El
viajero.
El viajero del tiempo realizó los últimos
preparativos para el viaje. Después, le dio un abrazo a todos sus familiares, y
marchó.
Les saludó al mismo tiempo que la
cabina en la cual viajaba se iba evaporando entre las nubes del tiempo... pero,
mientras contemplaba los ojos lagrimosos de su madre, y los orgullosos de su
hermana, sólo tuvo una posible mirada para la expresión apesadumbrada de su
hermano.
Porque este último había estado
pensando. A pesar de que no era físico ni matemático, sí que profesaba adoración
por la lógica. Y no pudo evitar que la temida paradoja del abuelo que su
hermano le había comentado una semana atrás penetrara dentro de su cabeza.
“Es una paradoja”, dijo él, “que tuvo
en jaque a los teóricos sobre el viaje del tiempo durante muchos años. Se basa
en lo siguiente: uno regresa al pasado, y se encuentra con su abuelo. Discuten
entonces, tal vez porque no se lleven bien, y lo mata. ¿Cómo puede haber nacido
entonces el viajero del tiempo? La solución (pura teoría escrita sobre un
papel) era que, al efectuar esta acción, se creaba un universo paralelo,
distinto al original de donde procedía el viajero del tiempo, y donde todos los
acontecimientos eran coherentes con la realidad: el viajero no había nacido,
etc., etc. Como te digo, esto es tan sólo un constructo mental. Ahora que, por
fin, comenzamos a viajar en el tiempo, y tengo el honor de ser el primero,
quizá podamos averiguar cuánto hay de razón en ello”.
Pero el hermano se dio cuenta de la
verdad. Al fin y al cabo, ¿qué es cambiar la realidad? Porque uno puede modificarla,
llevándola a paradojas como ésta, al matar a su abuelo, pero... ¿no hay cambios
más sutiles, más delicados, que pueden dar origen a un universo paralelo?
Aunque no induzcan a paradojas, no por ello son menos importantes en el devenir
del universo, al cual, infinito, le importa poco si vivimos o morimos, y
considera un solo cambio como equivalente a mil de ellos. Por ejemplo, que
impidamos el nacimiento de un amigo cercano, aunque eso no tenga ninguna
relación con nuestra propia existencia. “Pero aún más”, pensaba el hermano,
ávido de llevar la lógica hasta las últimas consecuencias. Aún más.
Porque, imaginemos... El viajero del
tiempo llega al pasado; coge sus llaves y, por debajo de una mesa, marca una
diminuta raya, la graba sobre la caoba. En este momento, ha producido un
cambio. No es tan grave como los anteriores, pero sigue siendo un cambio. ¿Por
qué no va a provocar eso un universo paralelo? Es una realidad distinta, un mundo
diferente al presente. Al fin y al cabo, esta mesa, en el futuro, tendrá un
rayujo debajo de la mesa. ¿No es esa una modificación tan enorme como una vida,
en un tiempo y un espacio donde poco o nada cuenta que haya –de más o de menos-
en un sistema solar, uno, dos o seis planetas?
Pero todavía más... imaginemos el
momento en el que el viajero del tiempo sale de la cabina y pone el pie en
tierra. Allí, modifica partículas de aire de la atmósfera, modifica la gravilla
del suelo. Tal vez sean cambios minúsculos, insignificantes, quizás no los
apreciemos ninguno, pero todos ellos indican una alteración en la disposición
de las moléculas del universo. ¿No es ésta razón suficiente para crear un
universo paralelo?¿Es que acaso el espacio-tiempo necesita que le convenzan,
que le proporcionen una razón?
¿Y qué pasa con el universo
anterior... desaparece... o, sin embargo, permanece?¿Y el viajero del
tiempo?¿Adónde vuelve?¿Al universo del que provenía? Sería un viaje inútil, sin
duda, pues toda modificación se realizaría en un universo ajeno al nuestro y no
alteraría el original: de nada serviría pues modificar pasado o futuro...
Aunque también ocurriría lo mismo en el caso de que el viajero se quedase en el
nuevo universo (sencillamente, el viajero del tiempo no se percataría)... Pero
sobre todo, carecería de sentido, pues, no habría coherencia entre las acciones
del viajero en el pasado, y las realidades del presente. Así pues, había que
deducir que el viajero permanecía en el universo paralelo. Pero ello
significaba...
Significaba, que cualquier
movimiento hacia el pasado, o el futuro, produce un cambio. Que dicho cambio,
modifica el universo. Que cada alteración, genera un universo paralelo. Los
cambios, por tanto, que podemos provocar como consecuencia del viaje en el
tiempo, nunca se ejercerían en nuestro universo, sino en otro distinto, con lo
cual el mismo hecho de viajar en el tiempo constituiría un acto fútil para los
que albergan en esa modificación una deseo de cambio. Y al mismo tiempo,
reflexionó este mismo hombre con crudeza, esto significaba algo más...
... que su hermano, cuando volviera
al presente, pero, esta vez, en este universo modificado, volvería a verles a
todos ellos, o, mejor dicho, a sus otros yos: a su otra madre, a su otra
hermana, a su otro hermano, pero, esta vez, todos distintos, con los mismos
recuerdos, personalidad y sensaciones, pero creados a partir de sus nuevas acciones
en la delgada línea del espacio-tiempo...
... mientras que en cambio aquí, los
que, en su universo original, le despedían con temor, con angustia, con
esperanza, le aguardarían por siempre, sentados como estatuas de piedra, sin
tener posibilidad alguna de ver a esta persona retornar...
... porque no regresaría, por
siempre, jamás...
El hombre que amaba la lógica
contempló los ojos de su madre mientras despedía a su hijo. A continuación, escrutó los ojos de su hermano.
Los dos acordaron, de mutuo acuerdo,
y sin mediar una palabra, no contárselo a nadie más.
Nota
del autor: este cuento lo ideé a raíz de una reflexión acerca de los viajes en
el tiempo, partiendo de la archiconocida y ya muy manida paradoja del abuelo.
No obstante, un amigo aficionado a las novelas de ciencia ficción me desveló
años más tarde que esta posibilidad ya había sido sugerida por la película de
1986 Flight of the Navigator. Todavía no he accedido a ver la película,
aunque por las informaciones que he obtenido sobre ella no me pareció que
contuviera necesariamente dicha hipótesis. En todo caso, tendrá que ser el lector
el que se pronuncie al respecto.
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