lunes, 26 de octubre de 2020

Un relato por entregas: "El ladrón entró por la página" (II)

Continuación a partir de aquí.

                                                                                    *

               Era una mujer.           

            Las deliciosas curvas, embutidas bajo el ceñido traje negro, me atraían con una mezcla de fascinación y horror simultáneas y unívocas.

            Era extremadamente atractiva. Rubia, ojos verdes, pero con alteraciones azulado-anaranjadas según la orientación de la luz. Una larga cabellera rubia recogida en una coleta. Piel tersa; casi me atrevería a decir -aun sin tocarla- suave. Y una mirada inteligente, desafiante, provocadora. La barbilla firme, señalándome, como un rayo procedente de la profundidad de la tormenta. Y, entre sus labios, una frase.

            -¿Qué pasa?¿No soy tal y como te imaginabas?

            Yo, aún sorprendido, balbuceé una poco importante respuesta:

            -No... no pensaba que fueras una mujer.

            Ella sonrió.

            -Las cosas no son siempre como nos imaginamos... o tal vez sí.

            Se acercó.

            -Al fin y al cabo, soy un producto de tu imaginación. Lo confieses o no, tu subconsciente ha querido que sea yo la que esté aquí, y no otra persona. No has querido un hombre, tampoco has aspirado a un ser sin rostro. Me has imaginado a mí. No puedes negarlo. Al fin y al cabo, estoy aquí.

            Fruncí el ceño. Todavía no acababa de comprenderlo.

            -¿No deberías ser como te imagina tu autor?

            -¿Autor? Vamos a dejar las cosas claras, querido. En primer lugar, los personajes no son como los imagina el autor, sino como los construyen los lectores. Piensa en Sherlock Holmes; pese a que Doyle le consideraba tan sólo un drogadicto egoísta, el resto del mundo le adora. O en Peter Pan: cuando terminaron su estatua en Londres, alguien gritó desde la multitud, “¡No tenéis ni idea del monstruo que alberga en su interior!”. El individuo era J.M. Barrie.

            -La historia de Peter Pan de Barrie no es la misma que la de Disney. En el primer caso, era un adolescente egoísta y malcriado.

            -La historia que perdura es la que el público quiere que perdure.

            Me tembló el labio inferior.

            -¿Y en cuanto a lo segundo?

            -En cuanto a lo segundo-dijo arrojando el pasamontañas sobre el sofá-, no existe autor.

            -¿Cómo que no?¿Y quién escribe tus novelas?

            -El editor las encuentra sobre su mesa cada vez que es necesario.

            -Eso es imposible.

            -Pero es; tan sólo una breve nota acompaña el manuscrito, y convence al editor de que no se apropie de la autoría de la obra, si no quiere que le denuncien por plagio, o que se agote la gallina de los huevos de oro. No hay galeradas, no hay correcciones editoriales con decisiones incómodas. El sueño de todo escritor.

            -Pero eso quiere decir que tú eres la autora.

            -Que no, cariño, que no te enteras -susurró sensualmente-. No hay autor, ni nadie escribe los libros. Las cosas, simplemente, ocurren. Los libros aparecen. No son sino reflejo de la verdadera historia.

            -No me lo creo.

            -¿Ah, no?-carcajeó-. ¿Crees acaso que, si existiera autor, la editorial no lo hubiera anunciado?¿Tú sabes lo que se gana con las firmas de libros en los centros comerciales?¿O con el idiota de turno garabateando vagas dedicatorias en la feria del libro?¿Te crees acaso que el presunto misterio del autor genera la mitad de beneficios que podría ganarse con el tipo en circulación? No hay autor porque nunca lo ha habido, y jamás lo habrá. En todo acaso, si lo crees o no, eso no es importante. La única cuestión es si vienes.

            Se me elevaron las cejas tres cuartas al escuchar esta aseveración. Ella se dio parcialmente la vuelta.

            -¿Venir?¿Adónde?

            Me mandó una insinuante sonrisa de refilón.

            -¿Pues adónde va a ser?¿O cómo quieres que termine la novela?

            Me pasé la mano por el cabello. Todavía estaba confuso.

            -No... no puede ser.

            Ella elevó una ceja.

            -Te dijeron que iba a revolucionar el mundo de la literatura. Bien. Tienes la capacidad de montar tu propia historia. Recuerda: nos están esperando. Harrington, con rencor acumulado desde la última vez, está aguardando con un revólver en el interior. Liz se está a punto de escapar con Robert para nunca más volver. Y en cuanto a Zsoldar... bueno, no tengo ni idea de dónde se habrá metido ese engendro.

            Así era. Todo el mundo nos estaba esperando allí. En Roma.

            -¿Y va a ser así?¿Tan fácil?

            -Hombre... no ha sido muy complicado hasta ahora... ¿verdad?

            Me pellizqué. Me hice bastante daño. En los sueños, al menos en los míos, la cosa está tan fragmentada que no te da tiempo a tomar demasiadas decisiones. En la vida real, sueles actuar de manera conservadora, y tiendes a quedarte siempre un paso atrás. Pero, en las novelas de aventuras, los héroes, inconscientes, independientes, están dispuestos a tomar cualquier estúpido riesgo, con tal de no dejar que la aventura le domine a él. Si nos hallamos dentro de una novela romántica, habrá que comportarse como tal. Es mi sueño, y hago lo que me de la gana. Sólo había un problema.

            -Tengo un par de dudas.

            Ella se colocó de nuevo el pasamontañas.

            -¿Tan sólo? Muy bien. Pareces más inteligente que los otros.

            Escruté su mirada.

            -¿Qué otros?

            -Eso ya no se admite como pregunta. Así que escupe.

            Di un par de vueltas por el salón.

            -¿Cómo es que no te he visto con las cámaras otras veces? Sí, ya sé que la posición del libro influyó, pero después de llegar a este punto, las cosas no pueden ser una casualidad. Así pues...

            Ella cogió el libro; dejó un dedo en la página señalada, y lo cerró.

            -Las novelas son muy engañosas. Hacen que las coincidencias evolucionen de manera dramática, para crear la situación más angustiosa, o la más feliz. Es una característica que han cultivado Dumas, Víctor Hugo, Maurice Leblanc o Gaston Leroux. Los hechos se manipulan, los personajes no actúan como lo harían si fueran lógicos y, sobre todo, las coincidencias existen. De no ser así, las novelas serían como la vida real: lógicas, inconexas, inconclusas, sin inicio ni final. Aunque, quién sabe, a lo mejor crearíamos así un nuevo estilo de literatura. Las cosas evolucionan: sin ir más lejos, hace unos siglos la sola idea de una novela era impensable. En todo caso… ¿algo más?

            Asentí.

            -Sí; hay algo más. ¿Por qué esos robos?¿Fue tan sólo por atraer mi atención?      

            Ella, como si no le hubiera preguntado nada, como si no se hallara delante de mí, se estiró acompasadamente, a semejanza una gata cuando ronronea.

            -Se ve que me equivoqué: eres menos inteligente de lo que supuse -sentenció-. ¿Por qué crees que robaba todas esas cosas a toda esa gente?¿Por el dinero?¿Porque me gusta el riesgo?

            Yo me encogí de hombros.               

            -Las motivaciones humanas son tan variadas como los mismos seres humanos.

            Se acercó aún más a mí.

            -¿Por qué te diste cuentan de que faltaban?

            Preguntó.

No me dio tiempo a responder.

            El Ladrón del Ojo Dorado abrió el libro, y lo volvió a cerrar de nuevo.

-Aún no he terminado contigo.

            Sentí cómo me volatilizaba ante mis propios ojos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario