiliados y futuros ministros mientras se acercaban y le abrazaban o le tocaban el hombro o le pasaban la mano por el brazo.
            -Gracias, gracias –respondía él, afable.
            -Mira, he estado reflexionando mucho y ya sé la forma en que lo podemos abordar…
            -Sí, sí, espera un momento –le dijo el presidente, y habló un momento con el vicepresidente actual antes de que este último pasara a la azotea.
            -Como te decía, creo que si lo hacemos así… –dijo el recién elegido diputado señalando un papel donde tenía anotados toda clase de símbolos, incluyendo muchas flechas.
            -Escucha, te tengo que decir una cosa…-el político, aunque amable, parecía ponerse serio.
            -¡Ya no me puedes decir de posponerlo!-decía el hombre entre nervioso y riendo-. ¡Ya sí que tenemos vía libre!
            -No, tienes razón, nada de posponerlo. No se trata de eso –dijo el presidente, desviando la vista hacia otro lado, como si sus pensamientos estuvieran muy lejos de allí, quizá en la propia azotea.
            -Entonces, ya está, todo estupendo, ¿no?-se reía más nervioso que contento el diputado-. La gente está con nosotros, nos apoya, nos quiere, nos lo ha pedido. Es el momento, ¿en qué otra cosa hay que pensar?
            El presidente hizo un gesto de detener la conversación con las manos.
            -Mira, te lo voy a decir muy claramente –y mientras lo hacía, bajó la voz una octava y miró un momento hacia ambos lados antes de mirarle de frente-: no lo vamos a hacer.
            El recién escogido representante del pueblo se quedó de piedra.
            -¿Cómo que no…?
            -Con franqueza, es un proyecto demasiado ambicioso. Demasiado… complicado. Nos vamos a encontrar tantas reticencias en contra. Sobre el papel es muy bonito, pero a la hora de la verdad, se nos van a revolver todos. Los banqueros, los empresarios…
            -¡Pero somos el gobierno!¡Nos han elegido para liderarlos!
            -Sí, pero somos un partido, y somos mucha gente: gente que tiene una casa, una hipoteca, deudas al banco… Un partido que se financia con bancos… Que tiene alcaldes en todo el país que tienen que tratar con toda clase de colectivos, y que deben parecer neutrales y no revolucionarios… Que para las siguientes elecciones, tienen que asegurarse de que la gente está contenta y no se pone en contra suya para que les vayan a votar y puedan llevar a cabo los planes que tienen proyectados para sus ciudades…
            -¿Las siguientes eleccio…?
            -… y toda esa gente depende de nosotros, y nos apoya, y bueno, incluso nos eligen. Yo sólo soy el representante de mi partido: si ellos no están seguros de mí, me pueden quitar. ¡Esa es la democracia!
            -¡Pero ellos nos votaron para…!
            -Nos votaron por muchas cosas, y lo tuyo sólo es una; ahora estás en un partido grande, compañero, y es necesario ser solidario, pensar en los demás… No creerás que eres el único que ha ganado estas elecciones, ¿verdad? Pero has sido una pieza importante, te lo has ganado: te mereces salir a celebrarlo.
            -Pero… pero…
            Pero antes de que pudiera contarlo ya era arrastrado por una marea de gente hacia la azotea, donde todos se abrazaban, se besaban, aplaudían y cantaban, dedicándole al público los coros y los botes que daban, tras los cuales prorrumpían en espontáneas carcajadas. Y el único que estaba serio, desencajado, absolutamente lívido en esa celebración, era él… que veía cómo todos los demás aplaudían justo a su lado. En un momento determinado sintió cómo alguien (creía que era el presidente) le levantaba la mano y el público de allí abajo jaleaba una ovación… Él apenas podía enterarse de nada, se encontraba muy mareado. Luego el presidente, o el hombre que se parecía a él, se alejó, y también lo hicieron los flashes y los aplausos, pero prosiguió el tumulto. Un compañero en la elección le saludó y le dio un cachetón amistoso en las mejillas.
            -¡Pero qué cara más siesa!¡Despierta, hombre, échate un trago!¡Ahora eres diputado!-y se alejó sacando del bolsillo un matasuegras.         
            El hombre reflexionó para sus adentros, mientras batía las palmas muy lentamente más por contagio que por convicción. Reflexionó sobre la palabra… diputado…
            Le quedaban cuatro años…

            … y sentía que acababa de terminar.

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