jueves, 1 de octubre de 2020

La historia real de octubre: Ferrer Guardia, una condena atroz

Nos encontramos quizás ante uno de los crímenes más abyectos que haya ejercido el estado español desde que éste intentó mostrarse como un país moderno, respetuoso de la ley y del estado de derecho. Quizás precisamente a causa de eso sea un hecho bastante desconocido. El proceso contra Ferrer Guardia se convirtió un acto abominable, que algunos han comparado con el affaire Dreyfuss en Francia y que sin duda encuentra ecos en la tan execrable como errónea ejecución de José Rizal, héroe de la independencia filipina, por parte del mismo estado español, unos trece años atrás. Está claro que algunos no aprenden de sus propios fallos. Los cuales requieren ser recordados periódicamente, para evitar reiterarse. Quizás por eso, también, no nos hablen con tanta frecuencia de esta figura, a la que en ciertos círculos cubre un velo de oscuridad.

Francisco Ferrer Guardia tiene una vida turbulenta y y poliédrica en una época (nace en 1859) en la que España en general y Barcelona en particular bullen pulsiones revolucionarias y contrapuestas. Como suele decirse de toda crisis, hay un mundo que no termina de nacer, y otro que se resiste a morir, y en esa dinámica lleva inmersa la piel de toro doscientos años. Lerrouxismo, catalanismo, tradicionalismo; Ferrer, nacido en una familia acomodada y monárquica, reacciona basculando hacia al lado opuesto, y educándose de manera autodidacta o mediante ayuda de conocidos en el republicanismo y las ideas internacionalistas. A través de su trabajo como revisor de los ferrocarriles entra en contacto con el mundo político, ejerciendo de secretario de Ruiz Zorrilla, miembro del Partido Republicano Progresista. Una asonada militar de un partidario de su jefe, por la cual se intenta proclamar la república, fracasa y Ruiz Zorrilla y su empleado se ven obligados a exiliarse a París, donde Ferrer sobrevive dando clases de español. Allí entrará en contacto con las corrientes librepensadoras y anarquistas. Quizás toda esta labor de forja intelectual, tan trabajada e intensa, no hubiera fraguado en ningún logro concreto si no hubiera mediado un golpe de suerte. Al igual que con el documental sobre Las Hurdes de Buñuel -que se rodaría gracias al dinero procedente de un billete de lotería-, a Ferrer Guardia le cae en suerte la herencia de una antigua alumna, que le aporta una suma de un millón de francos. Con este dinero, va a hacer la inversión de su vida: fundar una institución que recopile las ideas que había desarrollado sobre la educación y las cristalice en una escuela viva que modifique ciento ochenta grados el paradigma de la enseñanza en España. No sabe en lo que se está metiendo; o sí lo sabe pero, aun así, sigue adelante, porque sin gente que se meta en líos no existiría ninguna manera de avanzar.

La Escuela Moderna, como se denominó, y que empezó a desarrollarse en Barcelona (aunque luego surgieron réplicas en otras poblaciones de la provincia, así como en Valencia y Zaragoza), practicaba métodos y teorías opuestas a la mayor parte de lo que se había llevado a cabo hasta entonces. Uno de los pilares fundamentales es que sería laica, en contraposición a la enseñanza religiosa que adoctrinaba la mayoría de los cerebros infantiles por aquella época. Era una educación que se basaba en la libertad, donde el maestro era menos un transmisor que una guía. Se hacía hincapié en la higiene, la salud personal y pública, así como el equilibrio con el entorno natural. Desaparecía la dinámica de premios y castigos (¿nos parecen muy modernas las teorías actuales?) y, aunque la financiación de la escuela obligaba a que la matrícula tuviera un cierto coste -y por tanto restringía el acceso a estudiantes sin poder adquisitivo-, se estimulaba, en compensación, a que los alumnos se inscribieran en el movimiento obrero, para lo cual se realizaban excursiones ya desde niños a fábricas de la zona que debían imbuir del conocimiento acerca de la problemática de este particular universo. Por supuesto, las reacciones frente a esta forma de enseñanza fueron furibundas: para empezar de la iglesia católica, que veía amenazada la exclusividad que tenía de la escasa y mediocre educación que se impartía en aquellos momentos en España. Pensadores conservadores como Unamuno (recordemos su vena cristiana, con tanto peso en su obra) veían peligroso que el movimiento lo liderara un anarquista: "Enseñar física o química para demostrar la no existencia de Dios y la injusticia de que haya Estado es un disparate tan grande como enseñarlas para demostrar que hay Dios y que debe haber Estado".

Un paralelismo claro de la Escuela Moderna se encuentra con otro movimiento contemporáneo, de inspiración similar, con aspiraciones un poco más ambiciosas tanto en el ámbito geográfico como de amplitud de objetivos, aunque menos radical en cuanto a la profundidad de algunos de los mismos: la mucha más conocida Institución Libre de Enseñanza, fundada por Francisco Giner de los Ríos. Como la Escuela Moderna, sus principios se fundamentaban en la no competitividad, el desarrollo integral de la educación del niño, el humanismo, y el pensamiento científico como base de un aprendizaje crítico, racional y desarrollado en libertad. Aunque los logros de la Institución Libre de Enseñanza no fueron ni mucho menos generalizados (el problema al que se enfrentaban era inmenso), su influencia fue enorme no sólo a través de ella misma, sino de otras estructuras con las que colaboró y que contribuyó a diseñar: la Junta de Ampliación de Estudios, que tuvo a su frente a Ramón y Cajal y fue el primordio a partir del cual nació el CSIC; la Residencia de Estudiantes donde intercambiarían conceptos Lorca, Buñuel, Dalí y otros grandes hombres y mujeres, pues la Residencia de Señoritas formaría a toda una generación de féminas intelectuales, de un modo como nunca antes se había intentado en la historia española; o también las Misiones Pedagógicas, las cuales buscaban otorgar unas briznas de instrucción en el vasto océano de incultura en los pueblos pequeños de España (aportando profesores, actividades culturales u obras de teatro, en las que participó con frecuencia el grupo La Barraca, co-fundado por Lorca), en un intercambio de doble sentido entre el campo y la ciudad, puesto que tanto a Ferrer Guardia como a Giner de los Ríos y al ayudante de este último, Cossío (el principal impulsor de las Misiones Pedagógicas) les encantaba salir ellos mismos y sacar a los alumnos al campo y a las zonas rurales siempre que se podía. Si la Institución Libre de Enseñanza no llegó a hacer más (sus logros fueron reducidos y, en muchos casos, no se alejaron demasiado de Madrid) fue debido a la falta de presupuesto, de medios, a la oposición continua de la iglesia y los sectores tradicionales, y también a una Guerra Civil que arrancó de cuajo todo su duro trabajo de zafa previo. No obstante, las tendencias que puso en marcha, muy modernas para la época, sirvieron como base a métodos educativos alternativos que, por fortuna, fueron sustituyendo a los más caducos hasta convertirse, en muchos sentidos, en el sustento de los actuales.

Pero volvamos a Ferrer Guardia. Desde luego, no lo tuvo fácil, con todos los enemigos que se alzaron en su contra. Pero la Escuela Moderna funcionó de manera intermitente entre 1901 y 1909, con una constelación de actividades (charlas, boletines, recitales, teatro, una universidad popular para adultos) impartidas en igualdad a niños y niñas, de manera no segregada, lo cual era escandaloso para ciertas mentes. Al mismo tiempo, Ferrer Guardia daba pie a otras inquietudes: fundó el periódico La Huelga General, pues era un defensor de esta estrategia de presión obrera. El problema llegó cuando, en 1906, el traductor y bibliotecario de su escuela, Mateo Morral, arrojó un ramo de flores cargado con una bomba contra la comitiva de la boda de Alfonso XIII. El atentado fracasó, pero Morral fue atrapado (murió durante la detención; nunca se ha llegado a determinar si abatido por la policía o en un acto de suicidio), y se juzgó y condenó a varios integrantes del movimiento anarquista por haber colaborado en su huida. Ferrer Guardia fue detenido durante trece meses, acusado de complicidad, pero nunca se encontraron pruebas claras, y se le absolvió. Esto implicó, sin embargo, que Ferrer Guardia nunca pudo reabrir su Escuela Moderna. Durante los siguientes años, viaja a Francia y Bélgica, donde se mantiene en contacto con las corrientes pedagógicas modernas de las que había bebido su centro educativo, mientras mantiene abierto en España el boletín de la Escuela Moderna. Como en las mejores tragedias griegas, el destino te permite un breve respiro, tras el primer golpe, para luego reaparecer -con toda su fuerza- en el movimiento que conduce a tu destrucción.

1909. Semana Trágica de Barcelona. Este acontecimiento es más conocido en la historiografía española aunque, para todo lo que significó, no lo suficientemente publicitado. El ejército recluta un nuevo contingente de soldados para la inacabable guerra de Marruecos (guerra que proporcionaba prestigio y ascensos a numerosos generales, y abundantes fondos a unas cuantas grandes compañías; se ha hablado mucho, de hecho, del papel de Marruecos en el golpe de estado que aupó al poder a Primo de Rivera, y también de la implicación de los militares africanistas en la insurrección armada del 36). Sin embargo, existe la posibilidad de salvarse de la leva pagando una cuota: conclusión, sólo van a la guerra los hijos de los pobres. El ambiente se caldea cuando zarpan los primeros barcos con los reclutas, y empiezan los disturbios, las algaradas, los tiros. El balance final: 80 edificios religiosos quemados, 104 civiles muertos, 8 guardias heridos. El gobierno (liderado, en esta época de la restauración, por el conservador Antonio Maura) cree que esta insurrección no puede acabar así y encabeza una dura represión, que incluye a 600 condenados -59 de ellos a cadena perpetua- y 17 ejecuciones, 5 de las cuales se llegan a perpetrar. Una de ellas, la última, fue la de Ferrer Guardia.

Los estudiosos del caso coinciden en que el juicio fue una farsa; contaminado por su relación con Mateo Morral, Ferrer Guardia fue escogido como chivo expiatorio para tratar de endilgarle la supuesta autoría intelectual y dirección de la revuelta (cuando, en palabras de un personaje de la época, una revolución "no se prepara", sino que surge de manera espontánea cuando encuentra el ambiente propicio). En concreto, el propósito de mostrar a Ferrer Guardia como el líder de los anarquistas españoles era poco menos que descabellado. El proceso, por otra parte, careció de las mínimas garantías jurídicas: se colectaron declaraciones de tercera a mano (nunca a través de testigos directos) en los que se implicaba a Ferrer Guardia en el incendio de edificios religiosos, mientras que las personas que podían haber demostrado su inocencia, como los amigos y familiares de Ferrer, habían sido desterradas a un pueblo de Teruel tan aislado como remoto. Entre las irregularidades del proceso, el abogado de Ferrer Guardia sólo tuvo un día para leer las más de 600 hojas de las que se componía el sumario, mientras que las páginas más desfavorables de éste fueron filtradas a los diarios conservadores de la época (La Vanguardia entre otros) para aumentar la campaña de descrédito contra el pedagogo catalán. Esta campaña tenía tanto o más importancia porque, aunque acalladas en España, había una miríada de protestas por parte de los colaboradores extranjeros de Ferrer Guardia, que calificaban de escándalo todo el asunto. Los escritores más comprometidos con la cuestión española, entre ellos Azorín y Unamuno (quien se consideraba a sí mismo una especie de defensor del acervo cultural nacional), reaccionaron de manera visceral ante lo que consideraron un ataque contra las esencias patrias. El escritor vasco, en concreto, calificó con palabras tan gruesas como "mamarracho" a Ferrer Guardia en una carta privada, aunque no fueron peores ("judío fanático", "snobs", "golfería") las que les dedicó a los intelectuales europeos que se pusieron del lado del anarquista. Luego se arrepentiría de haber participado en aquella barbarie, aunque no sería la primera vez que Unamuno alternaría la defensa encarnizada de su libertad intelectual con el apoyo a grupos que estaban deseando cercenarla y enterrarla por debajo del subsuelo.

<<¡Viva la Escuela Moderna!>>, gritó Ferrer Guardia el 13 de octubre, antes de que el pelotón de fusilamiento liberara la descarga en el foso del castillo de Montjuic, en virtud del delito de sedición en una sentencia que buscaba proporcionar un escarmiento. La carta de súplica que su hija había enviado a Alfonso XIII, rogando clemencia, no había surtido efecto. Las reacciones internacionales fueron tan hondas como expresivas: Anatole France declaró, en una Francia donde lucieron crespones negros sobre banderas españolas (muchas de las cuales ardieron), se dolió de que el único crimen de Ferrer Guardia había sido fundar escuelas. En Suiza, se bramaba "contra España y contra los curas"; en Argentina se arrojaron bombas contra un consulado español; hubo protestas en Petrópolis, en Salónica. En Genóva, los estibadores se negaron a descargar los barcos españoles; en Inglaterra se hablaba abiertamente de asesinato. En España, en cambio, el debate se silenció, aunque Ferrer Guardia tuvo unos pocos apoyos: el neurólogo Luis Simarro (el hombre que le enseña el método Golgi a Cajal, punto de partida de sus futuros éxitos), quien escribió un libro sobre el proceso, o el las palabras que Galdós (cuyas tendencias progresistas han sido ignoradas hasta hace muy poco) exteriorizó -tildando el arbitrario proceso como propio de una moderna inquisición-, en una reunión en la que también estarán presentes Giner de los Ríos y Pablo Iglesias. Este último (fundador y, durante cierta época, único diputado en las cortes del PSOE, tras haber conseguido irrumpir en el amañado sistema electoral de la Restauración) firmó, junto con los diputados republicanos, una petición para reabrir el proceso judicial del educador y anarquista, pero nunca consiguieron reunir los apoyos para restaurar su nombre. Sólo, más adelante, el Consejo Supremo de Guerra revocó la parte de la sentencia que consideraba a Ferrer Guardia responsable civil de los daños materiales subsidiarios de la Semana Trágica, con lo cual permitió que sus bienes fueran traspasados a sus herederos.

Ferrer Guardia tiene hoy un par de estatuas dedicadas; una en Bruselas, delante de la Universidad Libre, y una réplica colocada en 1990 en la montaña de Montjuic, no lejos de donde fue ejecutado en Barcelona. Como mencioné al inicio, su caso es poco reivindicado. Sin embargo, el mejor resarcimiento lo hallaría el pedagogo en pasearse por un instituto o una escuela primaria y ver que muchos de sus principios han sido aceptados aunque, sin duda, él siempre exigiría más de la educación, y seguiría reclamando sus ideas anarquistas, las cuales también han influido mucho en nuestra concepción del mundo (entre otros, en campos como el feminismo o los derechos civiles). Albert Lledó escribió sobre él, en la Revista de Letras, 100 años después de su muerte: <<El 13 de octubre de 1909 es fusilado en el castillo de Montjuïc. Pero sus ideas, el amor a la libertad por las que luchó siempre, son eternas. No mueren con un disparo. Ni con dos. Ni con tres. Sólo con el olvido, y por ello la vital importancia de hacer memoria. Es nuestra obligación ética>>. Por eso, con respecto a Ferrer Guardia, más a menudo, va siendo hora de recordarlo.

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