Esta narración surgió a partir del II Certamen de Microrrelatos Simurg (2024), en el que quedó finalista en la modalidad de ciencia ficción, y ha salido publicada (a partir de la página 26 del texto del enlace) como parte de una antología del concurso. Como requisito, el cuento debía basarse en una de las fotografías del Legado de Santiago Ramón y Cajal colgadas en el Espacio Simurg ex profeso para este certamen. En concreto, aunque hubo varias imágenes me inspiraron, partí sobre todo de ésta, que podéis ver debajo. Espero que el relato os llame la atención. Quién sabe, podría dar origen a algo más largo. Un saludo.
Contradicción
-Pase y siéntese.
El
recién llegado obedeció. Luego, contempló el galardón que se encontraba encima
de la mesa.
-Ah,
esto -se fijó también Ramón y Cajal en el documento-. No lo tenía ahí por
presunción. Simplemente, no me ha dado tiempo a guardarlo.
El
invitado sonrió, comprensivo.
-Claro,
por supuesto. Me imagino que el retorno de Suecia ha debido de constituir un
esfuerzo agotador.
-Créame:
he quedado mucho más exhausto de debatir con Golgi.
Afirmó,
con una pizca de mordacidad para nada escondida, Ramón y Cajal. El invitado
pensó que había llegado en el momento perfecto: el científico se hallaba seguro
de sí mismo, exultante tras sus últimas condecoraciones. Por supuesto, seguía
trabajando a todo ritmo (o eso le habían comentado sus fuentes al respecto),
pero estaba preparado para ausentarse del trabajo si un reto más apremiante,
más atrayente, consiguiera atraer su atención.
-Pero
dejemos de hablar de mí -sonrió Cajal, pícaro-. Le estoy sustrayendo su sin
duda valioso tiempo. Dígame, ¿a qué ha venido acá?
Y
el invitado de Ramón y Cajal, embutido en su gabán, con esa pinta enigmática
que había cautivado al neurocientífico desde el principio, abrió la bolsa de
tela que portaba consigo desde el principio para extraer con sumo cuidado…
-Un
cráneo -enunció en voz alta Cajal, conforme lo asía con precaución con ambas
manos-. Dios mío, estas fracturas son extraordinarias… Me recuerdan a las de
uno que mi hermano encontró para nuestra colección particular: tiene una
necrosis, causada por la sífilis, que ha generado unas lesiones tan terribles
como éstas. Pero en cambio, las de aquí han sido provocadas por un impacto
violento, ¿correcto?
-Así
es -asintió crudamente el hombre.
-¿Puedo
conocer la circunstancia? -preguntó Cajal.
-Por
supuesto -consintió el hombre-. ¿Es usted aficionado a la espeleología?
-¿Adentrarse
por cuevas? No, gracias. He escuchado que se hace muy buena ciencia con ello,
pero, en dicha área, nunca he pasado del senderismo. ¿Se halló en una gruta,
pues?
-Pero
no una cualquiera. Quizá haya visitado usted la sierra de Atapuerca, en Burgos.
-No
tengo el gusto -confesó Cajal-. Aunque algunos amigos me han hablado de ella.
-De
esto es menos probable que haya escuchado nada: hay, dentro de esa cadena de
montañas, un conjunto de cavernas particular… Y en una de ellas, existe una
sima: un talud que se abre unos catorce metros hacia abajo y que fue explorado
por primera vez en 1795. En dicha oquedad (y esto lo conoce un número muy
reducido de personas) se han encontrado una serie de esqueletos humanos. Es por
ello por lo que ha sido denominada la Sima de los Huesos.
Cajal
miraba al desconocido muy fijamente. Colocó con delicadeza el cráneo sobre la
mesa, no muy lejos del premio Nobel. Mantuvo su atención sobre el hombre
misterioso.
-Prosiga.
-Respecto
a esos restos, le resumiré muy brevemente la cuestión: en primer lugar, no son
huesos de humanos modernos. ¿Ha oído usted hablar del Homo neanderthalensis?
-¿Esos
fósiles que se atribuyen a un tipo de ser humano anterior al hombre moderno?
Aunque tengo entendido que hay una intensa polémica acerca de ellos -Cajal tuvo
que escudriñar en el interior de su mente para explorar la parte de su memoria
a cargo de las noticias científicas fuera de su campo, de las que procuraba
mantenerse relativamente actualizado.
-Exacto.
Sobre esto que le voy a decir tendrá usted que creerme, porque todavía no se ha
hecho público: los restos de la Sima de los Huesos pertenecen a especímenes de
ese tipo. Incluso anteriores.
El
hombre ejecutó un parpadeo a destiempo: esperaba que lo suficientemente
imperceptible para que Cajal no se diera cuenta. Obligó a su mirada a vagar por
la habitación. Primero, para desviar la atención; pero, en segundo lugar, para localizar
el cráneo que había mencionado Cajal: podía serles útil, según cómo
evolucionaran los acontecimientos. El desconocido se preparó para reiniciar el
diálogo. Era muy importante controlar el flujo de información que le proporcionaba
al científico: combinar medias verdades con informaciones que pudiera constatar
y que, por supuesto, no resultaran anacrónicas respecto a su época. El invitado
caminaba sobre una cuerda de equilibrista muy fina, que podía seccionarse en
cualquier momento: pero nadie dijo que viajar al pasado fuera fácil. Por ahora,
lo importante era que, durante la siguiente andanada, Cajal no llegara en
ningún momento a sospechar la verdad:
-Y
como segundo punto -articuló con voz queda-… Entre ese grupo de huesos, hay una
serie de lesiones violentas que nuestros patólogos han atribuido a una caída
desde lo alto de la sima. Pero todas ellas son post-mortem: es decir,
primero murieron por cierta causa, la que fuere, y después los arrojaron al
talud. En cambio, la fractura de este cráneo es ante-mortem…
Dejó
que Cajal se impregnara de aquellas palabras y de su auténtico significado:
-Es
decir… -pronunció Cajal muy lentamente, mientras estudiaba de nuevo el cráneo-…
que es un hombre moderno al que alguien arrojó a un agujero lleno de huesos
antiguos… y que murió a causa de ello.
Cajal
empezó a interrogarse por las circunstancias en que había conocido a aquel
hombre. Y se preguntó que quería realmente de él.
-¿Por
qué me cuenta esto a mí, precisamente?-inquirió inquisitorial con los ojos.
El
hombre extrajo otro elemento de su bolsa de tela.
-Porque,
al lado del cráneo, hallamos esto.
Cajal
lo examinó.
-¿Lo
reconoce, verdad?
-Claro
-dijo el médico-. Es el ocular de un microscopio. Tengo varios de este mismo
modelo.
-¿Y
esto? -sacó un nuevo objeto el invitado-. Se encontraba también allí.
El
desconocido le tendió lo que Cajal reconoció al vuelo como una preparación
histológica. La capturó con fuerza. Leyó las palabras que tenía escritas. Alzó
la vista, confuso.
-Esta…
es mi letra.
Consultó
con ansiedad su cuaderno de notas.
-Pero
esta muestra… yo aún no la he obtenido.
Se
quedaron mirando entre ellos. Transcurrió un segundo muy, muy largo.
Cajal
se incorporó. Cogió, del perchero, casi al vuelo, su sombrero.
-Rápido,
lléveme a ese sitio -ordenó.
El
desconocido, para sus adentros, sonrió.
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