(Ésta es una historia real).
Un hombre pidiendo en voz alta en el metro:
-Yo antes tocaba la guitarra: la gente me daba dinero, no sé si para que me callara, o para que siguiera tocando, pero yo me ganaba la vida con mi guitarra. Pero un día me fui a las fiestas de San Mateo en Logroño y me pegué tal cogorza que me dejé la guitarra en una furgoneta, y ya no sé dónde está. Lo he intentado con una flauta, que es más barata, pero no es igual, por eso pido dinero, no para comer, sino para pagar una guitarra...
*
En el andén del metro de Pío XII, me encontré un hombre a mi lado, sentado. En circunstancias normales, no me hubiera detenido en él. Tenía aire de ejecutivo y leía El País. Pero, para los ojos observadores, siempre hay una segunda lectura.
Porque cuando me senté a su lado, me fijé en varias cosas. Su ropa, pese a ser muy elegante, fallaba de alguna manera extraña. Quizás en una cosa tan sutil como, por ejemplo, la combinación; se supone que los calcetines tienen que ser una prolongación del zapato, y en este caso lo eran del pantalón. Además, el periódico era atrasado, de varios días. Y sobre todo, una cosa que sólo podías detectar si te sentabas al lado: un profundo y nauseabundo olor.
El hombre, sin embargo,
daba una apariencia de ejecutivo correcto, al menos desde lejos. <<Y eso
me gusta>>, pensé mientras hacía esfuerzos por no arrebatarle la ilusión
con la mirada, mientras se cerraban delante de mí las puertas del vagón. <<Por
lo menos>>, me dije, <<sigue conservando su dignidad>>.
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