miércoles, 1 de mayo de 2019

El artículo de mayo: "Caballeros"

Caballeros


          Leo en una furgoneta que suele estar aparcada cerca de mi casa: “Orden Hospitalaria de los Caballeros de Malta”. En efecto, el escudo de la Orden de Malta (como me enseñaron, formado a partir de la representación de las letras de la palabra <<Jesucristo>> en griego), con su cruz blanca engastada sobre fondo rojo, luce en el lateral de la furgoneta, igual que lo he visto adornando la entrada de un comedor social donde gente del barrio (de mi barrio; en épocas antiguas eso hubiera significado un vínculo, al menos mayor de lo que implica hoy en día) acude a comer porque no tienen otra cosa, si acaso –y en la medida en que se lo preserva el anonimato del comedor- la dignidad. Es fascinante la historia de la Orden Militar y Hospitalaria de los Caballeros de Malta, creada originalmente por caballeros amalfitanos como una institución en parte religiosa y en parte laica, estructurada en un modo muy similar a la Orden del Temple, y que que curaba a tanta gente en hospitales como a la que mandaba a fallecer en los mismos, especialmente en el momento en que llegó a Jerusalén. Allí, se hizo con el control de la ciudad santa, y las leyendas afirman que, tras entrar a sangre y fuego en varios de los templos más sagrados (del de Salomón, a estas alturas, no quedaban más que los lamentos), se apropiaron del arca de la Alianza, que guardaron bajo custodia. Después, los árabes les expulsaron y se refugiaron en la isla de Rodas -único lugar donde sobrevivieron mientras a sus compañeros del Temple en Europa les daban para el pelo-, sobre la cual construyeron augustas fortalezas separadas por lenguas y nacionalidades, y durante varios siglos se dedicaron a actividades tan variadas como la atención de enfermos y la piratería, hasta que les echaron otra vez y acabaron escondidos en Malta, para comenzar el lento proceso (que aún perdura) de desvanecerse, como casi todas las cosas, de manera silenciosa y discreta en la noche de los tiempos. En su día, los caballeros medievales representaban el súmmum heroico y de dignidad de la Europa Occidental. Defendían la santidad, la virtud, en definitiva, se arreaban con todo bicho viviente. Hoy en día, las prioridades por fortuna son otras. Los soldados han quedado reducidos a las misiones de paz, a la disuasión táctica, y sólo extemporáneamente (casi siempre por culpa de los poderes fácticos y políticos, en ocasiones por el clamor colaborativo de turbas atroces y enfurecidas) se dedican a reproducir su misión original. Ahora, los héroes -les llames o no caballeros, o tal vez damas- son (o deberían ser) otros; gente que monta comedores y consiguen que funcionen, que se dedican a actividades tan poco épicas como la administración o la logística. Individuos que nunca se han planteado conquistar Jerusalén, pero procuran que a los vecinos del barrio no le falte su pan. Quizás, un día de éstos, a una hora muy distante a la de comer, cuando no se halle reunida la mesa en torno a Arturo, ya que éste ha incitado a sus caballeros a recorrer ignotos caminos para encontrar el Grial, me acerque por su local en mi barrio y, con la cabeza gacha, les pregunte por la ubicación del Arca de la Alianza. Tal vez ellos, misericordes, abran con una oxidada y pequeña llave la puerta de un armarito y me permitan mirar.

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