Todo comenzó cuando, una agradable tarde de septiembre, en pleno síndrome de depresión postvacacional, Mariano García Gual, de 42 años, quiso volver a ver el partido en el que España derrotaba a Alemania en cuartos de final de la Eurocopa. Se había perdido algunos compases del choque, en su momento, por culpa de la cena familiar organizada por su cuñada, y sabía que en todo caso le tranquilizaría de cara al retorno al trabajo, sobre todo porque, como en una buena película, era conocedor de que iba a terminar bien, y aquello le sosegaba.
Por eso, su sorpresa fue mayúscula cuando, al volver a ver la grabación del partido, algo ocurrió en el minuto 28 de la prórroga: o mejor dicho, no ocurrió. Dani Olmo centró al área, Merino remató... y el tiro salió a un lado de la portería. El centrocampista español había fallado, al contrario de lo que ocurrió la primera vez, en la que aquella jugada supuso un gol que había derivado en la victoria de España durante aquel duelo. Mariano contempló atónito el resto del partido para comprobar cómo el equipo hispánico caía en penaltis contra Alemania.
Además del disgusto tremendo que se pilló (y de la perplejidad en que su cerebro se hallaba sumido), a Mariano no se le pasó la obvia paradoja temporal que se estaba generando, y por ello, y ya que era a la sazón el Responsable Científico del CERN (un cargo que le había obligado, para su disgusto, a renunciar a su anterior puesto como presidente de su comunidad de vecinos), redactó un mail a sus superiores, que rápidamente movilizaron a los físicos que formaban parte de su plantilla para cerciorarse de que aquello no se trataba de un incidente aislado. Pero no, estaba claro: en todas las grabaciones del partido, en los registros oficiales de la UEFA, en el libro oficial de la Eurocopa, era Alemania la que había pasado, aunque todo el mundo recordaba que no había sido así.
Las discusiones que tuvieron lugar en aquellos días, en foros oficiales y cotidianos a lo largo y ancho del globo, fueron muchas: se habló de una alucinación colectiva, de dimensiones alternativas... Al final, la explicación que cuajó fue la de un experto en física de partículas que teorizó que, en un abanico de posibilidades tan amplias como las que se abren en un partido de fútbol, se había producido un desfase temporal a nivel cuántico y, aunque la realidad había sido una concreta -inalterable y específica- durante los primeros instantes después del encuentro, a partir de cierto momento (que el físico calculaba que rondaba las 6 de la tarde del 3 de agosto, a la altura de Murcia, bajo un temperatura de 42 grados), se había producido una ruptura en el tejido espacio-temporal en la que había salido victoriosa otra deriva de la corriente temporal, y que ahora era esta nueva versión la que dominaba nuestras vidas.
No obstante, aquello generó un maremágnum entre los responsables futbolísticos: la final se había celebrado en su día, con España entre los equipos presentes. Habían entregado un trofeo, el equipo vencedor se lo había llevado a casa, se había festejado la victoria por las calles de la capital del país... ¿y ahora, todo aquello no se había producido? La UEFA insistió en que, al menos, se tendría que organizar una nueva final en la que jugarían Alemania contra Inglaterra, tal y como se manifestaba en esta nueva realidad.
No obstante, cuando se trató de organizar el partido, sucedieron varios hechos bastante anómalos. Los jugadores se sintieron incómodos en el túnel de vestuarios, como si, en sus propias palabras, se sintieran disconformes con su situación espacio-temporal, y aquello les provocara temblores estomacales, alternados con breves ataques de paradoja. Neuer citó a Kant y a Hume para tratar de describir los síntomas clínicos, pero el más afectado fue Harry Kane, quien tuvo una epifanía en el baño de los vestuarios del estadio en Berlín en la que se le apareció, en el fondo de la taza del váter, Julio Iglesias, y le comunicó que aquel partido era un error de consecuencias cósmicas, para a continuación revelarle que él era su auténtico padre. Kane declaró que, a continuación, vomitó sobre la cara del cantante español, y que tuvo que ponerse a leer varias páginas de las obras completas de Lovecraft para tranquilizarse.
Al final, el asunto se resolvió porque, en los primeros compases del partido, cuando Mittelstaädt estaba a punto de cometer una desintegración molecular sobre Jude Bellingham, apareció un espontáneo desnudo en el campo. En un principio, los responsables de la seguridad creyeron que buscaba un autógrafo de Pickford, pero luego hablaron con el susodicho y les reveló que era un mensajero del futuro que venía a advertirles de que este nuevo partido estaba alterando la línea de sucesos previstos y que, por tanto, debían optar por la solución opuesta: celebrar de nuevo el partido entre España y Alemania para que transcurriera tal y como debía ocurrir, y de esa manera recuperar el flujo cuántico estándar. Los árbitros no tenían muy claro cuál era la decisión correcta, pero al observar cómo Müller se desvanecía de manera intermitente ante sus ojos, decidieron hacer caso al recién llegado, eso sí, después de ponerle encima una rebequita para no escandalizar al público (por lo visto, explicó el mensajero del futuro, el viaje a través del tiempo requería ir cargado del menor peso posible, y por eso había tenido que quitarse toda la ropa, después de que su jefa se negara a desplazarse ella misma y aparecer desnuda delante de un campo con 60.000 espectadores; a continuación, el viajero del futuro pidió, para recuperarse del trayecto, un caldito de pollo y un estóndalo. "¿Ah, que no sabéis lo que es un estóndalo?", preguntó. "Pues ya lo descubriréis, ya. No sabéis lo que os estáis perdiendo. Pero chssst, creo que ya he hablado demasiado").
Así pues, volvió a celebrarse el partido entre España y Alemania. No fue un reto carente de problemas: para empezar, los jugadores tuvieron que echarse cremas regenerativas contra la edad, a base de pepino, para hacer retroceder los estragos que el tiempo había efectuado sobre su piel en los últimos meses, para así encontrarse en la disposición más parecida a la que los jugadores poseían al inicio del choque (alguno de ellos, en un arranque de celo, rompió con su pareja en aquel momento para volver a salir con las personas con las que lo hacían durante el período de la Eurocopa. Aquello dio más de un quebradero de cabeza en el Registro Civil, incluso aunque se garantizase que la unión era sólo eventual y por razones meramente futbolísticas. Sobre los inconvenientes domésticos que aquello causó, y cómo un futbolista recibió un sartenazo en la cabeza al proponer una solución en forma de trío, cubriremos un tupido velo). Lo más difícil fue restablecer, uno por uno, los hitos principales del partido: Kroos volvió a partirle la pierna a Pedri (lo cual, teniendo en cuenta que estaba ya dolorido, le sentó fatal), y Olmo hubo de repetir el centro a Merino hasta que ambos lograron repetir de manera fidedigna la jugada a la trigresimo cuarta ocasión (marcando en una de cada dos ocasiones), demostrando que, en palabras de Douglas Adams, sólo existe una forma segura de ejecutar una maniobra concreta, y es cuando ésta tiene, como probabilidad para producirse, sólo una entre un millón de oportunidades.
Al final, la normalidad se restauró, España volvió a jugar la final contra Inglaterra, y el orden se restableció en el mundo. Eso sí, aquello conllevó, más adelante, la invasión de los extraterrestres del planeta Junito, y el motivo por el cual nos vimos obligados a escribir este relato. Pero como suele decirse, ésa es otra historia, y merece ser contada en otra ocasión.
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