En
2024, en Gales, un ladrón fue detenido porque irrumpió en una casa, se cocinó
la comida, la sirvió con vino y, a continuación, empezó a hacer las labores domésticas.
Entre otras cosas, tendió la ropa, vació un contenedor de reciclaje, fregó el
suelo y reordenó ciertos elementos de la vivienda. Cuando se fue de la casa,
dejó una nota que decía: “No te preocupes, sé feliz”. Había llevado a cabo un
procedimiento muy parecido en otras moradas. Lo que sigue a continuación es una
ficción.
No voy a negárselo. Parte de mi motivación fue el
dinero. O, mejor dicho, la carencia de él. Pero me repugna robar, y no me
considero un ladrón. En efecto, yo entré en esa casa, me serví de sus útiles de
cocina y tomé parte de sus alimentos, pero lo pagué con mi trabajo: si se da
cuenta, realicé unas cuantas tareas del hogar. Vale que cuando me cuelo en una
residencia y lavo la ropa, incluyo también la mía, pero le estoy ahorrando un
rato de esfuerzo a los habitantes del sitio. Encima, les reorganicé el jardín,
que lo tenían muy descuidado; guardé la compra, que habían dejado tirada por
ahí; y reestructuré los armarios, que tenían hechos un desastre. Me apuesto lo
que quiera a que no han cambiado la reordenación que le hice, porque les viene
mejor. Hasta cabría decirse que les he hecho un favor.
Además,
todos los domicilios en los que he entrado tienen algo en común. Pasaba cerca
de ellos con frecuencia en mi camino a buscar trabajo, y me daba la sensación
de que los que allí vivían no aprovechaban plenamente sus vidas. Tenían buenas
casas, trabajos acomodados, una existencia (sobre el papel) feliz, y nunca
parecían tener tiempo para arreglar los pequeños desperfectos de su hogar, ni
tampoco se sentían -aparentemente- a gusto. Me da la sensación de que nunca han
valorado más lo que tenían dentro de sus viviendas hasta que no ha entrado alguien
que les ha hecho sentir que podían perderlas. Yo, en cambio, he aprovechado hasta
el tuétano todo lo que ellos habían despreciado. Las comodidades están para usarse;
de no ser así, carecen de sentido.
No
sé, señor juez. Para mí sería ideal un intercambio de ese estilo: comida y un
lugar donde reposar a cambio de trabajos. No es que me disguste ser un ladrón
original: qué más quisiera yo que adoptar la fama de aquel a quien la policía pilló en una casa porque se había quedado a leer un libro tan interesante que se le fue el santo al cielo. Me gustó cuando en Twitter hicieron chistes de mí llamádome "el ladrón con el TOC de la limpieza" y comparándome con el anuncio de "Don Limpio". Pero sigo sin considerarme
a mí mismo un criminal. No sé qué opina usted.
El juez meditó.
-¿Se pasa por mi residencia, mañana a las seis?-preguntó.
El acusado asintió:
-Deme la dirección, y acudiré encantado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario