lunes, 17 de junio de 2024

Las historias cortas de junio: "Mi mendiga de la peluca de colores"

            Hay una mendiga que siempre está rondando Plaza Castilla. Normalmente, los mendigos visten ropas marrones, muy normales, de esas típicas que les regalan en las instituciones de caridad. Sin embargo, ésta se dedicaba a peregrinar por los múltiples albergues e iglesias, y solía encontrar prendas muy hippies, como faldas de colores -largas hasta la rodilla-, que se ponía en sus largos paseos por Mateo Inurria, en los cuales la gente hacía gestos ex profeso para no mirarla mientras ella hablaba sola (es curioso, nunca he visto a dos mendigos hablar entre sí, solo hablar solos; pero eso, quizás, significa que no he visto suficientes mendigos), y paseaba dando vueltas, moviéndose y brincando por los rincones. Sin embargo, un día, habiendo pasado muy recientemente los carnavales, la mendiga, de habitual pelo corto -para evitar que la atacasen los piojos-, se encontró una peluca de colores (sobre todo violetas, encarnados, morados, amarillos, todos muy vivos), y tirabuzones. Entonces ella se la puso, y comenzó, como siempre, a dar saltos, a dar brincos por ahí, y a echarse los tirabuzones a un lado, por encima de los hombros. Llevaba, además, sobre el rostro, una máscara de carnaval, que había encontrado en la basura, con una media sonrisa y una media pena. Y esta vez la gente la miraba atentamente, pero no era porque consideraban que estaba loca, sino porque estaba guapísima, y les encantaba verla saltar así...

            Cuando ella se miró al espejo, antes de salir a la calle, se dio cuenta por primera vez que tenía aspecto de mujer. Pero para ello, debían mirarla primero como si fuera persona...

*

            La mendiga de la peluca de colores ya no la lleva: se la ha puesto a la Cibeles, y le ha dicho, “Estos días hace mucho frío. Tú pasas más tiempo en la calle que yo...”

            La Cibeles, ahora, lleva puesta la peluca de la mendiga. Sobre esa peluca han anidado, extrañamente, una pareja de frailecillos, a quienes todos creían especie propia de mar. Atentos como están los transeúntes a los frailecillos, no se han fijado en si la diosa ha alterado su inmutable expresión por, tal vez, un guiño a la galería...

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