Una de cal, y otra de arena. Si a principios de este mes este blog se ponía extraordinariamente optimista, y una semana despues se mostraba algo cascarrabias y misántropo, hoy toca volver a ver el vaso medio lleno. Y hoy, de una región de la que no siempre llegan buenas referencias, al menos en nuestro entorno: los chinos.
La globalización es lo que tiene: todo el mundo se mueve a todas partes Dicen que aproximadamente un tercio de la población quiere cambiar de país: el problema es por que te quieres ir un lugar de donde -de media- probablemente se quiera escapar un tercio. Eso ya son cuestiones filosóficas discutibles: en todo caso, una de las ventajas o inconvenientes de la inmigración es que tuvo de particular poner de relieve un hecho que hasta entonces a muchos se les había pasado desapercibido, y es que un quinto de la población mundial es china. "No", me replicarán algunos estupefactos, "eso es imposible". Porque claro, imaginarte que de cada veinte personas que te encuentras por la calle en la España cañí de hoy, tus amigos Francisco, Manolo y Pedro van a ser chinos, aparte del quiosquero que te vende la revista mensual en tu calle, es algo que traumatiza a cualquiera. Y es un hecho que, querámoslo o no, acaba generando todo tipo de recelos, generalizaciones, e incluso algun diminuto embuste en forma de leyenda urbana que circula por ahí. También es verdad que el crecimiento tan desaforado de China en los ultimos tiempos no ayuda: y menos, cómo el gobierno chino ha afrontado ese crecimiento. Su gobierno comunista ha proclamado que "enriquecerse es honroso": por tanto, no os avergonceis. Esto ha hecho que la sociedad china haya perdido -según muchos- muchos de sus valores mas modélicos y envidiables, y rebatir esta visión no lo favorecen ni ciertos ejemplos (que los medios occidentales tienden a repetir hasta la saciedad) ni tampoco imágenes como la de una conocida modelo china hablando sobre su hombre ideal, y argumentando que prefiere llorar sobre el asiento de un Mercedes que a reír sobre una bicicleta. Pero precisamente para evitar generalizaciones (al fin y al cabo, son mas de mil millones) y oponernos a este reflejo a veces simplista de un país que inventó los juguetes, el papel, las cometas, la pasta -y, por supuesto, los palillos-, aquí van dos historias que demuestran que los chinos no solo trabajan o copian portaaviones, sino que también son capaces (mas que muchos de nosotros) de amar y tener compasión. He aquí los hechos:
Esta historia real esta ambientada a mediados del siglo pasado, en que las
convenciones sociales chinas (y también las de los países occidentales
coetáneos) acerca de qué parejas debían juntarse y cuáles no eran bastante
estrictas. Muchos matrimonios eran arreglados, y el hecho –como les ocurrió a
nuestros protagonistas- de que un chico de 19 años se enamorara de una mujer 10
años mayor, encima madre y viuda, no encajaba nada en el esquema tradicional. Vista
la oposicioó de la sociedad, ambos muchachos decidieron fugarse. Y nunca se
volvio a saber de ellos.
Nunca, hasta que un excursionista
casual descubrió, casi medio siglo mas tarde, unas zonas que parecían
cultivadas, y luego, cerca de las mismas, una extraña escalera rudimentariamente
tallada, y que ascendía 1500 metros por la montaña… hasta una cueva.
Allí era donde habían estado
durante todo este tiempo Liu (pues así se llamaba el hombre) y su pareja Xu. Con los
mínimos medios necesarios, subsistiendo precariamente, y sin electricidad,
agua corriente ni comodidades modernas, salvo, acaso, alguna lampara de queroseno
artesanal que, en palabras de uno de los hijos de la pareja (pues alli nació y
se desarrollo su familia), “mi padre construía para iluminar nuestras vidas”.
La pareja lo aguantó todo, miserias y penalidades, con tal de conservar su amor. Xu a veces le
preguntaba a Liu si no se arrepentía de la decisión tomada, pero este nunca
manifestó descontento alguno, y mostro siempre una optimista visión del futuro. Incluso,
para facilitar que su mujer descendiera la abrupta montaña y no se quedara sola
mientras el hombre bajaba a buscar comida, fue Li el que tallo con sus propias manos,
durante mas de 50 años, estas escaleras artificiales que, recordemos, superan un desnivel de
1.5 km de altura.
Cuando se conoció, este suceso sacudió a la
sociedad china y, en 2006, fue elegida la mejor historia de amor por una
publicación de este país. Estas “escaleras del amor”, maravilloso regalo que sirve de demostración como pocos de la abnegación de quienes se quieren, han sido preservadas y la
cueva donde vivieron habilitada como museo, como ejemplo de lo que un ser
humano puede llegar a hacer por otro, y cuán paciente y generoso esta dispuesto a llegar. Seguramente, mucho mas interesante de visitar que la
Gran Muralla. Aunque probablemente, el mejor epilogo
para la pareja sea precisamente el que ocurrió, el único que les importaba: siguieron juntos hasta la
muerte de Liu, a muy avanzada edad y después un día normal de duro trabajo en el campo. Liu falleció en
los brazos de la persona que siempre había amado, seguramente pensando que aquel era el mejor final que hubiera podido esperar.
Y, como segundo relato, este video que publicaba el diario español La Vanguardia sobre unos niños de una clase en China los cuales, conmovidos por una compañera que sufría leucemia, se han rapado la cabeza para solidarizarse con ella.
Si ejemplos como este cundieran, está claro que no habría naciones, y no nos importaría que el que atendiera el quiosco fuera Manolo o Chang. Y al reves.
Hasta la semana (o cualquier periodo temporal y espacial que os plazca) que viene.
Nota: Aprovechando que creo que esta es la segunda entrada del blog sobre China, me doy cuenta de que falta algo de internacionalización por este lado, y voy a tratar de preparar historias sobre lugares tan exóticos como Sudamérica, África, Suiza, o quizás Alpedrete. Con algun salto temporal probablemente también. Y que las disfrutéis.
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