lunes, 11 de enero de 2016

El relato de enero. Cuentos fantásticos (V): El viajero

                                                           El viajero.

            El viajero del tiempo realizó los últimos preparativos para el viaje. Después, le dio un abrazo a todos sus familiares, y marchó.

            Les saludó al mismo tiempo que la cabina en la cual viajaba se iba evaporando entre las nubes del tiempo... pero, mientras contemplaba los ojos lagrimosos de su madre, y los orgullosos de su hermana, sólo tuvo una posible mirada para la expresión apesadumbrada de su hermano.

            Porque este último había estado pensando. A pesar de que no era físico ni matemático, sí que profesaba adoración por la lógica. Y no pudo evitar que la temida paradoja del abuelo que su hermano le había comentado una semana atrás penetrara dentro de su cabeza.

            “Es una paradoja”, dijo él, “que tuvo en jaque a los teóricos sobre el viaje del tiempo durante muchos años. Se basa en lo siguiente: uno regresa al pasado, y se encuentra con su abuelo. Discuten entonces, tal vez porque no se lleven bien, y lo mata. ¿Cómo puede haber nacido entonces el viajero del tiempo? La solución (pura teoría escrita sobre un papel) era que, al efectuar esta acción, se creaba un universo paralelo, distinto al original de donde procedía el viajero del tiempo, y donde todos los acontecimientos eran coherentes con la realidad: el viajero no había nacido, etc., etc. Como te digo, esto es tan sólo un constructo mental. Ahora que, por fin, comenzamos a viajar en el tiempo, y tengo el honor de ser el primero, quizá podamos averiguar cuánto hay de razón en ello”.

            Pero el hermano se dio cuenta de la verdad. Al fin y al cabo, ¿qué es cambiar la realidad? Porque uno puede modificarla, llevándola a paradojas como ésta, al matar a su abuelo, pero... ¿no hay cambios más sutiles, más delicados, que pueden dar origen a un universo paralelo? Aunque no induzcan a paradojas, no por ello son menos importantes en el devenir del universo, al cual, infinito, le importa poco si vivimos o morimos, y considera un solo cambio como equivalente a mil de ellos. Por ejemplo, que impidamos el nacimiento de un amigo cercano, aunque eso no tenga ninguna relación con nuestra propia existencia. “Pero aún más”, pensaba el hermano, ávido de llevar la lógica hasta las últimas consecuencias. Aún más.

            Porque, imaginemos... El viajero del tiempo llega al pasado; coge sus llaves y, por debajo de una mesa, marca una diminuta raya, la graba sobre la caoba. En este momento, ha producido un cambio. No es tan grave como los anteriores, pero sigue siendo un cambio. ¿Por qué no va a provocar eso un universo paralelo? Es una realidad distinta, un mundo diferente al presente. Al fin y al cabo, esta mesa, en el futuro, tendrá un rayujo debajo de la mesa. ¿No es esa una modificación tan enorme como una vida, en un tiempo y un espacio donde poco o nada cuenta que haya –de más o de menos- en un sistema solar, uno, dos o seis planetas?
           
            Pero todavía más... imaginemos el momento en el que el viajero del tiempo sale de la cabina y pone el pie en tierra. Allí, modifica partículas de aire de la atmósfera, modifica la gravilla del suelo. Tal vez sean cambios minúsculos, insignificantes, quizás no los apreciemos ninguno, pero todos ellos indican una alteración en la disposición de las moléculas del universo. ¿No es ésta razón suficiente para crear un universo paralelo?¿Es que acaso el espacio-tiempo necesita que le convenzan, que le proporcionen una razón?

            ¿Y qué pasa con el universo anterior... desaparece... o, sin embargo, permanece?¿Y el viajero del tiempo?¿Adónde vuelve?¿Al universo del que provenía? Sería un viaje inútil, sin duda, pues toda modificación se realizaría en un universo ajeno al nuestro y no alteraría el original: de nada serviría pues modificar pasado o futuro... Aunque también ocurriría lo mismo en el caso de que el viajero se quedase en el nuevo universo (sencillamente, el viajero del tiempo no se percataría)... Pero sobre todo, carecería de sentido, pues, no habría coherencia entre las acciones del viajero en el pasado, y las realidades del presente. Así pues, había que deducir que el viajero permanecía en el universo paralelo. Pero ello significaba...

            Significaba, que cualquier movimiento hacia el pasado, o el futuro, produce un cambio. Que dicho cambio, modifica el universo. Que cada alteración, genera un universo paralelo. Los cambios, por tanto, que podemos provocar como consecuencia del viaje en el tiempo, nunca se ejercerían en nuestro universo, sino en otro distinto, con lo cual el mismo hecho de viajar en el tiempo constituiría un acto fútil para los que albergan en esa modificación una deseo de cambio. Y al mismo tiempo, reflexionó este mismo hombre con crudeza, esto significaba algo más...

            ... que su hermano, cuando volviera al presente, pero, esta vez, en este universo modificado, volvería a verles a todos ellos, o, mejor dicho, a sus otros yos: a su otra madre, a su otra hermana, a su otro hermano, pero, esta vez, todos distintos, con los mismos recuerdos, personalidad y sensaciones, pero creados a partir de sus nuevas acciones en la delgada línea del espacio-tiempo...

            ... mientras que en cambio aquí, los que, en su universo original, le despedían con temor, con angustia, con esperanza, le aguardarían por siempre, sentados como estatuas de piedra, sin tener posibilidad alguna de ver a esta persona retornar...

            ... porque no regresaría, por siempre, jamás...

            El hombre que amaba la lógica contempló los ojos de su madre mientras despedía a su hijo. A continuación, escrutó los ojos de su hermano.

            Los dos acordaron, de mutuo acuerdo, y sin mediar una palabra, no contárselo a nadie más.



            Nota del autor: este cuento lo ideé a raíz de una reflexión acerca de los viajes en el tiempo, partiendo de la archiconocida y ya muy manida paradoja del abuelo. No obstante, un amigo aficionado a las novelas de ciencia ficción me desveló años más tarde que esta posibilidad ya había sido sugerida por la película de 1986 Flight of the Navigator. Todavía no he accedido a ver la película, aunque por las informaciones que he obtenido sobre ella no me pareció que contuviera necesariamente dicha hipótesis. En todo caso, tendrá que ser el lector el que se pronuncie al respecto.

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