<<El bibliotecario>>, de Giuseppe Arcimboldo.
Nos encantan los libros, así que no es de extrañar que adoremos los manuscritos que versan sobre volúmenes, librerías, estantes, anaqueles, bibliotecas. Si te sentiste cautivado con "El nombre de la rosa", si has soñado con perderte en "La biblioteca de Babel", si te preguntas en qué texto de basó Isabel Coixet para filmar "La librería", si "El lector" y "La sombra del viento" evocaron momentos de tu niñez y juventud, si asentías corroborando con la cabeza mientras leías las sensaciones de Helen Hanff al abrir un nuevo tomo, o si has ambicionado alguna vez retomar los hilos que quedaban inconclusos en "La historia interminable", he aquí unos pocos textos que he leído últimamente y que pueden reforzar más aún tu amor por la página escrita:
-"Una historia de la lectura": Alberto Manguel nos ofrece "una" de las múltiples y alternativas historias de la lectura pues, como él mismo dice, la evolución de la literatura de cada uno es personal e intransferible, ajena al orden cronológico o a cualquier posible canon. Por ejemplo, estamos seguros de que las lecturas de Manguel no hubieran sido las mismas si un ciego Borges no le hubiera solicitado, tras el encuentro en la librería donde el primero trabajaba, que ejerciera la labor de lector en voz alta por las tardes. Sin embargo, existen ciertos aspectos de esta absorbente actividad (la de meterse en la piel de un personaje o escuchar con detenimiento el pensamiento de otro) que poseen una evolución histórica trazable en el tiempo, y el autor nos describe con minuciosidad unos cuantos de esos pasos: cómo se dejó de declamar a viva voz, incluso cuando se hacía para uno mismo, y se inició el proceso de recorrer las líneas de la página en silencio; el origen de los signos de puntuación o de las gafas; la importancia de las lecturas públicas, de las traducciones, del aprendizaje del alfabeto, incluso a pesar de las adversidades (como ocurría bajo las penosas circunstancias de los esclavos de las plantaciones del Estados Unidos sureño, o con las vicisitudes que abocaron a la creación de la novela a partir de las mujeres japonesas de noble estirpe encerradas en su palacio-cárcel de cristal). Con profusión de anécdotas tanto de lectores y escritores, este libro ofrece sucesivas reinterpretaciones de un proceso que, en manos de cada individuo lector, requiere necesariamente de una aproximación original y novedosa, con un esfuerzo activo por nuestra parte.
-"El infinito en un junco": la filóloga clásica Irene Vallejo retoma el testigo del texto anterior -de hecho lo cita al menos en un par de ocasiones-, pero con un enfoque distinto, centrándose en cómo las civilizaciones clásicas (en especial Grecia y Roma) contribuyeron a crear el concepto del libro. Utilizando como punto de partida la biblioteca de Alejandría y la gran epopeya de Alejandro Magno, la autora pasa a narrarnos tanto historias conocidas -pero muy bien contadas, aderezadas además de detalles jugosos- como otras menos divulgadas, reflexionando sobre los contrastes y paralelismos con nuestro presente, y decorando su erudición con gotas de poesía y sensibilidad propias que hacen de este recorrido por el pasado un trayecto más que ameno, y para nada lejano a nuestras circunstancias.
-"Cervantes para cabras, Marx para ovejas": Un cabrero de la provincia de Córdoba en los años previos a la guerra civil sufre un ataque de un tipo de afección frecuente en estas tierras, que provoca en los afectados un deseo súbito de encamarse, secuestrados por una profunda melancolía. La dolencia no tiene más signos físicos, pero causa ruina entre los convalecientes, en particular el cabrero, que pierde la novia y causa la angustia de su pobre madre, la cual, desesperada, prueba todos los remedios en su mano hasta suplicarle al nuevo maestro de escuela del pueblo que le eche un cable. El docente, que cree en aquella doctrina que ya predicó Sofía Rhei en "Espérame en la última página" por la cual los libros son curativos y pueden prescribirse (casi) con la efectividad de una receta farmacéutica, incita al cabrero a iniciar la lectura del Quijote, y éste no sólo sale de su encamamiento, sino que se embarca una serie de alocadas aventuras que al Caballero de la Triste Figura hubieran satisfecho, sobre todo tras la lectura de "El capital" de Karl Marx, que no sólo entusiasma a las ovejas del rebaño (por lo visto Cervantes es más del gusto de las cabras), sino que trastocará la vida de toda la comarca. El periodista Pablo Santiago escribe una historia a caballo entre el realismo mágico, el homenaje literario y la comedia costumbrista, con una prosa rica y trabajada, cargada de sabor y color local, que provocará que nos enamoremos de más de un personaje.
-"La sociedad literaria y el pastel de piel de patata": Una columnista británica de reciente éxito decide, tras la Segunda Guerra Mundial, cambiar de tema sobre el que escribir, pero no tiene muy claro acerca de qué hacerlo. Inesperadamente, le llega una carta desde una pequeña localidad de Guernsey (una de las islas británicas espolvoreadas por el Canal de La Mancha) que le habla sobre un libro que resultó trascendental para el pueblo, dado que permitió solucionar un complicado lance relacionado con un cerdo asado que hubo que ocultar... y con la "La sociedad literaria y del pastel de piel de patata" (el título os lo encontraréis con distintas variaciones, dado que la traducción al español no ha conseguido reflejar todas las implicaciones del original). Atraída primero por la intriga del misterioso suceso apenas esbozado, y luego por lo variopinto y original de los caracteres que encontrará en Guernsey, la escritora protagonista decide prestar su atención al período de ocupación alemana de la isla. La obra, ideada por Mary Ann Schaffer (aunque fue su sobrina quien la remató, sin que la autora original llegara a vislumbrar el éxito de su creación), tiene su correlato cinematográfico, pero es mejor que directamente lo obviéis, porque en la película no sólo se pierde la narrativa epistolar que le confiere un llamativo sistema de suministro de información a la novela, sino porque, además, la versión en pantalla grande retuerce la trama hasta convertirla en una pastelosa y rutinaria historia de amor donde se cercena una de las mejores escenas del libro. Este último, en cambio, es un delicioso postre para ser engullido en un par de bocados.
Uno de los motivos por los que sin duda nos atrapan esta clase de libros es porque sus autores saben transmitir su amor por las páginas de papel -o de tinta electrónica- y, de esa manera, entendemos que (pese a nuestras diferencias en cuanto a origen, biografía y bibliografía), ellos son, como diría Todd Browning, "uno de nosotros": topos de librería, ratones de biblioteca, pequeños Firmin que sucumbieron ante el mensaje transmitido por otros, y seguramente preferían quedarse leyendo en vez de jugar con sus compañeros en el recreo. Son "otros locos de los libros". <<Leemos para saber que no estamos solos>>, asevera la película "Tierras de penumbra", de Richard Attenborough, sobre la vida del escritor C.S. Lewis. Son esos otros locos los que caminan, aunque sea a distancia, junto a nosotros. Por eso les queremos, y deseamos que su mensaje tenga éxito. Porque su victoria simboliza la eternidad de los libros. Para que siempre haya una línea nueva, otro párrafo, una biblioteca virgen que devorar.
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