Continuación a partir de aquí.
*
Era una mujer.
Las deliciosas curvas, embutidas bajo el ceñido traje negro, me atraían con una mezcla de fascinación y horror simultáneas y unívocas.
Era
extremadamente atractiva. Rubia, ojos verdes, pero con alteraciones
azulado-anaranjadas según la orientación de la luz. Una larga cabellera rubia
recogida en una coleta. Piel tersa; casi me atrevería a decir -aun sin tocarla-
suave. Y una mirada inteligente, desafiante, provocadora. La barbilla firme,
señalándome, como un rayo procedente de la profundidad de la tormenta. Y, entre
sus labios, una frase.
-¿Qué
pasa?¿No soy tal y como te imaginabas?
Yo,
aún sorprendido, balbuceé una poco importante respuesta:
-No...
no pensaba que fueras una mujer.
Ella
sonrió.
-Las
cosas no son siempre como nos imaginamos... o tal vez sí.
Se
acercó.
-Al
fin y al cabo, soy un producto de tu imaginación. Lo confieses o no, tu
subconsciente ha querido que sea yo la que esté aquí, y no otra persona. No has
querido un hombre, tampoco has aspirado a un ser sin rostro. Me has imaginado a
mí. No puedes negarlo. Al fin y al cabo, estoy aquí.
Fruncí
el ceño. Todavía no acababa de comprenderlo.
-¿No
deberías ser como te imagina tu autor?
-¿Autor?
Vamos a dejar las cosas claras, querido. En primer lugar, los personajes no son
como los imagina el autor, sino como los construyen los lectores. Piensa en
Sherlock Holmes; pese a que Doyle le consideraba tan sólo un drogadicto
egoísta, el resto del mundo le adora. O en Peter Pan: cuando terminaron su
estatua en Londres, alguien gritó desde la multitud, “¡No tenéis ni idea del
monstruo que alberga en su interior!”. El individuo era J.M. Barrie.
-La
historia de Peter Pan de Barrie no es la misma que la de Disney. En el primer
caso, era un adolescente egoísta y malcriado.
-La
historia que perdura es la que el público quiere que perdure.
Me
tembló el labio inferior.
-¿Y
en cuanto a lo segundo?
-En
cuanto a lo segundo-dijo arrojando el pasamontañas sobre el sofá-, no existe
autor.
-¿Cómo
que no?¿Y quién escribe tus novelas?
-El
editor las encuentra sobre su mesa cada vez que es necesario.
-Eso
es imposible.
-Pero
es; tan sólo una breve nota acompaña el manuscrito, y convence al editor de que
no se apropie de la autoría de la obra, si no quiere que le denuncien por
plagio, o que se agote la gallina de los huevos de oro. No hay galeradas, no
hay correcciones editoriales con decisiones incómodas. El sueño de todo
escritor.
-Pero
eso quiere decir que tú eres la autora.
-Que
no, cariño, que no te enteras -susurró sensualmente-. No hay autor, ni nadie
escribe los libros. Las cosas, simplemente, ocurren. Los libros aparecen. No
son sino reflejo de la verdadera historia.
-No
me lo creo.
-¿Ah,
no?-carcajeó-. ¿Crees acaso que, si existiera autor, la editorial no lo hubiera
anunciado?¿Tú sabes lo que se gana con las firmas de libros en los centros
comerciales?¿O con el idiota de turno garabateando vagas dedicatorias en la
feria del libro?¿Te crees acaso que el presunto misterio del autor genera la
mitad de beneficios que podría ganarse con el tipo en circulación? No hay autor
porque nunca lo ha habido, y jamás lo habrá. En todo acaso, si lo crees o no,
eso no es importante. La única cuestión es si vienes.
Se
me elevaron las cejas tres cuartas al escuchar esta aseveración. Ella se dio
parcialmente la vuelta.
-¿Venir?¿Adónde?
Me
mandó una insinuante sonrisa de refilón.
-¿Pues
adónde va a ser?¿O cómo quieres que termine la novela?
Me
pasé la mano por el cabello. Todavía estaba confuso.
-No...
no puede ser.
Ella
elevó una ceja.
-Te
dijeron que iba a revolucionar el mundo de la literatura. Bien. Tienes la
capacidad de montar tu propia historia. Recuerda: nos están esperando. Harrington,
con rencor acumulado desde la última vez, está aguardando con un revólver en el
interior. Liz se está a punto de escapar con Robert para nunca más volver. Y en
cuanto a Zsoldar... bueno, no tengo ni idea de dónde se habrá metido ese
engendro.
Así
era. Todo el mundo nos estaba esperando allí. En Roma.
-¿Y
va a ser así?¿Tan fácil?
-Hombre...
no ha sido muy complicado hasta ahora... ¿verdad?
Me
pellizqué. Me hice bastante daño. En los sueños, al menos en los míos, la cosa
está tan fragmentada que no te da tiempo a tomar demasiadas decisiones. En la
vida real, sueles actuar de manera conservadora, y tiendes a quedarte siempre
un paso atrás. Pero, en las novelas de aventuras, los héroes, inconscientes,
independientes, están dispuestos a tomar cualquier estúpido riesgo, con tal de
no dejar que la aventura le domine a él. Si nos hallamos dentro de una novela
romántica, habrá que comportarse como tal. Es mi sueño, y hago lo que me de la
gana. Sólo había un problema.
-Tengo
un par de dudas.
Ella
se colocó de nuevo el pasamontañas.
-¿Tan
sólo? Muy bien. Pareces más inteligente que los otros.
Escruté
su mirada.
-¿Qué
otros?
-Eso
ya no se admite como pregunta. Así que escupe.
Di
un par de vueltas por el salón.
-¿Cómo
es que no te he visto con las cámaras otras veces? Sí, ya sé que la posición
del libro influyó, pero después de llegar a este punto, las cosas no pueden ser
una casualidad. Así pues...
Ella
cogió el libro; dejó un dedo en la página señalada, y lo cerró.
-Las
novelas son muy engañosas. Hacen que las coincidencias evolucionen de manera
dramática, para crear la situación más angustiosa, o la más feliz. Es una
característica que han cultivado Dumas, Víctor Hugo, Maurice Leblanc o Gaston
Leroux. Los hechos se manipulan, los personajes no actúan como lo harían si
fueran lógicos y, sobre todo, las coincidencias existen. De no ser así, las
novelas serían como la vida real: lógicas, inconexas, inconclusas, sin inicio
ni final. Aunque, quién sabe, a lo mejor crearíamos así un nuevo estilo de
literatura. Las cosas evolucionan: sin ir más lejos, hace unos siglos la sola
idea de una novela era impensable. En todo caso… ¿algo más?
Asentí.
-Sí;
hay algo más. ¿Por qué esos robos?¿Fue tan sólo por atraer mi atención?
Ella,
como si no le hubiera preguntado nada, como si no se hallara delante de mí, se
estiró acompasadamente, a semejanza una gata cuando ronronea.
-Se
ve que me equivoqué: eres menos inteligente de lo que supuse -sentenció-. ¿Por
qué crees que robaba todas esas cosas a toda esa gente?¿Por el dinero?¿Porque
me gusta el riesgo?
Yo
me encogí de hombros.
-Las
motivaciones humanas son tan variadas como los mismos seres humanos.
Se
acercó aún más a mí.
-¿Por
qué te diste cuentan de que faltaban?
Preguntó.
No me dio tiempo a responder.
El
Ladrón del Ojo Dorado abrió el libro, y lo volvió a cerrar de nuevo.
-Aún no he
terminado contigo.
Sentí
cómo me volatilizaba ante mis propios ojos...
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