El hombre vivió una
existencia cotidianamente anodina, y aburridamente gobernada por el trabajo,
durante toda su vida. No obstante, cuando se jubiló, por fin decidió dedicarse
a su verdadera pasión: iba a escribir. Por eso tomó un avión y se dirigió a una
isla remota donde pudiera con fruición aislarse y encomendarse a su tarea. Pero su
avión se estrelló. Sobrevivió y quedó como un náufrago.
Mientras realizaba
todos los preparativos para permanecer un largo tiempo en la isla, el hombre
sopesó sus opciones: a su edad y bajo esas condiciones, no creía que fuera a
durar mucho. Unas cuantas semanas, un mes, unos pocos más si no lo devoraban las
fieras o antes de que un huracán lo desmembraba en mil pedazos. No tenía mucho
tiempo. Pero las historias estaban allí. Se encontraban en su cabeza. Se
trataba sólo de darles una forma, de idear un sentido, de hilvanar un discurso,
y una vez hecho esto, a falta de papel, de pluma, de discos duros, de una
máquina de escribir decente, grabarlo todo a fuego en su memoria. ¿Y cómo
hacerlo? Incrustándoselo en la cabeza. No se le ocurrió otra manera. A fuerza
de repetir, de repetir, de repetir, encontrando las mejores voces para su relato, como hizo sin duda Homero en su día, conforme intuía qué giros
verbales y anécdotas concretas cautivaban en mayor medida a los primeros y más honestos
espectadores de la Odisea. Y eso hizo. Construyó un refugio; cazó animales; e
ideó libros. Un total de casi diez, a lo largo de más de ocho años.
Cuando le rescataron,
lo primero que pidió no fue ropa ni comida ni tan siquiera papel higiénico.
Exigió que le llevaran ante un ordenador y las escribió todas, de corrido, a lo
largo de tres semanas, deteniéndose lo mínimo para ejecutar sus necesidades
esenciales. Cuando terminó, durmió cuarenta y ocho horas seguidas. Nada más despertarse,
le informaron de que sus obras se habían convertido en un éxito.
Algún periodista, en
entrevistas muy posteriores, años más tarde, apuntaba: “Qué pena que no hubiera
usted redactado esas obras antes de haberse estrellado. La búsqueda hubiera
sido más intensa y le hubieran encontrado antes”.
A lo que él respondió:
“¡No!¡En absoluto! Olvida usted lo fundamental. Si yo ya hubiera escrito esas
obras, no hubiera tenido ninguna razón para seguir vivo”.
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