Pero en este caso, Lucía Berlín no cae en este error: es verdad que sus relatos no tienen una direccionalidad ni un sentido claros; que no te están contando "una historia en particular". Podrían decirse que no van de nada en concreto. Pero no consisten en una fotografía, sino más bien en un vídeo; una sucesión de imágenes de las vidas de determinadas personas, como si las hubiéramos escogido a ellas y grabado con una cámara algún momento puntual de sus existencias. Y como estos personajes son tan coloridos, tan variados, tan llenos de matices, tan enternecedores y vulnerables, estamos deseando subirnos a su carrusel. Una amiga que comenzó el libro dice que tuvo el problema de creer que se trataba de una novela (a lo cual no ayuda que la autora le ponga su nombre, Lucía, a bastantes de los personajes), con lo cual no entendía nada y creía que la protagonista saltando de un sitio a otro; confusiones divertidas aparte, la cuestión es que no podría encontrarse un conjunto de relatos independientes donde la posibilidad de creer este esquema fuera mayor, ya que además de una ambientación geográfica común (un Estados Unidos algo arcaico, bastante miserable, con frecuencia sureño o en el entorno de frontera), los personajes de Lucía Berlín se meten en una variedad de fregados y contextos muy distintos, aunque en absoluto incompatibles entre sí: lavanderías, hospitales, escuelas, clínicas abortivas, mansiones aristocráticas... En las cuales se topan con jefes indios, caraduras indomables, bellísimas herederas, mujeres de la limpieza, profesoras de español, monjas, alcohólicos, drogadictos, individuos de manera constante al borde de la ruina, perennemente al límite de quebrarse, pero que de alguna manera sobreviven -siempre- un día más. Ya saliendo de lo literario (ahora sí que os doy permiso para leeros la introducción), si buceáis un poco en la biografía de Lucía Berlín veréis que tuvo una vida breve y convulsa, que muchos detalles de su periplo vital coinciden con las temáticas y localizaciones de sus cuentos (con lo cual cabe creer que muchas de sus experiencias fueran autobiográficas), y que seguramente era tan adorable y frágil como muchos de los alter ego de sus relatos. Los críticos la comparan con Hemigway y Carver, y aunque puedo coincidir con el primero en el sentido de que ambos necesitaban nutrirse de sus experiencias vitales para llevarlas al terreno de la literatura, los personajes de Lucía Berlín son más vivos, tienen mucho más color y son en general más complejos, en un universo más surrealista (o de un cierto realismo mágico, si lo queréis ver así) que los de los otros dos escritores. Así que, por una vez, estaré de acuerdo con los suplementos culturales en que "Manual para mujeres de la limpieza", editado a título póstumo como una selección de los mejores cuentos que en su día publicó en distintas revistas, es uno de los títulos más apasionantes de los últimos tiempos (incluso aunque aún me queden por leer unos cuantos, pues prefiero degustarlos a sorbitos pequeños, como dice Aristóteles que se ha de aprender, a semejanza a cómo beben los pájaros). Lucía Berlín tiene además una novela, "So long", con pinta también de tintes autobiográficos, que me recomendó el último librero con el que hablé -me encanta pedirle consejo a los libreros; otra cosa es que los siga a pies juntillas-, aunque no os puedo dar referencias directas. Y eso es todo: espero que disfrutéis con Lucía Berlín como lo he hecho yo y (de manera independiente) que os hayáis entretenido con esta crítica literaria. Nos leemos.
¿Por qué estamos aquí? Porque nos gusta lo curioso, lo sorprendente, lo interesante, lo inusual, lo que engrandece al ser humano, lo que lo redime de vez en cuando. Por eso nos apasionan las historias: porque hayan ocurrido o no, de alguna manera es real.
domingo, 12 de julio de 2020
El libro del mes: "Manual para mujeres de la limpieza", de Lucía Berlín
En esta crítica literaria, contradiciendo mi costumbre, os esbozaré un par de presentimientos y de costumbres personales. Lo primero de todo, he de decir que desconfiaba de este libro de relatos porque me había encontrado con que dos personas se lo habían leído recientemente, y eso me apuntaba a que había sido sugerido por algún tipo de suplemento cultural. Y, para ser brutalmente sincero, desconfío de este tipo de publicaciones desde que supe que rara vez se leen a fondo las cosas que recomiendan (incluso las que recomiendan encarecidamente), y también desde que descubrí aquella corriente que apoya que la crítica literaria es un arte en sí mismo, incluso superior a la literatura (cosa que sólo puedo creerme o justificar cuando la obra a comentar no es muy buena: fijémonos si no en esta excelente crítica que hacen en El Comidista de la anodina serie Foodie Love; o en las "Sinopsis de cine" de Sanchidrián, cuyo propósito es completamente independiente del de la película comentada). Es cierto que existen muy buenas críticas literarias, pero cuando su objetivo principal es hacer arte por sí mismas, en lugar de orientar al lector sobre si merece o no la pena leer un texto, entonces en efecto se las puede considerar como una entidad independiente, pero está claro que no cumplen la función para la cual muchos de los lectores las han abordado, y esto al menos debe advertirse (al igual que existen excelentes crónicas políticas pero si, para resultar más atractivas, no explican lo que ha ocurrido de verdad en el Parlamento, flaco favor te están haciendo). En todo caso, me aventuré a entrar en sus páginas (las de "Manual para mujeres de la limpieza", se entiende) y allí encontré toda una sorpresa. He de advertir que me he negado a abordar las introducciones del principio: prefiero leerlas al final, cuando ya he visto de qué van los relatos (y los prólogos me pueden aclarar lo que se me haya pasado por alto), antes de que algún pedante me llene de ideas preconcebidas -en ocasiones incluso falsas, con tal de construir una bella crítica literaria- y, como suele ocurrir en muchos casos, me destripe por adelantado todas las historias. Había un tercer factor que me hacía desconfiar de un libro de relatos recomendado (supuestamente) por un suplemento cultural: ahora mismo está muy de moda el tipo de relato el cual, en oposición a las reglas clásicas para un cuento recopiladas por Mark Twain (reglas que, como todas, están para romperse, pero si están ahí es porque tienen su parte de razón), no te cuenta nada en realidad, y te describe la simple inanidad. Esto puede resultar muy fructífero para un microrrelato que te describa casi una imagen fotográfica (la anatomía de un instante, podría denominársele). De hecho, su brevedad e intensidad permite crear escenas muy poderosas que se agarrarán a tu inconsciente, y confieren a un microrrelato esa capacidad tan explosiva que, bien trabajada, puede llegar a lograrse por ésta o por otras vías. Sin embargo, algunos autores, por razones de tendencia o necesidades editoriales, tratan de hacer de estas fotografías muy puntuales un relato más o menos largo y, obviamente, les sale lleno de espacios en blanco que intentan rellenar como pueden, las más de las veces sin conseguirlo (qué decir, entonces, de los magníficos cuentos que se convierten en novelas sin que haya ningún motivo para transformarlos, aparte de vender libros, y que acaban con nosotros sufriendo una pequeña tortura: los hemos vivido todos, ¿verdad?).
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