martes, 1 de septiembre de 2020

La historia corta de septiembre. Historias del metro (15): dos visiones de la pobreza

(Ésta es una historia real).

                Un hombre pidiendo en voz alta en el metro:

            -Yo antes tocaba la guitarra: la gente me daba dinero, no sé si para que me callara, o para que siguiera tocando, pero yo me ganaba la vida con mi guitarra. Pero un día me fui a las fiestas de San Mateo en Logroño y me pegué tal cogorza que me dejé la guitarra en una furgoneta, y ya no sé dónde está. Lo he intentado con una flauta, que es más barata, pero no es igual, por eso pido dinero, no para comer, sino para pagar una guitarra...

            En el andén del metro de Pío XII, me encontré un hombre a mi lado, sentado. En circunstancias normales, no me hubiera detenido en él. Tenía aire de ejecutivo y leía El País. Pero, para los ojos observadores, siempre hay una segunda lectura.

            Porque cuando me senté a su lado, me fijé en varias cosas. Su ropa, pese a ser muy elegante, fallaba de alguna manera extraña. Quizás en una cosa tan sutil como, por ejemplo, la combinación; se supone que los calcetines tienen que ser una prolongación del zapato, y en este caso lo eran del pantalón. Además, el periódico era atrasado, de varios días. Y sobre todo, una cosa que sólo podías detectar si te sentabas al lado: un profundo y nauseabundo olor.

            El hombre, sin embargo, daba una apariencia de ejecutivo correcto, al menos desde lejos. <<Y eso me gusta>>, pensé mientras hacía esfuerzos por no arrebatarle la ilusión con la mirada, mientras se cerraban delante de mí las puertas del vagón. <<Por lo menos>>, me dije, <<sigue conservando su dignidad>>.

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