Pierre Lemaitre es un escritor que lleva unos cuantos años imprimiendo una profunda huella en la literatura y el cine francés. Aunque esta afirmación tiene una parte de falsedad, dado que -si bien Lemaitre ha ejercido de guionista-, casi han llamado más la atención las adaptaciones de sus novelas, a pesar de que él no se hallara personalmente implicado en su traslación cinematográfica. En ese sentido, es destacable "Nos vemos allá arriba", obra ganadora del premio Goncourt que aún no he tenido la oportunidad de leer, pero cuya versión en pantalla demostraba una perfecta combinación de sensibilidad y aprovechamiento del contexto histórico que no se veía, quizás, desde "Largo domingo de noviazgo" de Jean Pierre Jeunet. Pero en este post no quiero hablar de esta obra, ni tampoco de "Vestido de novia", un homenaje a Hitchcock de la que se han escuchado críticas dispares pero que sin duda dio bastante que hablar en su momento. En este caso, pretendo escribir unos pocos comentarios acerca de "Recursos inhumanos", un relato furibundo que trata de las presiones del mundo laboral, y la historia también de un hombre contra el monstruo del capitalismo.
No son pocas las ficciones (desde el "Germinal" de Zola hasta la película "Recursos humanos", por circunscribirnos exclusivamente al ámbito francés) que han tratado el tema de las relaciones laborales, aunque quizás no tanto desde la precariedad y la deshumanización a la que se asocian en el siglo XXI. De entre las más señaladas, por supuesto la estupenda "Los lunes al sol" de Fernando León de Aranoa, o la correcta pero más aséptica "Arcadia" de Costa-Gavras, un experto en las lides del cine social, que esa ocasión nos narraba cómo un desempleado se dispone a conseguir un puesto de trabajo por el expeditivo método de liquidar a sus competidores. "Recursos inhumanos" ahonda en esta última línea: un ejecutivo cincuentón, en paro desde hace bastantes años (al menos, en lo que respecta a su especialidad), el cual sólo ha conseguido enganchar un trabajo-basura detrás de otro, contempla cómo lo que a priori era sólo una situación temporal se está convirtiendo en un pozo sin fin que amenaza con engullir sus ahorros, su casa y hasta el futuro de su matrimonio. El protagonista, al inicio un padre de familia ejemplar con dos hijas ya mayores y que no cuenta en su debe más que el hecho de no soportar a su yerno (cosa con la que el lector, al comprobar cómo es el interfecto, seguramente conculque), nota cómo se le va amargando el carácter y la vida ante la falta de ocupación. Por eso, cuando surge la solución en forma de oferta de trabajo, decide apostar el todo por el todo e hipotecar su presente, su futuro e incluso el de su familia para conseguirlo. Sin embargo, en la antesala de lo que debería de constituir su gran triunfo, el hombre descubre que la oportunidad de su vida era un engaño, así que decide tomarse la justicia por su mano y subir la apuesta bastantes grados más, hasta llegar a un límite irreversible. A partir de ahí, toma cuerpo un trepidante thriller que constituye un titánico juego de voluntades, una encarnizada lucha entre un tigre de Bengala y un mucho más pequeño pero desesperado gato doméstico (al cual no le quedan vidas con las que conformarse), de la cual no se puede salir sin que uno de los contendientes acabe sin cabeza, y el otro como mínimo pierda una extremidad.
Quizás la mejor manera de recalcar las virtudes del libro sea a base de de contrastar el texto con su adaptación televisiva, llevada a cabo por Netflix (y con el mismo nombre, mientras que el título original en ambos casos es "Cadres noirs"). La versión para la pequeña pantalla, en una mini-serie de seis capítulos, en efecto es un alegato contra el sistema capitalista y el mercado de trabajo, pero quizás se regodee en exceso en ese punto, olvidando que la novela, aun teniendo esta misma base, multiplica sus raíces para que la planta que cultiva crezca vigorosa y fuerte. Uno de los mayores choques entre serie y texto se encuentra en la figura de Eric Cantona, el actor protagonista, que si bien en otras ocasiones ha sabido mostrarse contenido en pantalla (como consiguió de él Ken Loach cuando se interpretó a sí mismo en "Buscando a Eric"), en este caso parece andar siempre como si le acabaran de arrojar un café por la espalda. Si en la novela vemos a un padre cariñoso que acaba evolucionando, debido a la situación en la que se encuentra, hasta convertirse en su ser despiadado que arriesga los sueños de sus hijas -buscando que los medios sean absueltos por el redentor fin-, Eric Cantona tiene ya pinta de cabreado desde el principio, perdiéndose en parte la esencia biográfica de la novela. No obstante, en sendos protagonistas se aprecia un mismo proceso, poco tratado por ambas ficciones pero claramente visible a los ojos del espectador: el hecho de contemplar cómo en un momento determinado el personaje principal -con un plan relativamente elaborado en la novela, y uno bastante más improvisado en la serie- llega a ese punto del que muchos de nosotros hemos sido ya testigos en nuestros padres y amigos en el que, al llegar a una cierta edad, dejan de preocuparse por el amor que puedan transmitir a su familia e hijos, y sólo son capaces de hablar en términos monetarios, y expresar su cariño a través de herencias y cuadros de balances (arriesgándose a sacrificar, en el camino, aquello por lo que supuestamente se pusieron a luchar). También se malogra en la serie un aspecto muy humano de la novela -en pos de enarbolar un alegato último contra el capitalismo-, mediante un final que no desvelaremos, pero que está protagonizado por uno de los personajes más desaprovechados de la versión televisiva: el amigo íntimo del protagonista, Charles. Un pobre tipo, compañero de trabajo en esos empleos precarios que ambos van encadenando, que vive en un coche tan destartalado como él mismo, y que da la sensación de estar a punto de desarmarse en cualquier momento, como un muñeco al que le hubieran dejado de dar cuerda y tan sólo aguantara por pura inercia, pero que sigue sonriendo, a pesar de cada percance, un día más. La forma en que la serie trata a este individuo le hace perder buena parte de la ternura que destila la novela (de hecho, los finales de ambas versiones dejan en posiciones morales muy distintas al protagonista), olvidando que este conflicto, más allá de la cuestión laboral, es uno profundamente personal e íntimo, cosa que sí que refleja Lemaitre en una narración que, a pesar de estos toques de poesía, es capaz de mantener la intensidad y el misterio hasta casi la última línea, sin que sepamos en ningún momento qué es lo que viene a continuación. En definitiva, un texto cargado de adrenalina que, sin embargo, da pie a profundas reflexiones sobre quiénes somos, y qué hace con nosotros esa cosa extraña que, para ganarnos el pan, nos roba al menos ocho horas al día de nuestras vidas. ¿El trabajo dignifica al hombre? Marx, Auschwitz y esta novela están de acuerdo en pocas cosas, pero quizás las tres coincidirían en un veredicto unánime en contra de esta conclusión.
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