lunes, 22 de septiembre de 2025

Las historias cortas de septiembre: Cosas raras que te pasan en la vida (V y VI)

Cosas raras que te pasan en la vida (V):

            -¿Cómo ha conocido nuestra tienda? –pregunta la dependienta de un negocio de cactus-. ¿Por la página web, por un amigo...?

            -No. Casi me siento encima de uno de sus productos en el metro.


Cosas raras que te pasan en la vida (VI):

            A un chico de unos veinte años se le ha muerto su abuelo. Un amigo le da el pésame, diciéndole que lo siente, a lo que el otro, muy conmovido, le responde:

            -No te preocupes, Manuel... si ya sé que no es culpa tuya.

            "Menos mal", se dice Manuel, "ya creía que me iban a acusar de asesinato".


lunes, 8 de septiembre de 2025

El libro y la historia real de septiembre: Tom Crean, "Un héroe olvidado", de Michael Smith

Ésta es una historia irlandesa. Al menos en parte, porque, en realidad, se trata sobre todo de una historia de la Antártida. Tom Crean nació en la isla esmeralda, pero pronto se sintió llamado a la aventura y se enroló en la marina británica, donde, mezcla de sus inquietudes y de las circunstancias del momento, fue reclutado para una expedición polar al mando del capitán Scott. Y luego participó en dos viajes más, dos de los periplos polares sobre los que más se han escrito, entre otras cosas porque acabaron en desastre. Michael Smith se recrea en estos hechos no sólo porque es la manera de hablar de un compatriota que no suele salir mencionado en la historia de las expediciones a la Antártida (a pesar de que su sangre fría, su coraje y su tesón fueron imprescindibles para que éstas no terminaran peor aún), sino también porque constituyen una buena excusa para hablar de temas que nos encantan: grandes epopeyas, gestas humanas, abnegación, riesgo vital. O, en definitiva, el viaje de Scott al Polo Sur que derivó en tragedia, y el épico relato de los marineros del Endurance al mando de Shackleton.

Contado de esta manera, pudiera parecer que Tom Crean no era sólo (como refleja su biógrafo) un tipo simpático, fuerte, voluntarioso e intrépido, sino, sobre todo, el hombre con más mala suerte del mundo. Claro que había varios condicionantes para que, de sus tres expediciones polares, las dos últimas se cubrieran de penalidades. La primera es que, por supuesto, todo viaje a la Antártida, y más en aquella época, es un riesgo, y lo más normal es que las cosas salgan mal. La segunda es que la lectura de este libro deja muy claro al lector que los ingleses no estaban preparados para el Polo. Sacudidos por el ánimo heroico de la época, que llevó a los británicos a conquistar las regiones en los extremos del mundo, incluyendo las más altas cumbres, y a batir toda clase de récords, los viajes a la Antártida fueron planificados en general con un amateurismo impensable hoy en día, organizadas por hombres que no tenían experiencia, no aprendieron de las lecciones de los habitantes de las regiones polares (cosa que sí hizo Amundsen, noruego, quien copió muchas técnicas de los innuits), e incluso, desde los cuarteles generales, fueron diseñadas por individuos que se basaron en estrategias ya desfasadas en el momento en que se aplicaron, y que les acabaron costando más de un disgusto.

Tomemos por ejemplo el segundo viaje de Crean, en el que acompañó al capitán Scott a la conquista del Polo Sur. Scott confió poco en los trineos tirados por perros o en el esquí (las bases de la campaña de Amundsen), métodos que además no dominaban ni él ni su equipo; se basó sobre todo en ponis (a los que, según el autor, trataba con demasiados miramientos para la dura prueba a la que aquel grupo de hombres fue sometido), vehículos a motor -que fallaron con frecuencia en la Antártida- y tracción humana, una técnica horrorosa que obligaba a los expedicionarios a recorrer miles de kilómetros bajo el frío y la nieve arrastrando sus propios trineos, cargados de pesados fardos con cientos de kilogramos de material. No es extraño que el viaje saliera tan mal, con Scott y los otros cuatro hombres que conquistaron el Polo Sur (aunque quedaran segundos, superados por Amundsen) fallecidos durante el viaje de retorno, y con Crean teniendo que realizar un esfuerzo casi sobrehumano para salvarse a él mismo y a sus compañeros de equipo. Los detalles os los dejo leer en el libro -donde se analiza a fondo el plan de Scott y las diferentes posibilidades-, pero comprobaréis que muchas tácticas del viaje se basaban en que todas las dificultades se superarían gracias al pundonor y el espíritu de sacrificio de los componentes de la expedición, muchos de ellos (como Crean) miembros de la marina británica. Una filosofía muy bonita sobre el papel, pero que obligó a que los viajeros pasaran por una serie de trabajos innecesarios y penalidades horribles, sin obtener, en buena parte de las ocasiones, el fruto esperado.

El viaje del Endurance fracasó menos producto de la organización de Shackleton que de la mala suerte (aunque ahí también hubo problemas; recordemos que el segundo barco que iba en la expedición, aunque no vivió una aventura tan famosa como la de Shackleton y su grupo, también lo pasó muy mal, y en buena parte fue porque no estaban bien preparados): como muchos sabréis, el barco quedó atrapado en los hielos, algo muy común en las regiones polares, para finalmente ser destruido por el agua helada, y los marineros tuvieron que viajar un agotador recorrido primero a pie y luego en lanchas para hallar refugio en una isla remota. Allí, un grupo reducido de hombres se atrevió a cruzar el agitado Océano Antártico para llegar a la isla de San Pedro, situada a 1300 km, pero con presencia humana, y donde sería más probable encontrar ayuda con la que poder rescatar al resto de sus colegas. Finalmente, cuando llegaron a la isla, mientras la mayoría de los ocupantes de aquel frágil esquife se recuperaban del abominable recorrido, tres individuos (Shackleton, Crean y su compañero Worsley) cruzaron las inhóspitas y desconocidas regiones montañosas de la isla durante un trayecto de 36 horas seguidas sin dormir para llegar, con las ropas raídas, suciedad acumulada de un año, y más hambre que el perro de un ciego en un glaciar, a una estación ballenera desde donde se iniciaron las sucesivas operaciones de rescate, que aún se prolongaron varios meses hasta que por fin consiguieron rescatar a sus compatriotas, de los cuales (es importante subrayarlo) sobrevivieron la inmensa mayoría: a Shackleton no le sonrió la suerte en el Polo, pero no puede negarse que se esforzó en que los hombres a su cargo volvieran casi todos, y casi enteros, cuando las cosas venían mal dadas.

Imagen de (de izquierda a derecha) Crean, Shackleton y Worley, ya afeitados y limpios, pero todavía consumidos, después de su heroicidad antártica. La foto está extraída de aquí.

Crean estuvo a punto de embarcarse en una cuarta expedición polar, pero le pudo la nostalgia, o, quizás, la vida familiar: volvió a Irlanda, se casó, tuvo hijos, montó un pub -llamado, con retranca, "La taberna del Polo Sur"-, y colgó las manoplas y los jerseys de lana que, mal que bien, fueron su principal protección contra más de una zambullida en el agua helada. Pasó a formar parte, ahora sí, de la tradición irlandesa, y quizá su modestia, o que no fuera un hombre instruido -como otros héroes del Polo-, o los avatares de la historia (en la Irlanda de aquella época no se llevaba muy bien que alguien hubiera trabajado para la marina británica) evitaron que disfrutara de un mayor reconocimiento, aunque ni Crean lo quiso, ni le faltaron homenajes por parte de sus antiguos compañeros, que sí que sabían lo que había contribuido a salvarles la vida. En todo caso, el autor ha querido rendir tributo a su compatriota, con menos fama que Scott y Shackleton (por cierto, también irlandés), pero cuyas experiencias no son menos valiosas.

Acertadas o no, estas expediciones son una demostración del espíritu general y de los propósitos de una era, y del deseo del hombre por conquistar los rincones inexplorados del globo: uno de los aspectos que, en el fondo, ejemplifican mejor cómo somos los humanos. En ese sentido, Tom Crean resulta un buen espejo donde mirarnos, aunque sólo sea desde el punto de vista del tipo que acata las órdenes y trabaja con denuedo para el bien común. Decía el escritor David Torres, muy aficionado a narrar epopeyas de todo pelaje, que, si andas en una situación entre la vida y la muerte en la Antártida, quieres tener al mando al incombustible Shackleton: yo, además, pagaría por contar a mi lado, codo con codo, con Tom Crean.

lunes, 1 de septiembre de 2025

El relato de septiembre: "Final alterado" (segunda versión)

 Bajo el influjo bienhechor de la Compañía, nuestras costumbres están saturadas de azar. El comprador de una docena de ánforas de vino damasceno no se maravillará si una de ellas encierra un talismán o una víbora; el escribano que redacta un contrato no deja casi nunca de introducir algún dato erróneo; yo mismo (…) No se publica un libro sin alguna divergencia entre cada uno de los ejemplares. Los escribas prestan juramento secreto de omitir, de interpolar, de variar.

            Jorge Luis Borges. La lotería de Babilonia.

 

 Basado en una idea original de @agmayan.bsky.social

 

                Todo empezó como suelen comenzar tantas cosas: de manera inadvertida, a la manera de anécdota. Dos amigos discutiendo sobre las diferentes interpretaciones del final de un libro: la discusión va subiendo de nivel, hasta un momento en que se vuelve hasta agresiva. De repente, el grupo de compañeros (un poco harto de aquella situación, porque el plan original era irse a comer unos helados) interviene y alguien pregunta:

                -Pero a ver, exactamente, ¿cuál es el final?

                Uno de los interlocutores de la discusión se lo explica. El otro replica, furibundo:

                -¡Pero no!¡Así-no-es!-pronuncia de manera muy destacada cada palabra.

                Los dos debatientes vuelven esa tarde a sus casas para recuperar el ejemplar del libro que alojan en sus respectivas bibliotecas. Al día siguiente, los dos aparecen en la reunión grupal mostrando los ejemplares que les dan la razón… a ambos.

                Como eso no es posible, los amigos miran la última página de sendos libros: y, en efecto, no se trata del mismo final.

                -¿Pero esto qué es?¿Una errata?-pregunta una chica.

                -No sé si una errata puede consistir en varios párrafos -argumenta otra.

                -Me está empezando a recordar a la historia de “La naranja mecánica”. Eso de que el libro original tenía un último capítulo adicional que el editor borró y que, según el autor, cambiaba todo el sentido de la historia. De hecho, Kubrick hizo la película a raíz de esa versión amputada, de la que el escritor siempre renegó.

                -A ver, no nos desviemos del tema. ¿Cuál es el libro “de verdad”?-intervino uno de los contendientes en la discusión-. O dicho de otra manera, ¿cuál es la versión “buena”?

                -Esto ¿dónde se mira?¿En Internet o…?

                -En Internet te puedes encontrar cualquier cosa. Le preguntas a ChatGPT y te da dos finales alternativos. Mejor vamos a una biblioteca.

                Pero ahí es cuando llegó la sorpresa mayor: porque encontraron las dos versiones del mismo libro. Aparentemente la misma edición, misma portada, todo igual… salvo el final modificado.

                -Gente, esto sí que hay que subirlo a Internet. Debe de haber más gente que lo haya visto. Y, si no, esto tienen que saberlo.

                La cuestión es que, cuando la verdad emergió (a través de redes sociales primeros, y luego foros, tertulias, programas de televisión). se dieron cuenta de que no se trataba exclusivamente de ese libro o de aquella edición. Afectaba a un gran número de textos: volúmenes que habían empezado a aparecer y que tenían versiones duplicadas, donde la única diferencia era el final. Las editoriales decían desconocer el origen de aquel fallo, si se trataba de un error de impresión o de una modificación intencionada. En algunos casos, era difícil discernir a qué textos afectaba aquel fenómeno, porque, con mucha frecuencia, la gente tardaba horas en darse cuenta de que aquellas dos narraciones tan distintas que estaban comparando eran, en realidad, el mismo libro, sólo que con una conclusión tan reformada que parecían dos historias diferentes.

                En otras ocasiones, en cambio, eran los propios autores los que contribuían a la confusión, ya que, al ser interrogados por el asunto (que solía iniciarse con la pregunta: “¿cuál es el final de verdad?”), los escritores contrarreplicaban -incluso con cierto cálculo-: “¿Cuál te ha gustado más a ti?”. De hecho, no era raro que editores y agentes jugaran al despiste, sabiendo que la gente iba a comprar el doble de libros, tratando de desentrañar cuál era el punto y final auténtico. Aquello fue particularmente caótico en el caso de ciertas sagas con un fandom muy acusado, pues buena parte de las discusiones se centraron en cuál era el final oficial que debería incluirse en el canon de los libros, o si esas discrepancias (en ocasiones sutiles, en otras de calibre más grueso) iban a influir a la hora de plantear las secuelas de las diversas tramas.

                Aquello empezó a afectar no sólo a los libros modernos, sino también a los clásicos; en algunas circunstancias (con libros muy desconocidos de los que pocos eruditos recordaban los detalles), tuvo que recurrirse a expertos en literatura de variados campos para tratar, al menos, de fijar un texto definitivo que pudieran seguir los estudiantes. En otras ocasiones, como con el último párrafo del Quijote, hubo arduas discusiones -sobre todo entre la escuela europea y la americana- sobre si el nuevo era o no mejor final. Con el tiempo, llegó a haber versiones duplicadas de las páginas relativas a las sucesivas obras, en enciclopedias físicas o digitales. Durante meses, se extendió el temor a que esto afectara también a los productos audiovisuales, y de repente se duplicaran películas y series, modificando completamente el sentido de los spoilers, y abriendo divergencias infinitas e irreconciliables entre los fans.

                Sin embargo, con lo que más se terminó de volver loco todo el mundo fue con el hecho de que se dieron cuenta de que aquello no se trataba de la acción de un individuo o grupo anónimo que se estaba dedicando a sabotear desde dentro el mundo literario: sino que aquellas modificaciones estaban surgiendo de manera automática, por parte de una fuerza desconocida, que ningún ser humano era capaz de controlar.

LEE EL OTRO RELATO

lunes, 25 de agosto de 2025

El relato de agosto: "Final alterado" (primera versión)

 “Un lector vive mil vidas antes de morir. Aquel que nunca lee vive solo una.”

                                               George R. R. Martin. Danza de dragones

 

Basado en una idea original de @agmayan.bsky.social

 

                Todo empezó como suelen comenzar tantas cosas: de manera inadvertida, a la manera de anécdota. Dos amigos discutiendo sobre las diferentes interpretaciones del final de un libro: la discusión va subiendo de nivel, hasta un momento en que se vuelve hasta agresiva. De repente, el grupo de compañeros (un poco harto de aquella situación, porque el plan original era irse a comer unos helados) interviene y alguien pregunta:

                -Pero a ver, exactamente, ¿cuál es el final?

                Uno de los interlocutores de la discusión se lo explica. El otro replica, furibundo:

                -¡Pero no!¡Así-no-es!-pronuncia de manera muy destacada cada palabra.

                Los dos debatientes vuelven esa tarde a sus casas para recuperar el ejemplar del libro que alojan en sus respectivas bibliotecas. Al día siguiente, los dos aparecen en la reunión grupal mostrando los ejemplares que les dan la razón… a ambos.

                Como eso no es posible, los amigos miran la última página de sendos libros: y, en efecto, no se trata del mismo final.

                -¿Pero esto qué es?¿Una errata?-pregunta una chica.

                -No sé si una errata puede consistir en varios párrafos -argumenta otra.

                -Me está empezando a recordar a la historia de “La naranja mecánica”. Eso de que el libro original tenía un último capítulo adicional que el editor borró y que, según el autor, cambiaba todo el sentido de la historia. De hecho, Kubrick hizo la película a raíz de esa versión amputada, de la que el escritor siempre renegó.

                -A ver, no nos desviemos del tema. ¿Cuál es el libro “de verdad”?-intervino uno de los contendientes en la discusión-. O dicho de otra manera, ¿cuál es la versión “buena”?

                -Esto ¿dónde se mira?¿En Internet o…?

                -En Internet te puedes encontrar cualquier cosa. Le preguntas a ChatGPT y te da dos finales alternativos. Mejor vamos a una biblioteca.

                Pero ahí es cuando llegó la sorpresa mayor: porque encontraron las dos versiones del mismo libro. Aparentemente la misma edición, misma portada, todo igual… salvo el final modificado.

                -Gente, esto sí que hay que subirlo a Internet. Debe de haber más gente que lo haya visto. Y, si no, esto tienen que saberlo.

                La cuestión es que, cuando la verdad emergió (a través de redes sociales primeros, y luego foros, tertulias, programas de televisión), se dieron cuenta de que no se trataba exclusivamente de ese libro o de aquella edición. Afectaba a un gran número de textos: volúmenes que habían empezado a aparecer y que tenían versiones duplicadas, donde la única diferencia era el final. Las editoriales decían desconocer el origen de aquel fallo, si se trataba de un error de impresión o de una modificación intencionada. En algunos casos, era difícil discernir a qué textos afectaba aquel fenómeno, porque, con mucha frecuencia, la gente tardaba horas en darse cuenta de que aquellas dos narraciones tan distintas que estaban comparando eran, en realidad, el mismo libro, sólo que con una conclusión tan reformada que parecían dos historias diferentes.

                En otras ocasiones, en cambio, eran los propios autores los que contribuían a la confusión, ya que, al ser interrogados por el asunto (que solía iniciarse con la pregunta: “¿cuál es el final de verdad?”), los escritores contrarreplicaban -incluso con cierto cálculo-: “¿Cuál te ha gustado más a ti?”. De hecho, no era raro que editores y agentes jugaran al despiste, sabiendo que la gente iba a comprar el doble de libros, tratando de desentrañar cuál era el punto y final auténtico. Aquello fue particularmente caótico en el caso de ciertas sagas con un fandom muy acusado, pues buena parte de las discusiones se centraron en cuál era el final oficial que debería incluirse en el canon de los libros, o si esas discrepancias (en ocasiones sutiles, en otras de calibre más grueso) iban a influir a la hora de plantear las secuelas de las diversas tramas.

                Aquello empezó a afectar no sólo a los libros modernos, sino también a los clásicos; en algunas circunstancias (con libros muy desconocidos de los que pocos eruditos recordaban los detalles), tuvo que recurrirse a expertos en literatura de variados campos para tratar, al menos, de fijar un texto definitivo que pudieran seguir los estudiantes. En otras ocasiones, como con el último párrafo del Quijote, hubo arduas discusiones -sobre todo entre la escuela europea y la americana- sobre si el nuevo era o no mejor final. Con el tiempo, llegó a haber versiones duplicadas de las páginas relativas a las sucesivas obras, en enciclopedias físicas o digitales. Durante meses, se extendió el temor a que esto afectara también a los productos audiovisuales, y de repente se duplicaran películas y series, modificando completamente el sentido de los spoilers, y abriendo divergencias infinitas e irreconciliables entre los fans

                Sin embargo, con lo que más se terminó de volver loco todo el mundo fue con la declaración, desde una organización desconocida (y hasta entonces secreta) que proclamó que la culpa de las variaciones entre los libros era cosa suya y que aquello, lejos de ir a menos, iba a continuar.

LEE EL SIGUIENTE RELATO (aún por publicar)

lunes, 18 de agosto de 2025

La historia corta de agosto: "La lectora de hospitales"

                Dicen que no tiene nombre, ni pasado, ni dueño: no se le conoce contrato alguno. Eso sí, aparece por los hospitales de vez en cuando. En concreto por las UCIs, por las UVIs, por las plantas donde descansan los enfermos que, desarmados y cautivos, no tienen ni fuerzas para coger el móvil porque no pueden levantar los brazos. No importa lo restringido que sea el acceso, a ella siempre la dejan pasar. A veces, incluso se la ve con un traje de protección biológica de esos que salen en las películas, y se pone al lado de la cama de un enfermo: eso sí, siempre con un libro en la mano. Su voz cálida y melodiosa narra toda clase de historias: desde obras infantiles (para niños, o adultos que, merced a la demencia, o simplemente a encontrarse en una situación vulnerable, han retornado a su niñez) a las más sesudas novelas decimonónicas. Se la ha visto leyendo ensayos, revistas del corazón, obras de Corín Tellado o incluso -sin aparente rubor en las mejillas- volúmenes de tapas blandas, provocadoras portadas, y frases subiditas de tono. No le hace ascos a nada, acepta las peticiones de los usuarios, y ninguna lectura hace que interrumpa su prosodia, ni provoca en su garganta el más mínimo temblor.

                Nadie sabe de dónde ha venido esa joven ni por qué lo hace. Pero los pacientes desean, en su fuero interno, “ojalá, en cuanto ella se halle en una circunstancia similar, tenga a alguien que le lea también…”

lunes, 11 de agosto de 2025

La historia real de agosto: nuevos hilos (y un vídeo) de Bluesky.

Una nueva ronda de hilos de Bluesky: tenemos el ambiente irrepetible de Tánger cuando era zona internacional y los perseguidos (gente muy interesante, pero también con sus claroscuros) se alojaban allí; también, la historia de un caracol cuya concha se daba la vuelta hacia el lado contrario, y le dio la vuelta a muchas concepciones que tenemos sobre ellos. Y, para variar, esto no es un hilo, pero sí un vídeo que he colgado en esa red social (también en otras, pero aquí se puede ver aunque no formes parte de ella) y en el que cuento la historia de cómo los fabricantes de helados Magnum descubrieron que era menos importante el sabor que el sonido. Espero que os llamen la atención. Un saludo.

viernes, 1 de agosto de 2025

Los libros de agosto: absorbentes y entretenidísimos ensayos

Varios ensayos que narran un sin número de episodios apasionantes relacionados con su temática. Tantos, que no puedo contarlos aquí, y os incito a devorar estos libros:

-Historias insólitas de los mundiales de fútbol. Luciano Wernicke (quien, por ciertos, tiene un texto similar sobre los JJOO) repasa no sólo los recórds, las tácticas, las figuras o las gestas deportivas más relevantes de las sucesivas ediciones de los Mundiales de fútbol masculino, sino que sobre todo se centra en lo que nos da la vida: las anécdotas, las casualidades afortunadas, los hechos sorprendentes, que en el caso de estos eventos deportivos que implican a tanta gente a tantísimos niveles (equipos, jugadores, espectadores, aficionados) son legión. Una enciclopédica recopilación de detalles curiosos, recomendable tanto para los fans del balompié como para simples seguidores del comportamiento humano.

-Historia de las ballenas y otros cetáceos. A Ana J. Cáceres se le nota su formación como científica, especialmente en la cuidadosa forma en que aborda lo que sabemos -y lo mucho que aún desconocemos- sobre estos fascinantes animales. Sin embargo, estos pequeños fragmentos de información, que tratan distintos aspectos de la vida de los cetáceos, están llenos de interés emocional, tanto desde el punto de vista de estas increíbles criaturas como bajo la óptica humana, ya que nuestra relación con ballenas, orcas, narvales o delfines se remonta a siglos atrás, ya sea desde el punto de vista mitológico, económico, social, cultural... hasta la tecnología más puntera juega un papel. Se habla de cetáceos empleados como ayudantes en la pesca, como militares y hasta como espías; de la forma en que estos animales han evolucionado, se alimentan y desarrollan su lenguaje; de maneras de recuperar a los que han tenido mala suerte (en muchas ocasiones, por culpa de la acción del hombre); y de la reacción popular en torno a estas criaturas, que también desempeña un rol esencial. Un imprescindible para amantes de los cetáceos; y, si no lo sois, terminaréis por caer enamorados.

-Países de NuncaJamás. Bjørn Berge tiene una curiosa afición: colecciona sellos, especialmente de naciones remotas que, en algún momento, han sido capaces de acuñar su propio sistema postal diferenciado, aunque hoy en día esas entidades políticas ya no existen. En realidad, más que estados, la mayor parte de estos lugares han sido regiones con cierta autonomía, que en muchos casos emitían sellos simplemente con el propósito de reafirmarse. Algunos duraron varias décadas y otros apenas un suspiro, unos representaban utopías y otros servían para legitimar regímenes despóticos, y pocos tuvieron una existencia ajena a los vaivenes de la guerra y la política. Lo que guardan en común es que, detrás de estos lugares (que pueden abarcar millones o unos pocos miles de habitantes), se esconden historias muy curiosas, alguna de las cuales me he dedicado a ampliar. Hay nombres conocidos como Manchuria, Trieste, Fiume, Danzing, Molucas del Sur o las Islas del Canal, y otros no tanto, como la zona internacional de Tánger, Cabo Juby, Bhopal y sus increíbles princesas, las regiones antagónicas de Sur de Rusia o la República del Lejano Oriente... En todo caso, un libro que sorprende a cada página, igual que las ilustraciones de los sellos del autor, representaciones de tiempos, países e ideas que ya no volverán a cristalizar. Ideal para devotos de la geografía política y de los relatos apasionantes. 

lunes, 21 de julio de 2025

El relato de julio: "Cita a ciegas"

 Inspirado en una idea original de Helena Tejera

 

                El lugar no tenía nada de particular. Nada hacía pensar que era uno de los restaurantes más de moda de la ciudad. Al menos en aquella salita de espera anodina, que lo único que alojaba era a varios futuros comensales aguardando, expectantes, por lo que prometía iba a ser la experiencia gastronómica de sus vidas. Al menos, hasta la siguiente temporada.

                -Me llama mucho la atención esto del “restaurante a ciegas” –conversaba Oliver con una mujer que tenía al lado, a la que no conocía de nada, pero que, como él, iba a ser uno de los afortunados aquella noche-. Cuando Adrián me invitó, me puse a pensar en posibilidades, y me volví loco. Yo es que soy muy aficionado a las novelas de Agatha Christie, ¿sabe?, y me imaginaba una reunión, todos a la oscuridad, sentados a la mesa, y que hubiera un asesinato… O, qué sé yo, que consiguiera juntar a todos mis herederos, en el futuro, en una cena como ésta, y les dijera “el que haya sobrevivido cuando encienda la luz, heredará toda mi fortuna”. ¿No le parece hilarante?

                -Eh… sí, claro –gruñó la mujer, no muy convencida de aquellos argumentos. La pareja de Oliver, Adrián, intervino con prestancia:

                -No le haga caso. Le gusta mucho el humor negro.

                -Uy, es verdad, creo que me he pasado –se disculpó Olivier-. Es que no todo el mundo entiende mis chistes. Menos mal que tengo a Adrián para advertirme de vez en cuando con un “cariño, te estás pasando”… Pero bueno, como yo digo, al final se me acaba queriendo, o al menos él, ¿verdad, Adrián? –dijo complacido mientras acariciaba a su compañero de vida por la zona de la mandíbula, donde su media barba rascaba de modo agradable-. No sé qué haría yo sin él. Tres años llevamos juntos. Y ahí estamos, tan felices como el primer día.

                Ahí la mujer desconocida parecía más cómoda, y de hecho dio la impresión de que iba a decir algo, pero entonces llegó una de las camareras del restaurante, quien interrumpió su conversación.

                -Buenos días, bueno, ya buenas tardes… Bienvenidas, damas y caballeros, a su velada en “Cena a ciegas”, donde tendrán la ocasión de degustar platos exquisitos, como bien saben, en la más absoluta oscuridad. Nuestros camareros invidentes les conducirán uno por uno a su sitio, de tal manera que, aunque estarán todos juntos en la misma sala, cada pareja o grupo de comensales tendrá su propio rincón donde disfrutar de su cena con intimidad. Después, les iremos trayendo los platos, que están preparados para que los puedan degustar con total facilidad con el tenedor y la cuchara que tendrán a los lados. La ventaja de hallarse privados del sentido de la vista es que podrán gozar con total intensidad del sabor de los alimentos, y el hecho de no saber que están comiendo no condicionará sus percepciones. Empezamos pues: ahora iremos nombrando a cada uno de ustedes y, por orden, uno de nuestros camareros les colocará en su asiento.

                A Oliver le tocó su turno cuando ya habían pasado la mitad de los invitados, incluyendo Adrián. Se sintió un poco nervioso conforme el camarero le desplazó delicadamente a través de las sucesivas puertas generadas a base de cortinas de terciopelo, las cuales les iban conduciendo, conforme las apartaban, a zonas de de mayor penumbra, hasta desembocar en la oscuridad más absoluta. Cuando se sentó, Oliver se agitó inquieto:

                -¿Adrián, estás ahí? Dime que estás, por el amor de Dios…

                -Sí, estoy –respondió lacónico Adrián. El tono cansado ya le debió de dar pistas a Oliver, pero este último se hallaba demasiado embargado por la emoción como para percatarse.

                -Ay, qué chulo, Adrián, esto es estupendo. Muchas gracias por el regalo. Todo me parece tan maravilloso…

                -Oye, hay una cosa que quería decirte…

                -Ya verás cuando se lo cuente a todas nuestras amigas. Les va a encantar…

                -No te he traído sólo para disfrutar de la comida…

                -¡Ay, alguien me ha tocado!¿Qué ha pasado?

                -Perdone, señor, soy su camarero. He venido a traerle los aperitivos.

                -Ay, gracias, ya pensé que me querían meter mano. Oyoyoy, qué bien huele todo.

                -Gracias, señor. Mi compañera y yo les dejamos estos entrantes y nos marchamos.

                -Muchas gracias… ¿cómo te llamas?

                -Andrés.

                -Muchas gracias, Andrés, te vemos luego… Uy, en serio, qué bien huele esto. ¿Y qué será? Voy a tocarlo con el tenedor a ver qué textura tiene. Oye, Adrián, ¿y qué me querías decir? Cuéntame, cariño.

                -Que te dejo.

                El cubierto se le cayó de las manos a Oliver encima de plato, y ante la ausencia de luz, resonó más de lo habitual, y provocó que las otras personas que se hallaban en la misma habitación, pero en otras mesas, volvieran la cabeza, a pesar de la inutilidad del gesto, porque no podían ver nada. Sin embargo, a Oliver no le importaba el resto del mundo: ahora sólo tenía ojos –es un decir- para su reciente ex pareja.

                -¿Pero… por qué?

                -Mira, te podría dar unas cuantas razones, pero no creo que importen mucho. El caso es que ya no me gustas y que no quiero seguir contigo. Llevo tiempo queriéndotelo decir, pero cada vez que hago la más mínima insinuación, me pones esa carita de corderito degollado con la que, de verdad, no puedo, no puedo. Así que he decidido cortar aquí. No era mi primera opción, pero me has obligado a hacerlo de esta manera.

                Durante unos segundos se hizo el silencio, que Adrián vio necesario rellenar:

                -Al menos, así podremos tener un último buen recuerdo. Una comida, agradable, en un buen restaurante… Es una buena despedida, ¿no? Creo que he sido muy considerado.

                Sólo a mitad de frase se dio cuenta de que Oliver estaba llorando. No de manera discreta, no, aunque así parecía al principio: porque unos segundos más tarde, cuando subió el volumen, era evidente que sollozaba como una magdalena, sin freno y ninguna clase de control. Tanto, que empezaron a escucharse bisbiseos desde las otras mesas. Adrián se rebulló incómodo en su asiento: estaba claro que no se había pensado mucho lo que, en un primer momento, aparentaba ser una buena idea.

                -Oliver, no me parece apropiado…

                -¿Y qué más da lo que te parezca, si ya no estamos juntos?¿También me vas a decir cuándo llorar?-se escuchó cómo Oliver se sonaba los mocos estruendosamente; a causa de la oscuridad, bien podía ser con una servilleta.

                -Oliver, esto es muy violento…

                -¿Violento?¿Y qué esperabas que dijera: <<uy, qué cosas, me dejas, bueno, qué le vamos a hacer, mira, qué rico está el salmón>>? El salmón o la mierda que sea esto, porque a mí no me sabe a nada. Necesito ver algo, maldita sea –el tenedor resonó varias veces, clavándose en el plato como si estuvieran acuchillando una escultura de mármol.

                -Oliver, deberíamos tomarnos esto como personas civilizadas que somos…

                -¡Te voy a dar yo a ti civilización!-se escuchó el ruido de un cuerpo desplazándose hacia adelante sobre la mesa, y seguramente se hubiera oído cómo el tenedor se ensartaba sobre la carne, de no ser porque un aullido de dolor reverberó por toda la sala.

                -¡Ay!-gritó Oliver, retirando el tenedor y taponándose la herida de una mano con la otra, menos dolido en los músculos dañados por el afilado metal que en el orgullo-. ¡Por favor, necesito ayuda!

                -Hola, señor, soy Andrés –sintió Oliver una mano sobre su codo-. Voy a llevarle a un lugar donde haya luz para poder tratar su herida. Por favor, déjese llevar por mí.

                -Ay, gracias, Andrés. Qué dolor, qué dolor.

                Oliver permitió que el camarero le desplazara a lo largo de sucesivas salas hasta llegar a una donde había un botiquín y un par de asientos. Andrés le sentó sobre uno de ellos y, tras abrir el botiquín y tantear su contenido, empezó a manipular el instrumental médico como si conociera de manera perfecta donde se hallaba cada medicamento. Tanto, que Andrés se preguntó si los nombres de las drogas estaban escritos en Braille en los botes.

                -Por favor, indíqueme dónde tiene la herida –le rogó Andrés, mientras se sentaba, con el objeto de aplicarle un algodón empapado en alcohol sobre la zona lesionada.

                -Aquí –obedeció dócil Oliver, llevando la mano del camarero hacia la sección de piel de donde aún manaba la sangre-. Oye, Andrés, ¿te ha tocado hacer muchas veces cosas de éstas?

                -Se sorprendería –apuntó el camarero-. De todas maneras, ya le he dicho a mi compañera de servicio que me parece que lo que ha hecho su pareja está feísimo. De hecho, ella me ha respondido que no tenía interés en volver a esa mesa en lo que queda de noche.

                -Gracias, amore –le colocó la mano en el pecho Oliver-. Uy, cuánto músculo, ¿no irás al gimnasio?

                -Lo dicho, señor, yo nunca le hubiera planteado una encerrona como ésa. No les conozco a ninguno de los dos, pero ésas no me parecen formas… A mí me han dejado de todas las maneras posible: por mensajes de texto, por carta… Un novio me dijo una vez que le esperara a la puerta de un Primark porque tenía que hacer unas compras… y todavía le estoy esperando. Incluso alguien me deslizó un fragmento de papel debajo de la puerta y se largó a toda velocidad, antes de que pudiera confrontarle.

                -Ah, pues sí que hay bastante variedad. ¿Y, de todas esas experiencias, cuál ha sido la peor?-preguntó, vivamente interesado Oliver.

                -Bueno, señor, soy de la minoritaria opinión de que al final lo de menos es cómo te dejen, sino lo importante que ha sido esa relación para ti y, por tanto, cuánto significa esa ruptura. Claro que prefiero verlo de una manera optimista, y encontrarle el lado bueno.

                -¿Y ése cuál es? Porque ahora mismo, Andrés, lo necesito mucho.

                -Pues que ahora tienes una nueva oportunidad para que alguien te pueda enamorar.

                En cuanto dijo esto, concentrado como se hallaba en curar la herida en la mano, Oliver apoyó su dedo sobre el mentón de Andrés, lo levantó, y le plantó un suave beso en los labios. Lo que ocurrió a continuación lo omitimos, para dejar espacio a la intimidad. Lo único que vamos a decidir que las luces permanecieron encendidas, y los ojos de Oliver, abiertos.

                Mientras tanto, en la sala oscura, Adrián, que ya había terminado los entrantes y tenía hambre, susurraba entre tinieblas:

                -¿Camarero?¿Oliver…?

                Sólo escuchaba el silencio.

                -¿Alguien…?


lunes, 7 de julio de 2025

El libro y las historias reales de julio: "Atlas novelado de los volcanes de Islandia"


Los volcanes son un fenómeno fascinante. En Islandia, forman parte no sólo del paisaje, sino también de la historia que ha ido modelando a la isla y a sus habitantes. No extraño entonces que, cuando Leonardo Piccione escribió este libro, decidido a dedicarle unas cuantas páginas a cada volcán mínimamente importante del país, haya condensado en ella buena parte de la evolución de la isla y de los acontecimientos más relevantes que ha vivido. Entre algunos de los extraordinarios hechos que el libro narra (relacionados de una manera más o menos tangencial con cada uno de los accidentes geográficos que menciona) se encuentran, por ejemplo:

-Los curiosos nombres de los volcanes, y los intrépidos intentos por escalarlos. Como resumen: la muerte en Islandia acecha a cada instante. También se habla de otras formas sorprendentes de morir o casi fallecer: desde gente que desaparece sin dejar rastro hasta un avión atrapado en el hielo. Eso sí, parece que eso no quita que muchos islandeses y extranjeros quieran acercarse a los volcanes más de lo conveniente.

-Los tsunamis de hielo, que ocurren cuando el magma de un volcán deshiela un glaciar y no sólo se producen inundaciones, sino que grandes icebergs pueden desprenderse para invadir carreteras y caminos.

-El día que les vendieron las auroras boreales a los suizos.

-El director de cine que le paró un penalti a Leo Messi.

-La creencia de los islandeses en los elfos, a pesar de que los volcanes fueron claves para pasar del paganismo a la religión cristiana. Además de leyendas sobre guerreros, criaturas mitológicas y brujas.

-El acto por el que los rorcuales se ponen en contra de las orcas para defender a los animales más débiles contra las que estas última se enfrentan. El porqué de este comportamiento aparentemente altruista no lo conocemos, y sólo existen atrevidas especulaciones. El libro también habla de otro tipo de ballenas, de caballos y de osos polares, y (por qué no) de microbios.

-La curiosa relación de los volcanes islandeses con los pintores prerrafaelitas, con Bobby Fischer, con Disney, con Hemingway y con Julio Verne; un italiano, incluso, llega más allá y cree que la Divina Comedia de Dante es parte de un mensaje secreto a través de los siglos que señala en dirección Islandia. Hay que decir que Islandia es tierra de escritores y, de los autores locales -y sus historias-, se habla también en el libro.

-Por supuesto, las llamativas sagas islandesas -e incluso hechos históricos confirmados, dignos de una saga-, que hablan de mitos ambientados en un entorno geográfico todavía reconocible, pues en él no han cambiado tantas cosas desde hace 12 siglos (Islandia fue la última parte del mundo en ser colonizada por el hombre, si descontamos la Antártida). Por supuesto, no faltan relatos de vikingos.

-La huelga de los trabajadores que se quejaban de que sólo comían salmón.

-El cura que rezó porque la lava no llegara a su iglesia... y la lava se paró. Por cierto, fue durante la erupción del Laki en 1783, que puso en peligro a la totalidad de la población islandesa, afectó a las cosechas de Europa y, según muchos, fue uno de los detonantes de la Revolución Francesa. Otras erupciones volcánicas tuvieron imprevisibles consecuencias en el resto del mundo (entre otras la creación del mito de Frankenstein o la invención de la bicicleta).

-Las alcas y su triste extinción.

-Qué ocurre cuando nace una isla nueva.

-La historia de la Pompeya del norte (que ya contamos aquí) y, muy cerca de la isla donde aconteció, la de un hombre que resistió al agua helada durante horas. Un milagro de la naturaleza, como también la importancia de las algas y cierto tipo de vegetación en el país.

-La historia de Alfred Wegener, un hombre de vida apasionante que no tuvo nada que ver con Islandia, aunque le hubiera venido bien.

-La historia de "el hombre que se robó a sí mismo": el primer islandés negro.

-La relación de Islandia con la exploración del espacio.

-Por supuesto, consecuencias de erupciones volcánicas, y la forma en que los islandeses se enfrentan a ellas. El libro parece muy bien documentado en la cuestión vulcanológica y en varias áreas científicas, aunque algún error he encontrado (por ejemplo, el de sacar a colación el famoso bulo de "la memoria del agua").

-Cómo el cambio climático puede influir en que la actividad volcánica se incremente en los próximos años (por culpa de la desaparición de los glaciares que los mantienen hasta cierto punto controlados).

El libro remata con un epílogo donde explica (también de manera bastante evocadora, y mezclando presente y pasado, como caracteriza el estilo de este texto y otros similares) lo que sabemos del vulcanismo desde las primeras divagaciones de los filósofos hasta nuestros días.

Como colofón, un apartado final no sólo señala bibliografía, sino que proporciona información adicional bastante jugosa, aunque dificulta un poco la lectura, pues obliga a retomar conceptos descritos bastantes páginas antes. Puede ser una buena excusa para hacer repaso del libro. Que, como véis, aporta bastante información, y da para releerlo un par de veces. Espero que os guste.

martes, 1 de julio de 2025

La historia corta de julio: "Cuando la Parca venga a buscarme"

                Cuando la Parca venga a buscarme, no la insultéis, ni le indiquéis mal el camino: a una señora mayor hay que invitarla a un sillón cómodo y ofrecerle un té, para que se sienta cómoda.

                Cuando la Parca me lleve, no quiero llantos ni miedos. Montad en cambio una fiesta: poned música, proyectad cine, traed libros. Comed como si fuera el último día, porque puede serlo; recomendaos series para los próximos seis meses, porque hay que aprovechar el tiempo.

                Gastaos poco dinero en mi funeral: invertidlo mejor en viajes. Si es posible, que mi ataúd sea biodegradable: no quiero robarle nada a la Tierra, ahora que vuelvo a ella. En la fiesta, poned contenedores para reciclaje: porque este planeta nos tiene que durar mucho, también para los que no estamos.

                Y esa noche, cuando gocéis del tiempo con vuestras parejas, o con un individuo desconocido que os guste, follad, follad muchísimo, y hacedlo a mi salud. Vuestra alegría es el mejor homenaje que podéis darme.

                Cuando la Parca venga a buscarme, recordad: la muerte no es un mal final, siempre que hayas vivido.


lunes, 23 de junio de 2025

Los libros de junio: una serie de obras concatenadas

Pocos saben que Robert Louis Stevenson, el escritor (autor del "Dr. Jekyll y Mr. Hyde" y "La isla del tesoro", entre otras) era desdendiente de una estirpe de ingenieros civiles especializados en la construcción de faros, como marcamos a continuación en este árbol familiar (extraído de la Wikipedia), donde podéis ver el recuadro que sañala al escritor, en la parte de abajo a la derecha:


De hecho, por lo visto, los padres de Robert Louis se sintieron muy decepcionados cuando su hijo dijo que no quería dedicarse a la saga familiar, y que prefería iluminar el mundo de otra forma. El caso es que los Stevenson ayudaron a construir numerosos faros. Algunos, en la cercanía de su tierra natal, en Escocia, como éste de "Butt of Lewis" ("culo de Lewis"), llamado así porque está situado en un extremo de la isla del mismo nombre (por cierto, un lugar muy chulo que visitar), adonde tuve la suerte de ir hace unos años.
Fotos del faro en el "Culo de Lewis", realizadas por el autor.

Esta es uno de los edificaciones que se describen en "Breve Atlas de los faros del fin del mundo", de José Luis González Macías (publicado por Ediciones Menguantes), un libro sobre algunos de los faros situados en las regiones más ignotas del mundo. Entre esas evocadoras construcciones se desgranan los detalles de varios faros construidos por los Stevenson. Otro lugar muy literario que también se menciona es el faro de San Juan de Salvamento, situado en las islas de los Estados en Argentina, en Tierra de Fuego, y uno de los más australes del planeta. Julio Verne ambientó en este lugar "El faro del fin mundo", una novela de aventuras que catapultó a la fama esta localización, y de la que por cierto hubo una entretenida adaptación cinematográfica con Kirk Douglas como protagonista.

Pero volvamos a los Stevenson. Si os fijáis en el árbol familiar, os daréis cuenta que hay un primo de Robert Louis llamado David Alan, y que también era ingeniero de faros. Pues bien, este hombre tuvo una hija a la que llamó Dorothy Emily, la cual acabó siendo escritora. No sabemos si el parentesco con Robert Louis jugó un papel (ya sabemos que los inicios son duros, y que cualquier ayuda cuenta: aquí hablámos el caso de la bisnieta de Charles Dickens, que tuvo que trabajar con sus propias manos antes de conseguir reconocimiento literario), pero el caso es que Dorothy Emily se convirtió en una escritora muy exitosa, gracias entre otras historias a "El libro de la señorita Buncle" (Editorial Rara Avis), un ingenioso divertimento que no tiene nada que ver con faros, sino con un prototipo muy británico: los habitantes de un pequeño pueblo, los cuales andan tan perdidos como un barco en día de galerna.
En esta novela, la señorita Buncle, acuciada por las necesidades económicas, decide escribir un libro sobre lo único que conoce: sus vecinos. Lo lleva a un editor, quien, convencido de su éxito, lo publica bajo un pseudónimo. Sin embargo, los habitantes del pueblo de la señorita Buncle no tardan en reconocer sus propias personalidades en el texto de su paisana y, furiosos, tratan de dilucidar quién ha sido el autor de ese escandaloso ultraje, para así tomar medidas contra él. El argumento juega con las consecuencias inesperadas y equívocos que genera tan escandaloso volumen, y de paso sirve para describir todas las miserias de esta diminuta villa, tan igual a tantas otras. En conjunto, el libro puede parecer demasiado costumbrista (es lo que tiene denunciar la mezquindad de determinados ambientes: debes meterte hasta el fondo dentro de ellos), pero tiene detalles de ingenio que arrancan unas cuantas sonrisas, y juega muy bien con la mezcla entre realidad y ficción. No es extraño que muchos lectores se sintieran identificados por alguna de las situaciones que trataba: de hecho, el libro debió de gustar bastante, pues dio lugar a una serie de secuelas. En conjunto, no es inolvidable, pero es breve, sencillo y divertido. De esta clase de narraciones (fue un elogio que le dedicaron a las novelas de D.E. Stevenson) donde sabes que todo va a acabar bien: y ése al fin y al cabo es el objetivo de los faros, ¿verdad?

lunes, 16 de junio de 2025

La historia corta de junio: "Me ha robado el corazón"

                En 2024, en Gales, un ladrón fue detenido porque irrumpió en una casa, se cocinó la comida, la sirvió con vino y, a continuación, empezó a hacer las labores domésticas. Entre otras cosas, tendió la ropa, vació un contenedor de reciclaje, fregó el suelo y reordenó ciertos elementos de la vivienda. Cuando se fue de la casa, dejó una nota que decía: “No te preocupes, sé feliz”. Había llevado a cabo un procedimiento muy parecido en otras moradas. Lo que sigue a continuación es una ficción.

 

                No voy a negárselo. Parte de mi motivación fue el dinero. O, mejor dicho, la carencia de él. Pero me repugna robar, y no me considero un ladrón. En efecto, yo entré en esa casa, me serví de sus útiles de cocina y tomé parte de sus alimentos, pero lo pagué con mi trabajo: si se da cuenta, realicé unas cuantas tareas del hogar. Vale que cuando me cuelo en una residencia y lavo la ropa, incluyo también la mía, pero le estoy ahorrando un rato de esfuerzo a los habitantes del sitio. Encima, les reorganicé el jardín, que lo tenían muy descuidado; guardé la compra, que habían dejado tirada por ahí; y reestructuré los armarios, que tenían hechos un desastre. Me apuesto lo que quiera a que no han cambiado la reordenación que le hice, porque les viene mejor. Hasta cabría decirse que les he hecho un favor.

                Además, todos los domicilios en los que he entrado tienen algo en común. Pasaba cerca de ellos con frecuencia en mi camino a buscar trabajo, y me daba la sensación de que los que allí vivían no aprovechaban plenamente sus vidas. Tenían buenas casas, trabajos acomodados, una existencia (sobre el papel) feliz, y nunca parecían tener tiempo para arreglar los pequeños desperfectos de su hogar, ni tampoco se sentían -aparentemente- a gusto. Me da la sensación de que nunca han valorado más lo que tenían dentro de sus viviendas hasta que no ha entrado alguien que les ha hecho sentir que podían perderlas. Yo, en cambio, he aprovechado hasta el tuétano todo lo que ellos habían despreciado. Las comodidades están para usarse; de no ser así, carecen de sentido.

                No sé, señor juez. Para mí sería ideal un intercambio de ese estilo: comida y un lugar donde reposar a cambio de trabajos. No es que me disguste ser un ladrón original: qué más quisiera yo que adoptar la fama de aquel a quien la policía pilló en una casa porque se había quedado a leer un libro tan interesante que se le fue el santo al cielo. Me gustó cuando en Twitter hicieron chistes de mí llamádome "el ladrón con el TOC de la limpieza" y comparándome con el anuncio de "Don Limpio". Pero sigo sin considerarme a mí mismo un criminal. No sé qué opina usted.

                El juez meditó.

                -¿Se pasa por mi residencia, mañana a las seis?-preguntó.

                El acusado asintió:

                -Deme la dirección, y acudiré encantado.

lunes, 9 de junio de 2025

La historial real de junio: más hilos en Bluesky

Seguimos con hilos de Bluesky. Reciclamos un hilo de Twitter que no pudimos colgar en otro formato acerca del hombre que pudo ser Hitler en lugar de ser Hitler; relacionado con eso, un minihilo sobre el final de Klaus Barbie ("el carnicero de Lyon", un torturador nazi implacable, responsable del asesinato y deportación de miles de personas). Además, y también en clave política, aunque con un giro totalmente diferente, tenéis éste sobre las piquiponadas, unos pequeños destellos de ingenio que son más de Rajoy que de Gómez de la Serna. Que los disfrutéis, todos ellos. Un saludo.

domingo, 1 de junio de 2025

El relato de junio: "La mula Francis en la corte del rey Trump"

 “Francis, la mula parlante” es un personaje de ficción que apareció en 1950 en un film estadounidense homónimo en el cual dicho animal hablaba y le daba consejos a un soldado no muy despierto, en contraste con el ingenio cáustico del equino. He querido imaginarme cómo sería la vida de la mula Francis si le diera por aparecer en estos tiempos tan bestias que vivimos.

 

ALGÚN LUGAR DE ESTADOS UNIDOS. AÑO 2023.

                Todo comenzó en el parque de caravanas donde J.D. Vance iba a pasar sus vacaciones. Allí, se sentaba en un taburete y leía el periódico en pantalones cortos, con los pies metidos dentro de una piscina hinchable de plástico rellena de agua, para así recordar cómo eran sus vacaciones de verano cuando era niño. Por suerte, ahora ni él ni su familia vivían allí, pero volvía de vez en cuando para recordar que, si le ponía mucho esfuerzo y el Partido Republicano trabajaba duro, era posible que, algún día, todos los norteamericanos tuvieran una infancia como la suya.

                Fue entonces cuando escuchó cómo alguien le hablaba a su espalda con una voz sonora y bien modulada:

                -Oiga, amigo, ¿ha visto lo que el idiota de Trump está haciendo?

                -Pues sí, es un cernícalo de marca mayor, y se lo digo yo, que he visto muchos. Aunque es verdad que le sigue mucha gente.

                -¿Y no cree, amigo, que alguien debería salir por la tele y decirle a la gente que ese hombre es un maldito ignorante? Y no me refiero adónde ha estudiado, sino que no para de decir sandeces.

                -En efecto, alguien debería hacerlo.

                -¿Y no ha pensado en que ese alguien sea usted?

                -¿Yo? Pues…

                El problema es que, cuando Vance se dio la vuelta para contestar no vio a nadie.

                -Oiga, ¿dónde está?

                -Aquí.

                -¿Cómo aquí? Aquí no hay nada salvo…

                -Yo.

                -¡Una mula!¡Una mula que habla!

                -Francis, para servirle.

                -¿Francis?¡Pero si eso es nombre de chico!

                -No entremos en la cuestión del género, ¿quiere? Qué obsesión tiene la gente por categorizar… Llámeme simplemente Francis, y con eso estaremos todos contentos.

                -Bueno, Francis, como usted quiera… Si a mí lo que me sorprendía era que una mula estuviera charlando conmigo. ¿Dónde ha aprendido usted mi idioma?

                -Que dónde he aprendido yo… Qué pregunta. En una escuela pública estadounidense no, desde luego. Con el poco dinero que invierten ustedes en ella, sería imposible.

                -Oiga, ¿se está metiendo con mi país?¡Porque América es una gran nación!

                -Luego discutiremos si su país se llama o no América, pero de momento, volvamos a lo importante: ¿no ha pensado usted en hacerme caso, e irse a protestar contra Trump en la televisión nacional, ahora que se ha hecho usted famoso con su libro y su película?

                -Ah, ¿las conoce usted?¿Qué tal, le han gustado?

                -Bueno, un poco autoindulgentes y con tendencia a la inacción, si quiere que le diga la verdad. Aunque he de decir que simpatizo con el hecho de que ponga el foco en las personas más desfavorecidas… Pero dejémonos de crítica literaria -zanjó la mula, antes de que Vance pudiera poner reparos-. Ahora, retornando al meollo de nuestro asunto: si conseguimos apartar a ese cretino de Trump de la carrera a las elecciones, y evitamos que salga elegido en 2024, es posible que el país haga algo decente por la gente que vive en los parques de caravanas, y les ayude a estar un poco mejor.

                -Hmm, bueno, eso estaría bien, la verdad.

                -Pues habrá que ir a Washington entonces.

-¿A Washington?¿El estado, o la capital?

-La capital, por supuesto. Ahí es donde se toman las decisiones importantes, y ahí es donde estarán las cámaras de televisión que necesitamos.

                -¿Cuándo dice “necesitamos”, se refiere a mí?¿Quiere ir usted… conmigo?

                -No, con Taylor Swift, no te fastidia… Pues claro que con usted: no se pensará que una mula parlante va a conseguir audiencia en la CNN. Y mira que a la Fox han acudido toda clase de criaturas, incluyendo sapos e invertebrados, pero creo que será más fácil si habla usted por mí. Aunque yo también habré de ir, que para algo la idea ha sido mía.

                -Ummm, en fin, reconozco que eso tiene toda la lógica del mundo.

                -Hala, pues venga, lléveme al Distrito Federal, que ya vamos tarde. Por cierto, le aconsejo que se compre una furgoneta: ¿sabe lo mal preparado que está el transporte público para desplazar mulas? Mira que estuve un tiempo en el ejército, y allí nos trataban mejor…

 

UNOS MESES DESPUÉS

 

                -Hola, Francis, ¿qué tal?¿Te tratan bien en este establo que te he buscado?¿Te dan de comer buena paja?

                -No está mal. Un poco sosa, quizá, pero, por lo demás, aceptable. Por cierto, sea lo que sea lo que ha negociado con el dueño, ya no hace falta que le pague. Le he dado un par de consejos sobre gestión financiera y, con lo que han incrementado sus beneficios, mi hospedaje está más que pagado. Mira que en este caso me ha venido bien, pero eso de Wall Street tiene últimamente más estiércol que este establo. En fin, hablemos de cosas serias: J.D., me encantó lo que dijiste contra Trump el otro día en las noticias. Creo que vamos por el buen camino.

                -¡Eso mismo iba yo a decirte! Mira, de hecho, a raíz de haber salido en la tele, mira quién ha venido.

                -Hola, buenas: me llamo Robert Kennedy Jr.

                -Buenas, encantado de conocerle. Perdone que no le dé la pata, la tengo un poco sucia.

                -Oh, no se preocupe. Últimamente todo está un poco sucio. Es porque la gente se mete toda clase de porquerías en el cuerpo: vacunas, por ejemplo. Así está la sociedad de mal.

                -Creo que no nos vamos a llevar del todo bien usted y yo -respondió la mula.

                -Uy, qué va. En mi familia siempre le hemos tenido simpatía a los burros. De hecho, mi padre anduvo con burros toda su vida.

                -Lo primero de todo, yo no soy un burro, soy una mula. Y, créame, uno puede andar con burros, con elefantes o con zarigüeyas, pero eso no obliga a nadie a convertirse en un asno.

                -Robert me ha contado que tiene grandes planes -intervino Vance-. Y creo que podemos jugar un papel muy interesante en ellos.

                -¿Podemos?-alzó una ceja Francis-. ¿Y quién me ha preguntado a mí?

                -Si le mostramos a la gente que hay una mula que habla -apuntó RFK Jr.-, podemos explicar que eso es una prueba inequívoca de cómo las vacunas están afectando hasta a los cuadrúpedos salvajes. Y por qué deberíamos empezar a consumir productos más naturales: leche cruda, pollo clorado, cocaína…

                -Oiga, señor mío, el hecho de que yo sea capaz de sostener una conversación no tiene nada que ver con las vacunas. No diga estupide…

                -Además -irrumpió Vance, entusiasta-, ¡a mí me han prometido un cargo de vicepresidente!

                -Ay, Dios -se lamentó Francis.

                -¿Puedo pasar?-irrumpió en la habitación alguien naranja con una gorra roja en la cabeza. Sorprendentemente, se escuchó un ruido apagado de aplausos enlatados de fondo, aunque nadie sabía de dónde procedían.

                -¡Hola, Donald! Entra, entra -le indicó RFK, sin pedirle permiso a nadie más-. Te quiero presentar a Frankie, el mulo que habla…

                -He dicho Fran… Buf, imposible -agitó la cabeza Francis, mientras bufaba con hartazgo-. Y ahora viene aquí éste.

                -Hola, Frank -saludó el candidato presidente-. ¿Qué tal?¿Eres un buen mulo americano?

                -Los animales no tienen nacionalidad, señor Trump; a nosotros no nos admiten en el registro electoral. En cambio, parece que el acceso a los documentos secretos se lo dan a cualquiera.

                -Ja, ja, qué gracioso -rio Trump-. Y además, tienes razón, ¡qué mal anda este país! Estas cosas en Rusia no pasan. Menos mal que estoy yo aquí para arreglarlo. Frank, ¿quieres que nos hagamos una foto? La puedo publicar en mi red social.

                -Eeehh… -vaciló Francis, arqueando mucho el belfo superior-. Bueno, si no les importa, pónganse ustedes del lado de mi grupa. Es que ése es mi perfil bueno.

                -Venga, chicos, vamos a hacerle caso. Sonreíd todos…

                Francis agitó la cabeza y miró al cielo como si fuera una cámara imaginaria con la que pudiera comunicarse con el resto del mundo.

                -Vaya añitos nos esperan… Bueno, al menos tenemos una ventaja: no saben distinguir un culo de una cara. Aunque sean tozudos como mulas… algo podremos hacer. Habrá que…

                -¡Oh, Dios mío!, ¿qué es ese olor?

                -Creo que viene del… de detrás de la cola del mulo, señor.

                -… usar bien nuestras armas, incluso las que son un poco pestilentes. Como mínimo, nos echaremos unas risas. Y, quizá, logremos algo más -guiñó Francis el ojo, acompañando el gesto con una sonrisa-. ¡Amigos, iremos hablando!

¿CONTINUARÁ?