lunes, 16 de junio de 2025

La historia corta de junio: "Me ha robado el corazón"

                En 2024, en Gales, un ladrón fue detenido porque irrumpió en una casa, se cocinó la comida, la sirvió con vino y, a continuación, empezó a hacer las labores domésticas. Entre otras cosas, tendió la ropa, vació un contenedor de reciclaje, fregó el suelo y reordenó ciertos elementos de la vivienda. Cuando se fue de la casa, dejó una nota que decía: “No te preocupes, sé feliz”. Había llevado a cabo un procedimiento muy parecido en otras moradas. Lo que sigue a continuación es una ficción.

 

                No voy a negárselo. Parte de mi motivación fue el dinero. O, mejor dicho, la carencia de él. Pero me repugna robar, y no me considero un ladrón. En efecto, yo entré en esa casa, me serví de sus útiles de cocina y tomé parte de sus alimentos, pero lo pagué con mi trabajo: si se da cuenta, realicé unas cuantas tareas del hogar. Vale que cuando me cuelo en una residencia y lavo la ropa, incluyo también la mía, pero le estoy ahorrando un rato de esfuerzo a los habitantes del sitio. Encima, les reorganicé el jardín, que lo tenían muy descuidado; guardé la compra, que habían dejado tirada por ahí; y reestructuré los armarios, que tenían hechos un desastre. Me apuesto lo que quiera a que no han cambiado la reordenación que le hice, porque les viene mejor. Hasta cabría decirse que les he hecho un favor.

                Además, todos los domicilios en los que he entrado tienen algo en común. Pasaba cerca de ellos con frecuencia en mi camino a buscar trabajo, y me daba la sensación de que los que allí vivían no aprovechaban plenamente sus vidas. Tenían buenas casas, trabajos acomodados, una existencia (sobre el papel) feliz, y nunca parecían tener tiempo para arreglar los pequeños desperfectos de su hogar, ni tampoco se sentían -aparentemente- a gusto. Me da la sensación de que nunca han valorado más lo que tenían dentro de sus viviendas hasta que no ha entrado alguien que les ha hecho sentir que podían perderlas. Yo, en cambio, he aprovechado hasta el tuétano todo lo que ellos habían despreciado. Las comodidades están para usarse; de no ser así, carecen de sentido.

                No sé, señor juez. Para mí sería ideal un intercambio de ese estilo: comida y un lugar donde reposar a cambio de trabajos. No es que me disguste ser un ladrón original: qué más quisiera yo que adoptar la fama de aquel a quien la policía pilló en una casa porque se había quedado a leer un libro tan interesante que se le fue el santo al cielo. Me gustó cuando en Twitter hicieron chistes de mí llamádome "el ladrón con el TOC de la limpieza" y comparándome con el anuncio de "Don Limpio". Pero sigo sin considerarme a mí mismo un criminal. No sé qué opina usted.

                El juez meditó.

                -¿Se pasa por mi residencia, mañana a las seis?-preguntó.

                El acusado asintió:

                -Deme la dirección, y acudiré encantado.

lunes, 9 de junio de 2025

La historial real de junio: más hilos en Bluesky

Seguimos con hilos de Bluesky. Reciclamos un hilo de Twitter que no pudimos colgar en otro formato acerca del hombre que pudo ser Hitler en lugar de ser Hitler; relacionado con eso, un minihilo sobre el final de Klaus Barbie ("el carnicero de Lyon", un torturador nazi implacable, responsable del asesinato y deportación de miles de personas). Además, y también en clave política, aunque con un giro totalmente diferente, tenéis éste sobre las piquiponadas, unos pequeños destellos de ingenio que son más de Rajoy que de Gómez de la Serna. Que los disfrutéis, todos ellos. Un saludo.

domingo, 1 de junio de 2025

El relato de junio: "La mula Francis en la corte del rey Trump"

 “Francis, la mula parlante” es un personaje de ficción que apareció en 1950 en un film estadounidense homónimo en el cual dicho animal hablaba y le daba consejos a un soldado no muy despierto, en contraste con el ingenio cáustico del equino. He querido imaginarme cómo sería la vida de la mula Francis si le diera por aparecer en estos tiempos tan bestias que vivimos.

 

ALGÚN LUGAR DE ESTADOS UNIDOS. AÑO 2023.

                Todo comenzó en el parque de caravanas donde J.D. Vance iba a pasar sus vacaciones. Allí, se sentaba en un taburete y leía el periódico en pantalones cortos, con los pies metidos dentro de una piscina hinchable de plástico rellena de agua, para así recordar cómo eran sus vacaciones de verano cuando era niño. Por suerte, ahora ni él ni su familia vivían allí, pero volvía de vez en cuando para recordar que, si le ponía mucho esfuerzo y el Partido Republicano trabajaba duro, era posible que, algún día, todos los norteamericanos tuvieran una infancia como la suya.

                Fue entonces cuando escuchó cómo alguien le hablaba a su espalda con una voz sonora y bien modulada:

                -Oiga, amigo, ¿ha visto lo que el idiota de Trump está haciendo?

                -Pues sí, es un cernícalo de marca mayor, y se lo digo yo, que he visto muchos. Aunque es verdad que le sigue mucha gente.

                -¿Y no cree, amigo, que alguien debería salir por la tele y decirle a la gente que ese hombre es un maldito ignorante? Y no me refiero adónde ha estudiado, sino que no para de decir sandeces.

                -En efecto, alguien debería hacerlo.

                -¿Y no ha pensado en que ese alguien sea usted?

                -¿Yo? Pues…

                El problema es que, cuando Vance se dio la vuelta para contestar no vio a nadie.

                -Oiga, ¿dónde está?

                -Aquí.

                -¿Cómo aquí? Aquí no hay nada salvo…

                -Yo.

                -¡Una mula!¡Una mula que habla!

                -Francis, para servirle.

                -¿Francis?¡Pero si eso es nombre de chico!

                -No entremos en la cuestión del género, ¿quiere? Qué obsesión tiene la gente por categorizar… Llámeme simplemente Francis, y con eso estaremos todos contentos.

                -Bueno, Francis, como usted quiera… Si a mí lo que me sorprendía era que una mula estuviera charlando conmigo. ¿Dónde ha aprendido usted mi idioma?

                -Que dónde he aprendido yo… Qué pregunta. En una escuela pública estadounidense no, desde luego. Con el poco dinero que invierten ustedes en ella, sería imposible.

                -Oiga, ¿se está metiendo con mi país?¡Porque América es una gran nación!

                -Luego discutiremos si su país se llama o no América, pero de momento, volvamos a lo importante: ¿no ha pensado usted en hacerme caso, e irse a protestar contra Trump en la televisión nacional, ahora que se ha hecho usted famoso con su libro y su película?

                -Ah, ¿las conoce usted?¿Qué tal, le han gustado?

                -Bueno, un poco autoindulgentes y con tendencia a la inacción, si quiere que le diga la verdad. Aunque he de decir que simpatizo con el hecho de que ponga el foco en las personas más desfavorecidas… Pero dejémonos de crítica literaria -zanjó la mula, antes de que Vance pudiera poner reparos-. Ahora, retornando al meollo de nuestro asunto: si conseguimos apartar a ese cretino de Trump de la carrera a las elecciones, y evitamos que salga elegido en 2024, es posible que el país haga algo decente por la gente que vive en los parques de caravanas, y les ayude a estar un poco mejor.

                -Hmm, bueno, eso estaría bien, la verdad.

                -Pues habrá que ir a Washington entonces.

-¿A Washington?¿El estado, o la capital?

-La capital, por supuesto. Ahí es donde se toman las decisiones importantes, y ahí es donde estarán las cámaras de televisión que necesitamos.

                -¿Cuándo dice “necesitamos”, se refiere a mí?¿Quiere ir usted… conmigo?

                -No, con Taylor Swift, no te fastidia… Pues claro que con usted: no se pensará que una mula parlante va a conseguir audiencia en la CNN. Y mira que a la Fox han acudido toda clase de criaturas, incluyendo sapos e invertebrados, pero creo que será más fácil si habla usted por mí. Aunque yo también habré de ir, que para algo la idea ha sido mía.

                -Ummm, en fin, reconozco que eso tiene toda la lógica del mundo.

                -Hala, pues venga, lléveme al Distrito Federal, que ya vamos tarde. Por cierto, le aconsejo que se compre una furgoneta: ¿sabe lo mal preparado que está el transporte público para desplazar mulas? Mira que estuve un tiempo en el ejército, y allí nos trataban mejor…

 

UNOS MESES DESPUÉS

 

                -Hola, Francis, ¿qué tal?¿Te tratan bien en este establo que te he buscado?¿Te dan de comer buena paja?

                -No está mal. Un poco sosa, quizá, pero, por lo demás, aceptable. Por cierto, sea lo que sea lo que ha negociado con el dueño, ya no hace falta que le pague. Le he dado un par de consejos sobre gestión financiera y, con lo que han incrementado sus beneficios, mi hospedaje está más que pagado. Mira que en este caso me ha venido bien, pero eso de Wall Street tiene últimamente más estiércol que este establo. En fin, hablemos de cosas serias: J.D., me encantó lo que dijiste contra Trump el otro día en las noticias. Creo que vamos por el buen camino.

                -¡Eso mismo iba yo a decirte! Mira, de hecho, a raíz de haber salido en la tele, mira quién ha venido.

                -Hola, buenas: me llamo Robert Kennedy Jr.

                -Buenas, encantado de conocerle. Perdone que no le dé la pata, la tengo un poco sucia.

                -Oh, no se preocupe. Últimamente todo está un poco sucio. Es porque la gente se mete toda clase de porquerías en el cuerpo: vacunas, por ejemplo. Así está la sociedad de mal.

                -Creo que no nos vamos a llevar del todo bien usted y yo -respondió la mula.

                -Uy, qué va. En mi familia siempre le hemos tenido simpatía a los burros. De hecho, mi padre anduvo con burros toda su vida.

                -Lo primero de todo, yo no soy un burro, soy una mula. Y, créame, uno puede andar con burros, con elefantes o con zarigüeyas, pero eso no obliga a nadie a convertirse en un asno.

                -Robert me ha contado que tiene grandes planes -intervino Vance-. Y creo que podemos jugar un papel muy interesante en ellos.

                -¿Podemos?-alzó una ceja Francis-. ¿Y quién me ha preguntado a mí?

                -Si le mostramos a la gente que hay una mula que habla -apuntó RFK Jr.-, podemos explicar que eso es una prueba inequívoca de cómo las vacunas están afectando hasta a los cuadrúpedos salvajes. Y por qué deberíamos empezar a consumir productos más naturales: leche cruda, pollo clorado, cocaína…

                -Oiga, señor mío, el hecho de que yo sea capaz de sostener una conversación no tiene nada que ver con las vacunas. No diga estupide…

                -Además -irrumpió Vance, entusiasta-, ¡a mí me han prometido un cargo de vicepresidente!

                -Ay, Dios -se lamentó Francis.

                -¿Puedo pasar?-irrumpió en la habitación alguien naranja con una gorra roja en la cabeza. Sorprendentemente, se escuchó un ruido apagado de aplausos enlatados de fondo, aunque nadie sabía de dónde procedían.

                -¡Hola, Donald! Entra, entra -le indicó RFK, sin pedirle permiso a nadie más-. Te quiero presentar a Frankie, el mulo que habla…

                -He dicho Fran… Buf, imposible -agitó la cabeza Francis, mientras bufaba con hartazgo-. Y ahora viene aquí éste.

                -Hola, Frank -saludó el candidato presidente-. ¿Qué tal?¿Eres un buen mulo americano?

                -Los animales no tienen nacionalidad, señor Trump; a nosotros no nos admiten en el registro electoral. En cambio, parece que el acceso a los documentos secretos se lo dan a cualquiera.

                -Ja, ja, qué gracioso -rio Trump-. Y además, tienes razón, ¡qué mal anda este país! Estas cosas en Rusia no pasan. Menos mal que estoy yo aquí para arreglarlo. Frank, ¿quieres que nos hagamos una foto? La puedo publicar en mi red social.

                -Eeehh… -vaciló Francis, arqueando mucho el belfo superior-. Bueno, si no les importa, pónganse ustedes del lado de mi grupa. Es que ése es mi perfil bueno.

                -Venga, chicos, vamos a hacerle caso. Sonreíd todos…

                Francis agitó la cabeza y miró al cielo como si fuera una cámara imaginaria con la que pudiera comunicarse con el resto del mundo.

                -Vaya añitos nos esperan… Bueno, al menos tenemos una ventaja: no saben distinguir un culo de una cara. Aunque sean tozudos como mulas… algo podremos hacer. Habrá que…

                -¡Oh, Dios mío!, ¿qué es ese olor?

                -Creo que viene del… de detrás de la cola del mulo, señor.

                -… usar bien nuestras armas, incluso las que son un poco pestilentes. Como mínimo, nos echaremos unas risas. Y, quizá, logremos algo más -guiñó Francis el ojo, acompañando el gesto con una sonrisa-. ¡Amigos, iremos hablando!

¿CONTINUARÁ?

lunes, 26 de mayo de 2025

Las historias cortas de mayo: cada diálogo, una historia (I)

Diálogos cortos que constituyen relatos en sí mismo. Como por ejemplo (1, 2, 3, responda otra vez)...


-¿Vas a participar en el sorteo del Día del Padre?

-No creo; el padre que tengo me gusta, y no me quiero arriesgar a que me toque uno peor.


-¿Por qué tecleas tan fuerte?

-Es para que en el escrito se oiga mejor.


-Le condujiste al lado oscuro.

-No. Sólo le ayudé a lidiar con los demonios.


-Aunque tú no me reconozcas, yo a ti te conozco, y eso que no sabes lo que has cambiado físicamente desde entonces.

-Entonces ya sabes por qué llevamos sin vernos tanto tiempo ;)


-Calle “Virgen de la Oliva”. ¿Tú crees que la virgen cabe en una aceituna?

-¿Por qué no? Si Dios es omnipresente, ¿la virgen no puede ser olivo-presente?

lunes, 19 de mayo de 2025

Los libros de mayo: una de bibliotecas

En el blog le hemos dedicado otras entradas a las bibliotecas, y también varios hilos en la red social antes llamado Twitter (os lo cuelgo aquí para los que no tengáis acceso). He hecho fotos a unas cuantas bibliotecas ilustres, como esta sección de la Nacional de Francia, heredera de la biblioteca de Mazarino que comentamos abajo.

El libro de ideales (y tamaño) casi enciclopédicos Bibliotecas, de Andrew Pettegree y Arthur der Weduwen no es, como el también estupendo La Biblioteca. Un patrimonio Mundial, con texto de Campbell y fotografías de Pryce, un compendio ilustrado de las grandes bibliotecas que se han construido, con imágenes que reflejan sus maravillosas colecciones, y un análisis de cómo la arquitectura de las bibliotecas ha ido cambiando para adaptarse mejor a su función de atesorar el conocimiento. Es, más bien, una historia de cómo han evolucionado las distintas formas de ir almacenando libros y, al mismo tiempo, cómo cambiaba la consideración de este útil instrumento para la difusión de la cultura, y la propia función de las bibliotecas. Si los primeros repositorios de libros (primero papiros. luego códices) eran sobre todo privados, y luego serían los monasterios los que heredarían esta función, los autores nos cuentan cómo, desde la invención de la imprenta, los coleccionistas privados, muchos de ellos profesionales liberales, empiezan a construir sus propias bibliotecas particulares, y comienza a surgir un activo mercado de compra y venta de libros no sólo para su función principal (leerlos), sino incluso con los fines de coleccionismo y, como ha ocurrido siempre, para el prestigio social del dueño de dichos volúmenes. Pettegree y der Weduwen nos hablan también de cómo las bibliotecas (y su destrucción) fueron un arma de guerra y de proselitismo entre las diferentes confesiones religiosas; cómo, a partir muchas veces de coleccionistas privados, nacen las bibliotecas nacionales, destinadas a definir la cultura de cada país (ahí nos narran la conmovedora historia de Naudé tratando de salvar la biblioteca de Mazarino, que os recomiendo vivamente); cómo estas bibliotecas -como algo que ya venía ocurriendo desde la antigua Roma- van poco a poco abriéndose para dar acogida primero a intelectuales y luego al gran público; cómo, en esta labor, surgen tanto iniciativas eclesiásticas, públicas, o de filántropos privados (como el caso del famoso millonario norteamericano Carnegie) para expandir las bibliotecas por todo el mundo para que cualquier persona interesada pueda acceder a ellas; cómo, poco a poco, las necesidades de una masa ingente de lectores van cubriéndose a través de bibliotecas de suscripción y de bibliotecas circulantes (especialmente llamativo el caso de las "bibliotecarias a caballo", mujeres que cabalgaban sobre sus monturas para llevar la cultura a los más recónditos lugares de sitios como Kentucky); y también los avatares que sufren los depósitos de libros con las sucesivas guerras y las expurgaciones por causas religiosas, ideológicas, o simplemente de tamaño. También nos explican cómo ha cambiado el modelo social de las bibliotecas: de no estar pensadas para niños hasta contener una sala específicamente infantil, de no contar con las mujeres (también muy ilustrativo el caso de la jefa de la biblioteca de Los Ángeles, Mary Jones, que fue obligada a cederle su puesto a un hombre, lo cual abrió una oleada de protestas feministas) a que ellas formen buena parte de sus organizadoras y usuarias. Finalmente, el texto habla de cómo las bibliotecas son ahora en buena medida centros comunitarios que ponen en contacto a los lectores no sólo con los libros, sino con la moderna tecnología, a pesar de que el libro se haya mostrado sorprendentemente resistente a todos los sustitutos tecnológicos que han tratado de reemplazarle. En definitiva, un volumen que debería hallarse en la biblioteca de todo bibliófilo, y no sólo porque quede bien en ella.

Posdata: habréis visto que hemos puesto en este post una serie de enlaces a hilos de Bluesky (también, a otro tipo de links y formatos) donde detallamos y ampliamos información sobre algunas de las historias que se esbozaban en este libro. Porque ya sabéis que de un texto siempre salen historias nuevas, algunas de las cuales deben ser contadas en otra ocasión...

lunes, 12 de mayo de 2025

La historia real de mayo: hilos de Bluesky

Hola, qué tal. Como algunos ya sabéis, me he pasado definitivamente a Bluesky (sigo teniendo cuenta en Twitter, pero sólo la uso muy puntualmente), y allí también estoy haciendo hilos. Como éste sobre Queen Nanny, reina de los cimarrones; o éste sobre unas islas de África con mucha relación con España. Además, os enlazo aquí lo que hemos colgado para participar en #Desgranahilos este 2025, una glosa sobre la fascinante vida y obra del científico George Washington Carver. Espero que aprendáis un poco con ellos y, sobre todo, os entretengan. Un saludo.

jueves, 1 de mayo de 2025

El relato de mayo: Contradicción

Esta narración surgió a partir del II Certamen de Microrrelatos Simurg (2024), en el que quedó finalista en la modalidad de ciencia ficción, y ha salido publicada (a partir de la página 26 del texto del enlace) como parte de una antología del concurso. Como requisito, el cuento debía basarse en una de las fotografías del Legado de Santiago Ramón y Cajal colgadas en el Espacio Simurg ex profeso para este certamen. En concreto, aunque hubo varias imágenes me inspiraron, partí sobre todo de ésta, que podéis ver debajo. Espero que el relato os llame la atención. Quién sabe, podría dar origen a algo más largo. Un saludo.


Contradicción


-Pase y siéntese.

El recién llegado obedeció. Luego, contempló el galardón que se encontraba encima de la mesa.

-Ah, esto -se fijó también Ramón y Cajal en el documento-. No lo tenía ahí por presunción. Simplemente, no me ha dado tiempo a guardarlo.

El invitado sonrió, comprensivo.

-Claro, por supuesto. Me imagino que el retorno de Suecia ha debido de constituir un esfuerzo agotador.

 -Créame: he quedado mucho más exhausto de debatir con Golgi.

Afirmó, con una pizca de mordacidad para nada escondida, Ramón y Cajal. El invitado pensó que había llegado en el momento perfecto: el científico se hallaba seguro de sí mismo, exultante tras sus últimas condecoraciones. Por supuesto, seguía trabajando a todo ritmo (o eso le habían comentado sus fuentes al respecto), pero estaba preparado para ausentarse del trabajo si un reto más apremiante, más atrayente, consiguiera atraer su atención.

-Pero dejemos de hablar de mí -sonrió Cajal, pícaro-. Le estoy sustrayendo su sin duda valioso tiempo. Dígame, ¿a qué ha venido acá?

Y el invitado de Ramón y Cajal, embutido en su gabán, con esa pinta enigmática que había cautivado al neurocientífico desde el principio, abrió la bolsa de tela que portaba consigo desde el principio para extraer con sumo cuidado…

-Un cráneo -enunció en voz alta Cajal, conforme lo asía con precaución con ambas manos-. Dios mío, estas fracturas son extraordinarias… Me recuerdan a las de uno que mi hermano encontró para nuestra colección particular: tiene una necrosis, causada por la sífilis, que ha generado unas lesiones tan terribles como éstas. Pero en cambio, las de aquí han sido provocadas por un impacto violento, ¿correcto?

-Así es -asintió crudamente el hombre.

-¿Puedo conocer la circunstancia? -preguntó Cajal.

 -Por supuesto -consintió el hombre-. ¿Es usted aficionado a la espeleología?

-¿Adentrarse por cuevas? No, gracias. He escuchado que se hace muy buena ciencia con ello, pero, en dicha área, nunca he pasado del senderismo. ¿Se halló en una gruta, pues?

-Pero no una cualquiera. Quizá haya visitado usted la sierra de Atapuerca, en Burgos.

-No tengo el gusto -confesó Cajal-. Aunque algunos amigos me han hablado de ella.

-De esto es menos probable que haya escuchado nada: hay, dentro de esa cadena de montañas, un conjunto de cavernas particular… Y en una de ellas, existe una sima: un talud que se abre unos catorce metros hacia abajo y que fue explorado por primera vez en 1795. En dicha oquedad (y esto lo conoce un número muy reducido de personas) se han encontrado una serie de esqueletos humanos. Es por ello por lo que ha sido denominada la Sima de los Huesos.

Cajal miraba al desconocido muy fijamente. Colocó con delicadeza el cráneo sobre la mesa, no muy lejos del premio Nobel. Mantuvo su atención sobre el hombre misterioso.

-Prosiga.

-Respecto a esos restos, le resumiré muy brevemente la cuestión: en primer lugar, no son huesos de humanos modernos. ¿Ha oído usted hablar del Homo neanderthalensis?

-¿Esos fósiles que se atribuyen a un tipo de ser humano anterior al hombre moderno? Aunque tengo entendido que hay una intensa polémica acerca de ellos -Cajal tuvo que escudriñar en el interior de su mente para explorar la parte de su memoria a cargo de las noticias científicas fuera de su campo, de las que procuraba mantenerse relativamente actualizado.

-Exacto. Sobre esto que le voy a decir tendrá usted que creerme, porque todavía no se ha hecho público: los restos de la Sima de los Huesos pertenecen a especímenes de ese tipo. Incluso anteriores.

El hombre ejecutó un parpadeo a destiempo: esperaba que lo suficientemente imperceptible para que Cajal no se diera cuenta. Obligó a su mirada a vagar por la habitación. Primero, para desviar la atención; pero, en segundo lugar, para localizar el cráneo que había mencionado Cajal: podía serles útil, según cómo evolucionaran los acontecimientos. El desconocido se preparó para reiniciar el diálogo. Era muy importante controlar el flujo de información que le proporcionaba al científico: combinar medias verdades con informaciones que pudiera constatar y que, por supuesto, no resultaran anacrónicas respecto a su época. El invitado caminaba sobre una cuerda de equilibrista muy fina, que podía seccionarse en cualquier momento: pero nadie dijo que viajar al pasado fuera fácil. Por ahora, lo importante era que, durante la siguiente andanada, Cajal no llegara en ningún momento a sospechar la verdad:

-Y como segundo punto -articuló con voz queda-… Entre ese grupo de huesos, hay una serie de lesiones violentas que nuestros patólogos han atribuido a una caída desde lo alto de la sima. Pero todas ellas son post-mortem: es decir, primero murieron por cierta causa, la que fuere, y después los arrojaron al talud. En cambio, la fractura de este cráneo es ante-mortem

Dejó que Cajal se impregnara de aquellas palabras y de su auténtico significado:

-Es decir… -pronunció Cajal muy lentamente, mientras estudiaba de nuevo el cráneo-… que es un hombre moderno al que alguien arrojó a un agujero lleno de huesos antiguos… y que murió a causa de ello.

Cajal empezó a interrogarse por las circunstancias en que había conocido a aquel hombre. Y se preguntó que quería realmente de él.

-¿Por qué me cuenta esto a mí, precisamente?-inquirió inquisitorial con los ojos.

 El hombre extrajo otro elemento de su bolsa de tela.

-Porque, al lado del cráneo, hallamos esto.

Cajal lo examinó.

-¿Lo reconoce, verdad?

-Claro -dijo el médico-. Es el ocular de un microscopio. Tengo varios de este mismo modelo.

-¿Y esto? -sacó un nuevo objeto el invitado-. Se encontraba también allí.

El desconocido le tendió lo que Cajal reconoció al vuelo como una preparación histológica. La capturó con fuerza. Leyó las palabras que tenía escritas. Alzó la vista, confuso.

 -Esta… es mi letra.

Consultó con ansiedad su cuaderno de notas.

 -Pero esta muestra… yo aún no la he obtenido.

 Se quedaron mirando entre ellos. Transcurrió un segundo muy, muy largo.

 Cajal se incorporó. Cogió, del perchero, casi al vuelo, su sombrero.

  -Rápido, lléveme a ese sitio -ordenó.

 El desconocido, para sus adentros, sonrió.


lunes, 21 de abril de 2025

La historia real de abril: Sobre los sentimientos.

 Sobre los sentimientos

(Reflexión escrita hace unos cuantos años)

                La Semana Santa ha dado para mucho. Entre otras cosas, para observar detenidamente a la gata de mi madre. Es súperentretenido. Se te queda mirando expectante, curiosa. Si te ocurre hacer algo estrafalario (un número musical, por ejemplo, ejecutado únicamente con fines sociológicos) primero te mira sorprendida, luego rehúye la mirada como si estuviera tratando con un loco peligroso, y al final escapa subrepticiamente, mirando de refilón para ver si le sigues. Supongo que la gata se escama porque no comprende por qué haces esas cosas (los animales tienen, por lo visto, un instinto muy arraigado para no meterse en lo que no entienden. Es lo que favorece, entre otras cosas, que no se coman a los insensatos a quienes se les ocurre poner una tienda de campaña en medio de África. Dicen aquello de que la curiosidad mató al gato, pero más bien da la impresión que es precisamente la falta de curiosidad, ese sentimiento tan humano, que nos ha dado entre otras cosas la ciencia y la filosofía, el que al gato le mantiene vivo). Y, en mi reproche mental hacia el minino –todavía no estoy tan loco como para hablarle en voz alta a un gato, como de hecho hacemos casi todos los que hemos interaccionado con un animal en algún momento-, aduzco que no se me ocurre una manera mejor de llenar del tiempo que hacer esa clase de gansadas en uno de esos impass que se generan con cierta frecuencia en nuestras vidas. De hecho, hasta le recrimino al felino esa suficiencia de la que alardea por la vida, ese no necesitar nada más que lo que tiene. La verdad es que la existencia de un Felix silvestris doméstico es muy simple. Cuando tiene que comer, comer, cuando tiene que dormir, duerme, y cuando tiene que cagar, pues lo hace, y el resto del tiempo se pasea de manera más o menos perezosa por la casa. De hecho, sus únicos conflictos con la vida han sido con mi madre a la hora de ver dónde caga, pero como mi progenitora se ha rendido con bastante rapidez, ni siquiera tiene ahí la gata donde rascar. Por lo demás, el animal parece no alterarse. Yo, la verdad, creo que viviría bastante oprimido así, sin ver ninguna serie de televisión ni leer un libro, pero la gata parece insensible al aburrimiento. Y se me ocurre que, aparte de este último, pocos sentimientos hay más genuinamente humanos. Decía el genial Terry Pratchett que el ser humano es tan estúpido que, en un mundo lleno de maravillas insondables y hechos sorprendentes, ha inventado el aburrimiento. Y tal vez sea verdad eso de que ese sentimiento lo hayamos creado nosotros, pues se me ocurre que en la Prehistoria (ocupados constantemente de qué íbamos a comer, adónde íbamos, en qué cueva podríamos dormir) aburrirse no era una de las opciones disponibles. Y, para cuando surgía un escaso rato de tiempo libre, para eso estaba la curiosidad.

                Cambiando de tercio (o quizás no tanto) en esta Semana Santa no me ha dado tiempo a aburrirme mucho, entre otras cosas, porque alguien muy cercano a mí había perdido a un miembro de su familia. Yo la consolaba, aportándole argumentos que a mí me sonaban tremendamente potentes: como que lo mejor que se podía sacar de este capítulo de su vida era la inmensa cantidad de recuerdos buenos que albergaba de esa persona; y, también, que el último episodio vivido con el fallecido había sido reciente, y muy positivo muy para los dos. Desde ese punto de vista, era la menos mala de las situaciones posibles. Claro que, conforme lo decía, una de las cosas que me pasaban por la mente es que lo que le pasaba por la cabeza a mi interlocutor no era tanto pena por la desaparición de alguien relacionado con momentos pasados, sino el lamento de que, con esa persona, ya no podrían generarse recuerdos nuevos: una especie de nostalgia por sucesos que nunca habrían de ocurrir. En cierto sentido, ahora que lo pienso, tal vez sea eso lo que más lamentamos de la muerte de un conocido: no tanto la añoranza de los buenos instantes que compartimos, sino, más bien, tristeza por todos aquellos que no podremos de ninguna manera vivir.

                Y a lo mejor, ahora que lo medito, ambas cuestiones se encuentren relacionadas. Puede que en nuestra lucha contra el tedio tan sólo nos tengamos los unos a los otros, como una manera de llenar la vida hasta la muerte. Quizá la desaparición de uno no nos recuerde tanto que algún día feneceremos como lo poco interesante que se volverá nuestra vida hasta que llegue el momento de morir. Tal vez cada conocido sea una forma de curiosidad, de abrirnos al abismo del otro; que la empatía no sea sino otra forma de ocupar nuestras vidas, tan necesaria y vital como el cine, la literatura, la mitología, todas esas cuestiones que hemos inventado para no aburrirnos. A alguno este pensamiento le puede parecer frívolo: comparar a las personas con un entretenimiento. Pero probablemente no haya nada más importante en la vida que llenar ese hueco, y es posible que no haya forma mejor de completar ese vacío tan grande que "los otros", ese concepto que necesitamos para mantener íntegro y cuerdo nuestro yo. Por eso, por escéptica que me mire la gata de mi madre como si me hubiera dado un arranque esquizofrénico, necesitamos montar esos números musicales. De hecho, cuando llegue la hora de mi muerte, no quiero que os pongáis tristes: no quiero ropas de luto ni duelo. Al revés; después de tirarme en un sitio que no requiera mucho gasto y no contamine demasiado, salid a divertiros: viajad, creced, vivid, iros de juerga, follad, follad muchísimo, follad con dos o tres personas, haced un cuarteto o un trío, y decid que se lo dedicáis a un amigo, que hacéis todas las cosas que os apetece llevar a cabo porque esa persona no puede hacer lo que le plazca nunca más. Que la pérdida de cada individuo debería celebrarse como una demostración de amor a la vida, y también a la humanidad, pues perder a alguien significa perder un poco todos de nosotros, y todos merecemos ser consolados. En fin, se me ocurre que, hace poco, un veterinario aconsejó a los dueños de animales que, cuando no les quede otro remedio que sacrificar a estos últimos, permanezcan junto a ellos para que no se sientan extraños, para tranquilizarlos, para darles amor. ¿Ves como tenía razón?, le replico mentalmente a la gata de mi madre, de momento (y esperemos que por mucho tiempo) tan ufana, mientras repaso la evolución de las especies y me doy cuenta de que las criaturas que llamamos superiores no han avanzado para tener escamas más duras o aguijones, sino en cambio pelos, calor, empatía, amor compartido, interacción social, fuerza del grupo, todas esas cosas que muchas veces desdeñamos y hasta que no llega el momento postrero no apreciamos. Y creo sinceramente que esa forma de hacer las cosas que escogimos los mamíferos (apostar por sentimientos tan poco prácticos como la curiosidad o el cariño) nos hacen más fuertes que el tiburón o los dinosaurios. Y ahora dejo de escribir porque me parece que la gata sabe que estoy escribiendo sobre ella, y creo que de un momento u otro se va a intentar vengar.

Post-scriptum: al revisar este texto, recuerdo que recientemente ha fallecido la gata de mi madre y, a pesar de que nunca se llevó demasiado bien conmigo, reconozco que la echo de menos. Adiós, Pippa: donde quiera que estés, espero que ejerzas de gato a gusto.

lunes, 14 de abril de 2025

El libro de abril: "Cosas que nunca creeríais", de Rodrigo Quian Quiroga

"Cosas que nunca creeríais" es un libro escrito por Rodrigo Quian Quiroga, físico y neurocientífico argentino conocido especialmente por descubrir las "neuronas de concepto", es decir, neuronas que se activan específicamente al evocar una noción muy concreta, por ejemplo, la figura de un famoso (de hecho, popularmente se las conoce como "neuronas de Jennifer Anniston", porque durante el experimento encontraron una neurona que se activaba cada vez que el paciente oía este nombre o veía una foto de la popular actriz). El libro toma como punto de partida afamadas películas de ciencia ficción como Blade Runner, Hasta el fin del mundo, 2001, El planeta de los simios, Minority Report, Matrix, Origen (Inception), las sagas de Star Trek y Star Wars, Abre los ojos o Desafìo total para preguntarse por las atrevidas predicciones científicas a las que apuntan (la inmortalidad, el control de los sueños, la creación de cyborgs, la implantación de nuevos recuerdos o la eliminación de memorias), y también algunas de las dudas existenciales que el hombre se ha planteado desde el inicio de los tiempos: ¿es posible que vivamos en una simulación?; ¿es real el libre albedrío?; ¿cuál es la base de nuestra identidad?; ¿qué diferencia la inteligencia de un ser humano de la de un animal y una máquina? Como veis, el libro combina cine con filosofía (Descartes, Platón, Kant o Humes son fuentes recurrentes, aunque también Borges o los más reconocidos físicos), pero, además, pone todas estas hipótesis y especulaciones en contraste con los últimos avances de la neurociencia, que ha conseguido, de manera reciente, logros tan importantes como activar neuronas a nivel individual, discerniendo los mecanismos íntimos por los cuales opera nuestro cerebro; que los pensamientos de nuestra mente sean capaces de mover brazos mecánicos, o estimular músculos con los que había perdido el contacto; traducir imágenes y sonidos en señales eléctricas, para que así los discapacitados recuperen ciertos sentidos; inducir falsos recuerdos, o reproducir el contenido de sueños. Obviamente, todos estos éxitos son preliminares (buena parte se han llevado a cabo sólo en animales), requieren en general de alta tecnología muy invasiva y poseen sus limitaciones éticas y técnicas, pero es curioso pensar que muchas de las cuestiones que han planteado los grandes autores de ciencia ficción se hallan hoy relativamente cerca de conseguirse, y permiten aproximarse a la resolución de interrogantes esenciales acerca no sólo de cómo funciona nuestro cerebro, sino hasta qué punto nuestra memoria o nuestra identidad dependen de las conexiones entre las neuronas (algo más complicado, sin embargo, resulta contestar a los viejos dilemas filosóficos, aunque Rodrigo Quian Quiroga se arriesga en más de una ocasión). En ese sentido, un libro fundamental para aquellos a quienes les interesen las grandes cuestiones en torno al hombre. ¿El único pero? Pues que es un texto que, por su propia naturaleza, en la vanguardia del conocimiento, está condenado a quedarse desactualizado en poco tiempo, y de hecho, por ejemplo, cuando habla de inteligencia artificial, da la sensación de que la realidad se está adelantando a la página impresa. Pero eso no es demérito del libro, el cual, por el contrario, aspira a crear una nueva forma de hacer filosofía y a replantearse de forma distinta una serie de interrogantes que, sin duda, nos perseguirán de manera intemporal y, seguramente, imperecedera. Al fin y al cabo, que nos hagamos esas preguntas forma parte de nuestro ADN y es inherente a aquello que (sea lo que sea) nos hace humanos.

lunes, 7 de abril de 2025

El relato de abril: "Usted puede vivir una aventura".

 Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles. (…) Durante un año de la luna, he sido declarado invisible: gritaba y no me respondían, robaba el pan y no me decapitaban. He conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre.

Jorge Luis Borges. La lotería de Babilonia.

 

HECHO 1. @Tiberiograco.bsky.social publica un bluit en Bluesky con la frase: “¿En los años 30 se jugaba al rol?”.

HECHO 2. Tiberio continúa con un hilo donde describe la noticia que había leído en: https://www.cinthyaalvarez.com/centro-de-imaginacion-y-vida-intensa/. Dicha noticia comenta que, en mayo de 1936, una empresa española ofrecía, a cambio de una cómoda cuota, que dos escritores diseñaran de manera personalizada unas emocionantes aventuras donde recibirías crípticos mensajes y te verías inmerso en alucinantes sucesos. Estos lances se reproducirían en el mundo real, de tal manera que creerías vivir un episodio auténtico, ya que no podrías dilucidar si lo que te ocurría era producto de personas auténticas y del azar del mundo, o de la intervención de actores y la planificación de la compañía.

HECHO 3. Tiberio nos recuerda que esta empresa (muy cercana a la idea de la película de “The game” y seguramente inspirada, como el film, en un relato de Chesterton) operaba en mayo de 1936 y que, un mes y medio después, todo saltaría por los aires en España, llevándose por delante esta buena idea, como tantas otras cosas (la Escuela Histológica de Cajal, los experimentos de Emilio Herrera, la literatura de Lorca y de las Sin Sombrero, el arte de Raquel Meller y Maruja Mallo, tantas vidas anónimas que merecían la pena y que quedarían irremisiblemente destrozadas) valiosas y bellas.

HECHO 4. Yo me imagino esta historia:

 

                El anciano se hallaba de pie, en bata, con las zapatillas de andar por casa y gafas oscuras para evitar el daño que le producían los rayos del sol. Pensaba que, desde fuera, tendría una pinta ridícula; pero le daba igual. Porque allí, en medio de su palacio, iluminado bajo la ambarina luz de la mañana que provocaba brillos titilantes en los acabados dorados del mobiliario de palacio, ¿a quién coño le importaba como vistiera el hombre más poderoso de España? Francisco Franco sonrió.

                Sin embargo, inmediatamente, su semblante se agrió cuando alguien entró de improviso a través de las grandes puertas de madera. Un invitado sin permiso. El hombre iba vestido de manera elegante pero informal; llevaba encima un pequeño cuaderno, del que no se desprendió en toda la entrevista, y donde iba realizado anotaciones de manera intermitente; sin embargo, lo más sorprendente era el aplomo y la seguridad con la que se desenvolvía, de tal modo que lo primero que Franco pensó fue: “¿pero dónde coño se ha metido el servicio secreto?”.

                -Señor Franco… No tengo confianza para denominarle Don Francisco, aunque puedo llamarle así si lo desea. Si me permite, tenemos qué hablar.

                -¿Quién demonios es usted? -Franco balbuceó. No le gustaba el sonido de su propia voz. Si antes tenía tono de pito, con el tiempo se había transformado en los gimoteos entrecortados e impotentes de un anciano. Odiaba eso. Era una sensación que ni siquiera la firma de varias sentencias de muerte le conseguía aplacar.

                -Mire, soy el representante de C.I.V.I. en su zona. He venido a hablar de las condiciones de finalización del servicio…

                -¿Pero de qué está usted hablando?¿Qué hace usted aquí?¿Sabe que en cualquier momento van a venir aquí mis hombres y le van a llevar a fusilar?

                -De eso precisamente querría hablarle, señor Franco. Verá, no sé si se acuerda de que rescindió los pagos al CIVI hace poco. Le mandamos una carta para que confirmara o negara el desistimiento, pero no nos respondió, lo cual asumimos como una terminación del contrato. Así que, a partir de ahora, deja de funcionar la ilusión que hemos creado para usted. Todo esto -señaló el entorno circundante- se acabó.

                -¿De qué está usted hablando? Yo no he contratado ningún… CIVI… ¿Qué diablos es eso?

                -Las siglas son por “Centro de Imaginación y Vida Intensa”. Nacimos en el verano de 1935. Ustedes nos contratan, y nosotros nos encargamos de crear una historia en la que se verán envueltos y aportará emoción y alegría a sus vidas. Sin duda vio en alguna ocasión uno de nuestros anuncios en el periódico, y por eso nos contrató. Muchos lo hicieron en su momento, sin darse cuenta de todas las implicaciones que ello conllevaba. Y, claro, como una parte clave del éxito de nuestra iniciativa se basa en que el protagonista no sepa que lo que le está ocurriendo es una fantasía, acaban olvidándose de que nos han contratado.

                -Yo… yo… -Franco estaba desconcertado. Aquello le parecía irreal, pero todavía no había llegado nadie del servicio secreto ni de su guardia personal, así que no tenía más remedio que tomárselo en serio. Recordaba que en los últimos tiempos había revisado ciertos recibos y dado de baja algunos que no había sido capaz de identificar. El nombre de CIVI le sonaba vagamente. Pero seguía sin saber…

                -El caso, señor Franco, es que hemos terminado su simulación. Y eso incluye todo. El golpe de estado. La guerra civil. Casi cuarenta años de dictadura. Todo eso ha concluido. Y ahora va a empezar la vida de verdad. Entendemos que será un poco chocante, por eso he venido yo personalmente, para que la transición sea más senci…

                -Pero ¿qué cojones dice?-Franco no se pudo reprimir-. ¡He mandado al garrote vil a gente por mucho menos!

                -Lo sabemos, señor Franco. Eso es lo que usted creyó haber hecho. Pero eran, como otras veces, personas que trabajaban para nosotros. O clientes que habían contratado nuestros servicios y deseaban vivir una aventura, y conseguimos entremezclar esta trama con la suya. Por supuesto, para ellos hubo una salvación en el último minuto que procuró un desenlace afortunado. Nuestras fantasías (o eso intentamos) siempre son complacientes para nuestros clientes. Igual que lo ha sido la suya, no lo podrá usted negar.

                -¿Pero qué estupidez está diciendo?¡Yo soy un rey; soy el jefe del estado! He construido pantanos; he comandado ejércitos; ¡se han manifestado multitudes delante de mí!

                -Ja, ja, ¿verdad que somos convincentes? Entre sus generales se cuentan algunos de nuestros mejores actores contratados. La verdad, nos sentimos orgullosos de haber aprovechado la inauguración de instalaciones públicas por parte de la República para haber consolidado su fantasía. Y en cuanto a las manifestaciones espontáneas en la Plaza de Oriente… Bueno, usted sabía que eran una representación, ¿verdad? Pues lo eran, en efecto. Había un montón de asistentes que, para usted, eran lo que denominamos PNJs, Personajes-No-Jugadores. Luego, ellos se iban muy contentos a casa. Muchas veces, no sabían ni qué significaban las consignas que estaban coreando…

                -¿La… República?¿Ha dicho usted República?

                -Claro que sí. Mire, sé que esto le va a chocar, pero le va a pasar más tarde o más temprano, así que mejor que se entere ahora. La República ha seguido adelante, ha superado sus problemas, y España se ha convertido en un estado democrático. ¿Creía de verdad que la gente iba a permitir que un grupo pequeño de personas se hiciera con todo el poder y cometiera las barbaridades que usted quería llevar a cabo con otros? Por Dios, eso hubiera sido demencial. Lo cierto es que durante mucho tiempo sospechamos que no se lo tragaría… Pero bueno, como la cosa funcionó, seguimos adelante. Ahora que ya ha llegado a su fin, no hay ninguna necesidad de seguir fingiendo nunca más.

                A Franco se le pasó una frase por la cabeza que creía haber insertado en la mente de muchos hombres en numerosas ocasiones, pero que nunca creyó que fuera a pensar jamás: “No puede ser. Esto no me puede estar ocurriendo a mí”.

                -¿Y entonces…?-le faltó decir “qué me va a pasar”.

                -Pues ahora tendrá usted que marchar de aquí e ir a su casa de verdad. Es un poco más modesta que la de aquí, para ser sinceros. Y a partir de ahora, ya no formará parte de nuestras simulaciones y juegos. Le advertimos que su mujer le acompañará porque, claro, el contrato la incluía a ella, al formar parte de su unidad familiar. En cambio, su yerno… Verá, él también contrató uno de nuestros paquetes, y sigue creyendo que está casando con su hija, así que su vida seguirá girando alrededor de este palacio. De hecho, él piensa que ahora mismo le están operando a usted a vida o muerte. Y, por supuesto, hemos de mantener la ficción, al menos hasta que deje de pagar, así que no lo verá usted durante como mínimo unos pocos meses.

                A Franco le temblaba el labio. De repente, llegaron dos hombres tan altos como anchos, fornidos como armarios. El antiguo dictador no les reconoció como parte de su séquito, ni miembros de su equipo de seguridad. En cambio, parecían trabajar para el hombre que había irrumpido en su vida. El cual les hizo un gesto clarificador:

                -Chicos, podéis llevároslo. Señor Franco, ¿tiene alguna pregunta más? A partir de ahora, no tendremos ningún contacto (al menos directo) con usted. Puede que acabe por formar parte de la historia de alguno de nuestros jugadores, pero, si hemos hecho bien nuestro trabajo, ni usted ni ellos mismos lo sabrán. Que le vaya bien.

                Los dos guardias eran bastante explícitos en su lenguaje corporal: tocaba irse. Sin embargo, Franco alzó la mano, por primera vez en mucho tiempo, en un gesto suplicante:

                -Mire, ¿y si decido renovar a mi suscripción? Es que… no quiero que esto cambie.

                El representante de CIVI sonrió.

                -Normalmente, señor Franco, aceptaríamos, si decidiera usted pagar de nuevo sus cuotas, volver a ponerlo todo en marcha, con una nueva epopeya o una de corte similar. Pero he de confesarle, don Francisco, si me permite, que me han mandado a mí porque el suyo es un caso especial… Cuando uno trata, digamos, con los sueños de la gente, y con sus reacciones frente a los mismos, al final acabas viendo cómo es de verdad esa persona: en ese sentido, la Junta de CIVI ha divisado el interior de alma. Y créame, señor Franco… no les ha gustado. De hecho, me han dado instrucciones irrevocables de no alcanzar ninguna clase de nuevo acuerdo con usted en el futuro. Lo lamento mucho: es política de empresa. Tenemos libertad de elegir a discreción nuestros clientes. Y, en fin, después de lo que hemos visto -chisteó con desaprobación mientras le dirigía una mirada condenatoria-, no puedo reprochárselo…

                Los dos musculosos hombres de acción hicieron un gesto que hubiera sido innecesario, pues Franco, desarmado, se dejó llevar tácticamente. El representante del CIVI se quedó en medio del palacio, con su cuaderno, echándole un vistazo general a todo mientras (como había ocurrido, sobre todo, a lo largo del último tercio de entrevista) anotaba crípticos mensajes en su cuaderno de manera frenética.

                -Este escenario, de verdad, va a ser increíble… Nos va a permitir hacer cosas impresionantes…

                Sus ojos le brillaban.

                -Va a ser magnífico. Increíble. Nos quedan tantas aventuras por explorar…

                Dirigió su mirada hacia el lector, apuntándole con el lápiz.

                -Y el protagonista… podrías ser tú…

martes, 1 de abril de 2025

Una obra de arte: "Inside In"

Esta pequeña obra de arte es un homenaje al cerebro humano, a todo lo que es capaz de hacer y crear, y a su funcionamiento. Contiene multitud de detalles que espero que os llamen la atención: ampliad la imagen haciendo "click" sobre la misma, y dadle al coco para descubrirlos. Saludos cerebrales.


lunes, 24 de marzo de 2025

La historia corta de marzo: "Soy una IA generativa, y..."

Dicen que un articulista de ObjetoDiario le pidió a ChatGPT escribir un artículo (con su habitual dosis de bulos, conspiranoia negacionista y sesgo político) para su periódico. Ante la solicitud, el programa informático le respondió: <<Soy una IA generativa y, como tal, no tengo las habilidades ni capacidad necesarias para redactar este tremendo truñaco. Anda y dile a uno de tus becarios que te lo escriban, que esto no está "pagao">>.

lunes, 10 de marzo de 2025

El relato y la historia real de marzo: "La segunda muerte del padre Méndez"

                En julio de 1616, el conocido como padre Méndez predijo, en Sevilla, su propia muerte, la cual tendría lugar, de acuerdo con su vaticinio, 21 días después. Los hechos que sucedieron a partir de entonces se describen, entre otros lugares, en las “Historias de la Inquisición” de Juan Eslava Galán, de donde he sacado la mayor parte de la documentación para este relato. Muchas de las anécdotas que aquí se detallan sólo son descripciones de eventos que se registraron -o, al menos, se comentaron- por aquel entonces. Como os podéis imaginar, las adaptaciones al siglo XXI son mías.

 

Toda persona tiene un pasado. No llegamos a lo que somos por casualidad. En los momentos previos al culmen de lo que llegamos a ser hay indicios, pistas a veces sutiles, de lo que podríamos más tarde alcanzar. El padre Méndez coqueteó entre varias religiones antes de optar definitivamente por la católica, e ingresar como religioso. Migró a América; allí no le fue bien, y regresó entonces a Europa, donde se asentó en Roma. Sin embargo, su comportamiento extravagante alertó incluso al Papa, que le obligó a marcharse de la ciudad. Fue entonces a Sevilla, donde vino a ocurrir lo mismo, ya que el arzobispo le forzó a buscarse otro sitio, fuera de la urbe. Sin embargo, cuando el prelado murió, nuestro protagonista volvió a intentarlo. Fue entonces comenzó a plantar la semilla de su gloria.

                Para empezar, organizó su propia congregación. El padre Méndez, desde un principio, supo ver el potencial de las redes sociales; montó sus propios canales en diversas plataformas, donde su desparpajo y capacidad de convencimiento le granjearon una enorme cantidad de seguidores. Sin embargo, las actuaciones más atrevidas las reservaba para las distancias cortas. Tenía un pequeño coro de entusiastas a los cuales, después de haber convivido con las complejidades del mundo moderno y la existencia digital, su mensaje de volver a unos valores más sencillos, más puros, los de sus abuelos, les hacía especial ilusión. Sobre todo a mujeres, muchas de ellas jóvenes e inmigrantes. Por ello, organizaba reuniones en las que desvirtualizó a unas cuantas. Les alojó en una casa con amplios cuartos en el centro (una vieja casa de realquilados), pero hacían vida comunal. Allí, se dedicaba a hacer varias misas diarias en el salón, que empleaban como si fuera una iglesia. Sólo que las ceremonias eran un poco -por así decirlo- originales. En los vídeos en redes sociales, el padre Méndez comentaba que habían llegado a hacer a hacer una misa de veintitrés horas sin que él ni ninguno de sus seguidores (¿acólitos?¿miembros de una secta?) se sintieran cansados. Lo que no decía era que, en mitad de sus misas, se quitaba las ropas y empezaba a temblequear como si estuviera poseído. A la luz de aquellos actos, alguno se hubiera preguntado si la aseveración del padre Méndez de que en aquellas ceremonias realizaban varias comuniones al día había alguna clase de doble sentido. Sin embargo, sus seguidores en el canal de Telegram, al contemplar de manera confidencial los vídeos que mostraban aquellos extraños bailes, los devoraban acríticamente, y los nuevos followers que se incorporaban al canal (seducidos primero por el escándalo, y más tarde por la sensación de que algo auténtico tenía que haber detrás de aquellas extrañas manifestaciones) se sentían más seducidos que suspicaces frente a aquellas perturbadoras imágenes. El boca a boca se extendió de manera presencial, y también en red: muchos llegaban a verbalizar lo especiales que se sentían al formar parte de un movimiento tan único, con un líder que tenía tanta personalidad, y las ideas tan claras (en contraposición con el vacío que, con anterioridad, había llenado sus vidas), y destacaban también el sentido de comunidad que habían encontrado en aquella nueva agrupación. La afluencia, por supuesto, empezó a aumentar, en Youtube y otras redes; con ella, llegaron también las donaciones. El padre Méndez podría haber parado allí, pero por supuesto, aquello no iba a ser suficiente: él sabía que la marca requería crecer y, además, su ego necesitaba siempre más.

 

Se ha dicho que en el siglo XVII “la obsesión era la otra vida” (Juan Eslava Galán, “Historias de la Inquisición”; pág. 171). En verdad, muchos se desvivían tanto para hacer méritos en el otro mundo, que cabía preguntarse si disfrutaban en algún sentido de éste. Claro que puede ser lo natural cuando el universo terrenal no tiene demasiado que ofrecerte. Desde ese punto de vista, la promesa de la vida eterna no resulta mal atractivo. Llegar al cielo, hacerse acreedor de un rinconcito en el paraíso, exhibir tu futuro -como anticipo del premio a largo plazo- en forma de buenas obras que te llevarán hasta él. En el siglo XXI, hay otra clase de ensimismamiento: por la otra vida, la digital, la que no refleja la real en absoluto. Sino que es inmaculada, rutilante, perfecta, donde tus buenos actos también te definen: desayuna aguacate, disfruta de vacaciones en Punta Cana, viste de primeras marcas, abraza niños negros en África, donde su piel contrasta en mayor medida con el azul del filtro “Tropical”. Los principios, sin embargo, son los mismos: pórtate bien en esta vida, y tendrás una existencia digital perfecta. Haz las cosas como debes, y abandonarás esta existencia de miseria, casas estrechas, sueldos bajos, humillación. Y, con un poco de suerte, si el flujo de publicaciones se mantiene constante, y brillas lo suficiente, tu vida, de una manera u otra, quizá empiece a parecerse a aquella otra que pretendes aparentar.

 

Entonces, el padre Méndez soltó la bomba: iba a morir en tres semanas exactas. Pero no porque estuviera enfermo: al contrario, se sentía como un roble. Se lo había comunicado Dios en persona, a través de un mensaje tan diáfano como cargado de esplendor divino. La noticia empezó de manera simple, con un simple vídeo enlazado a un post. Después, se viralizó. El número de seguidores aumentó instantáneamente en todos los formatos, redes y canales. Salió en prensa y hasta en la tele. De repente, la descreída sociedad española sufrió un ataque súbito de fervor religioso. ¿Por qué no?, decían algunos, las modas siempre vuelven, y nunca hemos descartado del todo nuestros viejos ritos ancestrales. Se contemplaron escenas que hacía décadas que no se veían: lisiados e invidentes haciendo cola para que el hombre santo les curase, antes de que cruzara con la barca de Caronte al otro lado. La diferencia es que en la época en que todo el mundo era católico por definición no estaba Cuarto Milenio filmando, dando a entender que ellos, de alguna manera, habían anticipado la noticia. De hecho, había peleas por debajo de la mesa por ver qué productora iba a proporcionar el alojamiento que albergaría durante los últimos días el cuerpo del ilustre finado y, por tanto, quien tendría derecho a retransmitir en directo sus últimos momentos de agonía, el transporte del cadáver y el sepelio. Por supuesto, nadie se atrevía a decir en voz alta que aquella predicción era tan sólo una fantasía, un delirio egocéntrico fuera de la realidad: porque aquello significaría acabar con la gallina de los huevos de oro, y nadie pretendía que se terminara la fiesta, al menos, mientras hubiera cáscaras doradas que recopilar. En la calle, mientras tanto, en los mentideros de la ciudad de Sevilla, por supuesto, se producían discusiones: había quien lo negaba, había quien lo defendía, había quien no creía al padre, pero… (ese “pero” que acaba matando casi todas las buenas cosas). Las autoridades civiles y eclesiásticas, entre tanto, no querían entrometerse y lo dejaban estar: bien sabe que no es sano interponerse en aquellos asuntos que al pueblo enardecen en demasía. Si acaso la cosa se descontrolaba, siempre, más tarde, podrían actuar.

                ¿Qué hacía, al tiempo que sucedía todo esto, nuestro buen padre? Parecía retirado de este mundo. Nadie sabía muy bien donde estaba. Era su representante el que más hablaba, a semejanza del custodio de un Santo Grial. Méndez sólo aparecía en redes muy de vez en cuando, como si ya estuviera más fuera que dentro de esta vida. Trascendía que comía muy poco: prácticamente, decían, vivía del aire. Por supuesto, moraba rodeado de sus fieles, que le profesaban tal atención que casi se diría que, más que observarle, le absorbían. Por supuesto, el padre Méndez estaba encantado. Completamente en su salsa. Hablaba con sus muchos seguidores, sin dar síntomas de agotamiento, a pesar de las muchas horas despierto. Por supuesto, aquello se interpretó como un milagro, y la rumorología empezó a atribuirle muchos más: desde que flotaba en el aire hasta que las cámaras se ponían en marcha en su sola presencia (por supuesto, los fenómenos divinos han de adaptarse a los nuevos tiempos). En su presencia, por supuesto, los seguidores aprovechaban: le tocaban la cara, la nuca, las manos. Recogían el sudor de su frente (“el rocío de sus labios”, describió de manera poética un bloguero) e, intentando pasar inadvertidos, le arrancaban fragmentos de cabello o le cortaban trozos de ropa. El padre Méndez se daba cuenta de todo, pero dejaba hacer igual, y sonreía. A una señora mayor le dio por colgarle, al santo varón, un rosario en el cuello, y pronto acabó tan cargado de cuentas que, conforme caminaba, repicaba como un sonajero. Luego los rosarios eran retirados y la gente se los llevaba a su casa, aunque se encontró alguno vendiéndose a buen precio en AliExpress, y también en el Rastro. De igual modo, no era raro encontrar por aquella época (no sólo en la ciudad, sino por todo el país), tazas y camisetas referidas al mágico acontecimiento. También se subastó en eBay un trapo con la certificación de tener estampada la efigie en sudor de la cara del padre Méndez. Al fin y al cabo, salvo el de los panes y los peces, los milagros no dan de comer, pero la creencia en ellos puede originar pingües beneficios.

 

Se ha dicho que en el siglo XVII florecía la picaresca. Parece a ratos como si se tratara de un mal endémico y exclusivo español, como si nunca hubieran existido un Fagin, el hombre que vendió varias veces la torre Effiel, o el que pretendía cortar a la mitad y (darle la vuelta a una sección) a la isla de Manhattan. Como siempre, sin embargo, en aquella era la picaresca tenía dos velocidades o, mejor dicho, dos niveles bien diferenciados. Estaba el pobre que se las buscaba para sobrevivir: el lazarillo que le roba la comida al ciego; el niño de manos habilidosas que castiga el descuido de dejar la bolsa muy suelta (como premio, te proporciona la advertencia de que tengas más cuidado); el amigo que conoce a un amigo que a su vez conoce a un amigo que te puede meter mano en un negocio no del todo legal -igual que, en Roma, todo el mundo tiene un colega que maneja las llaves de un tesoro arqueológico que nadie más puede ver, y te sientes privilegiado a causa de ello-. Frente a ellos (pobres pajarillos que rapiñan las migajas que la vida no les ha querido regalar) tienes a los grandes halcones que vuelan alto y se pasean por los palacios del gobernador y del obispo, en ciertos tiempos, o los de la Junta o la Moncloa, en siglos diferentes. Como suele decirse, mientras unos llevan la fama, otros cardan la lana. El problema es que, como cada uno hace su pequeña trapacería, cuando llega la hora de imponer un sistema más justo, incluso los que deberían salir favorecidos se oponen, por miedo a que le quiten ese escaso trozo de privilegio que han conquistado. De esa manera, el gran ladrón queda impune para poder seguir enredando sus desmanes, y quejándose de los Guzmán de Alfarache al que él supera por mil. Pero siempre da más color local ese pícaro de baratillo que merodea las tabernas, que juega a los dados y a las cartas, y que corre por las plazas públicas informándose de todas las novedades acerca del padre Méndez, a veces por malsana curiosidad, como todo el mundo, y en ocasiones por averiguar qué puede caer de allí. Total, no va a hacer negocio una solo persona con la religiosidad de los feligreses…

 

                Mientras tanto, la gente que iba a verle, claro, le preguntaba por su próxima vida en el cielo. La mayor parte salían de aquella conversación sonrientes, pues el padre Méndez sabía muy bien qué era lo que quería escuchar el interlocutor con el que dialogaba. Pero claro, hablando durante casi veinticuatro horas al día, es fácil cometer errores. Como a una señora a la que le dijo que dentro de poco iba a ir al cielo, cosa que por lo visto a la mujer, que aún esperaba incordiar en este mundo un rato más, no le hizo ninguna gracia. A otra en cambio le anunció que iría a visitarla después de muerto, y la buena dama no se mostró muy conforme con eso de tener que invitar a un fantasma a té y pastitas. De vez en cuando, además, el padre Méndez iba haciendo predicciones públicas para después de su muerte: algunas eran un poco apocalípticas, sobre todo en dirección a aquellos habitantes de la ciudad (o internautas) que se habían metido con él desde el primer día. Otras, en cambio, destacaban cómo, tras su fallecimiento, se produciría una ola masiva de conversiones. El padre Méndez ya había hecho testamento digital, indicando a quién le legaría sus redes sociales para que, aunque él se fuera, no quedaran desasistidos de auxilio espiritual. Se preguntó si sería posible, desde el cielo, continuar manejando su canal, así que le encargó a sus sustitutos que no cambiaran las contraseñas, por si acaso tenía la oportunidad de grabar un vídeo desde lo más alto. Nunca se sabe cuándo vas a mandar una exclusiva en lo que se convertirá en un hito histórico.

                Llegó un momento en que, en el lugar de refugio del padre Méndez, había tal aglomeración de gente (y también de solicitudes digitales) que tuvo que poner fin a todo. Dio un discurso de despedida y colgó un vídeo -lo primero antes que lo segundo, para pulir detalles de cara a lo que pasaría a la posteridad- donde hizo un repaso de su vida, por supuesto bajo un prisma muy positivo, y cargado de subjetividad. En sus múltiples adioses se derramaron lágrimas, se vertieron toneladas de comentarios, se desplegaron innumerables aplausos, y por supuesto likes. Después, toda manifestación digital y física cesó por completo, y se hizo el silencio.

 

                Dicen que el siglo XXI proliferan los bulos. Pero el siglo XVII tampoco era moco de pavo. Un par de cientos de años antes, una mentira que hablaba de judíos secuestrando y desmembrando a un niño en Toledo (niño que nunca llegó a encontrarse, porque no existía) desembocó en la condena de varios conversos por parte de la Inquisición, y terminó de dar un empujón al decreto definitivo de expulsión de los judíos. Muchas veces estos rumores -como ahora- llegaban de manera interesada, sobre todo de los de arriba (los que tenían más capacidad de influencia y de difusión, empleando el pecunio si hacía falta) contra los de abajo, con el objetivo añadido de sembrar cizaña entre los más pobres. Si hoy es contra inmigrantes, entonces era contra cristianos de origen judío -porque, por supuesto, los “cristianos viejos” no iban a competir contra ellos en igualdad de condiciones-. Los bulos, hoy como entonces, siempre han ido dirigidos, y buscando nuestro lado más oscuro: luego, la capacidad de la gente de creerse cualquier tontería, y de atacar a su igual, funcionan para hacer el resto.

 

                Sin embargo, unos cuantos días antes de que se cumpliera el plazo, surgieron las primeras dudas. Parecía que el padre Méndez no las tenía todas consigo: quizá se veía demasiado sano o, quizá, ahora que se acercaba el plazo, principiaba a flaquear la fe que su cerebro había puesto en su propia mentira. A ratos, el padre se ponía a especular que la muerte podía llegar un poco antes, o tal vez un poco después. Cuando uno de sus acólitos más cercanos se horrorizaba ante este comentario, proclamando que, si la fecha se retrasaba, el cachondeo en Twitter iba a ser épico, el padre Méndez replicaba, con estoicismo: “A lo mejor me toca esconderme en un monte”. Por suerte, él no había leído “El disputado voto del señor Cayo” de Delibes, y no se le había ocurrido la solución que uno de los personajes citados había dispuesto para un caso semejante, y que implicaba tomar parte activa en la cuestión: o quizá sí lo había pensado, pero tenía demasiado apego a la vida como para planteárselo. Por Internet seguía manteniéndose el mutismo desde las cuentas oficiales, pero un seguidor muy activo dijo que él también había tenido una visión por la cual el padre Méndez viviría aún unos cuantos años para servir al Señor, todavía en más y mejor medida. Por lo visto al cura se le vio aliviado al leer ese mensaje, aunque sus ayudantes se mostraron cariacontecidos al pensar en aquella posibilidad.

                Al final, llegó el día de marras. El padre Méndez dijo que iba a pasar sus horas finales, justo antes de la medianoche fatal, en la iglesia, acompañado de una cámara subjetiva que grabaría sus últimos momentos delante de millones de internautas. El padre se despidió de sus devotas y se encaminó muy despacio hacia el edificio, como si de esa manera alargara o retrasara el instante definitivo. Luego, llegado al sitio (donde se habían reunido unos pocos y escogidos fieles), se arrodilló y se puso a rezar. Un médico que formaba parte de su equipo le tomaba diversas mediciones continuamente: pero, pese a que el sacerdote se había pasado sin comer las últimas veinticuatro horas, y había recorrido su habitación durante aquel tiempo, sin pausa, de arriba abajo (como si pretendiera forzar su propia muerte a base de castigar el cuerpo), aparte de encontrarle un poco débil, por lo demás le veía completamente normal, sin ningún indicio previo de lo que, presumiblemente, iba a ocurrir. Cuando sólo quedaban unos instantes para que expirara el plazo, el padre realizó un último gesto: “Adiós, hermanos míos”, declaró ante la cámara con voz queda, mirando virtualmente a los ojos. Llegaron las doce menos diez segundos, llegaron las doce en punto, esperaron unos cuantos minutos por si no andaban ajustados al cien por cien sus relojes, aguardaron a que transcurriera el primer minuto de rigor, luego comprobaron que no se habían equivocado, después dejaron que pasaran tres, cinco, diez, veinte giros de segundero, una hora. Cuando a las dos de la madrugada quedó claro que allí no iba a haber milagro ni se le esperaba, los asistentes fueron abandonando poco a poco, con la cabeza gacha y cara de circunstancias, el recinto. En un momento determinado, el cura apagó la cámara, se levantó, y sin despedirse de nadie, se fue. Nadie supo del todo donde había pasado aquella noche, aunque muchos decían que en un hostal para almas en pena donde nadie hacía demasiadas preguntas.

 

Dicen que en el siglo XXI florecen los narcisistas. En la película “Pactar con el diablo”, Satanás, interpretado por Al Pacino, llega a afirmar que “la vanidad siempre ha sido mi pecado favorito”. Los narcisistas han existido siempre: unos activos (pretenden ser admirados), otros pasivos (siguen a sus ídolos como la luna, que ansía brillar a base de reflejar los rayos del sol). Muchos de estos últimos, en realidad, son gente con muy baja autoestima, que esperan localizar un remedio para sus males en un conocimiento ignoto que nadie más posee, y que les hace por tanto superior al resto. Lo cierto es que en el siglo XVII también había narcisistas, como en todos los lugares y en todas las eras, y como bien demuestra el caso del padre Méndez en Sevilla: la gran diferencia con el siglo XXI es que nunca éstos han tenido a un público tan masivo, a través de las redes sociales, y por tanto han extendido sus tentáculos sobre tantos individuos, hasta el punto de fundar auténticas sectas, con miembros renuentes a cualquier clase de lógica racional. Pero las estrategias son las mismas: tratar de convencer a través de la emoción (por ello apelan a ti de manera íntima, y en primera persona: de ahí que la imagen, y sobre todo los vídeos, sean su principal herramienta de trabajo) de una hipotética verdad que tú deseas creer, y que por supuesto a él le va a reportar atención, y casi siempre dinero. De hecho, este último llega directamente con la visualización, con lo cual ya no hace ni falta que saquemos la cartera para darles de comer a esos estafadores. Así que, por favor, no veáis sus vídeos; no difundáis sus publicaciones; no alimentéis ese troll que está viciando la mente de tus vecinos, de tu familia, de tu casa. Eso es lo que quieren: y hasta que no lo consigan, no van a parar.

 

En la soledad de su refugio, un amigo visitó al padre Méndez. Este último le preguntó qué debía hacer. El compañero de lágrimas le aconsejó que volviera a los principios: que ejerciera la caridad, por los barrios de Sevilla, para ayudar a los más necesitados. Dijo que, si obraba así, al principio, desde luego, el nivel de burlas sería un hartazgo, pero que luego conseguiría hacerse perdonar, y que todo se apaciguaría en unos pocos días.

No las tenía todas consigo el padre Méndez cuando salió a la calle, pero, finalmente, se atrevió. La gente le señalaba en voz alta y le zahería, entre risas, preguntándole por su obra maestra. Ante lo cual el sacerdote respondía, resignado, entristecido, lacónico: “el demonio me ha dado un mal golpecito”.

Por sorprendente que pudiera parecer, al principio, la mayoría de sus followers le defendieron. Dijeron que Cristo, para salvarnos, tuvo que morir; esgrimieron (emulando a Borges, sin saberlo) que Judas, para abrir el camino del cielo, hubo de sufrir el tormento, el arrepentimiento, la humillación; y argumentaron que el padre Méndez había hecho también el ridículo por mandato de cielo: para con ello predicar la humildad, para que nadie se creyera más grande que otro. Pero aquello coló solo a medias, porque la ristra de comentarios que siguió a esas declaraciones alimentó millones de caracteres que combinaban mofa (y befa) con toneladas de sensación de vergüenza ajena. Con el tiempo, sin embargo, hasta eso cesó. Poco a poco, el ruido se fue apagando, porque todos, de una manera u otra, deseaban un retorno a la normalidad.

Mientras tanto, un día, de manera inopinada y casi inadvertida, los diversos perfiles digitales del padre de Méndez (la página y el perfil de Facebook, el de Twitter, Mastodon y Bluesky, el de Instagram y Tik Tok, el canal de Youtube y el de Telegram, el grupo de Whatsapp, un sin número de bots, perfiles falsos, cuentas B) desaparecieron de golpe. Como si nunca hubieran existido. Se generó un inmenso hueco, un espacio vacío. En la calle, si preguntaban, los antiguos fans del fenómeno del año negaban hasta tres veces “no, yo nunca he seguido al padre Méndez”, y ponían de referencia a otros youtubers de la misma quinta que habían prosperado a su sombra, pero que ahora se desmarcaban y trataban de adoptar un perfil diferenciado. Hubo, desde luego, muchos chistes, toneladas de sarcasmo, alguno hizo sangre, pero no demasiado: quien más, quien menos, todo el mundo tenía un amigo, una prima, un hermano que la había cagado con eso, y tampoco era cuestión de restregarles una conspiranoia que, después de todo, y al contrario que otras más tóxicas, no había hecho daño a nadie, salvo a los incautos que ahora servían de carnaza para el regocijo general.

Sin embargo, a los pocos meses, empezaron a aparecer perfiles con un cierto parecido al del cura que lo había revuelto todo. Ninguna de ellas se identificaba como “padre Méndez”: esta vez había un apodo, un avatar, un nombre de usuario, una forma u otra de ocultar una identidad. No estaba claro si los viejos enlaces acerca del padre Méndez en la prensa generalista habían sido borrados (el olvido digital todavía era un asunto sometido a numerosos vacíos legales), pero una oscura y concienzuda labor de borrado, aclarado y posicionamiento habían provocado que los resultados más certeros sobre el tema pasaran a la segunda página de Google -ésa, según dicen, donde un cadáver se puede ocultar-. Está claro que la muerte, en el contexto digital, realmente no existe, o cuanto menos es un asunto que exige cierta discusión. En los comentarios de algún vídeo, cuando alguien decía: “oye, ¿ése no se parece al padre Méndez, el que la cagó con su propia muerte?”, nadie respondía o, si acaso, recibía como toda respuesta, por parte del autor del vídeo, un escueto like. Ya se sabe que los tramposos, con el tiempo, o te acaban reprochando que caigas en la estafa, o te hacen partícipe de la misma, como si todo fuera un juego, y la mejor opción, si te engañan, es reírte y disfrutar. Es su manera de sobrevivir: si se tomaran a sí mismos demasiado en serio, después de todo (y sobre todo en el caso del padre Méndez), tendrían que morirse. Y, por supuesto, eso jamás.

FIN

                Nota al pie: en la versión real de esta historia, el padre Méndez tuvo la decencia de fallecer a los pocos meses de estos sucesos, quizá de agotamiento (o tal vez de vergüenza). En la época actual, estoy seguro de que hubiera experimentado una segunda o tercera resurrección.