jueves, 1 de mayo de 2025

El relato de mayo: Contradicción

Esta narración surgió a partir del II Certamen de Microrrelatos Simurg (2024), en el que quedó finalista en la modalidad de ciencia ficción, y ha salido publicada (a partir de la página 26 del texto del enlace) como parte de una antología del concurso. Como requisito, el cuento debía basarse en una de las fotografías del Legado de Santiago Ramón y Cajal colgadas en el Espacio Simurg ex profeso para este certamen. En concreto, aunque hubo varias imágenes me inspiraron, partí sobre todo de ésta, que podéis ver debajo. Espero que el relato os llame la atención. Quién sabe, podría dar origen a algo más largo. Un saludo.


Contradicción


-Pase y siéntese.

El recién llegado obedeció. Luego, contempló el galardón que se encontraba encima de la mesa.

-Ah, esto -se fijó también Ramón y Cajal en el documento-. No lo tenía ahí por presunción. Simplemente, no me ha dado tiempo a guardarlo.

El invitado sonrió, comprensivo.

-Claro, por supuesto. Me imagino que el retorno de Suecia ha debido de constituir un esfuerzo agotador.

 -Créame: he quedado mucho más exhausto de debatir con Golgi.

Afirmó, con una pizca de mordacidad para nada escondida, Ramón y Cajal. El invitado pensó que había llegado en el momento perfecto: el científico se hallaba seguro de sí mismo, exultante tras sus últimas condecoraciones. Por supuesto, seguía trabajando a todo ritmo (o eso le habían comentado sus fuentes al respecto), pero estaba preparado para ausentarse del trabajo si un reto más apremiante, más atrayente, consiguiera atraer su atención.

-Pero dejemos de hablar de mí -sonrió Cajal, pícaro-. Le estoy sustrayendo su sin duda valioso tiempo. Dígame, ¿a qué ha venido acá?

Y el invitado de Ramón y Cajal, embutido en su gabán, con esa pinta enigmática que había cautivado al neurocientífico desde el principio, abrió la bolsa de tela que portaba consigo desde el principio para extraer con sumo cuidado…

-Un cráneo -enunció en voz alta Cajal, conforme lo asía con precaución con ambas manos-. Dios mío, estas fracturas son extraordinarias… Me recuerdan a las de uno que mi hermano encontró para nuestra colección particular: tiene una necrosis, causada por la sífilis, que ha generado unas lesiones tan terribles como éstas. Pero en cambio, las de aquí han sido provocadas por un impacto violento, ¿correcto?

-Así es -asintió crudamente el hombre.

-¿Puedo conocer la circunstancia? -preguntó Cajal.

 -Por supuesto -consintió el hombre-. ¿Es usted aficionado a la espeleología?

-¿Adentrarse por cuevas? No, gracias. He escuchado que se hace muy buena ciencia con ello, pero, en dicha área, nunca he pasado del senderismo. ¿Se halló en una gruta, pues?

-Pero no una cualquiera. Quizá haya visitado usted la sierra de Atapuerca, en Burgos.

-No tengo el gusto -confesó Cajal-. Aunque algunos amigos me han hablado de ella.

-De esto es menos probable que haya escuchado nada: hay, dentro de esa cadena de montañas, un conjunto de cavernas particular… Y en una de ellas, existe una sima: un talud que se abre unos catorce metros hacia abajo y que fue explorado por primera vez en 1795. En dicha oquedad (y esto lo conoce un número muy reducido de personas) se han encontrado una serie de esqueletos humanos. Es por ello por lo que ha sido denominada la Sima de los Huesos.

Cajal miraba al desconocido muy fijamente. Colocó con delicadeza el cráneo sobre la mesa, no muy lejos del premio Nobel. Mantuvo su atención sobre el hombre misterioso.

-Prosiga.

-Respecto a esos restos, le resumiré muy brevemente la cuestión: en primer lugar, no son huesos de humanos modernos. ¿Ha oído usted hablar del Homo neanderthalensis?

-¿Esos fósiles que se atribuyen a un tipo de ser humano anterior al hombre moderno? Aunque tengo entendido que hay una intensa polémica acerca de ellos -Cajal tuvo que escudriñar en el interior de su mente para explorar la parte de su memoria a cargo de las noticias científicas fuera de su campo, de las que procuraba mantenerse relativamente actualizado.

-Exacto. Sobre esto que le voy a decir tendrá usted que creerme, porque todavía no se ha hecho público: los restos de la Sima de los Huesos pertenecen a especímenes de ese tipo. Incluso anteriores.

El hombre ejecutó un parpadeo a destiempo: esperaba que lo suficientemente imperceptible para que Cajal no se diera cuenta. Obligó a su mirada a vagar por la habitación. Primero, para desviar la atención; pero, en segundo lugar, para localizar el cráneo que había mencionado Cajal: podía serles útil, según cómo evolucionaran los acontecimientos. El desconocido se preparó para reiniciar el diálogo. Era muy importante controlar el flujo de información que le proporcionaba al científico: combinar medias verdades con informaciones que pudiera constatar y que, por supuesto, no resultaran anacrónicas respecto a su época. El invitado caminaba sobre una cuerda de equilibrista muy fina, que podía seccionarse en cualquier momento: pero nadie dijo que viajar al pasado fuera fácil. Por ahora, lo importante era que, durante la siguiente andanada, Cajal no llegara en ningún momento a sospechar la verdad:

-Y como segundo punto -articuló con voz queda-… Entre ese grupo de huesos, hay una serie de lesiones violentas que nuestros patólogos han atribuido a una caída desde lo alto de la sima. Pero todas ellas son post-mortem: es decir, primero murieron por cierta causa, la que fuere, y después los arrojaron al talud. En cambio, la fractura de este cráneo es ante-mortem

Dejó que Cajal se impregnara de aquellas palabras y de su auténtico significado:

-Es decir… -pronunció Cajal muy lentamente, mientras estudiaba de nuevo el cráneo-… que es un hombre moderno al que alguien arrojó a un agujero lleno de huesos antiguos… y que murió a causa de ello.

Cajal empezó a interrogarse por las circunstancias en que había conocido a aquel hombre. Y se preguntó que quería realmente de él.

-¿Por qué me cuenta esto a mí, precisamente?-inquirió inquisitorial con los ojos.

 El hombre extrajo otro elemento de su bolsa de tela.

-Porque, al lado del cráneo, hallamos esto.

Cajal lo examinó.

-¿Lo reconoce, verdad?

-Claro -dijo el médico-. Es el ocular de un microscopio. Tengo varios de este mismo modelo.

-¿Y esto? -sacó un nuevo objeto el invitado-. Se encontraba también allí.

El desconocido le tendió lo que Cajal reconoció al vuelo como una preparación histológica. La capturó con fuerza. Leyó las palabras que tenía escritas. Alzó la vista, confuso.

 -Esta… es mi letra.

Consultó con ansiedad su cuaderno de notas.

 -Pero esta muestra… yo aún no la he obtenido.

 Se quedaron mirando entre ellos. Transcurrió un segundo muy, muy largo.

 Cajal se incorporó. Cogió, del perchero, casi al vuelo, su sombrero.

  -Rápido, lléveme a ese sitio -ordenó.

 El desconocido, para sus adentros, sonrió.


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