lunes, 22 de diciembre de 2025

El relato del mes: "Mi Homero" (primera parte)

                Al hombre se le vio llegar (y se le adivinó la identidad) ya desde lejos. Entre otras cosas, por su bastón. También, porque le acompañaba un soldado, guiándole con cuidado mientras le asía delicadamente del brazo. Por otra parte, era cierto que no había mucha gente de silueta desconocida que se acercara por allí. Así que cuando la mujer lo vio, no tuvo dudas acerca de que él era el hombre sobre el cual le habían hablado.

                Cuando llegó, el soldado rehusó entrar en la casa (aunque no rechazó un poco de queso y unas aceitunas, que comió de cualquier manera en el soleado entorno). En cambio, el ciego aceptó el ofrecimiento, y también un banquete más sustancioso. Sólo cuando ya había comido y bebido lo bastante se aproximó la madre, con un chico joven al lado:

                -Aquí está mi hijo -declaró-. Ahora veréis por qué le comparan con una sirena de las que cautivan a los marinos.

                A un leve gesto de la mujer, el ya más que adolescente (aunque aún lo pareciera) empezó a entonar una melodía. El hombre ciego escuchó con delicada complacencia aquel armonioso canto, que embriagaba y le llevaba, como en volandas, a parajes bellos y exóticos…

                Unos cuantos minutos después, el hombre asintió satisfecho, y la madre envió a su hijo a otra parte de la casa. De hecho, se aseguró de que estuviera bien lejos antes de empezar a hablar en voz baja:

                -¿Qué os ha parecido?

                El invidente se encogió de hombros.

                -Canta muy bien, en efecto. Pero le faltan algunos atributos necesarios para ser un buen cantor de poemas. Para empezar, no es ciego. Es difícil que le acepten sin serlo, aunque sea por pura tradición. Y luego está otra cuestión…

                La madre enarcó una ceja, preocupada.

                -En la aldea me han dicho -indicó el hombre- que no le llaman “sirena” sólo por su hermosa voz.

                El ciego no podía verlo, pero el rostro de la mujer transparentó con total claridad cómo el alma se le había caído a los pies:

                -¿Puedo hablar en confianza?

                -Por supuesto.

                -¿Y en confidencia?

                El ciego asintió de nuevo con la cabeza:

                -Los invidentes no podemos ver, pero en ocasiones podemos también no oír, y hasta callar.

                La madre suspiró, como si llevara conteniendo el aliento muchos años:

                -Hace poco me dijo lo que todos sospechábamos. Que él no se siente un hombre, dice. Que le gustaría haber nacido mujer, como sus hermanas. Comprendedme, ¿qué futuro le espera? En esas circunstancias, no puede enrolarse en un ejército. En el pueblo nunca le van a mirar bien. He perdido toda esperanza de que se case -a pesar de que procuraba mantener un volumen bajo, en este punto no pudo evitar un deje de angustia bajo el cual su tono se elevó-. He invertido mucho tiempo y dinero en su educación, porque sé que es lo único que puede sacarle de este sitio. Yo sé que a los cantores se les suele ver como seres distintos, tocados por los dioses, a los que se les permiten… ciertas excentricidades. ¿Hago mal en querer buscarle un destino distinto al final aciago que mis sueños intuyen?

                El ciego negó con la cabeza:

                -No. Hacéis bien -y tras unos segundos, agregó-. Dejadle bajo mi cuidado. Seguro que hallamos una manera de lograr que este chico encuentre su hueco en el mundo. Al fin y al cabo, éste es enorme: si existe un lugar para los ciegos, ¿por qué no lo va a haber para él?

*

                Cuando el chico viajó con el invidente y el soldado adonde se encontraban acampadas las tropas, el comandante supremo de aquel ejército griego lo tuvo clarísimo:

                -No, de eso nada; alguien que tenga vista no puede declamar poemas para mis hombres. Ellos no lo aceptarían. Creen que Apolo habla a través de los ciegos; y es cierto que a nadie que posea ojos que funcionen le he visto almacenar tantos versos en la memoria. Pero puede ayudarte a buscar un sustituto -sugirió el militar al rapsoda-. Y así dejas de llevarte a uno de mis soldados cada vez que hagas una excursión a un villorrio olvidado por los dioses.

                Desde los primeros días, se habituaron a la rutina: por la noche, el joven oía al maestro ciego declamar sus versos delante del pelotón de soldados, quienes, a la luz de la hoguera, escuchaban embelesados la historia de cómo Aquiles se pelea con Agamenón, iniciando una secuencia de acontecimientos que acaba por conducir a la muerte de Patroclo, amante de Aquiles, quien a su vez se venga matando a Héctor, príncipe de Troya. Desde su posición elevada, el poeta recitaba la historia, acompañándose, en los momentos más trascendentales, de la lira, cambiando la entonación de la voz para imitar a los personajes, realizando gestos, interaccionando con el público, al que hacía gemir, reír, llorar, y por supuesto participar, como si cada soldado fuera un héroe más del poema. Luego, por el día, mientras el ejército marchaba, el maestro y su alumno se desviaban a un lugar donde habían oído referencias (a través de los lugareños) de alguien que podría aspirar a ser el siguiente cantor. Mientras tanto, en sus largas caminatas, el ciego recitaba el poema para que el joven lo fuera memorizando. Por supuesto, en lugar de declamar sólo un trozo, como hacía noche tras noche con los soldados, le iba descubriendo fragmentos mucho más largos. El chico no tenía problema en seguirlos, pues había escuchado otros poemas sobre la guerra de Troya, en los que se detallaban distintos episodios y salían a colación los mismos personajes. Lo que sí se dio cuenta, a lo largo de la narración, es de que el maestro nunca contaba de la misma manera dos veces la historia:

                -Claro que no -le explicó el maestro, entre risas-. Aunque mi memoria se ha empeñado en compensar mi visión, todavía no tengo poderes infinitos, como los seres sobrenaturales. Tienes que encontrar un equilibrio: si el poema es muy corto, te lo sabes muy bien, pero no puedes mantener entretenidos a los soldados mucho tiempo, y bien se sabe que las caminatas hasta el lugar de la batalla son largas. Pero si es muy largo, no puedes memorizarlo correctamente y acabas soltando cualquier tontería. Hallas la dosis justa entre lo que dejas a la cabeza y lo que le permites a la improvisación.

                -¿Y por qué no cantarles otros poemas distintos?-planteó el joven.

                -Bueno, a veces lo hago, cuando me quedo corto y todavía no nos hemos topado con el ejército enemigo. Pero no funciona igual: los soldados saben apreciar la diferencia entre un poema trabajado y una simple historia. Además, al comandante le gusta el relato de Aquiles y Patroclo: dice que enseña a los soldados que renunciar a la lucha por egoísmo personal solo trae consecuencias peores. Por culpa del desmedido orgullo de Aquiles, su amante Patroclo muere, y al final Aquiles, el de los pies ligeros, tiene que volver a la lucha. Cuando el héroe griego mata a Héctor, ha sellado su destino, ése que le debía llevar a decidir entre tener una vida larga pero anodina, o una breve pero heroica. Lo dicho, al comandante le gusta que esa historia se recalque bien a lo largo del viaje. De hecho, prefiere que la repita dos veces a que nos enredemos con los otros muchos episodios de la epopeya que suceden antes o después. Y eso que la guerra de Troya da para… mil vidas, amigo mío, mil vidas, como mil fueron los barcos que zarparon por Helena una vez.

                La primera casa que visitaron tenía a un aspirante que era casi un niño. El chico no declamaba mal; el problema era su nefasta memoria. Se olvidaba de lo que tenía que decir, se adelantaba, se enredaba con lo que iba después… Si la ceguera conllevaba que se le agudizasen los otros sentidos y capacidades, estaba claro que eso aún no había sucedido. El maestro lo daba por imposible cuando una muchacha de aproximadamente su misma edad (evidentemente, su hermana) salió fuera de la casa a impedirles que marcharan:

                -Mi hermano sólo necesita tiempo para memorizar los versos. Si le dais unos años…

                -Por desgracia, tiempo es lo que no tenemos, muchacha -sonrió con dolor el anciano-. ¿Por qué te crees que buscamos un sustituto? Mii corazón no resistirá mucho tiempo más estos viajes. Necesito un sucesor que tenga las capacidades que estoy buscando, y lo necesito ya.

                -Yo podría hacerlo -dijo la muchacha, que levantó la vista orgullosa-. Yo sí tengo la memoria que le falta a mi hermano.

                Al ciego le faltó tiempo para echarse a reír.

                -No te ofendas, jovencita, pero los soldados nunca aceptarán a una poetisa. Eso, por no decir que me parece una idea atroz que quieras pasarte la vida entre campamentos de soldados.

                -Pero hago versos muy buenos -protestó airada la muchacha-. Yo he sido quien se los ha escrito a mi hermano: llevamos días ensayándolos. Podría recitarlos; incluso, podría redactarlos, y que fuera otro quien los leyera -enunció, mirando en tono de súplica al joven.

                -Querida, todas esas ideas me parecerían maravillosas… en un mundo ideal -contestó el ciego-: pero ni con los mejores versos del mundo te aceptarían. Y dudo que mi comandante quiera pagar a una poetisa y a un recitador: ya es bastante poco lo que me pagan a mí, y si aceptan a este muchacho es sólo porque saben que necesito un remiendo.

                La muchacha se hallaba visiblemente decepcionada. Incluso el ciego lo notó, a través de los silencios:

                -Seguro que una joven lista como tú sabe encontrar su camino. Y sí, he de reconocerte que los versos eran muy buenos: al menos, los que recordaba tu hermano.

                Cuando ya se marchaban, la chica volvió a salir, después de un breve intervalo que había aprovechado para entrar de nuevo en la casa:

                -Como mínimo, leed la historia -les instó ella, y echó otra mirada solícita sobre el muchacho-. O que os la lean. Quizá si el comandante ve que los versos son buenos, se lo piense.

                El ciego permitió que el joven cogiera el papiro que le tendían, y lo guardase. El chico palpó, en esa hoja, todo el trabajo que la niña había puesto, y que la familia también había invertido, pues aquel material de escritura era sin duda caro para lo que esos campesinos ganaban. Mientras caminaban de vuelta al campamento, a una necesariamente baja velocidad, el muchacho iba leyendo el papiro, al tiempo que el invidente agitaba la cabeza:

                -De verdad que es una pena, porque no están nada mal. Si los hombres fueran distintos…

                -De todas maneras, no es mala idea que dice la niña, ¿no? -inquirió el muchacho-. Si no encontramos a un buen ciego, siempre puede leerse el poema en voz alta. Eso permitiría que fuera más largo.

                El rapsoda adquirió gesto dubitativo:

                -Mira, chico… O chica, no sé cómo prefieres que te llame -ahí se produjo una honda pausa, en la que al muchacho se le notó, a través de sus brazos, atenazado por la tensión, la esperanza, las dudas. El ciego resopló tras unos segundos-… Bah, seguiré usando el masculino. No es nada personal, ¿sabes? Cómo te sientas por dentro sólo te incumbe a ti… pero si un soldado me escucha llamarte de una manera extraña, es probable que lo paguemos los dos muy caro… En fin, lo que quería decirte es que te podría soltar un sermón sobre cómo la palabra oral es superior a la escrita, y en parte pensarás que lo digo porque soy ciego, y en parte tendrás razón. Pero me quedan cuatro días sobre esta miserable tierra, y ya no estoy para subterfugios: muchísimos sabios defienden que la narración oral tiene sus ventajas sobre lo que está escrito sobre un soporte físico, y yo estoy de acuerdo. A un papiro no le puedes preguntar, una tablilla de arcilla no va a corregir el error que se ha plasmado sobre su superficie. Pero no se puede ser dogmático con estas cosas -afirmó-. Puede que algún día te encuentres un comandante menos inflexible, y aunque todo narrador ha de tener una buena memoria, ¿quién soy yo para decir qué nos deparará el futuro? Soy ciego, no oráculo. Así que, mira, quédate con ese texto y… quizá, a partir de ahora, podamos comenzar a escribir el poema. Sólo por si acaso, ¿eh? No querría morirme, y que mi narración perezca conmigo, antes de que encontremos a mi sucesor.

CONTINUARÁ...

lunes, 15 de diciembre de 2025

La historia real de diciembre: Maximiliano y Carlota

Sobre esta historia se han escrito libros, se han hecho películas y, si las plataformas digitales son un poco listas, harán una serie de televisión, porque hay material para contar largo y tendido. Pero digamos que me he ido a tropezar con ella en mi visita a Trieste, y tenía que compartirlo con vosotros. Así que, aunque seguramente la mía no es la versión mejor elaborada ni más completa, aquí os dejo mi visión de lo que les aconteció a Maximiliano de México y su esposa Carlota.

Unos jóvenes Maximiliano y Carlota, retratados por el fotógrafo Louis-Joseph Ghémar

El palacio de Miramar es un lugar curioso. Tiene una larga tradición de gafe. Para empezar, se encuentra en un bucólico asentamiento pegado al mar (todas las habitaciones tienen vista al Adriático) y relativamente cerca de Trieste, la menos italiana de las ciudades de este país: una urbe que alcanzó su apogeo cuando era el único puerto del Imperio Austrohúngaro, pero que, ahora, es una más entre las ciudades costeras transalpinas, y echa de menos los tiempos de su dorado esplendor. Pero es que, además, Miramar tiene la leyenda de tratar mal a los que pernoctan entre sus muros. Así, Jan Morris describe en "Trieste o el sentido de ninguna parte": "La emperatriz Isabel de Baviera [Sissí emperatriz], consorte de Francisco José, se hospedó allí con frecuencia y terminó muriendo apuñalada en Ginebra. Carlota [sí, esa misma Carlota; luego hablaremos de eso] vivió allí brevemente y al final perdió la cabeza. El káiser alemán Guillermo II se quedó allí en una ocasión y muy poco después tuvo que renunciar a su trono. El primer rey de Albania pasó allí unas cuantas noches y su trono tan sólo duró seis meses. El duque de Aosta zarpó desde Miramare para convertirse en el virrey italiano en Etiopía y jamás regresó a Italia [murió de malaria y tuberculosis en una cárcel de Nairobi]. Cuando el general británico Freyberg escogió este emplazamiento como cuartel general al término de la Segunda Guerra Mundial, optó por ir sobre seguro y durmió en el jardín; pero uno de sus sucesores estadounidenses desafió a la superstición y murió en Corea, y otro falleció en un accidente de coche a su vuelta a Trieste desde los Estados Unidos".

Vista del palacio de Miramar (Miramare en italiano) en Trieste. Fotografía del autor.

Pero, sin duda, la peor fama de gafe le viene a Trieste de su habitante más ilustre, Maximiliano de Habsburgo. Maximiliano estaba destinado a ser uno más de los herederos de la casa de Hagsburgo que pululaban parasitando del Imperio Austro-Húngaro, una amalgama de naciones mezcladas a disgusto, que reventó del todo tras la Primera Guerra Mundial. De hecho, Maximiliano era el hermano menor de Francisco José (sí, el simpático emperador de las patillas que todo el mundo asocia con los últimos días de esplendor del Impero en Viena; sí, el marido de Sissí, quien se lo robó a su hermana, por cierto), y le tocó ser virrey del reino de Lombardía-Véneto. Pero como los italianos (qué raro) no estaban conformes con formar parte del Imperio Austro-Húngaro, se rebelaron, y al ser considerado Maximiliano muy blando frente a sus súbditos, se vio obligado a dimitir, después de haber comprobado cómo, a pesar de sus esfuerzos por mejorar la vida de los habitantes de su reino, ni estos últimos le apreciaban, ni tampoco su familia, que básicamente le permitió únicamente ejercer un ingrato papel de rey-títere.

Fue entonces cuando Maximiliano se refugió en los viajes, en Carlota y en el palacio de Miramar, donde residía. Con Carlota se había casado un tiempo antes, y ella -mujer de múltiples intereses, incluyendo bastante habilidad con la pintura- le había intentado ayudar en las tareas de gobierno (como toda una primera dama, se había vestido de campesina tirolesa como iniciativa para congraciarse con la región de Lombardía-Véneto). El príncipe austríaco compartía con su esposa la pasión por la botánica, que ambos cultivaron en su inmenso jardín en la finca de Miramar, palacio perennemente en construcción. De hecho, si a Maximiliano le hubieran dejado, probablemente hubiera sido feliz desarrollando su biblioteca sobre plantas, una de las mejor surtidas de la época. Hasta viajó a Brasil en expediciones que tenían como función ampliar su conocimiento y conocer nuevos ejemplares exóticos. Sin embargo, Maximiliano y su mujer ambicionaban un papel más activo en la política y, como suele decirse, cuando los dioses quieren reírse de ti, se dedican a atender tus peticiones.

Biblioteca del palacio de Miramar.

En México, las cosas andaban revueltas desde que habían decidido independizarse de los españoles. El país se hallaba sometido a constantes guerras civiles. En medio de todo esto, Napoleón III, emperador de Francia (por si os lo preguntáis, era heredero de Napoleón Bonaparte, aunque en realidad sólo eran familia política; cómo llegó a tener trono en el país galo es una larga historia), ve que México acumula demasiada deuda con Francia y decide que la mejor manera de cobrársela es intervenir militarmente y apropiarse del país. En medio de los enfrentamientos intestinos entre facciones, los conservadores mexicanos se alían con él (no así los liberales, centrados alrededor de la figura de Benito Juárez). Así que, aunque Napoleón III tiene un país en guerra, decide que al frente tiene que poner un rey. Y no se le ocurre mejor candidato que Maximiliano, al que ha conocido personalmente y del cual admira sus cualidades.

Para la pareja, es el destino que han estado buscando. No tienen en cuenta su experiencia previa con súbditos que no se sienten representados por gobernantes extranjeros, ni con lo difícil que es controlar un país cuando tu poder depende completamente de lo que te proporcionen otros. Desdeñan los posibles inconvenientes que se van a encontrar. Cuando llega la embajada mexicana, ésta les explica que la nación está entusiasmada con la posibilidad de que Maximiliano sea su rey, y que le aclamarán sin duda al llegar al país (sin revelar que la figura de Maximiliano apenas la conocen unos pocos mexicanos), así que el matrimonio se deja seducir por los cantos de sirena. Maximiliano exige que, en algún momento, su posición se respalde con un referéndum popular, aparte de garantías financieras y militares; la embajada, por supuesto, se pliega y dice a todo que sí, con esa doblez característica del lenguaje de los embajadores. Así, los nuevos consortes reales parten del castillo de Miramar, que como pareja nunca llegarán a ver terminado del todo, y se embarcan hacia la aventura. Atrás quedarán las paredes del palacio, tapizadas con el lema "Equidad en la Justicia", el emblema de Maximiliano como emperador de México, y con varios cuadros que representan la historia de la embajada y la partida de Maximiliano a tierras lejanas.

La comisión mexicana que invita a Maximiliano de Habsburgo a ocupar el trono de México en Miramar (Cesare Dell'Acqua). Exhibido en el Castillo de Miramar.

Una vez en México, el matrimonio de verdad lo intenta. A pesar de que las cosas no son tan bonitas como se las pintaron (el palacio donde querían instalarles estaba infestado de chinches, y deciden cambiar de residencia), Maximiliano acomete cambios que pretenden convertir a su nuevo imperio en un país más justo y próspero. Restringe el tiempo de la jornada laboral, abole el trabajo infantil y los castigos corporales, cancela las deudas de los campesinos si son mayores de diez pesos, promueve reformas agrarias (aún en contra de lo que desean los aliados que le han puesto en el trono), promueve la libertad religiosa y que el derecho a voto le sea otorgado a mucha más gente... Carlota, mientras tanto, le auxilia en todo. Hasta cuando su marido marcha de viaje por tierras mexicanas, ella queda como regente, de tal modo que, hoy en día, se la reconoce como la primera mujer gobernante de México. Si bien las relaciones entre la pareja, para entonces, ya eran distantes (se habían alejado desde los tiempos en que vivían en Italia; además, por lo visto, Maximiliano quedó demasiado seducido por la hermosura de las mujeres mexicanas), a nivel político siguieron siendo estrechos colaboradores. Quizá el problema público más notorio fue cuando Maximiliano, visto que no tenían hijos, decidió adoptar como heredero a un descendiente del primer intento de casa real mexicana, para gran disgusto de Carlota. Sin embargo, problemas más acuciantes les aguardan.

Lema del 2º Imperio Mexicano, "Equidad en la justicia", mandado iscribir por Maximilano en las paredes del Palacio Miramar.

Porque las bienintencionadas reformas de Maximiliano no pasan de la escasa cuadrícula de terreno que han conseguido conquistar las tropas francesas (mandadas por Napoleón III), belgas (gracias a el apoyo de la familia de Carlota) y austríacas (también la familia de Maximiliano desea echar una mano), junto con unos pocos soldados nativos. Y, poco a poco, esa entente militar empieza a desvanecerse. La aventura mexicana gasta mucho dinero, obtiene muy pocos resultados, y tiene a la opinión pública de todos los países implicados en contra. Poco a poco, los gobernantes europeos dejan de interesarse por el proyecto, y dejan a Maximiliano abandonado a su suerte. Éste se da cuenta de que el suelo se sostiene frágil bajo sus pies, y sopesa seriamente la posibilidad de abdicar. No obstante, se impone el sentido que Maximiliano tiene de la responsabilidad que ha contraído; mientras, Carlota marcha a los países europeos a recabar ayuda para su proyecto y, en último término, para salvar a su marido. Durante su periplo, ejerce de diplomática en Viena, en París, y también en el Vaticano, donde (aún hoy) es la única mujer que ha dormido en la Santa Sede.

Por desgracia, todas las gestiones son infructuosas. Maximiliano cuenta con un raquítico ejército que nada puede hacer frente a las tropas de Juárez. Finalmente es capturado, juzgado y condenado a muerte. A pesar de las múltiples peticiones de clemencia que llegan del otro lado del Atlántico (por ejemplo, por parte del escritor Víctor Hugo), la sentencia se ejecuta en forma de fusilamiento, retratado de manera muy conocida por Manet en una serie de pinturas. Es curiosa la colección de reliquias que hay alrededor de Maximiliano: el sombrero con el que murió se conserva en un museo en Padua, gracias a la donación de un amigo cercano; un tesoro azteca que había acabado en Austria fue devuelto a México, a petición del nuevo emperador, y hoy se exhibe en un museo; y, por otra parte, muchos de los presentes en el fusilamiento bañaron sus pañuelos en sangre de su cuerpo recién acribillado, no se sabe si para tener un recuerdo o para venderlo al mejor postor. Lo cierto es que esa sangre, presuntamente, se ha utilizado para análisis de ADN en casos de duda sobre parentescos monárquicos.

El final de todos los protagonistas de esta historia es aciago. El cadáver de Maximiliano se embalsamó de mala manera (los pelos de su barba fueron vendidos por ochenta dólares) y, cuando el emperador Francisco José reclamó su cuerpo, después de muchos dimes y diretes, se realizó una operación para adecentar el cadáver que incluyó cambiarle los ojos por los de una talla de una virgen y añadirle una barba postiza. Por suerte, el féretro se selló antes de su llegada a Austria para que no pudieran verlo sus familiares (porque vaya cuadro...).

Mientras tanto, Carlota de Bélgica estaba siendo consumida por la locura. Ya le había afectado cuando estuvo en Roma, negociando con el Papa (pensaban que querían envenenarla, y sólo bebía agua de las fuentes públicas de la ciudad) y, con el fusilamiento de su marido, la cosa sólo fue a más. Las razones por las que su mente se perturbó son desconocidas: seguramente había de base un trastorno orgánico, acrecentado por la ansiedad que rodeó su titánica labor en defensa de la vida de Maximiliano y de su imperio. Hay una leyenda particularmente tétrica al respecto: Carlota, dolida por no poder tener hijos, acude a una curandera mexicana para que le permita ser fértil, pero ésta la reconoce como la emperatriz y, como es partidaria de Benito Juárez, le da de comer un hongo que conduce a la locura. Cuando os digo que esto da para serie de televisión... Carlota se pasaría el resto de su vida recluida en residencias regias, primero en el pabellón del jardín del palacio de Miramar, y luego en varios palacios en Bélgica.

En fin, he aquí la triste historia. Maximiliano trató de hacer lo que pudo por México, pero no se dio cuenta de que, por muy bien que quieras hacer las cosas, los pueblos han de gobernarse a sí mismos, y sólo podrán aceptar plenamente una administración que emane de su propio núcleo. Un concepto que su hermano Francisco José no aprendió nunca y que conduciría al desmembramiento de su imperio muy poco tiempo después. Maximiliano era sin duda, a pesar de sus numerosos defectos, un ingenuo soñador bienintencionado, un romántico, alguien que no fue educado para entender un mundo en plena transformación. Carlota fue una mujer sin duda extraordinaria, que buscó salirse del papel limitado a su sexo y participar activamente de la vida pública. A ambos les arrambló la historia, como al tiempo caduco que les vio nacer y que, por mucho que se resista, al final estaba condenado a morir.

lunes, 8 de diciembre de 2025

Las historias cortas de diciembre: La importancia de una correcta pronunciación

 Mi amiga Eos se encontraba en Gales, viviendo en la casa de un matrimonio de 70 años. Un día, llegó la vecina terriblemente consternada.

-Tengo una plaga de avispas -afirmó-. Le han picado a mi madre no-sé-cuántas veces, y la pobre es ya muy mayor. No sé cómo librarme de ellas.

-En mi pueblo -respondió Eos-, tenemos un remedio casero, y es echarle agua y jabón a las avispas.

-¿Ah, sí? Pues lo voy a probar.

Dos horas después, la vecina volvió, con rostro aún compungido en el rostro.

-No sólo no se han ido las avispas, sino que han venido cada vez más, y tengo toda la casa pringosa. ¿Seguro que el método es correcto?¿Tenía que ser de pollo, o podía ser...?

Eos abre los ojos y la boca, alucinada.

-¡Jabón (soap)!¡No sopa (soup)!

Algo parecido le ocurrió a John Fitzgeral Kennedy en su visita a Berlín en los años 60. Kennedy se vanagloriaba de sus antepasados alemanes, y además quería destacar la importancia que tenía lo que ocurriera en el Berlín dividido de cara al mundo entero ("Lograr la paz en Berlín", afirmaba, "es conseguirla para París, para Roma, para Washington..."). Por eso, cuando salió al balcón de un edificio oficial germano, delante de una multitud expectante, pronunció, en un alemán cuidadosamente estudiado:

-¡Yo también soy berlinés!

A lo cual la multitud respondió con alborozo. Esta es la versión oficial. No obstante, lo que los alemanes escucharon en realidad aquel día de labios de JFK fue:

-¡Yo también soy una rosquilla!

Lógicamente, de ahí se reían. 


Comentario: No me extraña que las avispas no se fueran: ¡estaban esperando el segundo plato! ;)


lunes, 1 de diciembre de 2025

Los libros de diciembre: pulpos, nazis y mujeres romanas.

-Los secretos del pulpo está escrito principalmente por Sy Montgomery, aunque es un libro ilustrado que ha sido editado por National Geographic, y que cuenta con varios colaboradores. No sé qué me han fascinado más, si las fotografías de las múltiples especies de pulpo, o el texto, que desgrana mil detalles sobre estos fascinantes animales, de los que aún desconocemos muchas cosas. Montgomery nos enseña a amar más aún a estas inteligentísimas criaturas, que han desarrollado un cerebro muy distinto del de los vertebrados, y que cada día nos revelan aspectos nuevos sobre su capacidad de camuflaje, su poder como escapistas, su sorprendente anatomía, sus increíbles sentidos y capacidades -detectar la luz por la piel; caminar sobre dos patas; aprender cosas incluso dentro del huevo, durante la fase embrionaria-, su chocante comportamiento y ciclo vital (son criaturas más sociales de lo que cabría esperarse), o las diferencias que hay entre especies o entre individuos, quienes cuentan con una personalidad propia. Como defecto menor del libro, advierto que a veces no es muy sistemático en el suministro de la información ni en el orden con que te proporcionan la misma -hay órganos de este molusco que sólo te explican después de haberlos nombrado varias veces, e incluso ni entonces-. Eso sí, con este volumen, os garantizo que tendréis menos ganas de comer pulpos, y más de promover que no se hagan granjas donde criar a los mismos para consumo humano.

-En el jardín de las bestias. Escrito por Erik Larsson, narra la historia real del embajador (de 1933 a 1937) de Estados Unidos en Alemania, William E. Dodd, quien fue a Berlín acompañado por su familia, incluyendo su hija Martha. El libro cuenta cómo tanto Dodd como su hija quedaron en parte seducidos por el ambiente de la época, llegando a creer (en unos años en que el nazismo parecía más contemporizador) que las derivas autoritarias y antisemitas del nuevo régimen no serían para tanto. Este ensayo, sin embargo, muestra cómo, al contrario de lo que anhelaban, la situación fue empeorando paulatinamente, y todos los cambios positivos que Dodd y su hija veían eran meros espejismos, o trucos de los fascistas alemanes para ganar tiempo y lograr la consecución de sus fines. ¿Que si lo he leído para ver si nos encontramos en una situación similar respecto a algún otro país actual? Para nada (guiño, guiño), no sé de qué me estáis hablando.

-Soror. Vamos ahora con un colectivo que, a ciertos seres humanos, les resulta tan incomprensible como los pulpos, o (sí, hay gente así) más despreciable que los nazis: las mujeres. En este volumen, Patricia González, historiadora, repasa cómo era la vida del "sexo débil" en la Edad Antigua, y en concreto en la antigua Roma. No sólo habla de las figuras más famosas (entre otras Livia, Fulvia, Agripina, de manera breve Cleopatra), sino sobre todo de las mujeres corrientes, describiéndonos detalles de su existencia cotidiana: cómo vivían, a qué les obligaban las leyes, cómo se modelaba su comportamiento para que se ajustara a un canon social. Para ello, la autora no recurre únicamente a las crónicas oficiales -normalmente parcas en referencias o sesgadas-, sino que recurre también a la arqueología y otros recursos, en muchos casos desmontando sesgos establecidos por los romanos (o por los propios historiadores), o subrayando que ciertas excepciones eran más comunes de lo que se creía. El único pero al texto -y sólo es una visión subjetiva- es que, al narrar la historia de Roma desde una perspectiva específica, parte de la base de cierto conocimiento de la época que quizá requiera de alguna lectura previa, pero no creo que eso sea un inconveniente para la mayor parte de quienes se sientan atraídos por este libro. Médicas, abogadas, niñas obligadas a casarse a una edad muy temprana, prostitutas, o viudas que manejaban su propia fortuna, desfilan por las páginas de "Soror", que por supuesto no es sólo un texto feminista, sino también un ensayo sobre cómo la política, la mitología y la historia se han encargado de instaurar en el imaginario colectivo una visión particular sobre las mujeres, sin que éstas pudieran describir (en casi ningún caso) su propio punto de vista. Una injusticia histórica que libros como éste quieren contribuir a reparar.

lunes, 24 de noviembre de 2025

La historia real de noviembre: una reflexión sobre los asesinos en serie

El otro día tuve la oportunidad de ver El estrangulador de Boston, una película estupenda de 2023 alrededor de la serie de asesinatos que sacudió a Boston en los años 60, muy distinta -y, en mi opinión, mejor- que la primera versión del tema protagonizada por Tony Curtis (por cierto, si no queréis saber nada de estas películas, mejor no sigáis, que vienen spoilers). Y se me ocurrieron un par de reflexiones -nada originales, sin duda, y que no abarcan la totalidad del tema- que a lo mejor pueden interesar a algún lector.

Vamos a acotar primero los términos. Como muchos ya sabéis, aunque el cine (muy imbricado en estos temas) ha puesto en la mente de todos la imagen de un hombre que mata a un determinado perfil de víctimas por un impulso retorcido de su mente, el término "asesino en serie" no es un término clínico, sino policial. Se refiere a aquel individuo que asesina a varias personas (tres es el número mínimo aceptado) en un límite relativamente corto tiempo, pero no siempre se debe a un problema mental. Por ejemplo, hubo un caso (descrito en el libro Mind Hunter, que inspiró la serie de televisión, y que trata a fondo estos temas) de un hombre que entró en una residencia para señoritas para agredir sexualmente a una de ellas y, por culpa de que iba encontrándose con testigos incómodos, tuvo que matar a varias mujeres de golpe. Ese individuo, aunque técnicamente es un asesino en serie, en realidad sólo lo es porque le obligan las circunstancias. Pero no; nosotros vamos a referirnos al caso tan cinematográfico que han publicitado Mindhunter, Mentes criminales o la saga de Hannibal Lecter: una persona que mata a una víctima, y luego otra, y luego otra, sin motivo personal aparente, y que, sin no lo detinenen, volverá a matar.

El tipo humano lo conocemos todos: suele ser un hombre, con frecuencia blanco y de un país anglosajón, al que un trauma del pasado o una personalidad con tendencia a la violencia lleva a matar, en ocasiones de maneras muy específicas, elaboradas e imaginativas, y casi siempre a un rango muy concreto de víctimas. El concepto empieza a popularizarse después de la Segunda Guerra Mundial, y a raíz de ciertos especialistas en la elaboración de perfiles en Estados Unidos (por ejemplo, los agentes del FBI que escribieron el libro Mind Hunter). No obstante, con los años, la definición se ha ampliado mucho: ahora abarca a mujeres y gente de otras razas y países (con, además, muchas variantes en cuanto a su comportamiento criminal), aunque el esquema original sigue siendo el más popular, tanto en el imaginario colectivo como en la ficción.

Clínicamente, a estos individuos se les incluye dentro del trastorno antisocial de la personalidad: es decir, gente que no acata las normas y que no sienten excesiva compasión por el sufrimiento humano. Dentro de él, algunos especialistas distinguen ciertos perfiles (por ejemplo, bajo el término "psicópata"). Sin embargo, hay una cosa que debe quedar clara: no todos los "psicópatas" ni la gente con trastorno antisocial de la personalidad son asesinos. De hecho, la mayoría viven perfectamente integrados entre nosotros: quizá muchos no sean las personas más simpáticas del mundo (aunque, con frecuencia, son capaces de pasar por muy buenos vecinos), y unos cuantos suelen tener problemas con la ley o con otros congéneres, pero eso no significa que todos vayan por ahí matando gente. Es muy importante erradicar esos tópicos, porque, no lo olvidemos, la mayor parte de los criminales no tienen trastornos mentales, y la mayor parte de los enfermos mentales tampoco son criminales.

Pero ahora, vamos a entrar en el tema. En El estrangulador de Boston, una película muy bien dirigida, y estupendamente protagonizada por Keira Knightley, se realiza una afirmación muy interesante: dice que, en efecto, es probable que hubiera una persona que estrangulaba en Boston con unos métodos muy concretos. Lo hacía a mujeres que vivían solas, ancianas, a las que estrangulaba y les dejaba colocada en el cuello una media, a modo de lazo. Sin embargo, algunas de las teóricas 13 víctimas que dejó el estrangulador de Boston no encajan en ese perfil. Lo que insinúa esa película es que es posible que otros individuos aprovecharan el escándalo del estrangulador de Boston para cometer sus propios delitos y que le echaran la culpa al asesino. Algunos habrían matado a esas mujeres por motivos personales (una secretaria embarazada del sospechoso, casado y con hijos, lo cual le suponía una incomodidad), y otros serían diferentes agresores sexuales que, simplemente, habrían aprovechado los modus operandi del asesino para que los auténticos autores pasaran desapercibidos. La película elabora una teoría que, como todas las que implican a este tipo de asuntos, nunca podremos demostrar si es verdad. De hecho, seguramente lo más inquietante del film es que menciona que uno de los sospechosos de haber matado a alguna de las víctimas del estrangulador de Boston salió libre, y nunca volvió a saberse de él. Su nombre nunca se hizo público, y quién sabe lo que hizo después de que la policía y los periodistas le perdieran el rastro.

Pero me llama la atención la idea de gente que aprovecha un asesinato para tapar otro. Algo parecido se ha hablado acerca de los crímenes de Ciudad Juárez. Como sabéis, en esa zona ha habido una cantidad inmensa y terrorífica de feminicidos (más de seiscientos desde finales del siglo XX). Las causas seguramente son complejas: Ciudad Juárez es una ciudad fronteriza, pegada a su equivalente en Estados Unidos, El Paso. En ese sentido, la frontera con México se ha convertido en una distorsión: mientras que El Paso se mantiene bucólica y sin crímenes, todo el que quiere hacer algo turbio traspasa la línea de delimitación entre ambos países, y por eso Ciudad Juárez se ha convertido en uno de los lugares más peligrosos del mundo. Además, como siempre, el capitalismo tiene mucho que ver: hay un montón de dinero implicado en el hecho de que ciertas fábricas se instalen en Ciudad Juárez (donde los costes laborales son más baratos) para luego vender sus productos en EEUU. Estas empresas contratan normalmente a mujeres jóvenes y vulnerables -las llamadas "maquiladoras"-, a las que les ofrecen salarios de miseria. Con frecuencia estas mujeres tienen que volver a casa solas, después de turnos interminables, de noche, en un lugar donde existen toda clase de personajes peligrosos, entre otras cosas porque (cómo no) Ciudad Juárez también es uno de los lugares de paso de las principales rutas de comercio de droga del mundo, pues desde la zona de la producción (Hispanoamérica) pasan al lugar de consumo (Norteamérica).

Cuando empezaron a revelarse estos feminicidios -con números que dan miedo y acongojan- muchos los atribuyeron al tráfico de drogas, a peleas entre cárteles, a esa complicada situación social, aunque también hubo teorías mucho más conspiradoras y "peliculeras" (hay una cinta, por cierto, Ciudad de silencio, que toca el tema, exponiendo con cierto acierto sus diferentes aristas). Sin embargo, poco a poco se fue haciendo evidente que las muertes de mujeres no se deben a un asesino en serie individual. Sino que, al final, aquel lugar se ha convertido en un pozo negro: todo aquel que tiene una cuenta personal que ajustar, o que pretende dar rienda suelta a su misoginia, aprovecha la fama de los feminicidios de Ciudad Juárez para que su crimen se convierta en uno más de la lista, en un nombre más en la multitud. En las muertes de Ciudad Juárez se entremezclan, pues, asuntos mafiosos, crímenes individuales, probablemente más de un violador y asesino en serie, y, sobre todo, muchísimo odio a las mujeres. Como dicen en la versión moderna de El estrangulador de Bostón (traduzco del original en inglés), <<(...) creasteis un mito, y necesitaba ser detenido. La gente quería creer que era Al [Albert de Salvo, el hombre acusado por la policía de los crímenes de "el estrangulador de Boston"], pero necesitaba creer que era Albert. La alternativa era demasiado perturbadora (..) Que hay demasiados Albert De Salvos ahí fuera. Y que nuestro pequeño mundo seguro es una ilusión. Los hombres matan a las mujeres. No empezó con Albert, y es seguro como el infierno que no terminará con él tampoco>>.

En ese sentido, me he acordado también de la reflexión final que aporta Alan Moore en el epílogo de su obra From Hell, acerca de los crímenes de Jack el Destripador. El lúcido Moore indica que, normalmente, lo que nos gusta (a los que nos sentimos atraídos por los casos de asesinos en serie) es la resolución del misterio, como si fuera un complicado puzzle cuyo dibujo, una vez encuentras la pieza adecuada, queda expuesto en su totalidad. Pero, en realidad, la vida real no suele ser así: los hechos reales son fragmentarios, inconexos, muchas veces carentes de sentido, donde nadie tiene la perspectiva global del alambicado caleidoscopio de la verdad. Nunca tendremos una visión clara e inequívoca de quién fue Jack el Destripador hasta los últimos detalles, nunca viviremos esa revelación mágica ("fue el médico de la reina", "el pintor", "el misterioso hombre americano") que queda tan bien en las películas. Ésa es sólo nuestra ambición, la de personas que deseamos encontrar orden en un mundo de caos, y que también anhelamos que, una vez atrapes al asesino, se acabe el peligro. Pero si salimos del juego policial del gato y el ratón, o de los detectives aficionados de las novelas, las cosas no son tan sencillas. Y, por supuesto también, nunca son fáciles de solucionar.

Quizá, de una parte de todo esto, tengamos culpa los propios escritores, sobre todo los que (no puedo negarlo) sentimos una cierta fascinación por este tipo de historias. Como dice Antonio Muñoz Molina, tendemos a endiosar como seres astutos y sofisticados a criminales normalmente mediocres y egoístas, y parece que la proliferación del género del true crime hoy día sigue esa misma tendencia. Sin embargo, creo importante hacer una distinción: como siempre, hay una gran distancia entre la ficción (donde encuentras a villanos muy atractivos, como el propio Hannibal Lecter), y la realidad, en la que los malvados suelen ser bastante más aburridos, insoportables, predecibles y, sobre todo, cercanos a nuestros vecinos de lo que nos gustaría. Hay cosas que toleramos en la literatura o el cine (o en el pasado lejano, donde casi se han convertido en ficción), y que no podemos juzgar igual para nuestra vida cotidiana. Es importante trazar esa línea, para no dar más importancia a los asesinos que a las víctimas y, sobre todo, para hacer justicia a estas últimas. De no ser así, puede que cometamos errores que lleven a más dolor y sufrimiento. Y, en este cúmulo complejo de factores que forman parte de un crimen, conviene que no aportemos un granito más de mal.

lunes, 17 de noviembre de 2025

La historia corta de noviembre: "El secreto mejor guardado"

Cuando Bulsu dijo que se marchaba del pueblo a ganarse la vida en el extranjero, el alcalde le llevó al gran almacén a las afueras de la villa, abrió el local con la llave que portaba siempre al cuello, entró, y sacó un enorme acordeón que entregó a Bulsu:

-Toma, compañero, con esto podrás intentar ganarte la vida allá afuera… igual que tu primo Konya y tu hermano Radomir.

Bulsu recogió aquel objeto sin saber cómo agarrarlo.

-Pero, alcalde -contestó el futuro emigrante, sujetando el instrumento con la misma precaución que si se tratara de un tejón-, si yo no sé nada de cómo tocar este engendro del demonio. Como no me den dinero por pena…

 El alcalde miró con sonrisa ladeada, como observando a un espectador invisible.

-Bueno, tu primo y tu hermano tampoco sabían… Ahí está la gracia.

Y rio de manera sardónica y cruel…

El chico y la chica seguían comiendo pipas en el parque, mientras se escuchaba de fondo el sonido del acordeón que alguien tocaba.

-¿Y tú crees de verdad que ése es el motivo?

-Es una venganza, seguro. Algo le hemos hecho a ese país. De no ser así, no sé cómo se explica tanta crueldad.

lunes, 10 de noviembre de 2025

Las series de noviembre: varias de Filmin

-Monsieur Spade es una ficción atípica. Parte de la idea de que Sam Spade (el célebre detective creado por Dashiel Hammet, y protagonista de El halcón maltés) se ha ido a resolver un asunto en el sur de Francia, y ha encontrado motivos para quedarse a vivir y retirarse allí. Sin embargo, años después, nuevos y antiguos problemas van a surgir ante sus ojos, y es entonces cuando sus viejos hábitos de detective vuelven a hacerle falta. Esta miniserie de seis capítulos tiene un guión con grandes luces, pero también algunas sombras: es de estas narraciones a las que hay que hay que prestar atención para no perderte cosas; coincide con las viejas historias de los años 40 en las tramas enrevesadas, no siempre perfectamente coherentes -y, en este caso, algo fuera de escala-; a ratos cuesta distinguir los flashbacks, en general muy buenos, aunque a veces se abusa de los mismos; y el final es una ensalada caótica y poco creíble (como si, cual Raymond Chandler en El sueño eterno, el guionista hubiera dispuesto de manera prometedora piezas en el tablero de ajedrez, y al final de la partida decidiera pegarle una patada al juego) que a varios espectadores puede emborronarles el conjunto. Eso sí, durante buena parte del metraje, ese guión funciona muy bien, especialmente con los ácidos comentarios del cínico detective encarnado por Clive Owen, que interpreta uno de los mejores papeles de su carrera. Como buen cine negro, hace un excelente uso de la atmósfera que tiene en derredor, y cambia las turbias calles de San Francisco por un aparentemente bucólico pueblo galo, el cual, sin embargo, atrapado entre la posguerra mundial y las salvajadas francesas en Argelia, bulle con una maldad que haría gozar al célebre autor Jim Thompson. Los papeles y actores secundarios también son interesantísimos. En definitiva, con todas las salvedades, creo que esta serie os hará pasar unas cuantas buenas horas.

-Inside nº9: más británica que el té de las cinco, y con mucho componente teatral, esta serie de capítulos independientes ha sido creada y guionizada por Reece Shearsmith y Steve Pemberton, que ejercen de actores protagonistas en todos los episodios (al menos, hasta lo que me he podido ver, pues de las nueve temporadas me quedan aún cuatro y poco). Lo único que tiene en común cada entrega, con mucha variedad formal y sin miedo a arriesgar, es que hay bastante humor negro, normalmente un misterio o un componente de intriga o terror, y que en algún momento sale a colación el número 9. La cuarta temporada, en particular, es fantástica, pero, como digo, no hay ninguna relación entre episodios, así que podéis discutir con otros televidentes sobre vuestros capítulos favoritos.

-Taboo. Con una única temporada que lo dio todo, esta serie, que impactó hasta cierto punto en su momento pero no tuvo la resonancia de otras contemporáneas, mostró a un Tom Hardy en estado de gracia en una intriga internacional y de época con una atmósfera muy sólida, que entremezcla muy bien un fondo de realismo con trazas de fantasía.

-The Newsreader es una serie australiana que describe el ambiente de una redacción de noticias en los 80, donde las elecciones personales se entrecruzan con la actualidad informativa de una época que, desde luego, tuvo su aquel. No es The newsroom, pero sobre todo la primera temporada tiene mucha fuerza, entre otras cosas por la garra de sus intérpretes.

Estas series, al menos la última vez que las vi, se podían disfrutar en Filmin.

sábado, 1 de noviembre de 2025

El relato de noviembre: "El auténtico vampiro"

 

Lo encontré hace muchos años en un viejo cine porno de Buenos Aires. Decía que le gustaban esos sitios porque allí entras y nadie te pregunta de dónde vienes. Argumentaba, además, que las personas que solían venir a ese tipo de antros eran (en una gran proporción) vagabundos en busca de un sitio donde dormir, gente con escaso arraigo social, por la que muy pocos preguntarían en caso de desaparición. Decía que ese tipo de cosas le facilitaban mucho su “labor”, por decirlo de alguna manera. Sin embargo, en ciertos aspectos debió de errar, porque yo andaba tras su pista desde hacía mucho tiempo. Desde Belgrado, donde supe de su existencia a través de denuncias particulares, señalando con alfileres fechas de ataques que se concentraban en un lugar concreto durante par de días y luego se reanudaban tras meses o años, coleccionando recortes de periódicos de extraños sucesos acaecidos en Londres, Bangkok o Los Ángeles... Sin embargo, no fue hasta que me jubilé y empecé a cobrar mi pensión como policía cuando pude salir a buscarle, y lo cierto es que se reveló como un ser bastante escurridizo (condición necesaria sin duda para sobrevivir varios miles de años) aunque siempre era reconocible, a lo largo de su trayecto, el reguero de almas vacías, espíritus atormentados, individuos que aparecían un día en un callejón en la esquina y no recordaban ni su nombre ni su condición ni su sexo, en un estado prácticamente catatónico, del que nunca ninguno pudo salir. La noche que me senté a su lado en el cine, me miró con resignación, incluso con un cierto alivio; daba la impresión de que llevaba mucho tiempo esperándome. Tras un breve intercambio de pareceres, salimos a la calle. Allí ya me advirtió desde el principio –hablaba mi idioma con un cierto acento, aunque prácticamente inapreciable- de que no iba a poder atraparle, de que ni tan siquiera lo tratara, porque en tan sólo un segundo y sin mover un músculo, con su solo deseo, me quedaría tan imbécil como todos aquellos que lo habían intentado antes, algunos de los cuales yo había podido contemplar. Acepté tácitamente su aseveración, pues supe de inmediato que era verdad. Además, yo no había ido allí exactamente a cazarle, sino más bien a obtener respuestas: buscaba entender En aquella noche de luna, él me lo explicó todo. Y ahora que me estoy muriendo, no puedo parar de recordar.

            <<No es mi mucho menos un proceso físico>>, expresó. <<Es más bien un hecho espiritual; ni siquiera un hecho, un cambio de estado, un fenómeno incomprensible. Yo mismo a duras penas me lo explico, y eso que lo llevo haciendo desde niño. Observo a una persona durante unos segundos, y entonces puedo ver todos sus recuerdos, sus anhelos, su forma de ser, sus sueños; en ese momento les absorbo, y mis víctimas se quedan en el estado que has podido comprobar, siempre el mismo, independientemente de su vida anterior. La mayor parte de ellas no tienen casi sustancia: es como tragarme un boqueroncito. Te sacian en parte el hambre, pero no llegan a influirte tanto como para alterar tu personalidad. Otros, en cambio, albergan tanto mundo interior, tanta fuerza (atesoran tal número de recuerdos intensos), que durante unos días noto su presencia a mi lado, me descubro repitiendo sus gestos y pensando de la misma forma que ellos. Esto me ocurría sobre todo al principio: ahora que he comido tanto y tengo dentro de mí tanta gente, una más difícilmente puede alterar el balance final. Con el tiempo, he ido puliendo la técnica, la he ido automatizando. Hubo una época a partir de la cual ya sólo me bastaba echar un vistazo de reojo para absorberles, sin tan siquiera pensarlo. Sin que llegara a pestañear>>.

            -La excepción llegó con ella –reveló-. Yo aquel día no andaba de caza; había salido simplemente a pasear. Y entonces me la topé. Era... Dios, no sé ni cómo empezar a contarlo. No encontré nunca, en todos mis siglos de existencia, una persona de esa forma. Original hasta la médula, guardaba en su interior mil historias, porque cada acontecimiento que le pasaba lo convertía (a través del tamiz de su mente) en algo mágico y único, de tal manera que un hecho anodino se transformaba en un suceso rutilante y espectacular. Yo no podía parar de estar con ella. Era la persona con la que permanecí más tiempo al lado; nunca encontré individuo en el mundo con quien poderla comparar: jamás, en todos los días de mi existencia. Fueron unos años… maravillosos... Ella me contaba tantas cosas, y yo siempre estaba ávido de escucharla. Tenía que hacer esfuerzos conscientes por no absorberla, porque claro, era tan apetecible, tan deliciosa. Pero, justamente por eso, sabía que no debía tocarle ni un solo pelo del cuerpo. Y al contrario que con otras parejas, sobre las cuales dicen dicen que el amor se va apagando conforme transcurren la convivencia y los roces, con el tiempo yo lo pasaba mejor en su compañía, y ella cada vez más me gustaba, más la iba admirando, mientras tenía la oportunidad. Entonces, un día, cuando salimos del cine, de ver una película cautivadora, ella carcajeaba como una loca, y yo pensé en lo guapísima que estaba cuando reía, y en lo mucho que la quería. Y en ese momento, sin pretenderlo realmente, tan sólo como un instinto reflejo, una respuesta involuntaria ante tanta felicidad, sin ni por una fracción de segundo pensarlo, cerré los ojos, los abrí de nuevo… y en ese momento, la absorbí...

            >>No puedes imaginar las lágrimas tan amargas que derramé aquella noche, delante de su cuerpo; pero ya no era nada, sólo un ente embrutecido, como tantos otros que dejé tras mi tóxico suspirar. Había constituido un ser único, increíble, inimaginable, la persona irrepetible que me hizo plantearme dejar esta vida: y, de no ser porque el hambre y el dolor subsiguiente me lo impedían, lo habría hecho sin dudar. Lloré tanto y tan profundo que creo que rellené varios océanos. Vagabundeé por las calles deseando matarme, masacrarme a mí mismo por aquel error tan mortal como estúpido, pero (cosa terrible de esta odiosa naturaleza) comprobé que aquel propósito era inalcanzable. Aunque más dramático todavía que el momento, lo peor vino después... Fue la conclusión final.

            >>Al contrario que las otras almas, la suya me llenó tanto, con tanta fuerza, que, en esta ocasión, fue imposible de subyugar. Ahora vislumbro las cosas de la misma forma en que ella las veía: contemplo su mundo, su excepcional universo, de primera mano, sin poderlo evitar. Almaceno dentro de mí todas sus historias, a raíz de esa capacidad insólita que ella tenía de transformar de manera radical la realidad. Y al tiempo seguía siendo yo mismo, y recordándola tremendamente... Esa dualidad sin duda es la que, cientos de años después, todavía me hace sufrir más...

            >>¿Te imaginas albergar dentro de ti todos esos fantásticos mundos, todas las vidas, y darte cuenta de que no tienes nadie que lo aprecie como yo lo apreciaba, que todos los demás consideren que son tan sólo cuentos de viejo, que nadie te pueda entender ni amar?¿Te imaginas estar acostumbrado a que todos los días tuviera lugar un acontecimiento genial e inigualable, y que de repente ese flujo se cortara, que se detuviera para siempre, que todas las personas que te encuentras por la calle te parecieran tan anodinas y tan vulgares y tan sosas y tan estúpidas que a veces ni tan siquiera los puedes soportar mirar?¿Te imaginas ser las dos cosas, la que persona que un día eras y a la que has matado, los individuos más compenetrados del mundo, hechos el uno para el otro, que no serían capaz de encajar con ningún otro, y de repente no ser los dos sino sólo uno, el recuerdo patético de una cosa que fue... y echar de menos lo que ella te daba, pero al mismo tiempo, ahora que tú además eres ella, todo lo que también le daba él, entre otras cosas la capacidad de escuchar?

            >>¿Te imaginas por un momento el que tú pudieras, como hacía ella, ver cosas que nadie ve, que nadie tiene en cuenta, como si fueran colores más allá del espectro visible, sonidos por debajo y por encima de lo audible, contemplar el presente, el pasado y el futuro, y de repente vivir en un mundo a oscuras, y no tener un alma a la que llegárselo a narrar?¿Puedes concebir haber visto todo eso, intuirlo por un momento, que alguien te abriera la puerta a un mundo ignoto, y que entonces se cerrara, porque la persona que te permitía el acceso ya no existe, y nadie más lo puede lograr?¿Se te pasa por la cabeza pasear por el mundo como si, de modo permanente, masticaras cenizas, respiraras aire ya inhalado, como si ya todo lo que oyeras te sonara a repetido, y supieras que nada nuevo vas a escuchar nunca más?¿Te imaginas quedarte ciego de golpe, CIEGO, CIEGO, CIEGO –insistió mantenidamente, elevando en un grito pavoroso la voz-, SORDO, MUDO, TONTO, IMBÉCIL, VACÍO DE VIDA, DE SABOR Y SENTIDO, Y TENER QUE VIVIR PARA SIEMPRE, Y SABER QUE NADA NI NADIE TE PODRÁ AYUDAR?¿TE IMAGINAS QUE TU VIDA CONSTITUYA UNA PERMANENTE SITUACIÓN ANGUSTIOSA, QUE SEAS TERRIBLEMENTE DESGRACIADO PORQUE NO PARAS DE RECORDAR EL MOMENTO EN QUE ERAS MÁS FELIZ SOBRE LA TIERRA, TANTO QUE NO PUDISTE NI IMAGINARLO, Y SABER QUE EL RESTO DE TU EXISTENCIA SERÁ ODIOSA Y GRIS PARA SIEMPRE, POR TODA LA ETERNIDAD?¿TE LO IMAGINAS?, ¡NO TE LO IMAGINAS, NO PUEDES SIQUIERA PENSARLO, ÉSA ES UNA PARTE MÁS DE ESTA MALDICIÓN INFERNAL! Y por eso quiero morir... Morir, morir, morir, quedar sin resuello, cesar de pensar para siempre... Y dejar de pagar por el pecado de haber destruido lo único que ahora mismo, en mi noche más oscura, me habría podido salvar...

No volví a verle después de esa noche. El vampiro me dejó marchar.

            Hubo días en que no aprecié lo que tuve. Desde que lo conocí, ese error no me ha vuelto a pasar.

            Y a pesar de todas las víctimas que he anotado (y que aún sigo contando) en la lista, yo por el vampiro sólo siento pena.

            Él seguramente me habrá olvidado: tiene demasiadas cosas en la cabeza. Pero sobre todo hay una, en forma de persona, que no puede parar de rememorar…

            Nunca una eternidad fue tan larga.

lunes, 27 de octubre de 2025

La historia corta de octubre: "Qué manía en los pueblos con ponerle motes a todo el mundo"

            Un hombre, nada más llegar al pueblo, entró en el único bar del mismo, y afirmó muy decidido, en un largo y encendido discurso:

            -Yo ya sé que en los pueblos se tiene costumbre de ponerle mote a todo el mundo. Pero a mí eso no me va a pasar, y seguro que con el tiempo no me ponen ningún mote. Yo ya he tomado mis precauciones.

            Se quedó con “el Precauciones”.

lunes, 20 de octubre de 2025

La historia real de octubre. Apuntes para una novela: los mundos laterales de Philip K. Dick.

Todo comenzó cuando leí este artículo. Se trata de una traducción de una conferencia impartida por Philip K. Dick en la ciudad de Metz en 1977, titulada “Si crees que este mundo es malo deberías ver algunos de los otros”. Aunque el propio Dick aseveró:Un artículo de periódico sobre este discurso bien podría ser titulado «Autor afirma haber visto a Dios pero no puede explicar lo que vio»”.

                Lo que voy a describir es esa conferencia, después de una breve introducción. Es decir, que podéis leer directamente la traducción: eso sí, el discurso debió de durar unas tres horas; es denso, errático, y en muchos sentidos rayano en la locura. Yo, en cambio, intentaré resumirlo -y “traducirlo”- lo más posible.

                Muchos sabéis que Philip K. Dick tenía (o, al menos, eso se considera, en el mundo racional que le tocó vivir) problemas mentales, probablemente debido a una esquizofrenia que se agudizó por el consumo de drogas. Decía hablar con Dios y con su gemela muerta (fallecida en la temprana infancia), y que en esta comunicación mediaban satélites artificiales. Creía -aunque hay controversia acerca de esto- que un amigo escritor era en realidad una personalidad falsa, creada por la KGB, con el objetivo de secuestrarle. Hay una leyenda urbana que cuenta que adivinó una enfermedad rara de su hijo que él no tenía manera alguna de conocer: quiero pensar que, como casi todos los relatos de este tipo, son fruto de una mala interpretación, una información que permanece oculta a sus biógrafos o, simplemente, una aguda perspicacia entremezclada con dosis de casualidad afortunada. Sus obras, influidas por el consumo de sustancias químicas, son a menudo lisérgicas (las que no escribió bajo la acción de las drogas no las recuerda casi nadie), al igual que este discurso, que debió de ser doblemente complicado de entender al contar con un traductor al francés.

                En este discurso, Dick se lanza a revelar una verdad que hasta ahora no se había atrevido a confesar: algunos de sus libros no son ciencia ficción, sino que se basan en una creencia verdadera. Él cree que hay un Programador-Hacedor que controla nuestro universo. De hecho, lo va mejorando día a día. Crea nuevas realidades, pero las cambia de tal modo que, para nosotros, es como si la verdad siempre hubiera así (como insinúa el propio Dick: ¿por qué iba Dios a anunciar su Segunda Venida, cuando podría hacer que su Segunda Venida hubiera ocurrido hace milenios?). Por eso, no nos damos cuenta de estas alteraciones sino a través de sueños, déjà vus, alucinaciones inducidas por anestésicos -él empezó a conocer estos hechos a raíz de una visita al dentista-. Dick no cree haber sido el primero en llegar a conocer esta serie de fenómenos que, como afirma, no pueden ser demostrados, pero en los que confía plenamente: sin embargo, se plantea que quizá sí es el primero que ha decidido verbalizarlo en voz alta, allí, delante de una audiencia que, como yo, esperaba disertaciones más o menos especulativas sobre el futuro de la ciencia ficción.

                La cosmogonía que expone Dick se parece muchísimo al cristianismo y otras religiones del Libro (él mismo habla de “religiones reveladas”), sobre todo porque contrapone un Adversario, el cual se opondría al plan del Hacedor y generaría el caos y la imposibilidad de moverse entre esos mundos recién creados, pero que cuenta con la desventaja de ser ciego, lo cual siempre le da ventaja al Hacedor. El propio Dick recuerda que Cristo mencionó que “mi Reino no es de este mundo”, y con ello anunció que su Reino en puridad son una serie de realidades superpuestas de las que podemos ser conscientes, y viajar entre ellas, aunque el secreto de cómo hacerlo se perdió tras la crucifixión de Jesús por parte de los romanos (supuestamente, es lo que trataba de comunicarle a los apóstoles: no sé qué opinarán, sobre esta conversión de la religión del terreno moral al cuántico, los cristianos más fervientes), y quedamos pues privados de ese conocimiento.

                Así pues, hay una serie de realidades “laterales” (ortogonales, cabría decirse; mundos paralelos, pero que en realidad se entrecruzan) por las que vamos pasando, siempre hacia una mejor, porque el Hacedor siempre perfecciona las cosas, como el mecánico que en cada repaso repara un poco más el coche, o el autor que matiza su novela, aunque nunca alcance la versión perfecta y definitiva. Dick ha atisbado alguna vez esos pasados, y los ha descrito en sus libros: quizá por ello haya esa frecuencia (en su obra, o en la de los escritores de ciencia ficción en general) a imaginar distopías. Habla de un mundo en el que Richard Nixon nunca fue depuesto, menciona épocas oscuras en las que todos fuimos esclavos. Dick cuenta durante la charla que ha plasmado esa versión del mundo en una de sus historias, que muchos de personajes han sufrido esta “transición entre universos” en sus novelas, y también que, como ocurría en El hombre en el castillo, él predijo que un día una mujer vendría a terminar de confirmarle sus impresiones, y que así había ocurrido, recientemente: una mujer que había acudido con la excusa de que era una lectora que estaba deseando conocerle.

                No puedo imaginarme mejor novela que ésa que Dick narraba en esta conferencia: un hombre que es capaz de moverse entre universos, con la misma facilidad con la que un espectador que se ha colado en el backstage de un teatro puede cambiar de escenario a través de la simple magia de cruzar una cortina. Un individuo que conoce el secreto más recóndito y mejor guardado del universo (dice que en una ocasión tuvo la oportunidad de contemplar en directo al Programador-Hacedor), mientras el resto de la humanidad habita en la ignorancia. En el fondo, además, demuestra una concepción optimista de la vida: el mundo siempre va a mejorar, porque el Hacedor se asegurará de que siempre haya sido mejor. Cualquier mal que te aflija, no te preocupes: seguramente se modificará en el siguiente cambio, así que no hay nada sobre lo que te tengas que preocupar demasiado.

                Obviamente, mi mente racional dice que todo esto sin duda eran desvaríos de un cerebro trastornado. Literariamente, sin embargo, me encantaría que una realidad tan impresionante fuera cierta. Me parece la concepción del mundo más original desde Emanuel Swedenborg. En buena medida, desearía que fuera verdad.

                Con Philip K. Dick, y sus alambicadas historias, siempre tienes la tentación de pensar: “es posible que tuviera razón”.

lunes, 13 de octubre de 2025

El libro de octubre: "Seis mujeres criminales"

La editorial Rara Avis se dedica a recuperar libros antiguos que merecen una segunda vida: entre ellos, éste de Elizabeth Jenkins donde repasa varios casos históricos de mujeres británicas que se hicieron famosas por sus coqueteos (cuando no abierto romance) con el mundo del crimen. Como siempre, en todo juicio hay dos partes, pero en estos casos acaba ocurriendo que sobre las mujeres "encausadas" no se ciernen sólo sospechas, sino que se incidieron abierta y repetidamente en sus actos nefandos. De los episodios nombrados, el más simpático me parece el de Jane Webb, una carterista que se dedicó a ello como a cualquier otra profesión de la época (de algo hay que comer), la cual demostró una capacidad de liderazgo y una ética del trabajo a prueba de bombas, y que se merecería una serie de televisión de tres temporadas. Entre los más jugosos tienes también el de Alice Perrers, amante de Eduardo III que se aprovechó de us posición todo lo que pudo, o el de Frances Howard, que combina escándalos a todos los niveles, porque auna envenenamiento, mentiras, y la implicación de uno de los favoritos del rey Jacobo I (como os podéis figurar, la tuitera experta en esta época, Wurtzel, le ha dedicado un hilo en Bluesky). También son muy llamativos el de Madame Sarah Rachel Leverson, quien jugó con algo tan personal como el maquillaje y el ansia de sus clientes por sentirse bellas, o Lady Ivie, quien pretendió acumular tierras de manera fraudulenta con la misma avidez con la que se extiende la planta a la que su apelativo ("ivy"=enredadera) hace honor. En definitiva, un libro con la única pretensión de entretener a partir de alguno de los famosos true crime de la historia, alguno de ellos incluso sin resolver.

miércoles, 1 de octubre de 2025

El relato de octubre: "Un fantasma de andar por casa"

                Cuando la señá Juani*

*no preguntéis por qué: todo el mundo en el barrio la llama la señá Juani.

tuvo necesidad de un gato, el rumor pasó de boca en boca hasta llegar a mí. En realidad, yo nunca he querido tener nada que ver con el mundo felino: los gatos me parecen animales inescrutables e incomprensibles, y a la vez –un poco contradictoriamente, he de reconocerlo- increíblemente hoscos y egoístas. Pero una compañera de trabajo nos había anunciado a bombo y platillo que su gata había tenido una camada*

*un sinvergüenza de gato, según relataba sobre el culpable; la gente no controla a sus mascotas, se quejaba amargamente.

y ahora tenía que repartir a los gatitos. Así que, un poco sin comerlo ni beberlo, me vi obligado a meter a una bola de pelo en una caja*

*con qué entusiasmo lo hizo: me pregunto si los mininos reciben un curso, en ese estado antes de haber nacido del todo, sobre Schrödinger y sus paradojas cuánticas .

y, luego, partir a la vivienda de la señá Juani. Yo, que apenas había cruzado un par de palabras con ella, y casi no sabía de su existencia. De hecho, mi mujer me advirtió: “ya la irás conociendo, ya”. “Pero si sólo voy a entregarle el gato y vuelvo”, respondí, hecho un incauto. “¿Te crees que es tan sencillo entrar y salir de la vida de la señá Juani?”, respondió con guasa mi mujer. “A la vuelta me cuentas”, expresó divertida mientras me marchaba.

                Lo cierto es que no noté nada especial cuando subí los cuatro pisos*

*sin ascensor, ¿podéis creéroslo?

del edificio donde habitaba la señá Juani. En cambio, una inquietante vibración me invadió cuando traspasé el umbral de su casa. No sabría decir qué era: puede que una corriente de aire frío, puede que fuera el atentado contra mi pequeño TOC sobre la limpieza que supuso observar la desordenada vivienda, o puede que la manera en que la señá Juani empezó a hacer alharacas cuando accedí a su hogar, agitando las manos y dando saltos de alegría. Primero me hizo llevar la caja hacia la mesa del comedor; luego alzó el minino varias veces, estrujándolo como si fuera un peluche, y diciéndole al animal cosas absurdas que sólo son capaces de pronunciar la gente que tiene felinos en casa. Entonces, la cara se iluminó:

                -¡Claro!¡Tengo que volver a sacar los cacharros del viejo gato! Están todos en el trastero. Ven conmigo, zagal, y así me echas una mano.

                Ahora es cuando me toca describir a la señá Juani. Era (y supongo que es, porque la última vez que la vi me pareció muy lozana) bajita y al mismo tiempo ancha, pero a pesar de todo tenía unos andares muy rápidos, a pasitos cortos, y en general nada femeninos, porque siempre daba la sensación de que sus pies permanecían a la misma distancia uno del otro, como si tuviera una barra de hierro que mantuviera un alejamiento constante entre sus tobillos*

*o, como me dijo ella misma, como si se le hubieran deslizado las bragas hacia abajo y estuviera caminando al tiempo que trataba de no pisarlas; no acierto a describir lo traumatizado que me dejó la comparación.

Unámosle a ello que la señá Juani normalmente llevaba vestidos, sencillos en apariencia pero de colores vivísimos, muy exagerados, con grandes estampados, flores y dibujos. La señá Juani era rotunda en todas sus formas: si me permitís la expresión, le sobraba pecho, culo y caderas como para detener un camión de golpe, de tal manera que siempre parecía que había comprado el doble de todo para cada una de sus partes. La edad siempre me pareció indefinida entre los cincuenta y los sesenta años, porque aunque en su pelo castaño-anaranjado, con el mismo volumen de una peluca de payaso y solo unas pocas ondulaciones más, no había ni una cana, a lo que había que sumar las abundantes arrugas de la cara (que asemejaban estar enfrentándose unas a otras en una batalla de trincheras) y unas gafas de culo de vaso como si hubiera instalado un telescopio en cada ojo y les hubiera añadido unas patillas de color vívido –el rojo y el nacarado han sido los quevedos más discretos que le he visto ponerse-. En fin, un cuadro de señora: la típica ama de casa, si me preguntan, sólo que con un criterio estético que hubiera hecho llorar a Karl Laggerfield y provocado una sonrisa a Gomaespuma y a Almodóvar. Pero si creéis que el aspecto de la señá Juani es lo más destacado de su personalidad, entonces es que necesitáis leer más.

                Vamos a empezar por el sótano, ése al que me llevó después de arrastrarme por una escalera de caracol imposible que, no sé cómo*,

*en serio, ¿no querrían plantearse lo del ascensor?

conectaba con el trastero. Y una vez abrió la desvencijada puerta de metal, me encontré con una habitación que parecía mucho más grande que desde fuera, con varias baldas alrededor de las cuales había múltiples objetos extraños: un cáliz de madera; un arca pequeña con alas como de ángel grabadas en los laterales; un martillo con adornos de tipo nórdico; una balanza decorada, en la parte superior, por una especie de perro negro; una lanza con sangre en la punta. Aunque, realmente, lo que más me chocaron fueron las etiquetas: a cada objeto se hallaba pegado una etiqueta de las que se hacen de manera automática con etiquetadora. Sólo pude echar un vistazo muy parcial a lo que había escrito en ellas, pero me pareció leer fechas anteriores al 10.000 antes de Cristo, referencias al imperio azteca y al jemer, y me sorprendió, en una urna, atisbar con el rabillo del ojo el nombre “Alejandro Magno”. En medio de estos múltiples cachivaches, la señá Juani sacó una barahúnda de objetos que todos los amantes de los gatos reconocen: cuenco para comida y para bebida, juguetes especiales para felinos domesticados, y un extraño abalorio de sadomasoquismo que algunos han decidido denominar “collar”.

                La señá Juani me condujo de vuelta al salón. Ya allí, algunas cosas me parecieron fuera de lugar: desde el atril que sostenía un libro abierto por la mitad, con extraños conjuros tanto en el lomo con en las páginas, y cuyas páginas se pasaban solas, hasta el hecho de que por detrás de los sofás se estuvieran deslizando sigilosas criaturas con rabo y alas de murciélagos. Que hubiera una escoba barriendo con total autonomía, mientras una baraja jugaba al cinquillo por sí misma sobre la mesa, alguna pista me dio. Conforme la señá Juani retrepaba sobre los asientos (por cierto, de un tapizado feísimo) con el gato en el regazo, sentí el irrefrenable impulso de preguntar:

                -Señora Juani… ¿no será usted una bruja, verdad?

                La señá Juani alzó la vista, me miró a los ojos a través de los ocho centímetros de cristal cubierto de una pátina de polvo del mismo color que sus cataratas, y me contestó, riéndose:

                -Uy, hijo mío, qué antiguo. Ya hace mucho que nadie nos llama así.

                Y mientras seguía acomodándose entre cojines y sillones, tratando de recolocar al gato conforme le esclavizaba con el collar, me señaló con la cabeza hacia la puerta del salón y me pidió:

                -Anda, zagalillo, ¿puedes cerrar? Es que entra una corriente que no le viene nada bien a mi reúma.

                La obedecí con el respeto de cualquier individuo cohibido ante una persona de más edad, pero no pude evitar notar que una zigzagueante corriente de aire se colaba por la estrecha ranura de la puerta justo antes de que la cerrara, para deslizarse a continuación alrededor de mis piernas y largarse a toda velocidad lejos de mí.

                -He notado como un… se parecía a…

                Como podéis comprobar, no tenía muy claro cómo describirlo.

                -Ah, será el fantasma -expuso de manera muy natural la señá Juani.

                Me sorprendió que hablara de ello como si se refiriera al sonido de la lavadora:

                -¿Y por qué motivo se ha quedado aquí el fantasma… alguna cuenta pendiente, un deseo sin concluir?

                -Pero qué deseo ni que ocho cuartas… Si el pedazo de bicho hacía lo que le daba la gana. Por no decir que meaba siempre fuera de su sitio. Era de un cochino…

                -Oiga, no sé si eso es muy prudente decirlo… si el fantasma puede oírla.

                -¿Oírme? Pues claro que puede, el muy ladino. Lo que pasa es que le importa un pedo de lobo lo que le digo, igual que le pasaba en vida. Yo iba diciéndole por ahí: “pero para de arrojar pelos por todas partes, so pedazo de boñiga”, y a él le daba todo igual, bufando por los rincones…

                -Perdone que me inmiscuya, noto que son unas palabras un poco fuertes para hablar de su marido…

                -¿MI marido?¿Pero qué diantres*

                                                                               *No dijo diantres

                                                                               dices tú de mi marido, especie de cacho de trozo de albóndiga? Yo estoy hablando de mi gato.

                -¿Aquí hay un fantasma… de un gato?

                -Pues claro: de Desdicha Eterna -dijo, con el collar definitivamente ajustado, mientras dejaba al minino que yo le había traído encima de una mesa e iba a llenar un cuenco con el agua de una botella cercana-. Yo le llamaba Desdi. Reconozco que me hacía compañía, pero era un engendro del demonio… Y no de cualquier demonio, porque venía del departamento de Abraxas en persona. No sé por qué le habían condenado en la otra vida, pero desde luego, hubiera hecho lo que hubiera hecho, se lo merecía. Eso sí, tenía un pelo finísimo: daba un gusto acariciarle…

                -Oiga, ¿y por qué se supone que se ha quedado el fantasma del gato por aquí?¿No se supone que los fantasmas sólo permanecen si se ha quedado algún asunto pendiente de resolver?

                -¿Pero qué va a tener pendiente el puto gato éste, si vivía como Dios? Yo creo que está aquí porque es un comodón, como todos los gatos: se ha acostumbrado a estar en el mismo sitio toda la vida, y no va a alterar sus costumbres por algo tan insignificante como el hecho de haberla espichado. Eso sí, por suerte, la orina fantasmal huele bastante menos, y se limpia mucho mejor.

                Se notaba que la señá Juani estaba concentrada en lo que decía, porque no se fijó en que el otro gato (el terrenal, el que todavía no había trascendido a un plano superior) había decidido, por su cuenta y riesgo, descender al suelo. Casi inmediatamente después de posar sus cuatro pies en él, un torbellino de aire le envolvió y le zarandeó, golpeándole de una manera que no pude discernir del todo por la rapidez por la que produjo, pero sin duda fue violenta. El gato visible salió como alma que lleva el diablo, dejando en su huida varios mechones de pelo, y yo diría que algo de carne y sangre. La señá Juani se escandalizó:

                -¡Madre mía, qué Cristo!¿Pero por qué ese animal del averno se porta tan mal?¿Qué tiene contra este pobre minino tan dulce que acaba de entrar en nuestras vidas? Tenemos que hacer algo con él… Anda, hijo, siéntate, a ver si pensamos algo juntos.

                Yo iba a obedecerla, pero cuando lo intenté, la escoba pasó justo a mi lado y me obligó a levantar los pies para permitirle barrer por debajo. Como no sabía muy bien qué decir, recordé que un cumplido nunca está de más:

                -Su escoba… barre muy bien.

                -¿Esa? Se busca cualquier excusa para arrinconarse en una esquina. Y además, si vieras los pifostios que monta con la Roomba. ¿Pero es que en esta puñetera casa no se puede llevar nadie bien?

                Apoyó un par de dedos de la mano en el puente de la nariz mientras cerraba los ojos y agachaba la cabeza. Luego suspiró.

                -Anda, vamos a ponernos con esto.

                Entonces, las páginas del libro empezaron a pasarse a mucho más ritmo, de tal manera que sentí un justificado temor a que el grimorio fuera en cualquier momento a prenderse de manera espontánea. Un poco asustado, pregunté a la señá Juani:

                -¿Pero qué va a hacer con el gato?

                La dueña de la casa debió de perder la concentración, porque las páginas avanzaron a menos velocidad, y ella abrió los ojos.

                -Le voy a volatilizar. Le voy a hacer arder. Le voy a…

                Creo que no hace falta ser mago, ni adivino, y ni siquiera psicólogo para darse cuenta de lo que un odio así, destilado a través de los labios de una persona, quiere decir en realidad. La señá Juani también hubo de percatarse, porque el caso es que las páginas del libro se ralentizaron hasta detenerse por completo. La mujer, entonces, se tranquilizó.

                -La verdad es que la culpa es mía. El día que Desdi se puso malo… yo le llevé al veterinario. A ver, que podría haber lanzado un hechizo y eso, pero ya se sabe, la magia siempre se cobra un precio, y a veces no merece la pena pagarlo, es mucho mejor que las cosas transcurran por el método natural… El caso es que el veterinario me dijo que no había nada que hacer y que le iba a poner una inyección. Y yo le dije que sí… Pero me fui.

                Se llevó las manos a la cara. Ahí sí que no tuvo más remedio que sentarse:

                -Nunca me lo he perdonado. Tendría que haber estado allí, en los últimos minutos, acariciándola. Los gatos sienten cuándo van a morir, saben cuándo llega su final. Y la presencia del dueño les ayuda, les reconforta, les proporciona algo de alivio antes de que se les cierren los ojillos para siempre… Le hubiera quitado los nervios ante la incertidumbre que surge en esa clase de circunstancias. Por eso está el gato aquí. Porque nunca nos despedimos. Él no es consciente del todo de que se fue.

                Estuvo unos segundos más con la cara tapada. Luego se quitó las manos de golpe del rostro y se levantó:

                -Venga, vamos a solucionar esto de una vez. Trae la marmita de la despensa.

                Y yo obedecí, como si fuera la orden más normal del mundo.

                Lo que tuvo lugar a continuación fue la sesión más desconcertante de preparación de pócimas que he vivido. Vale que sólo he vivido una, pero no fue como en las películas. Me recordó más a cuando mi madre hacía una receta de cocina, sólo que con ingredientes más raros, muchos de ellos vivos y echados directamente a la olla. De vez en cuando, cuando nos dábamos la vuelta, aquellas extrañas criaturas que bullían detrás de los sillones se movían subrepticiamente, de modo que sólo podíamos atisbarlos por el rabillo del ojo mientras arrojaban cosas a la marmita y huían con precipitación, aunque la señá Juani no le daba importancia a esos sucesos: decía que eso le proporcionaba “más cuerpo” a la mezcla. El caso es que el líquido en el interior empezó a adquirir tintes violáceo-rojizos y a borbotear de manera amenazante y, cuando la señá Juani consideró que había adquirido la consistencia adecuada (la verdad es que aquello se estaba volviendo de la textura de la melaza, de tal modo que costaba darle vueltas con el cucharón), y a pesar de que salía humo del caldero, cogió un pedacito de la mezcla con dos dedos, del tamaño de un gusano gordo, y lo tiró en un lugar intermedio del salón. Se escuchó, más que se vio, a una masa espectral acercarse al fragmento, olisquearlo un poquito, y luego ponerse a devorarlo*.

*Hay que puntualizar que contemplar cómo lo digería a través del tubo digestivo transparente resultaba un poco asqueroso.

La señá Juani se dio por satisfecha y se dirigió a la cocina:

                -¿Y ahora adónde va?-pregunté.

                -A buscar algo con lo que atraer al otro gato -respondió la señora.

                -¿Y para eso qué vamos a usar?-pregunté lo suficientemente fuerte para que me oyera a través de varias habitaciones de la casa. Como no me respondió inmediatamente, insistí-. ¿Cómo lo vamos a hacer?¿Un sortilegio?¿Un pentángulo?¿Un aquelarre?

                La señá Juani bizqueaba cuando apareció por la puerta, con un tenedor en la mano y una lata en la otra.

                -Con atún, naturalmente.

                Y de hecho, colocó el platito de la comida del gato junto al lugar donde aún se aposentaba el felino espectral, y depositó el contenido de la lata dentro del recipiente. El minino de este lado de la línea que separa el mundo de los vivos de la ultratumba no debía de ser muy listo, porque el caso es que se aproximó al plato con alimento como si por toda la habitación no estuvieran ocurriendo cosas raras. El caso es que, cuando se acercó, un nuevo remolino de aire le atrapó, pero en esta ocasión fue distinto: más que un ataque, fue como si le rodearan con una manta mediante varias vueltas, y después, chop, todo quedó en calma. Se trató de una especie de fusión, y el “plop” correspondió a la ruptura de la burbuja que separaba ambos mundos. El felino visible, de hecho, dejó de estar sobrecogido por el pánico y se quedó súbitamente quieto, aunque respirando fuerte, como si se sintiera desubicado por el cambio de lugar. La señá Juani agarró al animal y empezó a acariciarle y hacer ruiditos apaciguadores. Después, se puso a hablarle en voz muy baja mientras se sentaba en el sillón:

                -Ya está, mi querido Desi, ya está…

                El bicho empezó a respirar más acompasadamente. Se enroscó en el regazo de la señá Juani, apoyó la cabeza sobre sus patas, y cerró los ojos con una placidez como pocas veces he visto en una cara. La señá Juani estuvo acariciándole otro buen rato mientras el mamífero ronroneaba hasta que, finalmente, dejó de hacerlo, como si ya se hubiera quedado profundamente dormido, o quizás algo más. En ese momento, el gato parpadeó y se levantó de golpe, como un señor borracho que acaba de recuperar la consciencia y se descubre con unas ropas que no son la suyas, y salió escopeteado en dirección a las profundidades de la casa, donde, a estas alturas, me pregunté si había una mazmorra con un dragón. El salón se quedó en paz.

                -Bueno, yo ya si eso me voy -quise despedirme de la señá Juani, un poco aturullado todavía por los acontecimientos. Deseaba llegar a casa, poner en orden mis ideas, y quizá reflexionar al contarle todos los detalles a mi mujer, que seguramente los pondría por escrito.

                La señá Juani, desde el sillón, me hizo un gesto de aquiescencia, lo cual parecía realmente imprescindible para abandonar aquel rincón del espacio-tiempo. Antes de que me marchara, sin embargo, me pegó un grito:

                -Una cosita antes de irte…

                Volví la cabeza un segundo.

                -Para la semana que viene, necesitaré una lechuza. Una normal. Y tiene que ser lechuza, no búho.

                Asentí con parsimonia.

                Lo que ocurrió la siguiente vez lo dejamos para otro día. Al fin y al cabo, todavía me estoy recuperando de las quemaduras.